29.2.16

De la antología

Al final no pude asistir a la presentación en Centrifugados de la antología Cementerio Alemán. Yuste. Ni volver a participar en ninguna de las actividades del Encuentro de Cumbreño. La vida manda, y sus no siempre agradables circunstancias. No pude acompañar a Salvador Retana, editor del libro, director de La Rosa Blanca, y autor del Atlas fotográfico, todo un relato, una obra de arte que se incluye en la preciosa edición que él ha cuidado con un esmero digno de elogio. Ni a Miguel Ángel Lama, que estuvo en la aventura desde el principio, quien firma el luminoso prólogo que abre el volumen. Ni a Elías Moro, que ya anticipó en parte este florilegio en su blog. Ni, en fin, a Cristián Gómez Olivares, uno de los poetas que forman parte de su selecta nómina. Me dicen que tuvo el detalle de leer mi poema sobre ese lugar en vez del suyo, un gesto que le honra y que agradezco. Por allí andaba Bayal, que también ha puesto, por sorpresa, una certera línea en el libro, dentro del encarte "Errata". Y otros amigos a los que no pude ver ni saludar. Las aludidas circunstancias mandan. Un día de estos intentaré ofrecer aquí, de forma más detallada, mis impresiones sobre la antología. Por lo pronto, da gusto verla. Gracias. 

28.2.16

Ana Luísa Amaral

Oscuro es el primer libro de Ana Luísa Amaral publicado en España. La poeta portuguesa (nacida en Lisboa en 1956, aunque residente, desde los nueve años, en Leça de Palmeira, al norte de Portugal), traductora y feminista, profesora de la Universidad de Oporto, goza de un crédito, tanto en Portugal como fuera de allí, que no se compadece con esta situación, impropia de un país, éste, atento a las letras lusas y con un cualificado grupo de traductores en activo que siguen la senda de otros tristemente desaparecidos (Crespo, Llardent, Campos...), pero cuyos trabajos seguimos leyendo. Uno de aquéllos (de la sección extremeña), Luis María Marina, hasta hace poco diplomático en nuestra embajada en Lisboa, ha optado por el riesgo y a nombres consagrados como Ramos Rosa o Nuno Júdice, une el de otros desconocidos para los lectores de aquí. Entre los últimos, Alberto de Lacerda, Daniel Faria y Rui Knopfli.
La poesía de Amaral (que ya era conocida en Colombia, México y Venezuela y que con su nombre completo: Ana Luisa Ribeiro Barata do Amaral, publicó en gallego el libro Pasos de música, camiños de auga) no es sencilla. La explica muy bien Marina en el extenso y necesario prólogo, "Ana Luísa Amaral: o de la claridad de las cosas más oscuras", que pone al frente de sus versos, editados por Olifante, siempre atenta a la literatura de nuestros vecinos del oeste. Ha elegido para su presentación uno de sus últimos títulos, de 2014. 
Allí se refiere a esa "mirada diagonal a las cosas", como ella misma define su manera de decir, a la "poética del reverso" que ha conseguido por aquello, explica Marina, de la función paradójica del lenguaje. Su mundo es el de la "cotidianeidad". Que, como dijo Cesariny, el proyecto de la poesía portuguesa del siglo pasado (para uno, de Oro) fue "la rehabilitación de lo real cotidiano, lo demuestra la poesía de esta mujer, su "personalísima mirada sobre lo real".
Al fondo de Oscuro, un libro tan unitario como complejo, el concepto de nación. Estamos ante una nueva vuelta de tuerca, comenta Marina, "al, por decirlo en palabras de Eduardo Lourenço, «psicoanálisis mítico del destino portugués»", "objeto primordial", según el mismo Lourenço,  de la literatura de ese país. Al fondo, pues, junto a lo mítico, lo épico, de Camões a Pessoa, "lo humano, trascendido por la historia".
Los poemas de Oscuro buscarían, Marina dixit, "desdoblar la dimensión humana de la historia", en busca de "la reconstrucción de la flecha de la existencia". Este es un "viaje mítico y simbólico", que diría el citado Lourenço, a través de la historia de su civilización. Alta poesía. Por cómo está concebida y por cómo se ha escrito.
Una serie de personajes protagonizan dichos poemas, desde el mencionado Pessoa, donde empieza y termina casi todo, a D. Dinis, el rey-poeta; el Infante D. Henrique; D. Pedro; D. Sebastián; Mariana Alcoforado... Sí, entre otras cosas, se trata de un diálogo polifónico con Fernando Pessoa y su drama em gente.
Y otro protagonista esencial: el lenguaje, antiguo a rachas, "exquisito, en cierto sentido quirúrgico", precisa el prologuista y traductor (que no ha tenido fácil), otra de las señas de identidad de Amaral, de cuya sintaxis "cubista" ha hablado largamente la crítica.
Mis poemas favoritos de esta obra, insisto, ambiciosa y muy bien trabada, son: "Las memorias más puras: o de lumbres" (el que abre de forma magistral el conjunto), "Entre mitos: o parábola", "Otras voces" (que termina: "No elegir mar ni horizonte. / Y embarcar sin mapa hasta el fin / de la oscuridad"), "El sueño", "El promontorio" (uno de los más emocionantes), "La ceremonia" y "La carta".
Ana Luísa Amaral, un nombre más, y no cualquiera, que hay que añadir a la larga lista de poetas portugueses imprescindibles. Gracias, Marina.

27.2.16

En Centrifugados

Las circunstancias personales han complicado, como casi siempre, mi paso por Centrifugados Encuentro De Literatura Periférica. No quise perderme, eso sí, la lectura de Pablo Fidalgo Lareo que, a pesar del cansancio (de Munich viajó a Gijón, donde tomó ayer en autobús hasta Plasencia) y de la fiebre, estuvo a la altura de sus poemas, tan claros como exigentes. Una hora estuvo leyendo y de esa corriente de versos destacaría "Santos", un poema al que me referí aquí y que volvió a sonarme, ahora en su castigada voz, maravillosamente. En las distancias cortas, como uno suponía, es como lo que escribe. Buena señal. 
Poco más puedo contar. Que La Rosa Blanca, Salvador Retana y su hijo Omar, tienen mesa de libros (y esculturas y otras obras) en el Encuentro. Que Marino González y Fabio de la Flor están estupendamente (el primero me contó que leerá poesía en el López de Ayala de Badajoz y al segundo le dije que me había encantado Las Hurdes. El texto del mundo, escrito por su señor padre). Que me senté al lado de María José y Gonzalo, abracé a Cumbreño, alma del invento, y saludé, entre otros, a Antonio Marcelino, María Jesús Manzanares, Víctor Peña (que me regaló Diario de un puretas recién casado)Cristián Gómez Olivares (que pasa más tiempo aquí que en América), Carmen Hernández Zurbano, Teresa Guzmán, Elías Moro, Ángel Manuel Gómez Espada, Iván Sánchez y otros amigos que ahora olvido (perdón). Julio Pérez y Juanra Santos se movían discretamente por todo el recinto (ha sido un acierto llevarlo este año a Las Claras). Ah, y nada más entrar, salía el flamante, nuevo director de la Editora Regional de Extremadura, Eduardo Moga, acompañado de Javier Pérez Walias. Apenas pudimos saludarnos. Hoy, Cáceres. Espero llegar, con todo, a la lectura de Hasier Larretxea. Y mañana, como hemos anunciado, se presenta la antología del Cementerio Alemán, que ha quedado de lujo. Más de uno ya me ha comentado su sorpresa. 

