31.10.13

Carta de Badajoz

HOY / Brígido Fernández
Cinco años después vuelve uno al Palacio de Congresos Manuel Rojas de Badajoz y parece que fue ayer cuando me despidí allí mismo de Angelito (sin saberlo, para siempre), al que su antiguo alumno, Ángel Ortiz, director del diario HOY, citó como traductor de unos versos de Pessoa traídos con pertinencia a colación; alguien, Pámpano, que hubiera disfrutado de veras al ver a nuestro amigo Gonzalo recibir el Premio Extremeño de HOY en una gala (que patrocinó Iberdrola) muy bien organizada (entre bastidores, Javier Moreno Romaguera, de +magín) que resulto ágil y divertida gracias al monologuista, todo un descubrimiento, Daniel Delacámara y donde, ausencias mediante, sólo pesó el desnortado y noventayochista discurso de Monago (que devino en vulgar mitin), sobre todo después de escuchar las atinadas palabras del citado Ortiz y del alcalde de Badajoz, que por fin cuenta, o eso diría, con un representante digno de esa dinámica ciudad fronteriza.
Abundaban, sí, las autoridades, aunque brilló por su ausencia la consejera de Educación y Cultura, cuya presencia hubiera reafirmado la doble condición de escritor y profesor de GHB. Y su apoyo al teatro y al cine acompañando a Natalia Tena.
Uno no vio a escritores por allí. O apenas. Bueno, en rigor no vi a casi nadie, que esos tumultos sociales me aturden. Por cierto, al entrar en el Palacio me enteré de que debía pronunciar unas palabras y, mientras el acto se sucedía, entre risas y disertaciones, pergeñé mentalmente cuatro ideas para salir del atolladero. A saber, que me hizo mucha ilusión saber por boca de Merche Barrado (quien, por suerte, estuvo a mi lado toda la velada) que GHB había sido elegido; que ya era hora de que después de diez años se concediera el galardón a un escritor (por más que muchos lo merecieran, y no al revés, como parece dar a entender mi estimado López-Lago); que los no premiados estarán de acuerdo, por unanimidad (me atrevo a confirmar este extremo), en que el designado haya sido GHB; y, en fin, si no recuerdo mal, que además de amigo había sido un maestro. Doble suerte. Ah, le recordé, mirándole de lejos, que los dos empezamos a torear en esa plaza, él con su Mísera y uno con su Territorio, a cuenta, respectivamente, de los fondos públicos de la Diputación pacense y el Ayuntamiento.
Un par de cañas y alguna tapa acompañaron la amena conversación con la que dimos por cerrada nuestra breve escala en Badajoz. A la velocidad del rayo (por una vez tuvimos conductor y qué coche), volvimos a casa. No diré en cuánto tiempo para no violentar a los de Tráfico. O a Obama, que nos estará leyendo.

30.10.13

Cuarenta años de poesía

Hace poco traía a este rincón la noticia de que la Fundación Gerardo Diego había publicado, en su colección Bodega y azotea, el Diccionario Bibliográfico de la Poesía en Cantabria (1970-2010). Pues bien, la misma, muy activa Fundación da a la imprenta, en otra de sus colecciones: Pliegos La sorpresa, Confianza en la verdad, un lúcido análisis sobre ese asunto de uno de los mejores poetas cántabros y españoles de su generación, Rafael Fombellida, protagonista de ese momento dulce que ha vivido y vive la poesía de Cantabria, antes Santander. Se publica con motivo de unas Jornadas celebradas recientemente bajo el rótulo Cuarenta años de poesía en Cantabria (1970-2010).
De ese diccionario dice Fombellida que "nace con vocación de ejemplaridad en el modelo, y de inequívoca fiabilidad".
Añade, entre otras muchas cosas, que "Si hay una óptica que queda comprometida por la ecuanimidad científica del DBPC, esta es la localista, desacreditada y deformante, pero férreamente afecta a subjetividades, prestigios fraudulentos y anormales pretericiones". Un mal común.
"Si la poesía escrita hoy en Cantabria vive un momento floreciente, su historiografía, ya no lejana, urgía una herramienta de precisión como el DBPC", resume. Algo que debería tenerse en cuenta en otras regiones de España, como ésta, Extremadura, sin ir más lejos. De ahí que uno sienta, como ya dije, envidia por una obra así. También por una fundación tan útil como la Gerardo Diego y su Centro de Documentación de la Poesía Española del Siglo XX, "bajo la segura guía de Pureza Canelo", precisa Fombellida, que, por cierto, es extremeña. 

29.10.13

JRM

© Daniel Mordzinski
Salvador Vaquero entrevista al poeta y periodista Javier Rodríguez Marcos en su sección Letras desnudas de El Periódico Extremadura. 

-Un recuerdo de la infancia.
-Con mis padres y mi hermano en el río de Hoyos. Los cuatro, por cierto, parecíamos inmortales.

-Un viaje inolvidable. 
-Arezzo-Urbino en autobús de línea parando en Monterchi y Borgo San Sepolcro. Con mi mujer. 

-Un reto como escritor. 
-Que concuerden el sujeto y el predicado. Más ambicioso, escribir algo sobre Las Hurdes que transmita verdad.

28.10.13

De Tánger

Pocos ponen en duda que Tánger es una de las grandes ciudades literarias del mundo. No hace falta echar mano de la erudición ni tan siquiera de la memoria básica de cualquier lector para demostrarlo. Lo de Bowles, del que acaban de reunirse sus prosas viajeras, es, desde hace tiempo, un lugar común. 
La bibliografía sobre esa ciudad de las afueras de África, para decirlo con Morábito, es ingente. Por centrarnos en la poesía, acabo de leer dos libros que la tienen como protagonista. 

El primero, Café Hafa, de Verónica Aranda, fue Premio "Antonio Oliver Belmás", está publicado por Tres Fronteras Ediciones y lo leo gracias a la mediación del también poeta Mario Lourtau (y de su madre), buen conocedor del norte de África, donde trabaja. 
Aranda lo hizo en el Instituto Cervantes de Tánger y estos hermosos poemas reflejan su vida en la ciudad ("el viejo Tánger de los fugitivos"), a modo de diario. Son versos evocadores, cálidos y cercanos, que se adaptan muy bien al tono sereno del lugar que describen. Sus calles tortuosas, sus famosos cafés, sus zocos, sus cines... También viaja a ciudades próximas: Tetuán, Xauen, Fez... Y nos acerca, en el último tramo, "Al lil" (la noche), a la intimidad del amor. 
Cita Aranda, entre otros, a Haro Tecglen, para quien Tánger era, sobre todo, un estado de ánimo. Lo que, en mi modesta opinión, sigue siendo. Algo que vienen a demostrar libros como éste.

El segundo, más áspero y menos complaciente con ese enclave mítico, entre otras cosas porque en él hay una historia que el narrador necesita olvidar, se titula Fracaso de Tánger y es obra del corresponsal y periodista Alfonso Armada, que lo fecha en 1982. Está publicado, y de qué curiosa manera, por Valparaíso Ediciones.
Al entregármelo, el librero se quejó. Ya había devuelto un ejemplar y éste también venía averiado. Pero no. Pronto caímos en la cuenta. Ni las cubiertas estaban al revés ni los poemas de las páginas pares se habían calcado, a modo de espejo de tinta, en las impares. Como explica Eduardo Jordá (autor de un libro sobre Tánger) en la contracubierta (que es también la cubierta) el libro "se puede leer en dos direcciones: de atrás hacia adelante, como leemos todos en Europa, pero también de adelante hacia atrás, como se lee en árabe". Un curioso alarde, sin duda. 
Por lo demás, lo que de verdad importa, un Tánger más tormentoso y oscuro se abre paso entre sus páginas, sin que por eso se pueda evitar que esa maldita o bendita ciudad, y quienes viven o sufren en ella, acabe encendiéndose en medio de la errática, laberíntica caminata. Brillan, como plazas luminosas, las sakkías, "especie de haikus magrebíes", según Jordá. 

