31.5.14

Balcells & Wylie

Ya sabemos, entre otros medios, por El País, que Carmen Balcells y Andrew Wylie se han unido para formar la agencia literaria internacional Balcells & Wylie, la más poderosa, suponemos, del mundo mundial, que tendrá su sede en Barcelona, Londres y Nueva York, con una cartera de un millar de escritores, entre ellos, 13 premios Nobel.
Carles Geli y Winston M. Sabogal nos han explicado la "jugada maestra" que esa estrategia encubre. Manguel disiente.
He curioseado por curiosear -carezco de tan altas aspiraciones- y no me ha extrañado comprobar que el primer cliente de la lista de Wylie es King Abdullah II, es decir, el rey Abdullah II de Jordania. ¿Alguna duda?

30.5.14

Las lecturas de García Martín

Lecturas buenas y malas. Libros que conviene o no conviene perderse (Renacimiento), de José Luis García Martín, no sé qué número hace en la amplia bibliografía del profesor, crítico, traductor, poeta y puede que inventor del selfie. Uno ya ha perdido la cuenta. Lo que sí ocurre en los últimos tiempos es que sus nuevas entregas no lo son tanto; salvo en poesía, reúnen textos publicados con anterioridad. En lo que a la crítica se refiere, esto no es una novedad pues no son pocos los libros que ha editado con recopilaciones de reseñas y artículos que habían aparecido en revistas, suplementos o periódicos. Las que aparecen aquí las hemos venido leyendo, entre otros lugares, en su blog Crisis de papel, uno de los dos que mantiene.
"Criticar por criticar" abre el volumen, un conjunto de aforismos, a los que tan aficionado es, donde, a modo de prólogo, ajusta las cuentas con poetas, críticos y demás familia lírica. "Nadie verdaderamente inteligente se dedica a la crítica", dice el segundo. La provocación es marca de la casa, sí, como lo es su juego con las paradojas, otro de sus deportes literarios favoritos.
"Gente, historias, literatura" agrupa reseñas sobre autores, digamos, clásicos: de Baroja a Borges, de Juan Ramón a Cernuda, con calas en Carmen Laforet, Elena Garro o Enma Penella. Termina con un interesante acercamiento, sin contemplaciones, a la vida y obra de José María Álvarez, ese misterio cartageneroparisino (no sé si clásico o no).
"La crítica asnal y otras críticas" nos devuelve al fiero polemista sin pelos en la lengua, alguien nada diplomático al que le encanta llevar la contraria, un hombre amado y odiado no sé si a partes iguales. Allí, el feminismo, los premios, las mafias...
"Prosas de diario" alude a ese género, el diarístico, del que es arte y parte, un adelantado a esa moda en España. Allí, H. Barrero, Iñaki Uriarte, J. Á. Valente, Trapiello, Malpartida, Freixas...
En "Charlas de café" regresa el tertuliano (de Oliver, por ejemplo), el inventor de conversaciones apócrifas donde preguntas y respuestas suelen ser obra suya y no de los personajes que se sientan a la mesa. Muchos son los convocados y muy sabrosos los comentarios que sobre ellos (su existencia, sus libros) desgrana.
"El arte de editar", que él conoce bien, sirve para poner en su sitio a editores de obras ajenas, poco importa que se llamen Francisco Rico, Fernando Savater o Jerónimo Pizarro.
"Otras gentes, otras historias" es un viaje a libros y autores más exóticos, digamos. Escritores nórdicos, rusos, alemanes, ingleses... Hamsun, Wilde, Hellen, Norwich (y otra obsesión: Venecia), Malaparte...
En "Algo de poesía" reconocemos al JLGM más genuino: el crítico de libros de poemas. Con su particular canon a cuestas, su personal jerarquía: Miguel D'Ors, Luis Alberto de Cuenca, Jon Juaristi, Eloy Sánchez Rosillo, Andrés Trapiello, Luis García Montero, Felipe Bénitez Reyes... Y con sus fobias líricas (siquiera a ratos): Gamoneda, la última etapa de Gimferrer y de Caballero Bonald...
"José Luis García Martín dice lo que nadie dice e incluso en algún caso lo que nadie debería decir", leemos en la contracubierta de este libro sobre libros, algo que a estas alturas de la fiesta casi nadie desconoce.
"Desde 1975" debería colocar Martín al frente de sus entregas, como si de un restaurante, una tienda o un ultramarino se tratase, pues desde entonces realiza, de forma regular y concienzuda, crítica literaria. No es poco. 

29.5.14

Heterodoxias

“Una de las heterodoxias del mundo moderno, desde hace dos siglos, ha sido la poesía. La poesía y el arte sucesivamente expulsados y, después, hipócritamente consagrados por los poderes sociales. 
Otra de las transgresiones de las sociedades modernas ha sido el amor. Ambos, amor y poesía son experiencias no productivas, son antiproductivas, y han sido y son negaciones del mundo moderno”. 
Lo dijo Octavio Paz en una conferencia que pronunció en el Colegio de México el 18 de marzo de 1975. 

28.5.14

El segundo mundo de Ferrer Lerín

Francisco Ferrer Lerín (Barcelona, 1942) publica en Jekyll & Jill Mansa chatarra. La preciosa edición corre a cargo del profesor y poeta valenciano José L. Falcó y reúne prosas que el autor catalán ha venido publicando en algunos de sus libros (La hora oval, Cónsul, El bestiario de Ferrer Lerín, Papur, Fámulo, Gingival y Hiela sangre), así como en el blog.
Dije prosas y debería haber dicho textos, una palabra más ambigua pero aquí más pertinente pues se recogen narraciones como tal, sí, mas también poemas en prosa, microrrelatos y poemas a secas. A decir verdad, la distinción por géneros y Ferrer Lerín son incompatibles. Por suerte, en eso no es el único.
Entre el sueño y la ensoñación, en torno a lo onírico, giran estos pequeños planetas literarios, tan fronterizos y galácticos como su autor. 
Prima, que quede claro, el lenguaje y al decir esto creo que se me entiende: la trama, por etérea o ligera o soñada, está al servicio de la escritura y son las palabras las que mandan. Porque la materia es frágil: los sueños, FL procede echando mano de una manera de escribir, se diría, automática (por recuperar la nomenclatura vanguardista), irracional incluso (por lo mismo), algo lógico si queremos expresar lo que sucede cuando se sueña. Sin que ello quiera decir, claro, que vaya a tontas y a locas, algo impropio en un tipo que se conduce tan bien. "¿Desde qué plano de la existencia estoy escribiendo?", se pregunta. Y en otro momento: "Ferrer Lerín cree que sueña."
Todo aquí es inquietante. Alrededor, monstruos, bestias (algo inherente al imaginario leriniano). También personajes extraños. Para lograr ese clima hay una especie de deliberada confusión espacio-temporal y un aire histórico (muy siglo diecinueve).
Es fácil evocar, si nos referimos al conjunto, a Borges. Y por varios motivos que no hace falta explicar aquí.
Tampoco falta el humor. Sutil. Así, en "Tradiciones", "Ciento ochenta" o "Cigomar" (donde se convierte en negro). 
El estilo derrocha elegancia a raudales; en "Brillo", por ejemplo.
Me han gustado especialmente "La heredad", "Comiaces", "Mancha chatarra" (paradigmático), "Avellanas", "Palingenesia", "La casa" (que empieza: "Regresé a los treinta años de mi muerte.")
Al final de "El muro" leemos: "Y no era yo". A esa extrañeza, a ese desdoblamiento (de nuevo lo borgeano), responden estos textos que autor y editor han hecho muy bien en rescatar. Para sus incondicionales (estamos, ya se sabe, ante un autor de culto) y, pongo por caso, para lectores lentos o atrasados (y con lagunas) como uno, no por eso menos adicto al mundo leriniano. 

27.5.14

Crítica y lectura

Nave de Machado Libros / CARLOS ROSILLO
Roger Chartier (Lyon, 1945) ha dicho que “La crítica debe ser un juicio de presentación que dé conocimiento de lo que está en la obra. Más que adjetivar y coger el camino fácil, o decir que algo es malo o bueno, con juicios rotundos que pueden resultar más divertidos, se trata de dar elementos de juicio al lector y bases para que comprenda la obra y aprenda a valorarla por sí mismo. Es la manera útil de prescribir. También, hacer visible lo que no es tan visible, por ejemplo libros en otros idiomas o de otros países. Es una contradicción del mundo global donde se tiende dar más voz a lo que ya lo tiene y se descuida lo que no lo tiene, cuando esto puede abrir nuevas vías de conocimiento”. Ha sido tras su paso por la Casa del Lector. Allí ha impartido el curso Creación, edición y lectura: presente y pasado. Lo cuenta el periodista W. Manrique Sabogal en su sabroso reportaje "Hacia una revolución de la lectura" (El País).