Presentación

Mañana a primera hora presentaremos en Centrifugados Encuentro De Literatura Periférica la antología "Cementerio Alemán. Yuste". El libro ha quedado precioso y está editado por La Rosa Blanca.

26.2.16

Gaudeamus

Antonio Bravo, extremeño de Santa Cruz de la Sierra (1944), publica su cuarto libro de poemas (ya hablamos aquí de Mitología de cristales negros y de Et in Arcadia ego?) bajo el título de Gaudeamus (Enkuadres) y hemos de reconocer que no podía haberle puesto un rótulo más adecuado. 
Bravo fue hasta su jubilación, conviene recordarlo, profesor de Historia de la lengua inglesa y literatura del inglés antiguo y medio en la Universidad de Oviedo, presidió la Spanish Society for Medieval English Language y ha traducido la épica anglosajona (del Beowulf a los lays), además de dirigir la revista de lengua y literatura medieval SELIM. Por eso, ha viajado por medio mundo de congreso en congreso y de campus en campus. Esa ocupación académica le mantuvo alejado de la publicación de otro tipo de libros que no fueran los de su especialidad, de ahí que haya dado en poeta sólo a una edad en la que cualquiera anda cerrando, si no la ha clausurado ya, su obra. A ese mundo dedica esta nueva entrega que divide en varias partes. Al campus como territorio, a los maestros, a Vetusta y otros "pretéritos imperfectos", a su "atlas" y a la airada actualidad sociopolítica van dirigidos sus poemas que, en general, tienen la impronta del autor de los versos del epígrafe inicial: Borges.
El prólogo, "Poesía y verdad", es de un antiguo compañero de facultad, José Luis García Martín, otro extremeño en Asturias, otro poeta-profesor. Como casi siempre, Martín acierta en el retrato de Bravo y, más allá, en su análisis de la poesía en cuestión y de estos versos en particular. Alude al desprestigio de la condición de poeta, en tanto que creador, entre la clase docente universitaria; a que no estamos ante un poeta tardío, sino enfrente de uno que fue guardando poemas en un cajón; a sus libros anteriores; a las veces que cruzó sus pasos por los pasillos con el "sabio y cordial profesor de inglés"; a su preferencia por la mencionada sección "Atlas" y por los poemas que "cantan a las bibliotecas". JLGM escribe: "La novela de campus tiene una cierta tradición, especialmente en la literatura anglosajona, pero no así la poesía que solo muy esporádicamente ha tratado este género, aunque hoy la mayoría de los poetas de renombre han estudiado, (y muchos son profesores), en las aulas universitarias"
En lo que a este lector respecta, aun coincidiendo en lo fundamental con Martín en la elección de los poemas (sobre todo los ingleses y americanos de la serie "Atlas"), destacaría también el primero (en prosa), Gaudeamus igitur", que sitúa a la perfección la escena, y algunos sobre su tarea -que fue y es también su amor- por la lengua remota de la que es especialista. En poemas como "Las metáforas de una lengua bárbara", "El mar que recité" (este precioso poema empieza: "El mar que recité a los jóvenes / estudiantes, no fue aquel mar azul / del Ulises de Homero o de su Ilíada, / ni aquel de los hexámetros perfectos de Virgilio / o el que Cavafis dibujó en sus versos / con islas de blancuras y de olivos. / Fue aquel mar de olas grises, de montañas / de espuma de las sagas nórdicas, / aquel camino de ballenas, / aquel lago profundo de los géatas / que su rey Beowulf atravesó nadando / entre líquidos monstruos.") y "Es mi segunda lengua". Borges está muy presente, sí, pero también encuentra uno ecos (de ecos) de poetas más recientes, como Luis Alberto de Cuenca, otro filólogo-poeta.
Me han gustado también mucho poemas personales, del todo autobiográficos (tal el libro al completo), como "Escalera de mármol", "Mi despacho", "Mereció la pena?", "La cruzada de un profesor", "Releyendo a Antonio Machado", "Mi elegía" o "Vivo entre dos mares" (como tantos gijoneses, la ciudad donde vive, Bravo pasa largas temporadas en Benidorm).
Tienen mucha gracia sus ajustes de cuentas con el tiempo pasado y con sus años de profesión, pero, sobre todo, contra sus "conmilitones", como él los llama, esos compañeros junto a los que trabajó o con los que tuvo trato. Sus palabras son a veces muy duras. Y me da que muy justas. Menuda tropa.
Es una suerte que este hombre nos haya dado al fin la oportunidad de leer esos versos secretos durante tantas décadas. Seguro que vienen más. Quedamos a la espera. 

Segunda entrega


24.2.16

Carta al padre

En la estela de Kafka, que también escribió al suyo, Jesús Aguado publica en Vandalia, la colección de poesía de la Fundación Lara que dirige el poeta Jacobo Cortines, Carta al padre, uno de los libros, cabe anticipar, más crudos que uno ha leído. Lo mismo que el título, nada sucede aquí por casualidad. Estamos ante algo más que un mero ajuste de cuentas o de una catarsis, aunque lo sea. De asomarse al abismo ha calificado Aguado este viaje. Algo así no se escribe impunemente. Ni a cualquier edad. Hace falta media vida, si no una existencia entera, para ser capaz de poner en negro sobre blanco estas palabras, esta larga carta desgarrada que, sobre todo, da cuenta de una verdad. Antes de entrar en detalles, me gustaría confesar que leí el libro una mañana lluviosa, dentro del coche, en el entorno de la chinata ermita de San Cristobal, mientras sonaba en la radio el "Adiós Nonino" de Astor Piazzolla, y que en un momento dado se me saltaron las lágrimas, un suceso que en raras ocasiones me ha ocurrido durante una lectura. Cualquiera, sí, puede ponerse en su lugar. Bueno, con matices: este libro sólo lo comprenderá cabalmente, en su honda y absoluta complejidad, quien haya sido padre. No basta, según creo, con ser hijo, lo que sí somos todos. Valdría decir que está escrito a tumba abierta.
Con una serie de poemas titulada "Padres" se abre el volumen. Padres, en plural. Porque no habla sólo del suyo, sino de distintas figuras de padres que conoce o imagina. Del mejor al peor. Son poemas mucho más que verosímiles. Ya se aprecia en esos versos la dureza que se acentúa en "Carta al padre", una zona ya descaradamente autobiográfica, con todos los peros que quieran ponerse a tal afirmación. No es ese el debate ahora. La intimidad es aquí un hecho. Más que la mera confesión. Nos habla el testigo y su testimonio, traído a golpe de memoria, es demoledor. "Escribo para que no hayas existido", nos dice. Y evocando a Arreola, "yo era el lugar de tus resurrecciones". Un momento álgido (y magistral) es cuando al final de esta segunda parte logra introducirse en el sueño del padre, como pesadilla. La dureza es total y algún episodio narrado (son poemas en prosa) llena de estupor al que lee (como el de la visita a Petrarca). 
En "Un padre muere" la poesía, adelgazada, apenas en susurros, mínima, reaparece. Son poemas breves sobre el preciso trance de morir y todos, como fragmentos a su imán, comienzan con el verso: "Un padre muere dices digo..."
"Oración por mis padres", donde uno recobra el ánimo, y "Un poema de la tribu Nila de la India cierran, en "Apéndices", este libro que termina así: "Estás muerto, padre, / márchate de nuestras cabezas / y déjanos en paz".
No puedo terminar esta reseña sin señalar que su lectura se complementa a la perfección con otro libro de Jesús Aguado que publica La Isla de Siltolá en su colección Levante: La luna se mueve quieta. Recoge una selección de artículos periodísticos (de La Opinión de Málaga) y las páginas de un diario que giran en torno a la vida de su hija Ada. Ella representa el futuro y la esperanza, gastada palabra que, sin embargo, aflora como contrapunto feliz a la insondable tristeza del libro comentado anteriormente.