Dos maneras distintas, pero genuinas, de ver la ciudad y dos modos de decirla muy diferentes confluyen en la multiplicidad caleidoscópica de Tánger. Una y muchas, como cualquiera. Eso sí, viajeros y fugitivos, hombres y mujeres en tránsito, se refieren a ella con una suerte de vocabulario, se diría, esencial, donde no faltan el té, las avispas, el viento, las callejas...
Uno que, hechizado, como tantos, por el extraordinario misterio tangerino (lo que saben bien quienes frecuentan este blog), también ha escrito su particular canción de Tánger, no puede por menos que leer estos versos con la emoción del cómplice. Como escribe Alfonso Armada: "Feliz quien olvida su destino". En Tánger, claro.

27.10.13

Los aforismos de Logan

WL
Martín López-Vega, que sigue igual de atento a todo cuanto sucede y pasa (ahora desde Estados Unidos), nos descubre los aforismos del profesor, crítico y poeta William Logan (Boston, 1950), "una de esas moscas cojoneras (con perdón por lo de mosca) que no vienen mal en ningún paisaje para evitar que la tropa sestee más de la cuenta". Espabilan, no cabe duda.
Por mi parte, he dado con otro puñado en la revista Círculo de Poesía. Algunos coinciden. La traducción es del escritor y periodista mexicano establecido en Chicago, Gerardo Cadenas. Pertenecen también a la serie que se publicó en la revista Poetry el pasado mes de marzo.

26.10.13

El caso Azúa

Autobiografía de papel se publica después de Autobiografía sin vida, dos libros complementarios donde Félix de Azúa demuestra que se puede escribir sobre la propia vida sin que ésta apenas intervenga, dando prioridad a las ideas. Allí el protagonismo fue para las artes; aquí, para las letras. 
Se aclara, además, que se trata de dar testimonio de una experiencia común a una generación. Estamos, en consecuencia, ante un “caso” (“mi caso”). “No es el discurso de un yo, sino el de un caso”. Con límite de fechas: entre 1960 y 1980.
Por medio, un cambio. El del concepto de cultura. Entre un “mundo literario tan desaparecido como la Atlántida”, que él conoció (tal los nacidos antes de los setenta) y la aparición de lo que denomina “democracia total”, el igualitario “todo vale” posmoderno. El fin del canon y la jerarquía que fijaban, por decantación, las élites y las oligarquías, en vigor durante siglos, a favor de que cualquiera es escritor o artista y cuanto haga, bueno. De ahí a lo mercantil, a la obra de arte considerada como producto de la industria cultural, hay un paso. O ni eso.
En orden de intervención, el libro aborda la poesía, la novela, el ensayo y el periodismo, los géneros que ha venido practicando Azúa, los mismos que ha ido, sucesivamente, abandonando. A cada uno le dedica dos capítulos (a la poesía, tres). En el primero reflexiona (ensaya) sobre lo general y en el segundo aterriza en lo particular.
A la poesía dedica páginas lúcidas y melancólicas. Tras reconocer su tradicional “estatuto superior”, su “origen sagrado”, la consideración romántica de “arte supremo”, explica el derrumbe de la “gran fortaleza de la literatura” apoyándose en la obra de un grupo de poetas y pensadores que le sirve para ejemplificar esa metamorfosis con trazas de caída.
En lo personal, cuenta cómo “un puñado de ilustrados en un país salvaje”, esto es, los Novísimos, efectuaron el cambio interior (habitado por el “cainismo”: o católico o judío) hacia un tipo de poesía no castiza, de “religión lingüística”, con “protagonismo del significante”, “lenguaje de lo incomunicable”, rupturista hasta cierto punto, pues él y sus amigos pertenecen a la última generación que tuvo maestros, “que enlazó respetuosamente con el pasado”. Los del “descubrimiento inconsciente de la posmodernidad” y la cultura de masas.
Cuando comprendió que sus poemas no estaban a la altura de la alta misión de la poesía, convertida en mercancía o letras de canciones, abandonó su práctica (“fracasé como poeta”) y se pasó a la novela.
Un novelista es “un poeta que quiere ser leído por las masas o por lo menos por un gran número de ciudadanos”. Cuestión de estadísticas. Quien publica novelas “acepta de buen grado la mercantilización”. Después de analizar la historia y situación de ésta en la época contemporánea, llega a conclusiones como que su triunfo es reciente y su valoración académica baja. Aterriza en el contexto español y vuelve sobre garbanceros (”línea castiza”) y cosmopolitas (él y los suyos: Marías, Vila-Matas, etc.), con parada y fonda en Benet (maestro indiscutible), Ferlosio y Mendoza, amén de constatar, entre otras cosas, que la “liberación del cainismo” fue posible gracias a los hispanoamericanos.
En ese camino de la “decepción”, el paso siguiente fue el del ensayo. “Muerta la religión, queda el ensayo”, escribe. “Somos los primitivos de nuestra era” y “aún estamos ensayando cómo se sobrevive en una sociedad sin dios y sin ayuda externa”. El arte –su historia, su crítica- ha sido en sus “tentativas” lo más relevante y sobre ello vuelve, más perspicaz que nunca, a fin de desenmascarar esa impostura.
Justifica Azúa su paso por el periodismo (el género que más ha ampliado su espacio fáctico) en función de su importancia para la divulgación de ideas y para hacer literatura. Más desde que llegó esta veloz revolución tecnológica globalizada en el que nos movemos, donde “todos somos periodistas”. La televisión, Internet, los blogs… Al fondo, la omnívora “democracia total”, ese monstruo que condiciona y dirige nuestras vidas y que en el futuro tal ver llegue a ser “un estado totalitario feliz”.
Cierra el volumen –“breve reportaje”, dice– un ameno capítulo sobre el fin de los sombreros, prendas que evitaban que se escapara “la vieja costumbre occidental de pensar, de perder la mirada por encima del gentío”. Y una promesa: “explicarme a mí mismo cuál fue mi principio. Mi Génesis”. Esperamos.

Nota: Esta reseña ha aprecido publicada en el número 359, octubre de 2013, de la revista Quimera

25.10.13

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EFE
Si esto fuera una república independiente, también uno declararía Persona non grata al nefasto ministro Wert.
No es el único político digno de ese deshonroso título, pero, a mi modo de ver, nadie lo merece más. Se ha aplicado lo de la cultura del esfuerzo con un interés digno de sobresaliente. O de matrícula de honor, aunque aquí chirríe la palabra honor.
Comprendo su intención de abandonar la política en cuanto liquide el asunto educativo. ¡Qué tío!
Por cierto, que uno fuera ayer a trabajar (tuve mis razones) no significa que no deteste todo lo que su impresentable ley representa. Su ley, sus recortes (y los de todos sus consejeros y consejeras), su subida de tasas universitarias (he ahí un buen motivo para acudir, mal que me pesara, al colegio) o el endurecimiento de las becas.  Lo digo por lo del camelo de "la mayoría silenciosa".