26.5.14

Con norte

Segunda poesía con Norte (Pre-Textos) se titula el libro que reúne las intervenciones del último ciclo Poesía con Norte celebrado en la Fundación Marcelino Botín de Santander, entre abril y junio de 2013, donde tuvieron lugar ocho recitales de poesía organizados por la Fundación Santander Creativa y coordinados por Lorenzo Oliván. Precisamente Oliván es el editor de la obra y el autor de un extenso e informado prólogo en el que analiza a los autores presentes en la muestra: Luis Antonio de Villena, Ada Salas, Ana Rodríguez de la Robla, Carlos Marzal, Josep Maria Rodríguez, Carlos Alcorta, Manuel Vilas, Vicente Valero, Fernando Abascal, Francisco Brines y Marta San Miguel. Como novedad, se estrenó la sección "Maestros y promesas", que ya forma parte del ciclo en sí y que inauguraron los últimos poetas citados.
He leído con interés los textos, es decir, las poéticas. Me ha gustado mucho la entrevista del editor a Francisco Brines (el único que no publica su intervención), un hombre con una insólita capacidad para expresar los oscuros asuntos de la poesía de forma lúcida y transparente.
Por lo demás, destacaría el de Marzal, "La casa de la vida" (como Mario Praz), donde habla de la casona familiar de Serra y, de paso, de su biblioteca y de la literatura y, cómo no, de la vida, que hubiera sido distinta de no haber existido ese "abrigo" en la sierra Calderona.
También "Taller de la mirada: más allá del paisaje", de mi admirado Vicente Valero, donde el poeta ibicenco distingue, entre otras cosas, entre paisaje y naturaleza, algo más que mera visión, a partir de una relectura de "Taller de paisajistas", una sección de Libro de los tratados.
O la reflexión fragmentaria, en forma de diario de viajes, de Josep Maria Rodríguez, que aterriza en lo concreto. Cita al final a Lorca: "Toda la luz del mundo cabe dentro de un ojo. / Canta el gallo y su canto dura más que sus alas", y concluye: "No se me ocurre una poética mejor.
Manuel Vilas no deja indiferente nunca, aquí tampoco. Provocador, divertido, egocéntrico, cínico a ratos, excesivo siempre, tras la aparente frivolidad de sus divagaciones deja caer algunas ideas que conviene tener en cuenta. "Lo peor que podéis decir de Manuel Vilas es que es un «poeta verdadero»." "El principal enemigo de la poesía son los malos poetas". Dice que con la poesía "necesito emocionarme" y que se toma "muy en serio el trabajo" de escribirla. A uno le despista por culpa del tono de sus estentóreas cavilaciones.
Ada Salas, sin embargo, demuestra con un texto muy ajustado y coherente, donde alude a la lengua como suceso, al acontecer del lenguaje en el poema, al lector y al autor como lo mismo, a la desconfianza, al poeta como alguien que escribe "de una manera fatal", extranjero en una ciudad extranjera que se expresa en una lengua también extranjera (de ahí el título de su intervención, a partir de una cita de Proust), alguien que "trabaja en su lengua de prestado", demuestra decía, que hay una relación entre su manera de pensar y su manera de decir, que tiende a lo esencial y a lo breve.
Carlos Alcorta aborda su poética con el rigor que le caracteriza y consigue un texto muy elaborado, denso, cargado de citas, donde, desde la experiencia personal de lector y de poeta, en ese orden, reflexiona sobre la tradición traicionada con los versos de Eliot, de "East Coker", al fondo: "En mi comienzo está mi fin. En mi fin está mi comienzo".
También son dignas de elogio las colaboraciones de Luis Antonio de Villena, Ana Rodríguez de la Robla y Marta San Miguel, la más joven del grupo.
Al poeta moderno, recordemos a Octavio Paz, no le basta con escribir versos. Para él, la reflexión sobre la propia escritura se ha convertido en un ejercicio intelectual necesario. No siempre ocurre, es verdad, pero a veces acierta con sus meditaciones, que iluminan de forma ostensible su sinuoso trazado poético.

25.5.14

De nuevo "El gatopardo"

Ernesto Agudo / ABC
Sí, siento debilidad por una de las mejores novelas del siglo XX y de todos los tiempos: El Gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa.
Tampoco me disgustó la versión cinematográfica de Visconti, protagonizada por un inconmensurable Burt Lancaster. Por eso he disfrutado mucho con la extensa, excelente entrevista que Alfonso Armada (ABC) le ha hecho a su primo y albacea intelectual, Gioacchino Lanza Tomasi, nacido en Roma en 1934, hijo de Fabrizio Lanza Branciforte di Mazzarino, conde de Assar, y de la aristócrata española María Conchita Ramírez de Villa Urrutia y Camacho, y perteneciente a una de las más antiguas familias de la nobleza siciliana.
¿Está de acuerdo con esta observación de Javier Marías de que El gatopardo es una novela sobre la muerte, de preparación para la muerte?, pregunta Armada, y Lanza Tomasi responde: "Por supuesto, por supuesto. Pero más que preparación para la muerte, algo inevitable, puesto que todos vamos a morir. Es más bien una preparación acerca de cómo vivir bien, y de cómo vivir bien hasta el día de tu muerte, para poder morir bien. Por eso debes firmar un acuerdo, ya que tienes tan solo un lote de daños asignados, y tú debes ser capaz de reconocer que habrá unos cuantos días felices y de darte cuenta, cuando te mueres, de que los buenos momentos lo que él dice es que han sido pocos. Recuerdas unas cuantas cosas: historias de amor, la seda que cubrió algunas ocasiones, y de todo lo que cambió con la llegada de Garibaldi".

24.5.14

El rastro de Maillard

Una de mis lagunas literarias se llama Chantal Maillard. Conozco su poesía desde antiguo, he leído algún libro suyo, no en vano es compañera de viaje en la colección Nuevos Textos Sagrados de Tusquets; sin embargo, tengo pendiente la lectura de sus prosas y diarios, tanto de los belgas (ella nació en Bruselas) como de los hindúes, recogidos ahora por Pre-Textos, junto a poemas y ensayos, en el libro India.
Pero es de otra obra de la que quería hablar, en concreto de La baba del caracol, publicada por Vaso Roto en su nueva colección Cardinales.
Se trata de una poética con aires de bestiario ("pequeña zoología poemática"), de reflexiones acerca de la poesía, la propia y la ajena, y es tan sustancial y novedosa en sus planteamientos, sospecho, como todo lo que esta mujer escribe. Uno lo ha leído lápiz en ristre y, al hojearlo, compruebo que lo subrayado es muchísimo. Para mí, la mejor señal. 
Sin perder de vista nuestra tradición (y la de la filosofía occidental), no olvida Maillard ni la japonesa (centrada en el haiku, al que dedica páginas iluminadoras; en "Orinar en la nieve", por ejemplo) ni la de la India, que conoce muy bien. Ya que lo menciono, de iluminaciones, sí, podría decirse que hablamos, que habla Maillard, de auténticas epifanías que sin perder de vista lo poético, con algunas abstracciones inevitables, aterrizan en lo más humano y hondo. "En un principio era el hambre" se titula la parte final del breviario, donde también hay un singular acercamiento entre su paisano Henri Michaux y el poeta y monje errante japonés Santôka. Al fondo, el alcohol y la mescalina como proceso de creación artística. Sustanciosas me han parecido también las "variaciones sobre poesía y pensamiento" incluidas en la sección titulada "El pájaro".
"La propuesta de La baba del caracol se encamina -leemos en la nota editorial- hacia un concepto actualizado del poetizar que lo engloba todo: la voz, la música, el aliento, la vibración… Un armonioso hacer-se, crear-se, existir-se".
Un libro que se suma (y suma) a una serie llamada a consolidarse. 