23.2.16

Un poema de Comadira

Foto de Marta Sempere













CUATRO PALABRAS

Medio en sueños, un ángel
se me aparece y me tienta:
escribe, haz un poema.

Quiero quitármelo de encima,
quiero dormir el sueño de los justos,
o el sueño de los pecadores,
me da igual. Quiero dormir.

Pero él insiste.
Ten, dice: cuatro palabras:
mundo, país, lengua y amor.

Y añade: casi
ya te he hecho el poema.

Yo le digo: si escribo mundo,
tendré que añadir también
desastres, hambre y guerras.

Si escribo país, ya entro
en el territorio loco
del ser y los fantasmas.

Y si escribo lengua, ¿ves?,
el dolor me rompe el alma.
No puedo escribir más.

Y me dice: escribe amor
por el mundo y por el país
y por esta lengua
que se muere y te rompe el alma:

verás que todavía puedes
hacer éste y mil poemas.




Mig en somnis, un àngel
se m'apareix i em tempta:
escriu, fes un poema.

Vull treure-me'l de sobre,
vull dormir el son dels justos,
o el son dels pecadors,
m'és igual. Vull dormir.

Però ell insisteix.
Té, diu: quatre paraules:
món, país, llengua, amor.

I afegeix: gairebé
ja t'he fet el poema.

Jo li dic: si escric món,
bé hi hauré d'afegir
desastres, fam i guerres.

Si escric país, ja entro
al territori foll
de l'ésser i dels fantasmes.

I si escric llengua, veus?,
el dolor em trenca l'ànima.
No puc escriure més.

I em diu: tu escriu amor
pel món i pel país
i per aquesta llengua
que es mor i et trenca l'ànima:

veuràs que encara pots
fer aquest i mil poemes.

Narcís Comadira, 2012



NOTA: He preparado una reseña (que se publicará próximamente) con motivo de la aparición de la antología El arte de la fuga, editada por Cátedra en su benemérita colección Letras Hispánicas. Este poema del gerundense no figura allí, pero me ha parecido muy significativo en este preciso momento histórico (o lo que sea). La traducción es mía, aunque se hizo una al castellano con ocasión de su primera salida a escena, el Día Mundial de la Poesía de 2012.

22.2.16

Un sudario

Así se titula el último libro de poemas del canario de Tenerife (1971) Rafael-José Díaz, escrito entre 2005 y 2013, que publica Pre-Textos en su preciosa colección La Cruz del Sur. Su obra, ya extensa y reconocida, se reúne en La crepitación (La Garúa, 2012), poemas compuestos entre 1991 y 2006. 
Uno empezó a leerlo cuando dirigía la revista Paradiso, en los primeros noventa y admira, sobre todo, sus versiones del poeta Philippe Jaccottet, de quien tradujo Aires para la colección Voces sin tiempo.
Con no suponer un cambio radical en su trayectoria, este nuevo libro me ha parecido distinto. Uno, al menos, lo ha leído con una cercanía que no advertí en lecturas anteriores. Más allá de lo autobiográfico (que aquí, o eso suponemos, es ley) y de las personales circunstancias, que no coinciden ni en lo geográfico ni en lo vital con las de quien lee, es fácil empatizar con el poeta cuando narra sucesos de su infancia en la isla natal, pongo por caso, o cuando describe situaciones vividas en una isla cercana, como en los poemas dedicados a Lanzarote.
Nel mezzo del camin, el libro tiene algo de balance; de puesta a punto, digamos; de compendio. Y, claro está, esa perspectiva de pasado se vincula a una proyección hacia el futuro.
La suya no es una mirada compasiva. Hay mucho dolor aquí expresado. Mucha melancolía.
"Tahodio", el primer poema del libro, sitúa a la perfección la escena. Verano y niñez se conjugan como pocas cosas en la vida.
"Un sudario", el poema que le da título, es extenso, está dividido en fragmentos y se dirige a un tú cernudiano. Allí, paisajes despoblados, casas abandonadas, playas, arenas, afueras...
"A la hora del sueño" es uno de los poemas más inquietantes del conjunto. Medular para comprender de manera cabal lo de que instrospección y de análisis tiene esta obra que remite de continuo a la memoria.
La expresión "en mitad de la vida" forma parte de los títulos de dos poemas, de ahí que citara antes el famoso verso de la Divina Comedia de Dante. No es casual.
Leemos: "¿Y después de la muerte / será todo como ahora, la herida inesperada / en la aridez de la vida", que, por cierto, me recuerda a Leopardi, el "arida vita" de su poema "Le ricordanze". Y ya que lo cito, cómo no señalar la constante presencia, tan leopardiana, de la noche y la luna en estos versos meditativos donde la soledad impera.
Especialmente interesantes me han parecido los poemas que se agrupan en la parte VI y VII del volumen: "Poema de los cuerpos en verano", "La hoja", "Niño en el mar", "Una imagen resuena", "¿Qué playa?", "Los tres búnkeres", "Con Al Berto, en un taxi, atravieso Lisboa", "La gruta"...
Una viñeta de Óscar Achuri ilustra la cubierta del libro. El dibujo de un hombre desnudo es la imagen perfecta de lo que estos poemas simbolizan. A modo de sudario. 

21.2.16

Lugares

EP/Gorka Lejarcegi
Dice la escultora Cristina Iglesias a propósito de su obra Los Sueños, "dos toneladas de hierro suspendidas en el aire" que estará en Arco dentro del estand de El País: "Sí, es la idea de crear una celosía, que es una pared translúcida, un velo tras el cual puedes esconderte o taparte. Pero también mirar tras una puerta. Eso está en nuestra cultura, mirar a través de una pantalla. Somos una mezcla de culturas, cristiana, judía, árabe, pero esa manera de construir también está en la cultura china. Es una metáfora de la visión y de la percepción, del esconderse y el revelarse…"
Y luego: "Quiero crear lugares. Lugares donde se puedan encontrar los extraños". Y más adelante: "a mi me interesaba crear un lugar, hacer una escultura con esos elementos, el sueño, el hierro."
Antes comentó: "Cuando leo poesía me traslado a un estado en el que soy más sensible hacia mí misma, y eso afecta a la mirada con la que atiendo mi obra". Al parecer, en la obra hay versos de Guillén, Paz, Góngora, Valente...
Le preguntan por la sombra y ella dice: "Es muy importante. En una escultura como esta la sombra es un material más, que compone y construye la obra. Es una sombra que se desparrama alrededor de ella. En la escultura no puedes evitar la sombra, pero aquí está provocada exageradamente para que esté presente, para hacerte consciente de ella, para que bañe tu cuerpo y proyecte en el suelo ese texto, aunque tú no lo vayas a entender. Es una manera de extenderte en el espacio. En esta obra el texto es la propia esencia. Es el texto el que lo dibuja todo".
Y, por fin: "¿Qué ha encontrado explorando?" A lo que responde: "En mi escultura está implícita la idea de caminar. Es algo que he entendido caminando, valga la redundancia".
De su conversación con Juan Cruz. Babelia. 