El Roto

24.10.13

Clarín, 107

Esta vez se ha retrasado un poco su llegada. O acaso mi impaciencia era mayor. Había leído por aquí y por allá algunas opiniones sobre este número de la revista Clarín y estaba deseando tenerlo en las manos. Por ejemplo, para completar la particular visión de Andrés Trapiello sobre su querido Juan Ramón. Ha sido una estupenda idea publicar en papel sus dos conferencias sobre el poeta de Moguer, las que pronunció en la Fundación March el pasado invierno en torno a su vida y sus versos: "La vida hipocondriaca de Juan Ramón Jiménez" y "Poesía y verdad en Juan Ramón Jiménez". 
Mucho me han gustado también los artículos "El secreto de Baroja. A propósito del estilo literario barojiano", de Francisco Fuster García, y "En la tumba de Borges", de Antonio Bravo ("and ne forhtedon na": "que ellos no temieran"), unas pesquisas con aires de novela policiaca. 
Por mi devoción por lo monacal, he disfrutado con "Desiertos de vida retirada. La soledad sonora en la noche, el cántico y la llama", de Pedro García Martín (siempre me pregunto si este colaborador habitual será hermano del director de la revista).
Con gusto he leído también los diarios mexicanos de mi paisano, el diplomático, traductor y poeta Luis María Marina. Y "Sándor Márai y la nostalgia del mundo de anteayer", de Maurizio Serra (aunque me haya chocado leer que su hijo murió "a causa de un émbolo").
Aunque suelen pesar sobre nosotros las primeras versiones leídas de tal o cual poeta extranjero, no he podido resistirme a los encantos de las nuevas traducciones de Cavafis (¡qué poeta!) realizadas por Juan Manuel Macías. Cinco poemas (entre ellos un impecable "Esperando a los bárbaros") que le dejan a uno con ganas de más. 
Magnífica me ha parecido la entrevista de José Antonio Llera & Louis M. Bourne al veterano Antonio Ferres. "Tengo 89 años. A veces pienso si no sería mejor quedarme dormido definitivamente uno de estos días y dejarle el gato a mi amiga Fuencisla", dice. Y más adelante: "La poesía es la punta de lanza de la literatura. (...) Si un escritor antes no ha hecho poesía yo siempre tengo reservas respecto a su obra". Por cierto, tengo que localizar su Caminando por Las Hurdes.
Tampoco me ha decepcionado el diario de viaje de Benítez Ariza en Tánger; mal que a uno le pese, cada día más de moda. Ni el paseo por Perugia de Bernardo Fáñez (que en principio creí un heterónimo de Martín, pero que existe, es profesor universitario, como él, y "otro enamorado" de esa ciudad italiana), ni la reflexión de Carlos Moreno Guerrero sobre el declive y desafección del periódico El País.
A falta de algunas lecturas, dejo para el final lo que debería haber comentado al principio, aquello que, sobre todo, iba buscando en esta entrega. Me refiero a "Variaciones sobre lo inexplicable", del poeta Francisco Alba, un impresionante texto, por llamarlo de alguna manera, sobre la inesperada y accidental muerte de su todavía joven mujer. Hay que leerlo. Memorable.
No faltan, en fin, y como siempre, un puñado de reseñas (una mía, del último libro de Ripoll).
Redondo, sí, este Clarín

23.10.13

La poesía de Julia Hartwig

JH / E.Hartwig
Sí, me he dado cuenta de que últimamente traigo a este rincón a muchas poetas. No es deliberado. A diferencia de otros, y no señalo a nadie, nunca he tenido dudas al respecto: hombre o mujer, poco importa si lo que escriben es poesía. 
De la polaca Julia Hartwig (Lublin, 1921) uno sabía por los blogs de dos excelentes traductores: Abel Murcia y Xavier Farré. Que la poesía de Polonia es un filón inagotable, lo dedujo uno hace mucho tiempo. Esta es otra prueba. Y de qué notable naturaleza. 
Dualidad es el título elegido para esta amplia antología de los poemas de Hartwig que publica, en edición bilingüe, Vaso Roto. Abre el volumen un comedido prólogo -firmado por sus editores, Antonio Benítez Burraco y Anna Sobieska, en la polaca Carmona- que nos pone sobre la pista de una poesía caracterizada, ante todo, de ahí el título, por su intento de conciliar contrarios. Dualidades como la vida y la muerte, por ejemplo. En busca del deseable equilibrio, de la armonía ("Lo que sucede es que no me gusta el caos. Creo necesario pensar de un modo equilibrado." "Solo puede salvarnos mantener el ritmo / y la visión de la armonía"), Hartwig escribe desde la mesura, la templanza y la morigeración. Además, apuesta por la racionalidad. Por su "forma contenida, cuidadosa, precisa y ajena -como explican sus traductores- a cualquier tipo de experimentación o de confrontación con estilos precedentes", ha sido tachada de "clasicista". Nada nuevo. 
Otro de sus puntales poéticos se establece sobre la memoria ("poetisa de la memoria" la denominan), y tampoco por ahí se busca la novedad. 
Esa obsesión por la dualidad se manifiesta en su gusto por la paradoja y lo paradójico: "Todo está como entonces. Nada está como entonces". Abundan en sus poemas (y uno se alegra por la coincidencia) los "sin embargo" y los "no obstante": "No obstante, esto ya es la vida y no somos pocos los que estamos ya muertos de veras". O: "Y, no obstante, también eso fue vivir".
En la antología hay poemas magníficos: "Los antiguos nombres", "A despecho de uno mismo" ("Todos los poetas del mundo escriben el mismo poema"), "También es eso" ("El arte es conjurar la existencia / para que perdure"), "El manuscrito", "Al acercarse el final", "Cosas que vuelven", "De viaje", "Fuera del tiempo", "Meditaciones"...
En "Coda" da un verso que es una poética: "Siempre buscando aun sabiendo inescrutable el misterio". Lo mismo que cuando escribe: "Mirar con atención. Guardar en la memoria."
En "Claro, poco claro" leemos: "Los sentimientos más apasionados / no alumbran los mejores poemas / ni la música más lograda / ni los cuadros más sublimes / Y no obstante sin ellos / nada podría ver la luz". Termina: "Admite / que en todo esto hay algo poco claro".
Como buena polaca (y presupongamos que católica), la culpa es un tema muy presente. En poemas como "Más tarde más temprano" o "Desaliento" ("siempre culpable").
«Escribir representa mi salvación. Y, no obstante, yo no escribo para salvarme. Escribo simplemente porque siento la necesidad de hacerlo aunque, al mismo tiempo, he descubierto en ello algo que da sentido a mi vida. El mal sobreviene cuando la vida carece de sentido y cuando no hay nadie capaz de sugerirnos cuál puede ser ese sentido», ha dicho Hartwig, un nombre que añado con gusto a mi lista de poetas polacos. Tan lejos, tan cerca. 

21.10.13

Una antología de Jesús Aguado

La insomne. Antología esencial 1987-2012 se titula el último libro de Jesús Aguado, que nació "casi en Sevilla" en 1961. Lo publica la mexicana Fondo de Cultura Económica, que cumple estos días sus primeros cincuenta años en España. 
La selección y el prólogo corren a cargo de otro poeta, José Ángel Cilleruelo. Ha elegido bien. "Vidas y poéticas de Jesús Aguado" es una certera y concienzuda aproximación a la poesía compleja y múltiple del andaluz que comienza así: «“No conozco a ningún poeta que lo sea tanto como Jesús Aguado, quiero decir que lo sea tan constantemente. Ha hecho de su propia vida un acto continuamente poético”. Desde que en 2008 Juan Bonilla escribiera estas palabras, cualquier aproximación al autor objeto de esta antología ha de empezar citándolas». También las menciona Vicente Luis Mora en El fugitivo. Poesía reunida: 1984-2010 (Vaso Roto, 2011) y uno ahora. Precisamente Bonilla fue el responsable de otra antología de Aguado: Mendigo (Antología poética 1985-2007) (Renacimiento, 2008). 
Aguado, Cilleruelo y Bonilla pertenecen a la misma generación poética, del de los 80, la de los "poetas españoles de la democracia" (Prieto de Paula), una promoción de la que uno se siente orgulloso de formar parte. Por obras y poetas tan singulares como Aguado, uno de sus miembros más genuinos, "en el epicentro", que se separó pronto, como está mandado y explica muy bien el prologuista, del grupo nuclear y la correspondiente tendencia dominante para volar en solitario hacia su propia obra. A veces lejos, como a Benarés, en la India, donde ha vivido largas temporadas en distintos periodos. 
Sí, una obra escrita "contra el "realismo costumbrista" que dominó durante años el panorama, al margen de la renovada polémica entre comunicación y conocimiento. Centrada en "una de las paradojas fundacionales de la poesía actual": "Solo se puede profundizar en el yo sintiéndose cada vez más otro". Y ahí "el fugitivo", más que como título, como emblema. De la alteridad. Alguien que busca "el afuera", tanto en lo personal como en lo formal. Y un único "tema transversal": "el amor o su ausencia". Como tema y como lenguaje. El "dios único" de la poesía, la filosofía y la religión. 
Un alter ego de Aguado sitúa su poesía en el mejor lugar. Se trata de Vikram Babu, poeta hindú del siglo XVII, cestero de Benarés, cuyos versos apócrifos señalan acaso mejor que otros "el arte de la fuga" hacia la esencialidad expresiva, el amor y el conocimiento. 
Uno va leyendo y encuentra plasticidad, imaginación, variedad, frescura... Eso que tiene de genuino la poesía (vuelvo a traer esa peligrosa palabra en homenaje a E. Bishop) cuando de veras lo es. 
Uno se topa también con lo paradójico, una manera de pensar: "Lo que existe parece que no existe". Con la filosofía, oriental sobre todo, aunque tocada por el decisivo encuentro de Aguado con María Zambrano, de quien llegó a ser amigo. 
La antología se cierra con un epílogo del autor: "Poeta es el que no duerme". "No un mago sino un testigo fiel, tenaz, minucioso, informado, insobornable". "La poesía siempre me ha quitado el sueño."
Aguado es un fugitivo que se ha escapado de todas las prisiones, como cualquier poeta que se precie: la de la Historia, la del Yo, la del Sentido, la de la Ideología...
Está en contra de los poetas que siempre escriben el mismo libro (él ha hecho todo lo contrario, sí, pero su voz no deja de apreciarse como suya, me temo que sin remedio, desde el primer al último verso). Desconfía, en fin, de la Poesía y se niega a tener una poética. Porque, concluye, "el buen poeta es un hábil fugitivo". 