23.5.14

Sobre Pámpano

© Fotografía Juan Mayo
El poeta Ángel Talián (Madrid, 1985), autor de La vida, panorámica (Rialp, 2013) y del blog La vida panorámica, y que en la actualidad reside en Praga, ha publicado en la revista digital FronteraD el artículo "Viaje y nada (encuentro y desencuentro con el poeta Ángel Campos Pámpano)". Dos libros -El cielo casi y La semilla en la nieve- y un viaje a Lisboa centran la emotiva evocación del poeta extremeño. 
Agradezco, en fin, al escritor asturiano José Carlos Díaz que me haya puesto sobre la pista de ese homenaje con tintes autobiográficos. 

Deutsche Arbeit!























Nueva exposición en Casa sin fin.
"Aunque son bien conocidos en España los trabajos fotográficos ligados a la industria, ingeniería y arquitectura de nombres como Alfred Renger-Patzsch, László Moholy-Nagy o Germaine Krull, por citar sólo tres de los más relevantes, faltaba por presentar la obra de este otro grupo de fotógrafos, todos ellos de expresión alemana: E.O. Hoppé, Jakob Tuggener, Hugo Schmölz, Josef Stoffels y Paul Woff, cuya práctica fue central durante los años 30 y 40", explican los comisarios de la muestra, Irene Antón y Julián Rodríguez.
Se inaugura mañana, 24 de mayo, en la sede madrileña de la galería.

22.5.14

Cinismo

Lo que uno lleva peor de los políticos es su cinismo. Ahora va Monago y dice que "visto lo visto" le hubiera "encantado" que la televisión autonómica hubiera retransmitido el debate de la moción de censura presentado por el PSOE, pero ha señalado -nos informa el diario HOY- que la programación del ente no se decide en la sede de Presidencia. Sí, es intolerable. Cómo nos maltratan.

Cuatro libros

Luis Ángel Lobato (Medina de Rioseco, 1958) que formó parte de Sentados o de pie. 9 poetas en su sitio, la antología de Antonio Piedra (Fundación Guillén de Valladolid), publica en la ejemplar colección Cálamo de Palencia Dónde estabas el día del fin del mundo, un libro que gira en torno al tema del amor y que, sin embargo, no cae en las trampas habituales del género. Veinticuatro poemas sin título lo componen. Si no está escrito en ese lugar, al menos, como diría Thelma o su amiga Louise, desde allí se ve. O se lee. Al límite.

Javier Sánchez Menéndez (Puerto Real, 1964) reedita, de la mano de Vitela, su libro La muerte oculta. Se publicó por primera vez en 1996 y, tras ese hecho, el poeta no dio nada a la imprenta hasta quince años después. Lleva un prólogo elocuente de Antonio Colinas y un epílogo -todo un exhaustivo ensayo- de Tomás Rodríguez Reyes. Por lo demás, el rescate es pertinente: los poemas conservan la frescura de la poesía verdadera. 

Aitor Francos (Bilbao, 1986) publica en Baile del Sol su tercera obra, Libro de las invitaciones. "El revelador mundo poético de Aitor Francos nos traslada a escenas donde los órganos y el cuerpo, la Naturaleza y los ciclos se vuelven protagonistas mientras su autor continúa un proceso de búsqueda: escribo para reasignarme/ la insignificancia", dice de él Luna Miguel, y añade: "un poemario con el que Aitor Francos se confirma como una de las voces jóvenes españolas más interesantes del panorama actual."

Ángel Mendoza (El Puerto de Santa María, 1969) es, como uno, maestro de Primaria. Publica en Libros Canto y Cuento La luz de hoy y uno no puede por menos que recordar, al leerlo, a la mejor poesía andaluza (no me pregunten lo que es) de las últimas décadas. Llenos de luz, de claridad sureña, del temple que gasta la gente de la costa gaditana, los versos de Mendoza transmiten serenidad, cierto humor (no exento de ironía) y una sabiduría de vivir propia de aquellas latitudes (ignoro los motivos, por más que los sospeche). Me quedo con estos cuatro, del poema "Cantamañanas": "No quieras ser el hombre / más triste de este mundo, / porque el hombre más triste / de este mundo soy yo."

21.5.14

Giovanni en Forlì

Giovanni Scarabello recogió el pasado sábado el "Premio Jacopo Allegretti per la traduzione" en la ciudad de Forlì.
Me cuenta, por ejemplo, que fue una "lástima que no nos dejaran leer las traducciones, como en cambio hicieron los ganadores de la sección de poesía inédita, pero fue un día, una tarde y un momento muy especial para mí, y mientras contaba esas cositas en los dos minutos tan emotivos que me concedieron, sentí que estabas ahí con nosotros, en ese aula de sabor antiguo, rodeada por soportales bañados, a esa hora, de la luz anaranjada de la tarde."
Scarabello añade: "Me hace ilusión copiarte aquí las palabras que leyeron ayer como motivación al premio que me dieron, porque realmente reflejan lo que siempre había sido mi sueño -y mi preocupación- más grande. Dar fe de tu interior y de tus versos, respetando lo que eran y que son, lo que fueron los momentos que te hicieron escribirlos, lo que fueron esas tardes, lo que era y es tu vida."
Lo que allí se dijo fue: "La traduzione dei versi di Álvaro Valverde appare accurata e precisa nel rispetto della forma metrica e stilistica dell'originale, capace quindi di riprodurne il ritmo e, allo stesso tempo, di mantenerne inalterato il contenuto grazie a una particolare sensibilità nella resa lessicale." 
A pesar de mi desconocimiento del idioma, confío en la solvencia del jurado. A debida distancia, por más que me ataña directamente, la tarea de este joven traductor me parece impecable.


20.5.14

Hugo Mujica, menos es más

Hugo Mujica (Buenos Aires, 1942) tenía 41 años cuando publicó su primer libro de poemas. Como Merton, había experimentado el silencio de la vida trapense.  
Tras una primera recopilación de su poesía reunida (Seix Barral, 2005), la editorial hispano-mexicana Vaso Roto publica Del crear y lo creado. Poesía completa.1983-2011. En “Palabras preliminares”, con todo, Mujica explica que no son “mi obra completa, son mi obra «esencial», lo primordial de ella y de mí”. Y añade que ha sido “intocada”. Aunque autor de una amplia obra ensayística y narrativa, precisa que “ella, toda ella, es el corazón de mi obra”. “Mi don”, concluye.
Que estamos ante una obra en marcha lo demuestra el hecho de que en Visor, una de sus editoriales españolas, junto con Pre-Textos, acaba de publicar Cuando todo calla, Premio Casa de América.
Los poemas sumados aquí pertenecen a Brasa blanca, Sonata de violoncelo y lilas, Responsoriales, Escrito en un reflejo, Paraíso vacío, Para albergar una ausencia, Noche abierta, Sed adentro, Casi en silencio y, por fin, Y siempre después del viento.
La primera impresión que asalta al lector tras dar cuenta del medio millar de páginas que ocupa esta obra es que estamos ante un solo libro y no frente a diez. Quiero decir que hay una patente unidad en el tono, una íntima coherencia en su forma de decir que permite apreciar el conjunto como si de un extenso poema se tratara. Un poema, sí, fragmentario, donde tan importante es la palabra como el silencio, tan presente en esta poesía cubierta de blanco. Un poema que avanza, maticemos, desde la abstracción hacia la claridad.
Los de Mujica son poemas concisos. De una gran economía de medios. Iluminaciones, impromptus, epifanías, relámpagos que no pocas veces parecen aforismos (“lo que muere al pasar es lo que pasa”, “cada hombre es su pequeño abismo”). Basados en un vocabulario tan austero como pleno de referencias (metafórico): muro (“estar en la vida como grieta en el muro”), lluvia, pájaro, desierto, mar, miedo (“cada hombre / elige sus miedos”), vacío, niño (una presencia constante), hueco, silencio (“en el silencio el silencio habla”), ausencia (escribir: ”nombrar la ausencia”)… 
Si bien meditativa y del pensamiento, lo discursivo pierde peso en ella a favor de lo leve. Si por algo se caracterizan estos versos de música callada es por su desnudez, por su esencialidad, en la tradición del menos es más. De la elipsis, que juega a favor de la sugerencia y del misterio de lo apenas dicho. De ahí su inevitable aire oriental, no tanto en las formas (haikus, por ejemplo) como por el espíritu y la sensibilidad.
Poemas escritos en minúscula. En los primeros libros, sin signos de puntuación ni títulos. Algo más que un mero rasgo vanguardista. Búsqueda –y hallazgo- de sustancia. Sólo una vez, en Paraíso vacío, adoptan forma de prosa.
Poesía paradójica, versos que buscan constantemente una suerte de acerada dialéctica, una lucha entre opuestos, que se resuelven mediante juegos de palabras, que tan bien casa con lo que la vida nos depara. Y de la lucidez, de una desolada serenidad (nadie, nada: “todo hombre / es el resto de un suicidio”), propia de alguien que vive a la intemperie (“este país de nadie / es tu país”). Seca, en fin, de tan pensada. De tanteos (ciego es una palabra usual en él) más que de certezas. 
Poesía humanista, ante todo, que, sin embargo, más de uno ha calificado de mística. Espiritual, sin duda (“Muero de hombre / en este hueco de dios”. De verdad, ese gusto por lo genuino que adivinaba E. Bishop.
Dos términos aparecen con frecuencia: reflejo y transparencia, dos palabras que nos dan pistas fiables de por dónde discurre esta poesía. Poesía de la identidad (“de tanto en tanto me digo mi nombre”, “soy lo que ya no espero”, “me parezco a mí en el querer ser otro del que soy”). Poesía limpia.
Impresiona, sí, este intenso viaje interior, “lejos, muy lejos, muy adentro”. Hacia el sosiego, según él, “el  viaje más / lejano”.
 “El poema, el que anhelo, / al que aspiro, / es el que pueda leerse en voz alta sin que nada se oiga”, ha escrito. Y: “La voz, no el silencio, / es la desnudez de las palabras”.
“Cuando cae callada”, dice de la lluvia, y a uno se le antoja que así cae, en efecto, la poesía susurrante de Hugo Mujica. 