20.2.16

Las islas del río

Sergio Álvarez (Salamanca, 1973), es doctor en Biología y vive en Bruselas, donde trabaja en su especialidad: la protección del medio ambiente, el desarrollo sostenible y la cooperación internacional. Las islas del río es su primer libro de poemas y lo publica Ediciones Evohé con dibujos de Marta Muñoz.
La cita inicial es de Aníbal Núñez, lo que no es, como síntoma, un mal comienzo. Después, una vez dentro, se comprueba que la presentida influencia no es tal (nada más difícil y peligroso que seguir al desaparecido poeta salmantino), aunque haya algún rastro suyo en el poema "Historia de un molino" (con epígrafe del autor de Alzado de la ruina). Álvarez tiene su propia voz. Una voz, cabe precisar, muy acorde a lo musical, tal es así que no faltan poemas que parecen canciones como "Pura música" o "Pero no importa". 
Lo paradójico -c'est la vie- se alía con lo divertido y humorístico, en poemas como "Inquilinos", "Berlanguiana" o "Si-no".
Hay experimentación y juego en "La vida: un inventario (soneto Boulez)", Windows Vida", "Efecto dominó"...
Ya que lo menciono, usa no pocas veces el soneto como forma de composición. La mezcla de lo popular y lo clásico también se da. En "La niña miraba el agua...", por ejemplo, algo que enlaza con lo dicho anteriormente sobre las canciones. 
En "Collar" encontramos la ligereza oriental y en "Insomnio", cierta vena flamenca (y no precisamente de Flandes), dos series de "Si breve dos veces". 
En el poema que abre el libro, "Punto de mira", y en otros como "Poética" (I y II), reflexiona sobre el quehacer poético: "Mis palabras no son / mercadería". 
En "Como quien va de viaje" hallamos al poeta viajero. De Saint-Malo a Nueva York, de Roma a Calatañazor, de Zamora a las Maldivas, de Budapest a Irlanda. A orillas del Danubio escribe: "Tener un río cerca ayuda mucho", un verso que evoca otro de Ángel Campos: "Es bueno tener a mano un río".
La sección final de este libro, "Paraguas para 2", acoge poemas amorosos y ligeramente eróticos donde el deseo y la celebración de ese sentimiento lo inundan todo. 
El asombro marca el tono de Las islas del río y esa perplejidad está dicha con sencillez y naturalidad, sin más pretensiones que la del paseante que, una vez alcanzada una pequeña isla situada medio del río incesante de la vida en la que de momento puede refugiarse, se dispone a dar cuenta de su testimonio.

19.2.16

Mi gran racha griega

Desde muy joven, he leído poesía griega. La clásica, que conocí a través de los volúmenes azules de la editorial Gredos (que pagaba en cómodos plazos) y los más modestos, pero no menos rigurosos, de Alianza y Cátedra. También de la moderna o contemporánea, representada por autores como Cavafis (a cuya recepción en España dediqué mi anterior artículo), Seferis, Ritsos, Elytis (cuya poesía se difundió rápidamente gracias al Nobel)…
Me atrajo, más que nada, su mediterraneidad y, ya ahí, su carácter luminoso y solar. Siempre me ha gustado la poesía diurna y los poetas del mediodía, algo que va más allá de la mera mención de la luz.
Sí, nunca he dejado de frecuentar a los poetas griegos. Me he sentido muy a gusto en su mundo, que es, quién lo duda, el de la Poesía. Donde empieza todo. 
Por suerte (uno, ay, desconoce esa lengua), hemos contado con traductores que nos han acercado esos versos. Una pléyade que no cesa. Así, gracias a esa mediación y a editoriales ejemplares, como Pre-Textos o Acantilado, siempre atentas a lo griego, puede decirse, parafraseando el título de la famosa película de Zwick, que uno está en su gran racha griega, pues últimamente he leído y reseñado libros de poetas griegos como Cavafis (la traducción de Juan Manuel Macías de su poesía completa, publicada por Pre-Textos, ha sido un acontecimiento), Ritsos (la misma editorial valenciana dio a conocer en 2015 Romiosyne seguido de La Señora de las Viñas, en versión de Juan José Tejero, y Acantilado sigue publicando su obra, desde hace años, en modélicas ediciones de Selma Ancira) o Mavrudís (del que tradujo Vicente Fernández González, para Pre-Textos también, Cuatro estaciones). 
De poetas más jóvenes, y acaso menos clásicos, también ha tenido uno ocasión de leer Encima del subsuelo, de Kostas Vrachnos (en la Colección Romiosyne); Aniversario, una interesante antología de Angelís Dimitris (Valparaíso); y, más recientemente, Nuestra nevera, de Petros S. Stefaneas (Sloper). 
Pero no sólo de poesía actual vive el lector curioso. Así, la mencionada editorial barcelonesa Acantilado publicó el pasado año otro libro que no ha pasado desapercibido. Me refiero a Aquel vivir del mar. El mar en la poesía griega. Antología, de la poeta y helenista Aurora Luque, donde da cumplimiento a un deseo: el de que existiera en español una floresta que recogiera poemas de autores griegos antiguos sobre el mar, escritos a lo largo de más de mil años de historia. Porque, como bien dice Luque, "Toda la literatura griega está penetrada por el mar". La obra incluye los apartados: poesía épica arcaica, lírica arcaica, del drama, helenística, de la Antología palatina y tardía. Viene a confirmar, con Píndaro, que "El agua es lo supremo". Y que, como contaba Homero, "vivir es navegar".
Recordaré, en fin, que una de las más exquisitas editoriales españolas, Nórdica, y en su colección de libros ilustrados, publicó Ítaca, el famoso poema de Cavafis, en traducción de uno de nuestros mejores helenistas, Vicente Fernández González, y con dibujos de Federico Delicado.

NOTA: Este artículo ha aparecido publicado en la revista griega Frear, en su número 14. 