20.10.13

GHB, Extremeño de HOY

GHB / Pilar Porras












Mantengo la noticia en secreto desde el martes de la semana pasada, cuando Merche Barrado me llamó para comunicarme que habían concedido a mi amigo Gonzalo Hidalgo Bayal el Premio "Extremeño de HOY", creado hace ahora 25 años por el periódico extremeño.
Este es un premio merecido, desde hace tiempo, y, además de justo, limpio, ya que la elección de los premiados se realiza democráticamente entre los redactores del diario. No tiene dotación económica, aunque sí trofeo: la famosa encina cúbica diseñada por José Luis Hinchado.
Una alegría, sí. Hacía diez años que no se le concedía a ningún escritor, algo que, por cierto, me intrigaba. (Pronto se verá hasta qué punto.) Lo fueron, yendo hacia atrás: Jesús Sánchez Adalid, Javier Cercas, Dulce Chacón, Á. V., Santiago Castelo, José Antonio Ramírez Lozano, José María Valverde, Pedro de Lorenzo, Jesús Delgado Valhondo, José Luis García Martín, José Antonio Gabriel y Galán y Luis Landero.
"Hecho (y leído) el relato del premio (Noticia de un premio, podría llamarse), se puede suspender la ceremonia", me escribió Gonzalo tras darle la enhorabuena. "Esto entra en las categorías de cenas homenaje de que habla Mairena", añadió con la ironía que le caracteriza. A él tampoco le gustan esos actos públicos con discursos y autoridades. Para colmo, hay que sustituir el machadiano aliño indumentario por el traje y la corbata. La fiesta será, por cierto, en el Palacio de Congresos de Badajoz el próximo día 29 y uno tendrá el honor de entregarle la pesada estatuilla conmemorativa.
Terminaba su breve carta, y una escueta reflexión sobre los premios, con una palabra elocuente: "humildarse".
Me referí aquí atrás al "otoño Bayal" y puedo asegurar que uno no esperaba que llegara a tanto. Bien está. Salud, maestro.

19.10.13

RAEX

Palacio de Lorenzana, sede trujillana de la RAEX















Me refiero a la Real Academia de Extremadura de las Letras y las Artes, fundada en 1980, en los albores de la democracia. La única a la que nuestro rey, según tengo entendido, ha dado esa monárquica condición. 
Compuesta por veinticinco miembros numerarios, casi todos de edad provecta, en la región su presencia es más que discreta. Quiero decir que ni se la elogia ni se la critica más de lo deseable. Sobre ella pesa un prudente silencio. Buena parte de la culpa de ese callado, distante respeto la tiene su director, Santiago Castelo, hombre más allá del bien y del mal, fino diplomático dotado de una bonhomía a prueba de bombas (¡menuda tropa!), un ser respetado, invulnerable tanto a tirios como a troyanos, amado por la derecha y por la izquierda, lo que saben muy bien quienes le eligieron y le siguen reeligiendo votación tras votación para esa compleja tarea.
Está por ver que alguien se atreva a denunciar algo relativo a la venerable institución, francotiradores al margen. Que se pongan en cuestión las subvenciones que recibe, por ejemplo, en estos tiempos aciagos de duros recortes en materia de cultura. O que se aluda a su presunto carácter ornamental y suntuario, que es otro de los pareceres que se oyen por lo bajini, muy relacionado con el anterior. La inmensa minoría calla por ignorancia o indiferencia. Algunos, por si acaso les llaman algún día para formar parte de esas apretadas filas. 
No hace falta decir que, junto a miembros de sobrada autoridad intelectual en distintas disciplinas artísticas (la música o la historia, pongo por caso), deambulan por la RAEX personajes carentes de ella, algo que suele ocurrir, por desgracia, en cualquier grupo humano.
Cuentan que en un viaje por estas tierras de un afamado literato capitalino surgió a los postres de la comida el tema de la Academia. Al parecer, el invitado fue mencionando nombres de extremeños que, daba por descartado, estarían en la docta casa. Para su sorpresa, no acertó con ninguno. 
La reciente incorporación de los tres últimos académicos: Félix Grande, Carmen Fernández-Daza (hija de uno de los fundadores, Mariano Fernández-Daza, Marqués de la Encomienda) y Pureza Canelo, hacen concebir esperanzas de renovación y movimiento en un organismo que tiende al anquilosamiento y a la fijeza. A la pompa, ay, más que a la circunstancia. 

18.10.13

Pasajes de la memoria

El poeta Carlos Alcorta (Torrelavega, 1959) publica Vistas y panoramas en la zaragozana Eclipsados. Está compuesto de breves textos en prosa que uno interpreta como meditaciones o contemplaciones que desde el primer momento parecen atender a una manifiesta voluntad de estilo. Con un gran sentido de la oportunidad, cada cual a su modo, Fernando Aramburu en su blog y Gonzalo Hidalgo Bayal en "El efecto M" han reflexionado recientemente sobre ese asunto con la clarividencia que ambos gastan. Reivindicando, digamos, un "estilo propio". Pues bien, salvando todas las distancias y sin entrar en detalles, este lector lo primero que notó en este libro es esa manera de decir propia de alguien que quiere dar singularidad a su escritura. Acaso porque "El lenguaje sustituye a lo real, lo reinventa". O porque, si bien lo hace en prosa, no por eso deja de lado a la poesía, primera y esencial ocupación de Alcorta. 
Un lenguaje, añado, con frecuencia metafórico donde se aprecia un vocabulario cuidadosamente escogido.
Más allá, "la experiencia de envejecer", por ejemplo. Y múltiples y caleidoscópicas miradas sobre la vida y sus paisajes (no faltan, como en cualquier cántabro, el mar, las playas...), las de alguien que afirma: "Esto es lo que veo". 
Hay un tono de diario en el conjunto. Y un momento que se repite: el del amanecer. 
Prima, cómo no, la memoria.
Tampoco faltan las cavilaciones sobre la escritura ("Motivos para escribir").
Se puede afirmar que no pocas veces estas prosas se deslizan hacia la ficción narrativa y, entonces, se convierten en relatos. Breves o no tanto: "No debes pensar en un oso blanco". 
Para terminar, destacaría un texto que me ha gustado especialmente. Sobre la infancia: "Casa natal". 

17.10.13

Cuaderno Ático, 2

Juan Manuel Macías es el director y editor de Cuaderno Ático, que acaba de publicar su número 2. 
No le falta a esta revista poética delicadeza ni elegancia, la misma que según el diccionario caracterizara, de ahí el aticismo, a los escritores y oradores atenienses de la edad clásica. Sí, basta con ver su sencillez y limpieza tipográfica para darse cuenta de que el espíritu ático preside esta empresa. No en vano JMM (Cartagena, 1970) es filólogo, helenista, traductor y, como se acaba de señalar, tipógrafo, además de poeta. 
El índice de la segunda entrega confirma las expectativas de la primera y asegura al lector momentos tan intensos como agradables.
Los colaboradores son, por orden de intervención: Á. V., Agustín Pérez Leal, Teresa Soto, Ibon Zubiaur, Marta López Luaces, Toni Quero, Natalia Litvinova, Juan Andrés García Román, José María Jurado, Efi Cubero, José María Castrillón, Elena Stagkouraki, Xavier Farré, Elías Moro, Miguel Ángel Muñoz Sanjuán, Esther Zarraluki y Manuel Rico.
En la variedad, como quiere el tópico, está el gusto. Pasen y lean. 