Nota. Esta reseña apareció en ABC Cultural el 15 de febrero de 2014.

19.5.14

Una conversación en Salamanca

Como otro sábado cualquiera de los últimos, pongamos, quince años (que podrían ser veinte), Y. y yo compartimos vinos y cañas con M. J. y Gonzalo por la plaza y calles aledañas. Plasencia y sus rutas. La nuestra ha tenido a lo largo de estos años las justas y necesarias variaciones. Antes de ayer, por ejemplo, hubo novedad: entramos en el recién inaugurado bar que ahora está donde antes estuvo la sucursal del cacereño Gran Café, algo que uno atisbó un síntoma de cambio en esta ciudad entre el norte y el sur y que quedó en nada. Aquí la gente es de bares, no de cafeterías. Y no de cualquiera: éste no estará en nuestra ruta. Antes de empezarla, Gonzalo había advertido: sólo dos, que si no tendremos tarde "modorra". Lo decía por nuestra actuación en Salamanca. Peor lo tenía uno, que iba a conducir. Al final fueron tres los riberas que tomó. Para mí, cañas sin alcohol. Un castigo. 
A las seis en punto salimos hacia Salamanca los cuatro. De plaza a plaza, por más que las comparaciones sean odiosas. A las ocho menos diez, al salir del Novelty (tres manzanillas y un té), aquélla era un hervidero y Gonzalo debió temerse lo peor. No dijo nada: es de buen conformar. Un grito unánime salió de bares y terrazas: el Atletico de Madrid, su equipo de toda la vida, acababa de proclamarse campeón de Liga. A pesar de eso, contra todo pronóstico, aunque de eso no habíamos hablado, la carpa estaba llena. Puntuales, empezamos. Como le sugerí a Isabel Sánchez, nuestra anfitriona, había dos cómodas butacas y una mesita. La mesa tradicional de las presentaciones, con su tapetito verde o rojo, rompe cualquier diálogo. Y empezamos a hablar. Nuestra amistad, dije, no es sino una larga conversación que empezó hace más de treinta años, cuando él era un incipiente novelista recién casado y yo un aspirante a poeta que iba a casarse. Y hasta ahora. 
La cosa dio para hora y cuarto, más o menos, pero podríamos haber seguido allí mucho más tiempo. Muchas anotaciones que llevaba se quedaron en eso. Tampoco era cuestión de cansar o aburrir al personal que, en un silencio tan llamativo como respetuoso, sólo interrumpido por las risas (ves, del humor y la ironía bayalianas no hablamos lo debido) que provocaba tal o cual comentario del de Higuera de Albalat, se mantuvo expectante de principio a fin. Ojalá alguien grabara lo que dijo el autor de Campo de amapolas blancas (que en parte transcurre en Salamanca, donde hizo la mili), porque sus palabras, cargadas de sentido, merecerán ser recordadas. También porque este hombre no se prodiga. De hecho, comenté al empezar la charla, había pensado en él cuando leí en la primera línea del artículo sabatino de Muñoz Molina: "Hay una belleza en el gesto del que dice no", lo que él suele decir casi siempre. 
Dimos, o eso creo, buena cuenta de una ejemplar trayectoria literaria digna de elogio. Sorprendió por su elocuencia y su humildad; para quienes tenemos la fortuna de conocerlo, nada nuevo. Es así. 
Al terminar, mientras él atendía a lectores y amigos, saludé al joven poeta Andrés Catalán (que traduce a Frost) y, con mucho afecto, abracé a Antonio Colinas que se acercó con su mujer (otra María José) al acto. Hablamos de la Feria, del pregón, de su nuevo libro, que tanto me ha gustado y del que ya he entregado una reseña, de Ada y Felipe Núñez y quedamos, como siempre, en vernos con más calma. 
Asistieron a la conversación don Gonzalo algunos placentinos: media familia Juanals-Márquez (padres de estudiante salmantino), Marian Mendo (maestra que trabajó, oh casualidad, con Javier en Casatejada) y, entre otros, Felipe Peral; o su doble, no sé. 
Con Paco Bringas e Isabel, cerramos la velada en el Berysa, el más nuestro de los bares salmantinos, otra vez, ay, con cerveza sin alcohol, acompañada, eso sí, de jamón y una exquisita "papada". 
La vuelta a casa fue, cómo no, serena y conversada. Al despedirnos, algo cansados, me da que nos sentimos un poco más amigos, lo que no es poco. 