18.2.16

Dos libros de Elías Moro

En 2015, Elías Moro (Madrid, 1959, pero afincado desde su juventud en la romana ciudad de Mérida), ha dado dos títulos a la imprenta. Un libro de poemas y otro de aforismos. Porque creo que, ante todo, Moro se considera poeta, como cualquiera que escriba o haya escrito versos, empezaré por Hay un rastro, que cierra con la letra Z la colección Luna de Poniente, de la editorial emeritense De la luna libros. No se podía haber elegido un mejor colofón. Lo sabemos ahora, claro, después de leer el libro de uno de los codirectores de esa muestra canónica de la poesía escrita por autores (vivos) extremeños o vinculados a Extremadura de la que uno, ya que lo menciono, ha tenido ocasión de hacer balance en su blog. 
Elías Moro no ha sido un autor prolífico. Tampoco temprano. Ni siquiera como poeta. Empezó a publicar tarde (si no tenemos en cuenta Contrabando, una plaquette que apareció en la colección La Centena –de la Editora Regional de Extremadura– dirigida por Antonio Gómez, en 1987), para lo que es usual, y, ya digo, con lentitud. Uno, no me importa confesarlo, que le invitó a publicar en la citada Editora una antología de sus versos, estaba esperando de él un libro así. ¿Cómo? Una obra sólida, fraguada, digna de la dedicación, el rigor y las lecturas que le caracterizan. Sin que lo anterior desmerezca, al revés, este libro da la verdadera medida que el poeta es. O eso creo.
Con la guerra, el dolor y el miedo al fondo, Moro construye un intenso, emocionante poema fragmentado (sin títulos ni puntos) en el que se insertan, además, otros poemas que lo complementan. "Hay un rastro", "Tiro de gracia", "Derrota y hambre" y "Los muertos hablan" serían partes de ese poema único al tiempo que múltiple donde la guerra, protagonista de estos versos, orienta una reflexión sobre la verdad y la mentira, la memoria y el olvido, la muerte y la vida, por precaria y frágil que resulte. La unidad viene dada, sobre todo por el tono, el mayor acierto del libro, y, sí, por la temática bélica que recorre ese rastro. "Interludio animal" ("Cuervos", "Moscardas", "Gusanos") y "Trilogía de los trenes tristes" (donde estaría el germen de la obra, tres poemas dedicados a otros tantos europeos derrotados: Hrabal, Zweig y Levi) completan o arman del todo este memorial del sufrimiento que pone voz a quienes ya la perdieron (y están, por ejemplo, en las cunetas) o nunca pudieron alzarla; lo que deja fuera, claro, a los tres escritores citados. Y todo en un tiempo sin fechas que se sitúa en lugares indeterminados donde personas anónimas luchan por sobrevivir. En guerras mundiales o civiles. El vocabulario, que se ajusta a la perfección a lo cantado, logra trasladar al lector una determinada atmósfera intempestiva; a mi modo de ver, otro de los aciertos de Hay un rastro.
En medio del campo de batalla, entre la desolación y la mugre, perdedores, exiliados, supervivientes, hambrientos, perdidos, suicidas, muertos (en vida o ya definitivos), "hombres que ya no son nada, / hombres que ya no son nadie". Mientras, "En los casinos de pueblo, / en las salas de banderas, / en negociados ministeriales, / en embajadas y palacios, / en cerradas sacristías, // se brinda por el nuevo orden".
Elías Moro, que es como escribe y escribe como es, traza este rastro con nobles palabras de piedad. No hay ensañamiento. Tampoco regodeo. No digamos afán de venganza. Su mirada es tan implacable como limpia. Tan serena como testifical. De estos versos salimos más humanos. Tras reconocer, con el poeta, que "no hay dignidad en el silencio / si es para el olvido". O que, so pena de estar muertos, no debemos acostumbrarnos al dolor. 

Muy cercano a la pulsión del verso, el aforismo, ese híbrido entre el pensamiento y el impromptu, entre lo meditado y lo epifánico, se ha convertido, de un tiempo a esta parte, en un género, me atrevería a decir, à la mode. Elías Moro, que conste, no es un recién llegado ni, en consecuencia, alguien que se aproveche de ese viento de cola que a tantos parece empujar no sabemos bien dónde. En 2011 publicó 99 morerías, que es como él denomina, con gracia, a los aforismos o greguerías. Morerías, por cierto, que ha seguido practicando con frecuencia en su blog, El juego de la taba, y en distintas revistas; Estación Poesía, por ejemplo.
Ahora, de la mano de la que viene siendo su editorial habitual, La Isla de Siltolá, y en una nueva colección dedicada a esta línea literaria y filosófica, presenta Algo que perder. Aforismos (o así). Más de 140 páginas de sentencias dan para mucho. Sin perder de vista, eso sí, como señala con perspicacia Miguel Ángel Lama en la contracubierta, que la de Moro es una trayectoria “tendente a lo conciso, en la que los trozos más largos pueden descomponerse en trozos. Brevedad y agudeza. Concisión e incisión, de superficie y de hondura. De pensamiento”.
Al fin y al cabo, y porque vivimos en nuestro tiempo lo queramos o no, Moro adopta la forma del fragmento, santo y seña de modernidades y posmodernidades, piedra angular de una forma de proceder poco importa en qué género, ya sea el poético (con el que siempre lindan los fogonazos moronianos) o no.
Una de las características de su manera de proceder es el humor, indisociable de su carácter y, al cabo, de su escritura. En algunas ocasiones se le ha afeado que el aforismo diera en chiste, un peligro que a uno, como lector, me incomoda y que, por suerte, ha desaparecido en esta entrega. Sí, porque el humor es algo muy serio y el chiste no pertenece casi nunca a esa categoría. No al menos en su vertiente literaria, que es la que nos interesa.
Otro tanto se puede decir de la mera ocurrencia, que acecha en cualquier intento de este tipo. La línea aquí es muy delgada, más aún que en el caso anterior, y Moro ha logrado evitarla, lo que ha de ponderarse también. Creo, en suma, lo que no es poco, que ha salvado ambos escollos.
¿Además? Frases limpias, afiladas como cuchillos, que cortan la realidad y sus múltiples facetas. La vida en pleno. Con toda la riqueza de detalles que no le pasan desapercibido a un hombre que vive a la intemperie con todos sus sentidos en tensión. Un hombre, cabe añadir, íntegro, de ahí que el trasfondo moral de sus adagios está colmado de humanismo, compasión y dignidad. Frases paradójicas que dan cuenta de las contradicciones de cualquier existencia.
Aforismos que se deslizan delante de nuestros ojos, a través del pensamiento, y que vienen de la perplejidad y del asombro, como la poesía. Más en el caso de Moro, una persona que ha conseguido, a pesar de los pesares de la edad, permanecer en la verdadera inocencia de la infancia.
Más sensato que volatinero (sin que por ello deje de permitirse algún que otro juego de palabras), la melancolía es otro ingrediente fundamental de este puñado de aforismos que uno lee y vuelve a leer con la sensación de que merecen ser asimilados y comprendidos. Por triste que resulte a ratos.
Con estos dos libros, Elías Moro confirma su condición de escritor concienzudo y capaz. Poco a poco, sin estridencias, ha ido levantando un sólido edificio de sonido y sentido que sus lectores hemos hecho, gracias a él, habitable. Un pequeño gran mundo.

NOTA: Esta reseña ha sido publicada en la revista Nayagua, de la Fundación José Hierro, en su número 23.

17.2.16

Honrar a Cervantes

Cervantes por Juan de Jáuregui. RAH
"Mi propuesta concreta para honrar a Cervantes en este 2016 es que quienes pacten el nuevo Gobierno, —quien sea con quien sea— instauren en las enseñanzas básica y media una asignatura de Literatura, autónoma. Este homenaje costaría poco o nada y sería una de las medidas-estrella del nuevo Gobierno. Esa Literatura podría no llevar adjetivo. O incluso estar en plural, Literaturas. Podría poner al alcance de todos la Literatura Universal (Shakespeare y Cervantes incluidos), que ahora se ofrece a muy pocos. Puestos a soñar, soñemos que el curso que viene, en algún instituto, haya un grupo de adolescentes respondiendo con entusiasmo a la cuestión de las mujeres en El Quijote. En esto como en todo, soñar es importante para que cambie lo concreto. Ya Borges vio que, con el paso de los siglos, no es Don Quijote un sueño de Cervantes, sino Cervantes un sueño de Don Quijote". Juan Antonio González Iglesias. "Cómo se debe celebrar a un clásico". El País. 

16.2.16

Munárriz y Riechmann

Antología 1970-2015.