16.10.13

Ariza

Me entero por el blog de Miguel Ángel Lama de la muerte del profesor Ariza. ¡Qué gran tipo!

Dos libros y un prologuista

Dos libros recientes que poco o nada tienen que ver entre sí, en lo que a su contenido y respectivas poéticas se refiere, tienen, sin embargo, el mismo prologuista. Y no uno cualquiera, sino el poeta Basilio Sánchez, que no se caracteriza precisamente por sus apariciones, y menos en prosa. Dos prólogos, añado, que suman a los libros que acompañan un plus digno de ser señalado. 

"La sal de la mirada", se titula uno de ellos y está al frente de la reedición de Las ciudades de la llanura, ópera prima de José María Cumbreño, cacereño del 72, profesor del IES "Albarregas" de Mérida. 
En 2000 apareció en la colección Poesía de la Editora Regional de Extremadura y ahora en Los cuadernos ególatras de Ediciones Liliputienses.
"Las ciudades de la llanura, escribe Basilio Sánchez, está construido con los utensilios de la meditación y la memoria, pero también con el de la mirada, una mirada contemplativa cargada de intuiciones que es capaz de fundirse con lo mirado y que, por encima de todo, supone la manifestación de un sentimiento profundo de piedad hacia los seres y los objetos que comparten su existencia con nosotros". 
Miguel Ángel Lama se ha ocupado del libro en Pura tura.

El otro, "La poesía como acercamiento", está en La caja de piedras y otra caja de palabras, de Ana María Reviriego (Aldeanueva del Camino, 1958), profesora del IES "Valle del Jerte" de Plasencia, libro que publica la Editora Regional de Extremadura en la colección Vincapervinca.
Érase una vez el mar, su primer y único libro, vio la luz en Terremozas hace treinta años. 
De esta segunda entrega uno destacaría la primera parte (de la que toma la obra medio título), intensa como el momento vital a que alude. En general, la de Reviriego es una poesía clara y cercana, memorialística y autobiográfica. En este libro vuelve, sobre todo, a la infancia, a la niña que fue.
"Toda obra de arte, escribe Basilio Sánchez, tiene la obligación de hacer una conquista, y la conquista en el lenguaje que Ana María hace en este libro deriva de la conquista, a través de la memoria y la imaginación, de su propio territorio, de su paisaje íntimo, de todas las geografías que le son propias."

15.10.13

Wendy Guerra dixit

W. G / Diario de Sevilla
“La poesía es mi protección mágica, cuando tengo mucho miedo recito los poetas de mi madre, en los hospitales y en las aduanas, en los vuelos intercontinentales cuando hay mal tiempo recito poemas que son mis compañeros de vida y de viaje. No tengo familia y creo que los poetas que yo amo son todo lo que tengo.
Me gusta mucho Sigfredo Airel, Antonio Ponte. Quiero hablar de poetas cubanos porque no son conocidos, pero soy una enamorada de la poesía japonesa, francesa y norteamericana. Quiero hablar de Eliseo Diego, de Lezama Lima, y quiero compartir esta, un pequeño fragmento de un poema de mi madre, la desconocida poeta Albis Torres que dice: ‘Mi país es ese instante único / que ahora mismo sucede en todas partes, / orillas de la tierra, / lugares a los que no sé ir / ni puedo, y llego sin embargo. / Amo esa alquimia de olas y pacientes orillas. / No hay mejor patria / ni asta en que poner / bandera alguna”. (El País)

14.10.13

En torno a la poesía de Ada Salas

Precisaba aquí atrás el crítico Fernando Valls que, en la pesquisa de la revista Quimera sobre los mejores libros de los últimos treinta y cinco años, "si el cómputo lo hiciéramos por editorial y colecciones, las más destacadas serían Poesía Hiperión y Nuevos textos sagrados, de Tusquets". Me acordé de Ada Salas (Cáceres, 1965), quien, después de publicar casi todos sus libros en la primera, cambia de editorial. Y fue así porque tenía entre manos Limbo y otros poemas, que ya forma parte de la preciosa colección Cruz del Sur, de la valenciana Pre-Textos.
Uno lleva muchos años leyendo a Ada Salas. Lejos queda ya su primer libro, Arte y memoria del inocente (1988), que fuera premio "Juan Manuel Rozas", en cuyo jurado tuve la suerte de participar. Después han seguido Variaciones en blanco (1994, Premio Hiperión), La sed (1997), Lugar de la derrota (2003) y Esto no es el silencio (2008, Premio Ricardo Molina-Ciudad de Córdoba). En 2009 apareció una primera reunión de su obra poética: No duerme el animal (Poesía, 1987-2005) y en 2010, con el pintor Jesús Placencia, Ashes to ashes.
Conviene recordar que es autora de dos libros de reflexiones y ensayos sobre la escritura poética: Alguien aquí (2005) y El margen. El error. La tachadura (de la metáfora y otros asuntos más o menos poéticos) (Premio Fernando T. Pérez González) 2010). Tampoco faltan las meditaciones sobre lo escrito en su poesía, algo normal si tenemos en cuenta a qué tradición poética pertenece. A falta de un membrete mejor -y a uno, que conste, desprovisto del matiz peyorativo, le gusta-, la poesía de Ada Salas ha sido adscrita a la denominada poesía del silencio. Algunos, no siempre con la mejor intención, la han considerado una aventajada discípula de Valente, el representante más genuino de esa corriente en España. Que Salas ha seguido más lejos que nadie por ese camino es algo que casi nadie duda; pero eso no es un demérito, sino todo lo contrario. Ella no ha rehuido nunca esta delicada cuestión. Hace poco la entrevistaba en El Periódico Extremadura el escritor Salvador Vaquero (para su sección Letras desnudas) y a la pregunta "¿Te sientes heredera de la línea poética de José Ángel Valente, con poemas minimalistas en busca de la esencia?", ella respondía: "No lo sé. Esto es algo que yo no puedo ver: uno es muy mal lector de sí mismo. Pero si quien me lee aprecia esa filiación, sólo puedo alegrarme y sentirme orgullosa. José Angel Valente, además de que fue mi amigo en sus últimos años de vida, supuso la asunción de una línea de escritura vertebral en el panorama de la poesía europea contemporánea: poesía como lo opuesto a la verborrea, al fárrago verbal. Si lo que escribo consigue acercarse a esa concepción del lenguaje poético, entonces soy valentiana, hago poesía del silencio, poesía minimalista, lo que se quiera". En otra reciente conversación, ésta con el poeta J. Mª. Cumbreño, también se ha referido sin empacho a este asunto (y a otros más interesantes). Con todo, lo nuclear no es eso. Tendencias y escuelas al margen, lo que el lector tiene delante son poemas y sólo a eso ha de atenerse.
No cabe duda de que su poética es, además de silenciaria, de estirpe hermética (menos en sus últimas entregas, sobre todo en la anterior, significativamente titulada Esto no es el silencio), lo que exige un lector paciente, concienzudo y entregado, como suelen serlo todos los que se acercan a la poesía.
Sus versos, a veces de una sola palabra, delgados, fragmentarios, escindidos, se encabalgan entre espacios en blanco (más silencio) y miden su elocuencia más por lo que callan que por lo que dicen. Sí, todo está medido aquí. Puede que falten palabras, pero jamás sobra ninguna.
Se alude cada poco a la insuficiencia del lenguaje, otro rasgo inseparable de esta forma de decir: "El muro / en que viene a parar todo lenguaje", escribe, o: "para aquello que sabes / nunca / ha tenido palabras / (nunca / ha tenido palabras)."
En "(Epílogo)", el primer poema del libro, que comienza con el significativo verso: "Lo que añurga y atora.", leemos: "No / el dolor no se puede contar. El dolor / es abstracto -incontable / por tanto según / la oscura gramática- / es decir / el dolor es la forma / más / acabada del caos." También: "El deseo es lo mudo."
Al fondo, el amor ("No / había escrito / nunca / un poema de amor"). Pasión fría. Y animales extraños, heridas, cuerpos... Y mujeres y madres. Y poetas (abundan las citas a lo largo de la obra y hay tres homenaje explícitos: a Hölderlin, Plath y Apollinaire). Y pintura (anunciaciones, Rembrandt...). Por cierto, qué hermosa la viñeta de la cubierta, de Ramón Gaya, a partir de La fábula de Aracne, el famoso cuadro de Velázquez conocido popularmente como Las hilanderas.
Me ha quedado un regusto amargo tras la lectura. Hay mucho dolor ahí concentrado. No poca melancolía. O eso me parece.
En el panorama, y termino, pocas obras más vertebradas, rigurosas y coherentes, más fieles a sí misma (y a sus ideas sobre poesía) y más ajena a las veleidades de la moda, que la de la extremeña Ada Salas. Limbo y otros poemas, decisivo paso adelante, vuelve a subrayarlo. Y de qué singular modo.