18.5.14

Felipe

Hablaba hace unos días aquí de la prosa y la poesía reunidas de Felipe Núñez y me quedé con ganas de comentar algo más acerca del autor. Algo que, en rigor, no tenía que ver con la obra en sí. Hacía referencia a la persona. A eso voy.
Conocí a Felipe, del que soy pariente lejano por parte de madre (que recuerda bien a su abuelo Felipe, buen maestro y de fuerte carácter, que, cosas de la vida, vendió a mis suegros un frigorífico de gas cuando tuvo que abandonar una casita que tenía en el valle del Jerte), conocí a Felipe, decía, a principios de los ochenta. Trabajaba en Plasencia, en el Banco Hispano Americano. Me acerqué hasta las oficinas del Puente de Trujillo a pedirle unos poemas para un suplemento del diario HOY que dedicaba unas páginas (tal vez sólo una) a la literatura. Con motivo de las Ferias. De momento dijo no, pero al final le convencí. Con una condición: sus versos irían (así fueron) con seudónimo. Usó Tabares, el segundo apellido de su abuelo paterno, pero el nombre que se puso no lo recuerdo. ¿Héctor, Manuel?
Nos hicimos amigos y frecuenté su casa (la de Ada Calvo, su mujer, y la de su único hijo, también Felipe), situada en uno de los rincones más oscuros de la plaza (la Mayor). Hablábamos mucho de poesía, comentábamos los libros leídos (novísimos y traducciones, sobre todo, de Visor e Hiperión, las colecciones del momento), siempre con una botella de vino de Oporto encima de la mesa. Le encantaba. Lo bebía por costumbre antes de escribir. En holandesas, preciso. Sentía debilidad por el tango. Y por Beckett y Borges. A quien más admiraba era a Aníbal Núñez, sin duda. En cierta ocasión invitamos al poeta salmantino a Plasencia. Dio una conferencia sobre "El Cristo de Velázquez" de Unamuno. Luego Felipe nos invitó a cenar en el Alfonso VIII. La noche terminó de mala manera por el exceso de alcohol (que uno, ay, apenas probó), en el Layron's, un pub de moda. Antes, al salir del restaurante, ya hubo un conato de bronca al intentar arrancar de la puerta del establecimiento el bonito cartel metálico de una empresa turística.
Felipe fue, sin duda, mi primer maestro literario. Vivo, quiero decir. Y cuando se fue a Cáceres, donde llegó a ser director de la entidad bancaria en la que trabajaba, seguimos viéndonos, tanto en el piso amplio de la Avenida de Alemania como en el más pequeño de la Cruz de los Caídos, el que vendió después al filósofo Isidoro Reguera, si mal no recuerdo.
Le imitamos cuanto supimos y pudimos hasta que nos dimos cuenta (¿verdad, Basilio?) de que era inimitable, salvo que no te importara, como a algunos, tener o alcanzar una voz propia. Por otra parte, ¿a quién ibas entonces a seguir en medio de este erial? Joven, quiero decir.
Fue el impulsor y airado redactor del “Manifiesto palmario, horrible, pero necesario, contra el arte rupestre del siglo XX en el oeste de España”, que, lo que son las cosas, vuelve a estar de actualidad en esta tierra con tendencia al atraso.
Me acuerdo de una excursión que hicimos en su coche a Guadalupe, con comida en el claustro del Parador, y otra, menos divertida, a Montánchez, a las jornadas "de poesía última" que allí organizaron durante unos años Diego Doncel (editor, junto a Fernando Pérez, de su primera poesía reunida: Balizamiento para un aterrizaje nocturno) y Pablo Nogales. También acudió Aníbal y hubo enfrentamientos personales entre, digamos, su facción (por allí andaba César Nicolás) y la de la "experiencia", representada en el pueblo cacereño por Abelardo Linares, Felipe Benítez Reyes y José Luis García Martín. Uno de los enfrentamientos tuvo como excusa algo que se dijo sobre Gil-Albert y Jesús Alviz, aunque nunca he sabido a ciencia cierta el qué. Llegamos a celebrar una reunión secreta en casa de Nogales para ver si ambas partes llegaban a un acuerdo de buena vecindad, algo que no llegó a conseguirse.
Recuerdo que llevé a Felipe Benítez un ejemplar de la antología Abierto al aire, publicada por entonces, y que me lo devolvió al día siguiente de habérselo entregado. Tan malo le pareció aquello. En ella figura, por cierto, Felipe, al que retrató para la ocasión Carlos Guardiola, fotografía que ilustra esta semblanza. En alguna comida llegaron a volar bollos de pan.
Estuve en el jurado que concedió a su libro Nombre o cifras (1985) el premio Constitución. Presidido por Juan Manuel Rozas, también formaba parte del mismo mi amigo Ángel Campos y es su último libro de poemas publicado.
Cuando Felipe se marchó a vivir a Salamanca, nuestro contacto casi desapareció. Hubo por medio, sí, algún malentendido, a propósito de las Becas a la Creación que concedía el Ministerio de Cultura. Al parecer había quedado en avisarle de la convocatoria (yo obtuve una a mediados de los ochenta) y no lo hice. Por olvido, pero... Siempre fue un hombre de carácter.
Gonzalo Hidalgo me recuerda que el día que se casó Pámpano nos acercamos hasta su casa. Recompongo esa visita y me parece ver por allí a Carlos Medrano.
Ese viaje sin retorno al norte (donde se licenció en Filosofía) tuvo distintas causas entre las que cabe destacar el desprecio que, según él, se sentía en Extremadura por su labor literaria. Y tenía en parte razón, por más que esa actitud sea aquí, tal vez como en todas partes, norma. Hay un texto significativo en Obras, "Lo malo y lo peor", donde al hablar de un homenaje a su amigo Alviz, recién fallecido, en realidad parece hablar de sí mismo y sobre esa situación. Alude al murciano Espinosa y al salmantino Núñez, menciona la enanomaquia y afirma que "Nadie sale limpio cuando saca la cabeza de un sedimento secular de caspa y grasa". También trae a colación una copla de Serrat: "Escapad gente tierna, que esta tierra está enferma, y no esperes mañana lo que no te dio ayer". Imposible alcanzar aquí, digamos, "una vida más alta". "Es cierto que el que pinta o canta o piensa o cuenta cuentos construye su mirada ardiente en la distancia con la tribu que le nace, pero también que se mancha de la miseria misma que combate, y hasta en las miserias hay modo y grado, y hay peor, y hay (y es el caso) lo peor de lo peor", termina. Es doloroso, pero también uno de los ejercicios que mejor retratan la lúcida manera de ser y de pensar de Felipe. Ahí está él de cuerpo entero.
Nunca he dejado de preguntar por mi admirado amigo, por tal lo sigo teniendo. Por su salud sobre todo, que se quebró gravemente y sin remedio. En la plaza de Salamanca hablaba hace poco de ese delicado asunto con alguien que ha seguido de cerca el proceso de su grave enfermedad, Fernando R. de la Flor, aunque prefiero omitir los detalles esa dura conversación.
En Morille tuve hace unos años la esperanza de encontrarme con él, pero fue en vano. Me temo que ya no será nunca.
La publicación de Obras por Editorial Delirio, al cuidado de Fabio de la Flor (con una subvención del Ministerio de Educación, Cultura y Deportes del Gobierno de España "para su préstamo público en Bibliotecas Públicas"), habrá colmado algunas aspiraciones de Felipe, aunque, como sospecho, le cueste reconocerlo. De sus múltiples reticencias sabemos por las palabras que ha puesto al frente de ellas. Sus lectores, en fin, estamos también contentos. Ahora sólo cabe esperar el veredicto del tiempo. O no: que nos quiten lo leído. Me consta que más de un poeta joven se ha sorprendido al leerlo.
Concluyo ya este extenso capítulo de unas memorias no escritas. Hace treinta años que uno ganó el premio de poesía Ciudad de Badajoz. El libro, Territorio, el primero de los míos, salió al año siguiente. Traigo aquí, como primicia, una curiosidad: las palabras que Felipe, a modo de presentador, leyó en un salón de ayuntamiento pacense una mañana laborable de no recuerdo qué mes delante del alcalde, de Paco Pedraja, de algún representante de la prensa (o no) y poco más. El acto, no hace falta decirlo, fue triste y clandestino, como la poesía, querido amigo, lo es casi siempre. ¡Salud!



17.5.14

Con GHB en Salamanca

Esta tarde, a las 20:00 horas, estaremos en la Plaza Mayor de Salamanca para participar de nuevo en la Feria de Libro de allí. "Conversación" hemos denominado a ese encuentro con Gonzalo Hidalgo Bayal en homenaje, como guiño cómplice, a uno de sus libros más valorados y leídos. Queremos que sea un diálogo lo más natural y cercano posible. Aunque llevo numerosas notas y no pocas preguntas y dudas en mi cabeza, el autor de El espíritu áspero desconoce ese material. Como prefiere Gonzalo, ésta será una charla de sábado, una de esas tertulias ambulantes que con un vino y una caña en la mano mantenemos desde hace muchos años por las calles y la plaza de Plasencia. En ruta. Hoy, claro está, sin alcohol de por medio y con un asunto monográfico, mal que a Bayal le pese: su literatura, esto es, su vida y su obra. Es lo que tiene ir para clásico.

16.5.14

El saxo de Javier Juanals Márquez

Tiene mucho peligro el instrumento. La palabra, quiero decir, así abreviada. Y en el mejor sentido, el figurado, también lo tiene este muchacho, Javier Juanals Márquez, que toca el saxofón con un virtuosismo llamativo. Anoche, en el Complejo Cultural Santa María lo demostró de sobra. En un concierto del ciclo "Antiguos Alumnos" donde, acompañado al piano por Eduardo Moreno, interpretó obras de Mihalovici, Ibert, Denisov y Lauba, música del siglo XX para oídos preparados y exigentes, es verdad, que, sin embargo, hizo las delicias de un público variopinto en el que abundaban profesores y alumnos del Conservatorio García-Matos de Plasencia, la familia del músico, aficionados que en esta ciudad nunca faltan, así como enfermeras y maestros, compañeros de los padres de Javier. Bastaba, ya digo, la magnífica interpretación para justificar esa alegría. 
Antes de comenzar el concierto se felicitó a esa familia, los Juanals-Márquez, por su dedicación a la música, y no sólo por haber aportado tres alumnos al centro musical placentino. Han estado implicados en la promoción musical y en la directiva, por ejemplo, de su Banda. 
Conviene añadir que la abuela paterna del chico, Conchita Castro, vieja amiga de mi familia, ha sido durante toda su vida profesora de piano. 
Al terminar, tras un bis con Bach, hubo un momento que resultó muy emotivo: cuando su primer profesor de saxo le entregó un detalle y, entre abrazos, el veterano maestro expresó su excelencia y que aspiraba a ser su amigo pues ser su maestro ya no tenía demasiado sentido. Es fácil suponer qué le pasaba por la cabeza en ese instante a su joven y aventajado discípulo, que termina estos días sus estudios en el Conservatorio Superior de Música de Badajoz. El curso próximo estará en Basilea.
Al salir, con la prisa de siempre, abracé a Javier padre, amigo desde hace muchos años y mi director desde hace seis, para felicitarle por lo que le toca, nunca mejor dicho. Miré a Maripaz, la madre del artista, para lo mismo. Al atravesar la solitaria plaza de la Catedral, una música callada sonaba en mi cabeza. Y en mi corazón.