Jesús Munárriz
Hiperión, Madrid, 2015. 176 págs. 12 €

Comenta Francisco Javier Irazoki en la nota inicial que este libro, “nacido de mi iniciativa, comprende textos de diecinueve obras y abarca cuarenta y cinco años de creación”, a lo que añadiremos que consta de setenta y cinco poemas (algunos inéditos), tantos como años tiene su autor, Jesús Munárriz. Editor, librero, traductor y poeta, creemos que la primera tarea ha nublado injustamente a la tercera, a pesar de que, leído lo leído, su nombre resulte ineludible en el feraz panorama lírico español contemporáneo, algo que Irazoki demuestra editando, con el criterio y el rigor que le caracterizan, esta obra que siempre ha ido por libre. De “voces complementarias” habla él y para demostrarlo la muestra consta de seis partes. “Señales” abre la floresta, un poema que termina con el verso: “Tratemos de entender tanta belleza”. Y ahí, la capacidad de observación del poeta, que desmenuza, mediante palabras, el mundo, materia de asombro. A golpe de claridad, en busca de la transparencia. La mirada de Munárriz es inteligente, minuciosa, irónica, sugestiva, lúcida. Y está cargada de cultura y lecturas, aunque no proceda mencionar el término culturalismo, tan de su generación. Germanista, sirva como muestra de su discreto proceder “Un asombro de nieve sobre el Jena”. Se le puede aplicar lo que le dice a su hija en “Instrucciones de vuelo”: “la obra bien hecha es la mejor / presentación y la más clara”.  En “Pasiones” aflora el poeta vital, amoroso y erótico, el que encuentra en la amada “tierra firme”. El que aúna inspiración e imaginación. Desde la naturalidad, no desde la afectación. Virtud que le permite abordar en “Palabras cívicas” su defensa a ultranza de la libertad; una sección donde podemos leer poemas logrados como “Las guerras”, “Monólogo del poeta editor” (“A las de los demás, más que a mi obra, / dediqué tiempo, afán, sabidurías”), “Yo nací en el cuarenta” y “Cuarentena” (con su infantil Pamplona al fondo). Chicho Sánchez Ferlosio -alma gemela-, su adorado Hölderlin, el póstumo poeta suicida Silva o Aníbal Núñez, son algunos de los homenajeados en “Siete nombres”. El viajero atento protagoniza la serie “Naturales”. Por fin, el hombre que ha vivido, “Últimos asombros”. En “Veladuras” leemos: “Toda mi obra es sugerencia”. O: “evito siempre lo evidente”. Para terminar, este rotundo verso: “Y yo habré sido sólo escriba de mí mismo”.


Jorge Riechmann
Calambur, Madrid, 2015. 209 págs. 18 €

No es preciso recordar la trayectoria de Jorge Riechmann (Madrid, 1962), uno de los autores más acreditados y prolíficos de su generación. La poesía, entre 1979 y 2007, está recogida en Futuralgia y Entreser. Después han llegado libros como éste. El título procede del “interior del sueño” y le fue dictado por el mismísimo Camarón: “qué himnos podríamos aventurar hoy, en efecto, que no mostrasen una factura tan agrietada como nuestras perspectivas de futuro”. “Y no obstante…” Sí, de obstinación cabría hablar, de resistencia. Y de compromiso. Porque, como observaba Atwood, “dar testimonio es tu deber”. Porque “Escribes para intentar que sea dicho / lo que ha de decirse y nadie dice”. “Sobrevivimos”, que diría Ferreiro. Y en el “Preámbulo”: “Vamos ligeros, amigos: vamos ligeros…”.
Con Pasolini y Berger (las citas abundan: “leyendo / y leyendo / para tratar de entender”), concluye que “la realidad es lo que podemos amar. No hay nada más”. En ella apoya su empeño: “Nos salva la atención: estar entero ahí / donde uno está”. Una obsesión más moral que poética, en el sentido clásico: “Desconfianza / del poema bonito”. “Recibimos palabras como piedras regaladas / las entregamos como un canto rodado”, escribe.
El tono es seco, sentencioso, reflexivo, preciso, aforístico a ratos. Claro y sencillo. Sin falsa retórica. Al fondo, la muerte (“nuestro tener que morir”), ya presente en la nota inicial (“la vida hemos de considerarla desde el prisma de la muerte”), donde recuerda a los amigos que se fueron, protagonistas de sus versos: Félix Grande, Nicanor Vélez, Gonzalo Rojas… O su padre (“Derrumbamiento”). Con todo, “El horror no es morir / El horror es la vida malograda”.
El amor es una luminosa presencia que atraviesa el libro. “Amar es la plática / que no acaba”. En “No acostumbrarse” o en “Autobús Salamanca-Madrid”.
Hay una gran preocupación por el lenguaje, por su perversión incívica. Y por su insuficiencia. Sí, de política se habla, y mucho, aquí. En contra del capitalismo (“Lo llamáis crisis / pero es lucha de clases”), a favor de la ecología y de las mujeres. De las luchas: “Salvo seguir luchando / no hay refugio mi amor / no hay / refugio”. Con conciencia de derrota incluso: “Lo que más debiera importarnos / resulta a la vez necesario / e imposible”. Nos redimen del tiempo unas “intensas aceitunas aliñadas”. 

Estas reseñas, sobre libros de Munárriz y Riechmann, aparecieron publicadas en El Cultural el pasado viernes 12 de febrero.

15.2.16

Amor

“No se mata uno por amor de una mujer. Uno se mata porque un amor, cualquier amor, revela nuestra desnudez, miseria, desprotección, nada”.
Cesare Pavese, citado por Fernando Savater en su espléndido artículo "Pavese", publicado en El País.

14.2.16

Incluso sin palabras

Así se titula el segundo libro del poeta vallisoletano Javier Dámaso (1964). Del primero dimos cuenta aquí: La Edad de Hierro. Ya explicamos que este profesor de Derecho Internacional Privado de la UVA, atento a su carrera profesional y a la redacción de sesudas obras sobre su materia, tan alejada de la lírica, había mantenido su obra poética en silencio, inédita, "en la privacidad y el intimismo", según su prologuista y compañero de promoción Luis Díaz Viana, hasta que las circunstancias lo han permitido. Al parecer, la seriedad y el rigor de lo uno casaba mal con la frivolidad e inconsistencia de lo otro, por decirlo de algún modo, e ir de poeta por la vida, siquiera sea discretamente, una condición no deseable en la oscura provincia castellana. Que no era lo mismo, en fin, ser el doctor Dámaso Javier Vicente Blanco que el poeta Javier Dámaso. 
Incluso sin palabras es también el segundo libro escrito por él y está fechado entre 1986 y 1991. Lo edita Páramo
Con citas bien traídas de Tarkovski y Brecht, se abre un delicioso paseo que, en "Una incómoda pasión", va del "pedregoso Carrión" a Toulouse en torno a una historia de amor que permanece al fondo de estos versos tan sugerentes y livianos como aquélla. En "Primavera en la Meseta", la parte más interesante, a mi modo de ver, del conjunto (un libro de libros), aparece una figura capital para comprender en su justa medida esta composición: la de otro de Valladolid, Francisco Pino. En "Urueña" la página adquiere la tipografía típica del maestro, otro solitario en su bosque de pinos. En "la estrategia perdida" (sin poder reproducir aquí el juego tipográfico) leemos: "Amigo Pino: / la vida la presentan / moralistas / y legisladores". Y en "Soy", con la famosa sentencia de Descartes a modo de epígrafe: "Soy / y porque existo / presiento la / amenaza". 
Esa tipografía a que aludo da en auténticos poemas visuales y dota al libro de una fuerza añadida donde lo vanguardista, con todo, se matiza o, dicho de otra manera, no queda en mero, vacuo alarde. Lo más humano y lo político se aúnan en "Memoria contra un tiempo vacío". Pulsión, por cierto, muy presente en su primer libro. "Tres", un poema de esa serie, es uno de los mejores del volumen. Y "Un hombre": "Un hombre / huele a muerto / con los ojos abiertos".
Tras algún poema amistoso y viajero (reunidos en "La ternura en la piel, debajo el desconcierto") y referencias al duro verano mesetario y a los vencejos, cierra Dámaso el recorrido con "Breve tiempo a destiempo", donde encontramos poemas tan interesantes como "Jayyam" o "Azuzar el gabán". En éste leemos: "El hombre es su silencio, / desconfía". Y "El hombre es su silencio" es precisamente el título del poema final que a uno, metido de lleno en esa lectura, le llevó a Nemo, la novela de Gonzalo Hidalgo Bayal, que también le da vueltas, y cómo, a esa idea. 