13.10.13

En El Castillo de la Biosfera

Víctor Peña me envió aquí atrás una fotografía del Castillo de la Biosfera. Está en San Martín del Castañar, en la salmantina Sierra de Francia. Desde allí, el pueblo de su padre, llegó esta imagen. Con su sombra y todo.
Isabel Sánchez me pregunta ahora si sabía de la existencia de ese par de versos míos allí colocados. Adjunta otra fotografía donde, ay, se puede apreciar que justo detrás, o eso parece, hay un cementerio. Y éste, me temo, no es alemán.


Componente oeste

Y., A. y yo pasamos el Día de Extremadura en Portugal. Nos acercamos a Castelo Branco, ciudad hermanada con Plasencia, que uno no conocía. 
Lo mejor de los viajes son las sorpresas. Qué sitio tan bonito, qué paseos tan agradables, qué bien comimos (y qué barato), qué maravilloso el barroco Jardín del Paço, más por ese poema de mi admirada Sophia de Mello Breyner que se puede leer a la entrada, en el centro de interpretación, y que, claro, me recordó a mi añorado Ángel Campos, traductor suyo al español.
El día nos regaló una luz especial, limpia, muy acorde con el espíritu de ese lugar fronterizo donde uno se encontró como en casa.
Mejor acaso que todo lo dicho hasta ahora, el trato que los portugueses te regalan. No dábamos crédito: mientras esperábamos en el restaurante para ocupar una mesa, señores mayores nos pedían perdón desde la suya por no poder comer más deprisa y aliviar, así, el hambre y la espera.
Dicen nuestros vecinos que, de España, ni viento ni casamiento. Por el contrario, para uno, que nunca se perdonará no conocer Portugal mejor, siempre es bienvenido su viento (de poniente), su paisaje, sus lugares y su gente. No digamos su literatura. La poesía ante todo.

JARDIM PERDIDO

Jardim em flor, jardim de impossessão,
Transbordante de imagens mas informe,
Em ti se dissolveu o mundo enorme,
Carregado de amor e solidão.

A verdura das árvores ardia,
O vermelho das rosas transbordava
Alucinado cada ser subia
Num tumulto em que tudo germinava.

A luz trazia em si a agitação
De paraísos, deuses e de infernos,
E os instantes em ti eram eternos
De possibilidades e suspensão.

Mas cada gesto em ti se quebrou, denso
Dum gesto mais profundo em si contido,
Pois trazias em ti sempre suspenso
Outro jardim possível e perdido.

(Aquí  se puede leer una versión en español, del mexicano Miguel Ángel Flores)

12.10.13

Tres antologías renacentistas

Las tres de la famosa colección a rayas de Renacimiento
La primera, Presencias y figuras. Antología 1937-1976, de Lezama Lima. La edición corre a cargo de Manuel Neila, que ha escrito una precisa y concienzuda  introducción a la altura de las dificultades que plantea para cualquier lector uno de los poetas más innovadores, originales y atrevidos de nuestra lengua, autor de la obra poética "más enigmática de las literaturas hispánicas contemporáneas", según Neila. Aunque en mi juventud leí al cubano con devoción y paciencia (también en su faceta ensayística), hacía mucho que no releía los versos barrocos del autor de Fragmentos a su imán, su libro póstumo, mi preferido.
  
La segunda, Yo, poeta decadente, de Manuel Machado. A pesar de que uno sea más de don Antonio, nunca me desagradó, al revés, la poesía de Manuel, tan diferente a la de su hermano. Como radicalmente distintas eran sus personalidades.
Para la ocasión se ha desempolvado un ocurrente y certero texto de Felipe Benítez Reyes, "Silueta de Manuel Machado", que le viene que ni pintado. De mi generación, él y Carlos Marzal encabezaron la reivindicación del andaluz, preterido a causa de su filiación franquista, autor de unos versos muy en sintonía con la poesía que ambos escribían por aquel entonces.
La selección de los poemas es de Abelardo Linares y el texto está revisado por Antonio Duque Amusco.

La tercera, Señor de los balcones. Antología poética 1991-2010, de José Luis Vidal Carreras. Poeta de origen vasco residente en Alicante (donde ejerce como profesor de Griego), confieso que, hasta ahora, era para mí un perfecto desconocido, a pesar de sus siete libros publicados. Porque mi caso no es una excepción, Antonio Moreno ha reunido cien poemas suyos con la loable intención de divulgar los versos de un autor digno de ser leído y apreciado.
Uno encuentra en sus versos -poesía del ser, anota Moreno- cierto aire de familia con los de ese grupo central de nuestra poesía formado, además de por el propio antólogo y descubridor de Vidal, por un puñado de poetas levantinos (o allí afincados) como Marzal, Gallego, Cabrera, etc.
Se agradece, en fin, el generoso traspaso de emociones. 

11.10.13

El viaje y Pessoa

"¿Qué es viajar, y para qué sirve viajar? Cualquier ocaso es el ocaso; no es necesario ir a verlo a Constantinopla. ¿La sensación deliberación que provocan los viajes? Puedo tenerla al salir de Lisboa hacia Benfica, y tenerla con más intensidad que quien va de Lisboa a China, porque si la liberación no está en mí, no está, para mí, en ninguna parte. “Cualquier carretera”, dijo Carlyle, “hasta esta carretera de Entepfuhl, te lleva hasta el fin del mundo.” Pero la carretera de Entepfuhl, si la seguimos hasta el final, vuelve a Entepfuhl; de modo que Entepfuhl, donde ya estábamos, es el mismo fin del mundo que íbamos buscando.
Condillac empieza así su célebre libro: “Por más alto que subamos y más bajo que caigamos, nunca salimos de nuestras sensaciones”. Nunca desembarcamos de nosotros mismos. Nunca llegamos a otro, sino otreándonos a través de la imaginación sensible de nosotros mismos. Los verdaderos paisajes son los que creamos nosotros mismos, porque así, siendo dioses suyos, los vemos como verdaderamente son, que es como fueron creados. No es ninguna de las siete partidas del mundo la que me interesa y puedo verdaderamente ver; la octava partida es la que recorro y es mía.
Quien ha cruzado todos los mares ha cruzado solamente la monotonía de sí mismo. Ya he cruzado más mares que todos. Ya he visto más montañas de las que hay en la tierra. He pasado por más ciudades de las que existen, y los grandes ríos de ningún mundo han fluido, absolutos, bajo mis ojos contemplativos. Si viajase, encontraría la copia mala de lo que ya he visto sin viajar.
(...)
¿Qué me puede dar la China que no me haya dado ya mi alma? Y, si mi alma no me lo puede dar, ¿cómo me lo dará la China, si veré la China, si la veo, a través de mi alma? Podré ir a buscar riqueza a Oriente,
pero no riqueza para el alma, porque la riqueza de mi alma soy yo, y yo estoy donde estoy, sin Oriente o con él.
Comprendo que viaje quien sea incapaz de sentir. Por eso son siempre tan pobres como libros de experiencia los libros de viajes, que solamente valen por la imaginación de quien los escribe. Y si quien los escribe tiene imaginación, tanto nos puede fascinar con la descripción, minuciosa y fotográfica, de paisajes imaginados, como con la descripción, forzosamente menos minuciosa, de los paisajes que creyó ver. Todos somos miopes, excepto hacia dentro. Solo el sueño ve con la mirada.
(...)
En el fondo, en nuestra experiencia de la tierra solo hay dos cosas: lo universal y lo particular. Describir lo universal es describir lo que es común a toda alma humana y a toda experiencia humana: el vasto cielo, con el día y la noche que suceden desde él y en él; el correr de los ríos, todos de la misma agua originaria y fresca; los mares, montañas temblorosamente extensas, guardando la majestad de la altura en el secreto de la profundidad; los campos, las estaciones, las casas, las caras, los gestos; el traje y las sonrisas; el amor y las guerras; los dioses, finitos e infinitos; la Noche sin forma, madre del origen del mundo; el Hado, el monstruo intelectual que es todo…
Describiendo esto, o cualquier cosa universal como esto, hablo con el alma el lenguaje primitivo y divino, el idioma adánico que todos entienden. Pero ¿qué lenguaje astillado y babélico hablaría cuando describiese el ascensor de Santa Justa, la catedral de Rheims, los pantalones de los zuavos, la forma como se pronuncia el portugués en Tras-os-Montes? Estas cosas son accidentes de la superficie; pueden sentirse con el andar pero no con el sentir. Lo que es universal en el ascensor de Santa Justa es la mecánica que facilita el mundo. Lo que es verdad en la catedral de Rheims no es la catedral ni Rheims, sino la majestad religiosa de los edificios consagrados al conocimiento de la profundidad del alma humana. Lo que es eterno en los pantalones de los zuavos es la ficción coloreada de sus trajes, lenguaje humano, creando una sencillez social que es, a su modo, una nueva desnudez. Lo que es universal en las pronunciaciones locales es el timbre casero de las voces de personas que viven espontáneamente, la diversidad de los seres en conjunto, la sucesión multicolor de sus maneras, el límite de los pueblos y la vasta variedad de las naciones.
Transeúntes eternos por nosotros mismos, no hay más paisaje que lo que somos. Nada poseemos, porque ni a nosotros mismos nos poseemos. Nada tenemos porque nada somos. ¿Qué manos tenderé hacia qué universo? El universo no es mío: soy yo." 
Fernando Pessoa, en traducción de Antonio Sáez Delgado. Muito obrigado.