15.5.14

Syntaxis

Desde finales de diciembre del pasado año hasta mediados de abril se pudo visitar en TEA (Tenerife Espacio de las Artes) la exposición Syntaxis: una aventura creadora. 30 años del nacimiento de una revista. Su comisario, el poeta Alejandro Krawietz, es el editor del catálogo que tengo en las manos. Da noticia de lo que fue esa muestra, sí, pero, y esto es lo que más importa, de lo que significó una de las aventuras literarias y artísticas de mayor calado en el panorama patrio: la revista Syntaxis. Digo patrio y me quedo corto: la vocación universal de ese ejemplar invento canario (de Tenerife) es indiscutible y su proyección no menor. 
Diez años vivió, de 1983 a 1993. Su director fue el profesor, traductor y poeta Andrés Sánchez Robayna (Santa Brígida, Las Palmas, 1952) y contó con la ayuda, como secretario de redacción, del profesor y escritor Miguel Martinon  (Santa Cruz de Tenerife, 1945).
Tras una serie de artículos sobre la revista firmados por Krawietz, Juan Goytisolo, José-Carlos Mainer, Roberto González Echevarría y una extensa entrevista, muy iluminadora, del comisario al director, se suceden en el índice un repaso a las revistas históricas del siglo XX; seis poemas manuscritos de otros tantos poetas significativos de ese tiempo: Paz, Bonnefoy, Valente, Haroldo de Campos, Roubaud y el citado Martinon; una amplia representación de obras de artistas, pintores en su mayor parte, que colaboraron en ella, un rasgo significativo de la poética de Syntaxis: Granell, Mapplethorpe, Tapiès, Saura, Chillida, Ràfols-Casamada, Palmero, Broto...; un album con imágenes de documentos, cartas y otros materiales relacionados con "el taller"; un puñado de textos con distintas perspectivas sobre la revista: de Juan Manuel Bonet ("es uno de los intelectuales y escritores de mi generación con quien más cosas creo tener en común", dice Robayna), Fernando Castro (el crítico canario), Jordi Gracia, Gustavo Guerrero, Juan Malpartida, etc.; en "Hemeroteca" se rescatan dos curiosidades: una entrevista de Manuel Ferro a Robayna que se publicó en Culturas de Diario 16 (1987) y una entrada del blog de Francisco León sobre el alcance del proyecto (2013); y dos índices, cronológico y alfabético, que redondean la edición de un libro magnífico, a la altura de esa empresa llevaba a cabo por un grupo de entusiastas informados desde las Islas Canarias. 
ASR
Uno fue lector de Syntaxis. Con el debido aprovechamiento. Gracias a ella, por su rigor, conocí a poetas, críticos y pintores que forman parte de mi educación estética y sentimental.
Como comenta Robayna en su conversación con Krawietz, soy uno de los poetas jóvenes, por entonces casi desconocidos (cita a Melchor López y José María Micó), que publicaron en sus páginas. Un honor. En el número 25, Invierno del 91, el dedicado a "Poesía en los años 90" (se reproduce en la exposición una página mecanografiada de lo que iba a ser el índice definitivo de esa entrega). "Cuatro poemas" era una brevísima selección de lo que iba a ser Una oculta razón. Siempre he dudado si Octavio Paz, colaborador cercano de Syntaxis, llegó a leerlos antes o durante la lectura del original de ese libro, seleccionado para el premio Loewe, del que él era jurado, y que se falló apenas unas semanas después de que esos versos se publicaran. No llegué a preguntárselo, pero bien pudo ser. Por eso, que no deja de ser una anécdota, y por muchas razones más estuve y estoy a favor de Syntaxis, una entre las mejores del literario país de las revistas.

14.5.14

Carlos Germán Belli dixit

-En sus inicios los poetas suelen compartir lecturas y criticarse en grupo. ¿En su caso su trabajo fue individual?
-Sí, pero reconozco que compartía mis lecturas con otros poetas de mi generación, aunque sin llegar a formar parte de ningún grupo. Era un trabajo más solitario, me reconozco como un lector de biblioteca pública, he leído mucho en la Biblioteca Nacional (de Lima) y solía leer en Nueva York en la biblioteca de la esquina de la calle 42. Me veo como un poeta-lector de biblioteca pública. He seguido estudios académicos por cumplir los deseos de mis padres -de que yo tuviera un título-, pero me sentía como un autodidacta. Yo mismo me trazaba mis lecturas: no de acuerdo a los preceptos de la universidad, sino a mis dictados personales, de modo muy libre. Empecé con la vanguardia -con el surrealismo-, en lugar de empezar con los clásicos del Siglo de Oro, evidentemente había un desorden y creo que ese desorden es debido a esa gula que tenía por leer. La gula es desordenada también, pero al final de cuentas he ordenado todo dentro de mi cerebro.
Carlos Germán Belli (Lima, 1927) en conversación con Jacqueline Fowks (autora de la fotografía del poeta peruano en su casa de Lima), El País.

13.5.14

Ojalá

La Asociación de Mujeres Progresistas de Badajoz, que en la actualidad preside Inés Rodríguez Guzmán, con el patrocinio de la Diputación de la provincia y la colaboración de la Caja de esa ciudad, publica El libro de Ojalá. "El concepto, diseño e ilustraciones con letras" es obra de Javier Remedios y el libro tiene un aire desenfadado y hasta divertido que contrasta con la idea que en él subyace, la campaña ¡Ojalá! de esa asociación feminista con el objeto es sensibilizar sobre la lacra de la violencia machista y "alertar del abandono de las campañas oficiales contra la violencia de género en Extremadura y en España".
Colaboran con sus textos o imágenes (que incorporan, esa era la condición, la palabra ojalá) maestros, profesores, estudiantes, políticos, funcionarios, artistas, músicos, autores teatrales, feministas y unos pocos escritores: Landero (que presentó el libro -y no de cualquier manera-, denomina al fenómeno como "grave enfermedad social"), Gonzalo Hidalgo Bayal, Ada Salas, Pilar Galán. Sus aportaciones son inéditas. Van, claro, al fondo de la cuestión y, cómo no, a las consecuencias de la mala educación (en casa, en la escuela) y la desigualdad. Uno, en fin, modificó levemente un poema ("La mirada") sobre esta particular forma de violencia que se publicó en su día en un par de antologías. No sabría decir de otra manera lo que allí dije. Es difícil. Ojalá veamos el final de este abuso que a algunos hombres, por el mero hecho de serlo, tanto nos avergüenza. 

12.5.14

De la prensa (y más)

La Vanguardia (en su edición digital), La Gaceta y El Norte de Castilla, entre otros medios, glosan lo que uno dijo en Salamanca el sábado pasado. A la puerta de la caseta, con un grupo de periodistas, y dentro, metido en faena. Ya se sabe cómo son estas cosas. ¿Eso dije?, se pregunta ahora uno. 
En Salamanca al día RTV y en You Tube están grabados unos cuantos minutos del acto en cuestión.
Aprovecho para agradecer a todos (organizadores, público, autoridades, periodistas, amigos...) su exquisito trato conmigo. Me sentí muy a gusto en esa plaza mayor del mundo. Isabel, Paco...