13.2.16

Nacionalismo

Paul Klee
Parafraseando al poeta sevillano Aquilino Duque, ilustre señor de Viñamarina, ser europeo es mi forma de ser universal; ser español, mi manera de ser europeo; ser extremeño, mi modo de ser español; ser placentino, mi estilo de ser extremeño; y vivir en la Ronda del Salvador, al pie de la muralla, pero al fin y al cabo extramuros, supongo que el de ser placentino. ¿Quién dijo nacionalismo?

12.2.16

Nemo

Nemo. Así de corto y de directo es el título de la nueva novela de Gonzalo Hidalgo Bayal. En principio, supongo, desconcierta. Uno pensó en el capitán de Verne y lo imaginé muy alejado del mundo narrativo de Bayal, tan de tierra adentro. Tan poco exótico. Demasiado estable. El cuadro de Elisabeth Gimferrer que ilustra la cubierta aporta alguna pista. Lo rural, a pesar de que el autor sea un hombre urbano de costumbres que poco o nada tienen que ver con las relacionadas con el campo y la naturaleza. Alguien, eso sí, que vivió su infancia en un pueblo: Higuera de Albalat (dos veces alude a una hoja de higuera; no de parra, insiste). Y a la geografía áspera que aportó el espíritu a una de sus novelas más celebradas regresamos los lectores de ésta, que se acerca a aquélla, como "Corzo", uno de los relatos de Conversación. Más allá, tal vez por el tono, podamos emparentarla con Paradoja del interventor. Digo esto al tiempo que pienso que el empeño es vano porque todas las narraciones, cortas o largas, de Bayal remiten a un estilo inconfundible, el suyo, que aquí se manifiesta con toda su grandeza por más que a algunos les cueste, y uno lo entiende, reconocerlo. Este es un escritor para lectores, no para el público. La suya, una narrativa al margen de las modas, lo que garantiza su perdurabilidad.
Antes que la trama, tan sutil como otras veces, lo que aquí prima es el poder absoluto del lenguaje por más que, paradójicamente, sirva para urdir una compleja (no digo complicada) reflexión sobre sus límites y sus excesos, sobre la palabra y el silencio. "La realidad no sólo es terca, también es prosaica y gramatical", leemos. Eso le da un aire ensayístico (donde abundan, entre líneas, los aforismos: "El miedo es una humillación secreta", "La transparencia es el mayor misterio") y le permite a Bayal volver a desplegar sus facultades filológicas, si bien más matizadas o atemperadas, con menos juegos de palabras ("entonces entonteces", "ni tácito ni taciturno", "estatus de estatua", "callardo", "callardía"). Para este fin, ha creado un personaje singular, como todos los suyos, el mencionado Nemo. Nemo neminis ("nadie y de nadie"). Nadie, al modo homérico. Nimú. Un forastero que llega a un lugar remoto del oeste, de, digamos, la Extremadura profunda, para descansar o convalecer (quién sabe de qué dolencias del cuerpo o del alma) y que trae consigo una firme decisión: la de no hablar. En esa especie de escondrijo, apartados del mundo, viven el escribano, que narra esta historia; el viejo, autor de elocuentes máximas senectas; el buhonero, que siempre está de paso; el bodeguero, en cuyo local -la bodega- se desarrolla buena parte del relato; el papagallo; los gemelos; el ama de la casona donde se aloja; el petirrojo; el ermitaño; el guardián de la fortaleza... Estos y otros que, como el carpintero o el cazador, un buen día dejaron también de hablar (como hizo durante una larga temporada el bodeguero) y luego desaparecieron, un sino que padecen con frecuencia los lugareños de esa aldea innominada de una "región anacorética", un "rincón de alimañas y murgaños", "ocre y oscuro, de verdor agostado y piedras melancólicas", donde encontramos el llano, el anillo, la laguna, el bosque, la mencionada fortaleza, la cruz del agua, la funesta tebra... Esos vecinos sin nombre, salvo Fiat ("nos aterran los nombres"), no dejan de elucubrar sobre las circunstancias que llevaron a Nemo, un paseante (una suerte de flâneur rural), "un contemplador", "un hombre a la intemperie" (en la "intemperie del silencio") que "huye de sí mismo", a este estado de soledad y de silencio ("Está aquí sin estar"), pues que una y otra cosa son inseparables, como anota el escribano. La suya, dice, es "una enfermedad moral". El hombre no es tal si se (le) priva del uso de la palabra. "Su voz -dice el narrador acerca de Nemo- es el silencio". En torno a esa "odisea inmóvil" va creciendo la novela. Como es habitual en la obra bayaliana, hay en ella una reflexión moral. Empezando por la que se deduce del no uso de la palabra o del abuso de las palabras en esta época de ruidos en al que todos hablan y nadie escucha: la "neminidad" y la "locuacidad": la verborrea. Términos como pasión (y acción, los dos polos de la vida según el viejo: los que actúan y los que sufren), vergüenza (incluida la "inversa"), tedio ("No es el silencio, en suma, sino el tedio lo que define la neminidad"), paciencia ("aliada del silencio"), melancolía, bondad, belleza, realidad o esperanza dan pie a jugosas cavilaciones morales que, otra marca de la casa. se conjugan a la perfección con lo bíblico, por decirlo de algún modo; una obsesión -o un trasfondo- que aquí, siquiera sea por aquello de la voz que clama en el desierto o por la evocación de Babel, son sólo dos ejemplos, resulta pertinente e ineludible. Al fin y al cabo, se dice en un determinado momento, "hablar es blasfemar". Por eso el silencio de Nemo es "puro y primordial". Como todo silencio, "una aventura submarina".
Intercalados con el hilo de las reflexiones, aparecen aquí y allá unos cuantos relatos dentro del relato (como el de la fábula del anillo) y no pocos poemas muy breves que condensan estados de ánimo. Todo ello, aunque el libro discurra en una suerte de intemporalidad cronológica y en medio de una atmósfera de leyenda, en un marco temporal tan concreto como el espacial: un año. De noviembre a noviembre. Entre los santos y los difuntos, ya que todos estamos condenados al "asombro de la muerte". Porque "La muerte es siempre la misma, pero los muertos son distintos".
Para Nemo, "ser nadie es su destino". "Nemo es el misterio". Diría que también, o sobre todo, Nemo es un resistente. Un inesperado final, que no desvelaré -en el capítulo 131-, cierra de manera magistral esta historia de historias que comienza con una cita de Sófocles, de Edipo rey: "que en lo que entiendo mal callarme suelo". 

11.2.16

Pere Rovira dixit

"Un día comprendes que eres como eres, amas a quien amas y vives donde vives, por haberte dedicado a la poesía. Es un asunto circular: tu poesía surge de tu vida, pero tu vida va como va gracias a la poesía, o por culpa de ella". Pere Rovira, en la revista de la Fundación March, nº 445, febrero de 2015, a propósito de su participación en el ciclo "Poética y Poesía".