10.10.13

Un mexicano en Grecia

Admiro desde antiguo al poeta mexicano Hugo Gutiérrez Vega (Jalisco, 1934). Ya lo he contado alguna vez en este rincón. Es el autor de un libro sobre mi pueblo, Cantos de Plasencia, y de otro situado también en esta tierra: El tarot de Valverde de la Vera, publicados en un mismo volumen por Taller Prometeo de Poesía. Asistí expectante a su presentación recién inaugurada la década de los ochenta. Fue en el aula de la calle Verdugo. Donde empezó casi todo. 
Luego me encontré con él en el Congreso de Escritores Extremeños de Badajoz. No sé si también estuvo, antes, en el de Cáceres. 
Durante años, cada vez que me cruzaba con Brines, éste me preguntaba por la presunta casa que el ayuntamiento de Plasencia había regalado al poeta, algo bastante inverosímil que uno nunca llegó a constatar. 
La diplomacia trajo hasta España, finales de los setenta, a Gutiérrez Vega. Fue consejero cultural de la Embajada de México en Madrid, como antes en las de Roma, en condición de agregado, y Londres. También ejerció en las de Washington y Río de Janeiro, para culminar su carrera como embajador en Grecia. Allí llegó en 1988 y se fue siete años después. En aquel país escribió, según Marco Antonio Campos, "el mediodía de su obra" y, de paso, dio "una imagen de un país y de su historia". Hasta el punto de que "empieza a ser un griego y a escribir como griego pero en idioma español". Fruto de esa estancia, sí, tres libros: Los soles griegos (1990), Cantos del Despotado de Morea (1994) y Una estación de Amorgós (1997), reunidos en Los pasos revividos, que publica la editorial Vaso Roto con un excelente e informado prólogo del recién citado. Un acierto. Los poemas que componen el conjunto, más allá de las unidades que lo conforman, no han perdido vigor y el libro, en consecuencia, parece nuevo. Creo que la reunión le favorece.
Contra lo que uno mismo afirmó aquí hace poco a propósito de la colección hispano-mexicana que lo acoge, no hay en Los pasos revividos ni experimentación ni hermetismo. Sólo poesía. Clásica, en el mejor sentido de la palabra. Intemporal, ya se insinuó. Y directa y transparente, como la luz griega, "el país -dice Campos- que más se parece al sol". Conversacional, sencilla. "Me exijo claridad", escribe.
En prosa o en verso, tanto da, porque a las claras se ve que la poesía no se anda con esas zarandajas. Lo que leemos en las presuntas prosas de Una estación de Amorgós, el primero de la serie, es la vida. "Del sitio y de quienes viven en el sitio". Por estos versos aparecen personajes singulares: popes (como el Papa Yorgos), marineros, médicos, ancianos, prostitutas, poetas... Y los cuerpos, el amor y la belleza. Al fondo, el mar, los muelles y los puertos, las islas, los barcos, el viento, las tabernas... También, con sutileza, los poetas griegos: Cavafis, Elytis, Ritsos y, sobre todo, Seferis, otro diplomático. Otro nómada. Otro viajero. Y por muy lejos que HGV vaya, México, Jalisco, están en su mirada y en su memoria, siquiera por contraste.
En Los soles griegos los poemas están en verso, pero el tono no difiere mucho del anterior. HGV se pasea entre restos de templos y columnas truncas, lugares griegos por excelencia que remiten al espíritu de aquella ejemplar civilización: Tebas, Meteora, Delfos, Corinto... Sin embargo, nada más lejos del culturalismo.
No he podido evitar acordarme, a debida distancia, de Atenas, de Juanvi Piqueras.
En Cantos del Despotado de Morea el tono torna épico. Ma non troppo. Cae Bizancio. Y "caen simultáneamente una ciudad, un imperio y un mundo", precisa Campos. "Soñar una ciudad y despertarse / viendo sólo su ruina", comienza el impresionante canto V.
No es lo único que impresiona en este libro de libros de un mexicano en Grecia. Por descubrimientos así merece la pena seguir explorando. 

9.10.13

Cristalizaciones


Cartas

Tomo del blog de Luis María Marina estos interesantes fragmentos de la correspondencia entre los poetas portugueses Jorge de Sena y António Ramos Rosa, que acaba de morir. 

Jorge de Sena: “La poesía es un veneno que liquida más o menos deprisa a la persona que inocula. Siempre ha sido así: no se imagine que eso es una conquista amena de la poesía moderna. No. Siempre lo fue, como actividad absorbente del espíritu, como ocupada ociosidad. Lo que nunca fue, a no ser después de brillantes épocas, es un veneno de segunda mano, es decir, un veneno no por sí mismo sino porque nos dejemos llevar en el aroma que desprenden otros realmente envenenados… Para mí el mayor peligro es precisamente este: el de, si somos poetas, serlo menos arriesgadamente de lo que merecería la pena. La comunión de la poesía ajena, de la mejor, es un incentivo insaciable y una consolación. ¿Me permite que le diga algo? Tengo la impresión de que ustedes [los jóvenes poetas] leen demasiada poesía (¿sabe usted que nosotros, los poetas, somos tradicionalmente los peores y más descuidados lectores de versos?) – se embeben de poesía… y van después a verla, a buscarla, a identificarla, en las cosas, en los acontecimientos, en las palabras. Y claro que la encuentran. Pero aquella otra, única, que habría de acercase un día hasta ustedes –esa nunca llega. Y después, se pierde el hábito… y puede que no vuelva nunca más. Y la persona continúa siendo poeta por ocupación, más perspicaz y más hábil cuanto más siente que huye la otra, y que necesita justificar a sus propios ojos una existencia comprometida por la mirada ajena. Porque no es el derecho de no hacer lo que no queremos hacer lo que nos convierte en poetas: es la propia actividad poética la que nos niega ciertas cosas en que no puede ella apoltronarse perezosamente.” (27/01/1953)

António Ramos Rosa: “¡Qué difícil y qué fácil ser poeta! Ser poeta –he ahí el enorme problema: ¿se es poeta? Reconociendo la osadía de basarme en mí mismo, diré que yo, si soy poeta, al cabo no lo soy porque de nada me ha valido serlo. Ser poeta debería imponer una presencia constante, válida, luminosa, el poeta debería bastarse enteramente a sí mismo y transportar consigo el universo. Pero, ¿quien, !ay!, se siente hoy con fuerzas para semejante tarea? ¿Acaso no está muriendo la poesía? ¿La posibilidad de este imponderable que es la poesía no es al final un resultado de un todo cultural, socio-económico que falta aquí por completo? ¿Dónde queda esa independencia del poeta o, por otro lado, no es la independencia algo que se consigue gracias a ese complejo todo socio-económico-cultural? Claro que los que no son poetas tienen siempre mil determinismos para explicar la razón por la que no son genios… ¿Pero no se puede plantear la cuestión en estos términos?” (18/04/1953)