Popurrí de revistas

La elegante revista sevillana Sibila, que dirige el poeta Juan Carlos Marset y que coordina Patricia Ehrle, alcanza su número 42 y viene cargada de poemas, sobre todo. De Pedro Lastra, Vicente Valero, Juan Lamillar, Antonio Rivero Taravillo, Courtoisie, César Antonio Molina (del que quiero leer su libro sobre los intelectuales y el poder), Ruiz de Samaniego... No faltan prosas. De Martínez de Pisón (en casa leen La buen reputación), por ejemplo. Ni ensayos. De Francisco Jarauta, Alberto Corazón, Félix Duque, Eduardo Lourenço, Pedro Serrano... Tampoco falta la música, esta vez del compositor Joan Guinjoan del que se incluye "Integral de piano Vol. I"). Un lujo, sin duda.

Cuadernos del Matemático, que dirige Ezequías Blanco, celebra con un número doble (51-52) sus primeros 25 años. Lo hace por todo lo alto. Es imposible nombrar a cuantos han colaborado en esa conmemoración escrita. Sin dada es digno de mención el esfuerzo por mantener una revista así (donde cabe un poco de todo, de la traducción a al poesía, de la narración a la crítica), más si tenemos en cuenta que su núcleo está en el seminario de Lengua y Literatura del Instituto Matemático Puig Adam de Getafe. Aventuras así son las que justifican que otro nombre de la literatura sea perseverancia. ¡Gracias, compañeros! De las aulas y de las letras.

Clarín, dirigida por José Luis García Martín, llega al número 110 y viene, como siempre, colmadita de textos de interés. Me ha gustado especialmente el artículo de Insausti sobre las ruinas (con Shelley, Cernuda y Beckett, entre otros, al fondo), el de Carlos Moreno Guerrero sobre las cartas de Kafka a Felice (y la edición de Nørdica que recupera la traducción de Pablo Sorozábal),  las "notas" de Luis María Marina sobre el escueto mexicano Julio Torri, la entrevista a Luis Muñoz que firma Martín López-Vega, dos poetas españoles en Estados Unidos. También los poemas del paisajista Andrea Zanzotto, traducidos por Rosa Benéitez Andrés y Pablo López Carballo, y los de Billy Collins, una auténtica sorpresa, en traducción de Jaime Martínez. Teo Hernando parece escribir un poema dedicado al pescador de la tedeté que tanto le gusta a mis alumnos: "Para el siluro, / el agua de la ciénaga / es transparente." Tampoco me han dejado indiferente las memorias familiares de Ana Mª Reviriego, ni las "Notas sobre Venecia" de Juan Lamillar, cargadas de referencias culturales (literarias, artísticas, musicales). Así y todo, parte de esta nueva entrega está aún por leer. Por ejemplo, "Consejos y manuales", de Miguel Sanfeliu, que tiene, tras la primera ojeada, muy buena pinta.


También ha llegado Quimera, que dirige Fernando Clemot. Incluye en su número 366 un logrado dossier sobre el escritor uruguayo Juan Carlos Onetti. Coordinadores: Mateo de Paz y Juan Gracia Armendáriz)
Coordinado por Mateo de Paz y Juan Gracia Armendáriz, reúne artículos de ellos dos y, tomen nota, de Antonio Muñoz Molina, Ricardo Menéndez Salmón, Marta Sanz, Ernesto Pérez Zúñiga, Carlos Jiménez Arribas, Javier Mateos-Pérez, Eduardo Vilas, Claudio Fabián Pérez Míguez y Raúl Manrique Girón. Un auténtico festín onettiano.
Como se aprecia en el índice, no es lo único reseñable de la revista barcelonesa.