10.2.16

La poesía de Clara Janés

Galaxia Gutenberg publica, en una edición al cuidado del poeta Jordi Doce, Movimientos insomnes una selección de poemas de Clara Janés (Barcelona, 1940) escritos entre los años 1964 y 2014. Se ha encargado de escogerlos el también poeta Jaime Siles quien, además, firma, a modo de introducción, el enjundioso ensayo "Clara Janés: Vida secreta de y en las palabras", donde casi todo lo que había que explicar sobre esta particular y compleja forma de decir queda dicho. Allí se habla de su "mundo mental", de "«los paraísos poéticos del yo», que es donde Clara Janés ha establecido la geografía de su territorio", de sus versos como "un canto de supervivencia", de su "lirismo místico" y su "poesía metafísica" y "pura", del hecho capital de la muerte en accidente de su padre, de "esa mezcla de vacío y plenitud que constituye la sístole y diástole de su obra", de la importancia en ella de la música (de Mompou, por ejemplo), de la "vida subterránea" y de su encuentro con Vladimír Holan (que da lugar a Kampa, acaso el libro de Janés que más me gusta), de la influencia de autores como Cirlot (del que aprende que "la poesía es una sustitución de lo que el mundo no es y no da", de su trascendencia y su humildad y de cómo la vive "como religión", de la importancia de la ciencia en su concepción de esta poesía como"sistema", de su mundo poético como parte de la "literatura fantástica" (aquí la imaginación es ley), de cómo, en fin, ha de ser vista como "totalidad" y no por partes. 
En la otra parte, tras la nutrida selección de poemas de la muestra (lo que al cabo importa), unas palabras de la autora ("Enséñame a hablar, hierba", un título que toma de Johannes Bobrowski) remiten a la poesía como rebeldía y como embriaguez (siguiendo a María Zambrano), al orfismo, a Levinas y su "ser es manifestación" (donde sitúa su "arranque poético"), a Cirlot (de nuevo) y a sus maestros: Holan, San Juan de la Cruz, Ibn Arabí de Murcia, Rilke, Ekelöf, el citado Bobrowski, etc.
"Creo firmemente que en la infancia se hallan las bases de nuestro desarrollo posterior", afirma la académica (curiosa posición, ya que la nombro, entre la outsider lírica y la formal ocupante de un sillón en la Española). O: "Nuestra bendición es no dejar nunca de conocer". 
En medio, ya decía, entre los necesarios y pertinentes comentarios de Siles y Janés (me temo que esta poesía precisa de exégesis), los poemas. De sus libros: Las estrellas vencidas, Límite humano, En busca de Cordelia y Poemas rumanos, Libro de alienaciones, Eros, Vivir, Kampa, Fósiles, Lapidario, Creciente fértil, Ver el fuego, Rosas de fuego, El diván del ópalo de fuego, La indetenible quietud, El libro de los pájaros, Arcángel de sombra, Paralajes, Los secretos del bosque, Fractales, Huellas sobre una corteza, Los números oscuros, Variables ocultas, Río hacia la nada, Peregrinaje, Orbes del sueño y Psi o el jardín de las delicias, además de inéditos, poemas visuales y versos de Movimientos insomnes. Que cada cual elija. Quiero decir que si hay una lectura personal e intransferible dentro de nuestro panorama, es ésta. A uno le gustan, sobre todo, los poemas de ErosHuellas sobre una corteza, Río hacia la nada Peregrinaje. Pero insisto: que cada lector se sumerja en este mar de versos y que la travesía le sea leve. Pericia, auguro, no ha de faltarle. Complacencia, tampoco. 

9.2.16

Moga en la Editora

Entre unas cosas y otras, casi un año después de que abandonara su cargo Rosa Lencero, por fin la Editora Regional de Extremadura tiene nuevo director. Como en el caso de aquélla, con la responsabilidad añadida de asumir la coordinación del Plan de Fomento de la Lectura extremeño. 
Tras una primera búsqueda que resultó infructuosa, la Junta optó por convocar un proceso de pública concurrencia competitiva para la selección de un candidato a ambas funciones y del mismo ha salido elegido (por la Presidencia de la citada Junta), a la vista de sus méritos y de la memoria con "las mejoras y objetivos a realizar", el poeta, crítico, bloguero y traductor barcelonés Eduardo Moga (1962). 
La reacción en los precarios medios culturales extremeños (buena parte de ellos en el exilio) ha sido de frialdad. Entre otras razones, porque la institución, otrora puntera, ha quedado postrada en un discreto olvido. La sorpresa, con todo, ha sido mayúscula. Para empezar, no pensaba uno que le interesara a alguien como él, un cosmopolita residente en Londres, un puesto así. Y no porque Moga no sea conocido y aun reconocido entre nosotros. Con casa en Hoyos, pueblo de la familia de su mujer, su presencia en esta tierra ha sido constante en los últimos años. Aquí tiene amigos y, cómo no, lectores. En la Editora, sin ir más lejos, ha publicado ya dos libros: El desierto verde y La disección de la rosa.
Que el designado no sea extremeño da, según lo escuchado, para dos interpretaciones contradictorias: que seguimos siendo un pueblo de paletos sin autoestima e incapaces de valorar lo propio, de ahí lo de nombrar a uno de fuera, y que, a diferencia de otros, no somos ni terruñeros ni nacionalistas ni siquiera regionalistas, de ahí que no nos duelan prendas designar como responsable de la Editora y del Plan a un forastero que es, para colmo, catalán. 
Moga y su antecesora
Uno, que está a favor de la libre concurrencia, de los méritos, de la limpieza, de la luz y los taquígrafos, aplaude el gesto y asume que su currículum le avala. Cosa distinta es que crea que, a pesar de sus demostradas capacidades, pueda llevar a cabo esa digna labor que, como él quiere, conduzca de nuevo a la Editora al sitio que nunca debió abandonar, como la mejor editorial pública de este país. Y mis dudas, ojalá me equivoque, proceden del previo conocimiento del personal dificultativo, que diría su antecesor Fernando Pérez, con el que va a tener que bregar, de las cortapisas burocráticas, del escaso apego de nuestros gobernantes por la cultura (no digamos ya por los libros) y, en fin, de las condiciones leoninas impuestas por los exiguos presupuesto con los que ha de contar. Tiene, es verdad, más allá de sus valores, de la confianza en sí mismo y de su fuerte carácter, un apoyo fundamental: la profesionalidad y el tesón de María José Hernández, jefa de sección de la Editora. Su alma. Quien mejor la conoce. Alguien, por cierto, que formó parte del grupo de trabajo que valoró las candidaturas.
Por lo demás, cuando a uno le tocó ocupar ese puesto, por la libre decisión del consejero Francisco Muñoz, siempre tuve claro que mi tarea era propia de un técnico, no de un político. Y así me fue.
Creo que Moga nos conoce y nos aprecia. A los extremeños, digo. Y que sabe la importancia que para algunos de nosotros tuvo, tiene y tendrá esa pequeña isla literaria, histórica y artística que, desde la excelencia, nos definió mejor que casi nada. Fue acaso nuestra mejor marca. Junto a algunas denominaciones de origen. Le deseo mucha suerte y templanza en la faena, falta ha de hacerle, y muchos éxitos. Nos va no poco en ello. ¡Carretera y manta!