8.10.13

Carta de Las Mestas

Imponderables de última hora -¡qué racha!- me impidieron incorporarme a las jornadas Las Hurdes desde Buñuel como estaba previsto, esto es, a primera hora de la tarde del viernes. Eso tuvo su parte buena y su parte mala. Ésta, porque no pude escuchar a los ponentes del primer día: Lara, Barbáchano, mi paisano Aparicio o Chano Fernández. La otra, porque me perdí el disparatado discurso del camarada Parejo y el paseíllo del resto de autoridades. 
El sábado salí temprano de casa. Mientras me preguntaba cómo era posible que uno fuera a trabajar hasta Cambroncino, a diario, desde Plasencia, durante años o que recorriera semana sí y semana también aquellos remotos contornos, disfrutaba de un paisaje único que siempre parece inaugurarse para ti. El culmen de la contemplación aconteció en la bajada hasta el cruce de Las Mestas, donde la niebla daba al bosque de pinos un inevitable toque romántico. 
Por una carretera de un solo sentido (debido a los desprendimientos), llegué a la hospedería Hurdes Reales antes de que diera comienzo la primera mesa sabatina. Lo primero, saludar a antiguos compañeros (José María -hijo del ahijado de Alfonso XIII-, José Luis, Mariángeles...), a viejos conocidos (como Hilario Jiménez, profesor del IES de Caminomorisco, que acaba de publicar Exprimiendo limones de madrugada, o Juan Pedro Domínguez, del Centro de Documentación) y, por fin, a los más cercanos, María José, Gonzalo, Antonio y Fernando. También al coordinador de las jornadas, Jesús M. Santos, al que hay que felicitar por el alto nivel conseguido y la excelente organización del encuentro que conmemoraba el ochenta aniversario de la película de Buñuel.
Aprendí no poco aquella mañana: de las intervenciones, por ejemplo, de Antonio Franco (inolvidable la exposición del MEIAC sobre las Hurdes) y Fernando R. de la Flor (sabio y batueco, vecino de la sierra de al lado, la de Francia). Y de las del dibujante Fermín Solís (cuya novela gráfica sobre Las Hurdes de Buñuel publicamos en la Editora antes que en Astiberri, lo mismo que el archicitado clásico de Legendre: Las Hurdes. Estudio de geografía humana, traducido por Barcia, un proyecto que inició Fernando Pérez y que por desgracia no pudo culminar), el profesor Santos Unamuno (que trajo a colación otro libro de mi etapa en la Editora: Freinet en Las Hurdes, y que me ganó para su causa apenas pronunció la palabra "lugar", para hablar a continuación de lo geoliterario y lo cartográfico sin por ello dejar de citar a Leopardi y a los lakistas ingleses en un perfectísimo inglés) o David Matías, becario de la UEX, cuya tesis Las Hurdes imaginarias (dirigida por el citado Unamuno) dará que hablar. 
En la comida me senté al lado de Gonzalo, María José, Antonio y Fernando y llegué a la conclusión de con algunos amigos la conversación es interminable y que estar con ellos nunca cansa. 
Por la tarde, a la intempestiva hora española de la siesta, nos tocó el turno a nosotros: el mencionado Bayal, asiduo de la hospedería, Atxaga, tan cariñoso como siempre, y uno, el poeta (aunque ellos dos también lo sean). Estuvieron muy bien, para eso son narradores de fuste, y uno hizo lo que pudo, que fue poco. Eso sí, leí a petición del coordinador de la mesa -la Barceló voló a Lampedusa- un poema de El reino oscuro, mi libro hurdano. Algo es algo. 
Tras un paseo por los alrededores de la antigua factoría, desaparecí, según costumbre. Venía la mesa sobre los posicionamientos y las marcas y uno ya tuvo bastante con Marca Extremadura. 
El viaje de vuelta fue tan sorprendente como el de ida. Mientras caía el sol (y a ratos me cegaba), le di algunas vueltas a un posible texto sobre "mis" Hurdes. A modo de memorialístico diario. Veremos. 

7.10.13

Cernuda en Norteamérica

José Teruel, profesor titular de Literatura española de la UAM, además de acreditado crítico y ensayista, obtuvo con Los años norteamericanos de Luis Cernuda el Premio Internacional «Gerardo Diego» de Investigación Literaria en 2012, que promueve la Fundación del mismo nombre. Lo señalo porque este galardón sí es importante y la lista de libros ganadores que ha venido publicando Pre-Textos, con el cuidado que la caracteriza, es una ineludible referencia de los estudios literarios de nuestra, digamos, contemporaneidad.
En el capítulo de “Agradecimientos”, primeras páginas del volumen, se menciona a Antonio Rivero Taravillo, autor de Luis Cernuda. Años de exilio (1938-1963), segundo tomo de la biografía dedicada al poeta sevillano que publicó, como el primero, Tusquets Editores. Y es lógico que se mencione porque no deja de ser el más amplio y documentado asedio biográfico concerniente a la vida de este sobresaliente miembro de la Generación del 27. Pero no sólo. Entre las fuentes básicas citadas por Teruel no faltan las obras de estudiosos como Philip Silver, Derek Harris, Luis Maristany y James Valender, así como las de Octavio Paz, Valente y Gil de Biedma.
Con todo, la intención de Teruel está clara: realizar una monografía concreta sobre los años norteamericanos de Cernuda, desde 1947 hasta 1963, cuando muere en México, aunque hasta el final estuvo viajando, siquiera fuera intermitentemente, a U.S.A.
Conviene adelantar que esa intención está de sobras lograda y, por eso, este libro pasará a formar parte de lo mejor de la ya amplísima bibliografía cernudiana.
Comienza Teruel señalando una paradoja: la resistencia de Cernuda a ser biografiado y su asunción autobiográfica. Entre las muchas manías del poeta ésta tuvo un lugar central, hasta el fin de sus días. De ese temor a lo que otros, distorsionándolo, dijeran de él –su leyenda– y de su obra, surge un texto capital, numerosas veces mencionado a lo largo y ancho de este ensayo: “Historial de un libro”, un hito poético de la literatura. Sin olvidar su Epistolario y teniendo en cuenta que su verdadera autobiografía está en sus versos.
Tras analizar el conjunto de la obra de Cernuda hasta el momento de su partida, primero a Inglaterra y después a Estados Unidos, Teruel aborda, paso a paso, los sucesivos destinos del autor de La realidad y el deseo no sin constatar su condición de viajero perpetuo, de permanente exiliado (no sólo de Franco), en continuo éxodo de ciudad en ciudad, errante, nómada y descentrado, a la busca imposible de su lugar en el mundo.
Primero en Nuevo México: Mount Holyoke College (1947-1949) y Middlebury College (verano del 48), en México más tarde (todo un deslumbramiento) y, por fin, en California (UCLA y San Francisco), lo que a Cernuda, a pesar de los pesares, le salvó fue su “voluntad artística”: los poemas, prosas, traducciones y crítica que siguió escribiendo y en las que se centra Teruel (y esto es lo particular y acaso más preciado de este interesante ensayo) por medio de un análisis riguroso que sitúa y valora la auténtica dimensión literaria de Luis Cernuda.
El aislado y solitario, el soberbio, egocéntrico y vulnerable, el presuntamente perseguido, el atildado e idealista, el consciente de que “la existencia es una anomalía”, sacó adelante, tras la beneficiosa etapa inglesa, por sus impagables lecciones e influencias: una tradición, Vivir sin estar viviendo, Variaciones sobre tema mexicano, Con las horas contadas, Poemas para un cuerpo y Desolación de la Quimera. Llegó sin embargo tarde a la edición completa de La realidad y el deseo. Donde de verdad es y está.

Nota: Esta reseña sobre Los años norteamericanos de Luis Cernuda (Pre-Textos, 2013), de José Teruel, ha sido publicada en el número 106 de la revista literaria Clarín.