11.5.14

Pregón de la XXXIV Feria del Libro de Salamanca

Excmo. Sr. Alcalde, concejal de Cultura y Turismo, autoridades, señoras y señores, libreros y lectores, queridos amigos.
Lo dije hace ahora un año en este mismo sitio, cuando presentamos los poemas de Plasencias, que era un honor para un placentino venir a Salamanca, lugar de mi ya larga memoria, a hablar de libros. Para empezar, porque esta es una ciudad culta y libresca, en el mejor sentido -“Ciudad de Cultura y Saberes” reza el eslogan-, algo que tiene mucho que ver, claro, con su antigua Universidad. Una ciudad de los libros que cuenta con los tres pilares básicos que la hacen digna de ese título: una espléndida red de bibliotecas municipales y públicas, un puñado de excelentes librerías y, en fin, consecuencia de lo anterior, un nutrido grupo de lectores, ciudadanos a favor de la lectura, como uno ha podido comprobar en alguno de los clubes que aquí existen. No estaría de más añadir las imprentas, que, sin categoría de industria, tampoco han faltado nunca en Salamanca. Qué sería de nosotros –autores, libreros, bibliotecarios, lectores- sin la existencia del benéfico editor. En este sentido, déjenme mencionar siquiera a Ediciones Sígueme, de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos, congregación a la que pertenece uno de mis hermanos, veterana y rigurosa casa editorial que tiene su sede a un paso del muy helmántico Colegio de Fonseca.
Para seguir, agradezco la invitación porque la tarea de pregonar (esto es, de “publicar, hacer notorio en voz alta algo para que llegue a conocimiento de todos”), porque la tarea de pregonar, decía, la trigésimo cuarta Feria del Libro salmantina (que puso en marcha el alcalde Jesús Málaga, extremeño de origen y viejo amigo) relevo a uno de mis maestros, el poeta Antonio Colinas, pregonero vitalicio de la misma, a quien tanto admiro y del que acabo de leer y reseñar para ABC Cultural su último libro, Canciones para una música silente, que se presentará, por cierto, aquí dentro de unos días, donde tan presente está Salamanca (el Patio Chico, la Casa de las Conchas...)
No olvido que compartió jurado, hace más de veinte años, con el Nobel mexicano Octavio Paz, del que conmemoramos estos días su primer centenario, en la cuarta edición del Premio Loewe de Poesía, que recayó en mi tercer libro, Una oculta razón. Por entonces, 1991, ya llevaba uno años surtiéndose de volúmenes en algunas librerías salmantinas.
Cuando mi novia empezó a estudiar Psicología, compaginé las compras en la placentina Cervantes, mi librería de toda la vida, ahora bajo el nombre de El Quijote, con las frecuentes visitas al húmedo sótano de la Cervantes de aquí. O en Hydria y en Víctor Jara, a la que acaso he sido, que los demás me perdonen, más fiel. Pero ha habido más, aunque no pueda, ya digo, nombrarlas a todas. Uno quiere hacer suyas las palabras de Azorín, al que he vuelto, alguien que sabía bien de librerías, bibliotecas y ferias del libro, cuando el de Monóvar dijo: "Leer y tornar a leer. No hay más remedio. Ése es mi sino: la lectura y también el amor a la soledad." Tampoco olvido, al evocar aquel tiempo, lo unida que está la ciudad a mi formación como lector, ante todo, y como poeta. Estoy viendo ahora mismo la humilde edición en rústica, apenas un cuadernillo, del poema “Casa Lys”, de Aníbal Núñez, otro de mis maestros reconocido, el autor de Alzado de la ruina, uno de los libros más bonitos que se han escrito sobre este lugar, alguien, como ha demostrado de sobra en su particular biografía Fernando Rodríguez de la Flor, indisolublemente unido a Salamanca, que conoció, amo y sufrió como pocos, una piedra más de entre estas piedras, un invisible rostro de esta plaza y de la aledaña del Corrillo, donde, en su presencia inquietante y fantasmal, tantas veces lo vislumbré. Y ya que lo menciono, no puedo dejar de elogiar la edición que ha hecho Delirio, de Fabio de la Flor, tanto del libro que acabo de mencionar como de Obras, de mi paisano Felipe Núñez, amigo íntimo de Aníbal, salmantino de adopción, poeta ante todo, autor de unos pocos libros que valen, se podría decir, lo que no está escrito. Y ya que de amigos y maestros hablo, sigo hablando, cómo no acordarse, ay, del extremeño Ángel Campos Pámpano (que hoy, como me recuerda Elías Moro, cumpliría 57 años), estudiante de filología en esta Universidad (la de sus hijas ahora), el sitio donde aprendió la lengua de Camões y empezó a traducir a Pessoa, Eugénio de Andrade y tantos otros poetas portugueses contemporáneos. Ángel, que era del Zurguén, y, cómo no, de Aníbal y de sus compañeros Tomás Sánchez Santiago (de Zamora, premio “Ciudad de Salamanca” de novela) y Luis Javier Moreno (de Segovia), dos de entre tantos poetas que en esta ciudad vivieron o viven, una ciudad que contó con sus propias Escuelas Poéticas, en el XVI y el XVIII, y que, como comento, nunca ha dejado de tener entre sus vecinos a escritores y poetas de renombre. Imposible no mencionar a Fray Luis o a Unamuno, Torrente Ballester o Carmen Martín Gaite, y, de ahora mismo, además del citado Colinas, a Juan Antonio González Iglesias, uno de los mejores.
Poetas de fuera, como el mexicano Luis Arturo Guichard, el ibicenco Ben Clark o el cántabro Alberto Santamaría, o de aquí (y cito sólo a los que conozco personalmente), como Charo Ruano, Ángeles Pérez López, Asunción Escribano, Antonio Sánchez Zamarreño, Andrés Catalán, Raúl Vacas o José Manuel Regalado, con el que me cruzo cada mañana, en mi ciudad natal y suya adoptiva, camino del trabajo y por la tarde en el paseo junto al río (un Tormes como tantos). Novelistas como Luciano Egido y Luis García Jambrina.
Dije antes que una ciudad de los libros, como ésta, se apoya en tres puntales básicos, a saber: las bibliotecas, las librerías y los lectores. Debo añadir que esa ejemplar construcción se abrocha perfectamente con la celebración anual de una Feria del Libro. Ésta. No debería ser noticia, pero en estos tiempos aciagos lo es que un ayuntamiento la apoye y la sostenga, que su red de bibliotecas la organice (gracias, bibliotecarias y bibliotecarios) con la inestimable ayuda, eso sí, de los libreros, auténticos protagonistas de la misma. Y ahí, también de la mano, los lectores que de la forma abierta y accesible, sin tener que franquear puerta alguna ni enfrentarse a los temores que al parecer infunden los abarrotados estantes en penumbra de las librerías, pueden adquirir ejemplares de los libros de sus autores favoritos o fatigar las mesas de novedades en busca de su libro perdido, ése que siempre nos está esperando.
Es una fiesta democrática por excelencia. De ciudadanos y para ciudadanos que siguen, que seguimos teniendo en el libro, y por extensión en las librerías, un refugio ideal para esta temporada de intemperies que nos ha tocado sufrir. Un refugio, sí, para resistentes, personas que encuentran en los libros y en la lectura una forma de enfrentarse a las imposiciones de la moda y del poder que últimamente se ha convertido en una máquina economicista incapaz de ver en la crisis otra cosa que no sea su vertiente financiera y de mercado y que, por tanto, se olvida de lo sustancial, de lo importante, de eso que llamamos la vida de la gente. Y pues que de vida hablo, cómo no recordar que los libros nos ofrecen la asequible posibilidad de vivir esas vidas que jamás viviremos, de aportar a la nuestra, por sencilla que sea, la intensidad de las peripecias ajenas, ésas que suceden en lugares lejanos y que, por eso, llevan implícita la aventura del viaje, esa metáfora perfecta de la literatura y de la misma existencia.
El libro, ese gran invento. Elogio de la lentitud. Para resistentes, decía, para quienes huyen de la prisa y la precipitación, para los que luchan contra esta vida líquida, según Bauman, que pasa sobre nosotros sin que apenas nos demos cuenta. Para los que nadan contracorriente en esta “época de elementalidad” donde “se tiende a juzgar como superfluo cuanto no trae provecho inmediato y tangible”, al decir de Javier Marías.
Y ahí, el libro. La lectura. Ejercicio de paciencia, imaginación y pensamiento, el que nos ha hecho y nos hace más humanos o, por decirlo de otra manera, la operación intelectual más maravillosa y compleja que un hombre o una mujer pueden llevar a cabo, gracias a la cual, insisto, su condición vital, y aun mortal, cobra verdadero sentido. Casi un milagro.
Y lo dice un maestro de escuela, alguien que se dedica a enseñar, entre otras cosas emocionantes, a leer. Sí, crear lectores, fomentar desde la escuela la lectura, es un trabajo gustoso como pocos, créanme. Que los niños lean y hacerlo con ellos, una bendición (ahora que no nos oyen).
La lectura, además, es un eficaz consuelo que, desde la soledad y el silencio, nos libra de la incomunicación y del ruido.
Ese “leer y tornar a leer” de Azorín que para algunos letraheridos no deja de ser una pasión confesable (fervor, diría Zagajewski), tiene en esta Feria del Libro, sí, su mejor lección. La que nos ofrecen los políticos al apoyar lo que los ciudadanos demandan y necesitan (porque la cultura, ay, no es un lujo, a pesar de lo que parece que piensan en el ministerio del ramo); la que nos brindan los libreros, noble profesión que para sí uno quisiera, tenaces en su defensa de ese “conjunto de muchas hojas de papel u otro material semejante que, encuadernadas, forman un volumen”, en definición del diccionario de la Española, el formato que uno defiende, mucho más bonito, sensual y práctico que el dichoso libro electrónico (y menos pirateable, si se me consiente el palabro), lo mismo que defiendo los libros que en verdad son literatura, los “libros literarios”, escritos por verdaderos escritores, y, cómo no, las librerías de siempre, actualizadas al devenir de los tiempos (atentas a los beneficios de la técnica y al uso de Internet, impulsando el fomento de la lectura), y no esos monstruos amazónicos dignos de los exóticos programas de la tedeté.
“Esto es una forma de vida hecha para resistentes, nada más, decía aquí atrás Lola Larumbe, de la librería Rafael Alberti de Madrid.
Por aquí van a pasar a lo largo de estos días, entre otros, Juanjo Millás, los del Filandón (Luis Mateo Díez, Juan Pedro Aparicio y José María Merino), Benjamín Prado, Amancio Prada y Juan Carlos Mestre, Giralt Torrente (nieto del aludido Torrente Ballester), Fulgencio Argüelles, Jaime Siles (que de joven enseñó latines en Salamanca) y el esquivo Gonzalo Hidalgo Bayal, con el que tendré ocasión de conversar -otro nombre de la literatura- el sábado que viene en este mismo sitio. Éste sí en un lujo.
Termino. Y no se me ocurre una forma mejor de hacerlo que leyendo mi particular “Elogio de los libros”; un poema, quiero creer, donde se condensa, virtud de la poesía, lo que los libros, esa tradición de tradiciones, son y simbolizan.

Por la descripción del paraíso, y la ceguera de Tobías y por el viaje de Jonás alojado en el vientre de una ballena.

Por las aventuras de Ulises a través de un mar color de vino y por la explicación de sus hazañas hasta que pudo regresar a Ítaca.

Por las enseñanzas de Virgilio acerca del tiempo que nos huye, irremediable, y, cómo no, por las de Horacio, que nos animó a disfrutar del momento que pasa y a llevar una vida retirada y modesta.
 
Por los jardines y fuentes de los versos árabigos, porque evocan la pérdida del inmenso desierto.

Por la flor del cerezo y la luna y el río, y por los pabellones y por las batallas que cantan los poemas de los clásicos chinos.

Por el amor que ha abierto las murallas de todos los castillos de la historia y por los trovadores que inventaron el modo de asaltarlas.

Por las coplas escritas a la muerte del padre, y las noches oscuras y la senda escondida, y la hermosa locura que inventó Don Quijote.

Por el descenso a los infiernos donde habitan los monstruos y el ascenso a los cielos donde viven los ángeles.

Por la busca del tiempo que creímos perdido en la patria feliz de la infancia.

Por los cuentos de hadas y los cuentos de lobos, por su felicidad y por su miedo.

Por los cantos oscuros de las tribus remotas, tan acordes al ritmo con que suena la Tierra.

Por la tristeza y por el entusiasmo que se esconden detrás de las líneas escritas por cualquier ser humano.

Por los mares del mundo: los del norte y sus sagas, los del sur y sus islas; y los de la persecución de Moby Dick y los profundos del Nautilus.

Por los héroes de leyenda y los seres reales porque son las dos caras de la misma existencia.

Por las volteretas de todas las vanguardias y los sueños que inventan con sus saltos festivos.

Y por todos los libros, incontables, que admiten recordar lo olvidado y volver a lugares donde nunca estuvimos y vivir esas vidas que jamás viviremos. Porque el mundo es un libro que nos lee y que escribimos.

Muchas gracias y ¡feliz Feria del Libro!

                                                                                              Álvaro Valverde
Plasencia, abril de 2014

Con el alcalde Fernández Mañueco y Julio López, concejal de Cultura