30.9.16

Noticia de Emilio Quintana

Las leyes de la herencia es el título del blog de Emilio Quintana (Loja, Granada, 1964), que trabaja en el la sede de Estocolmo del Instituto Cervantes (que ahora dirige el también poeta Martínez Mesanza). Ahí podemos leer Poemas escritos a lápiz, una plaquette publicada en Sevilla por Los Papeles del Sitio en 2012. En su número de julio, Nueva Revista ha publicado poemas suyos. Versos viajeros por la vieja Europa de ese cuaderno (y un inédito), tan leves como exactos, sutiles y silenciosos. José Cereijo se refirió a esta poesía con solvencia en su reseña "Emilio Quintana a lápiz", algo más que un mero juego de palabras. 

Chico y Morales en La Puerta

Esta noche a las 20:30 habrá un encuentro en la librería La Puerta de Tannhäuser de Plasencia con dos autores placentinos: Javier Morales y Álex Chico, que charlarán sobre sus últimos libros publicados. Javier Morales y Trabajar cansa, editado por Baile de Sol, y Álex Chico y Sesenta y cinco momentos en la vida de un escritor de posdatas, publicado por La Isla de Siltolá.

29.9.16

De Gómez Beras

Debo a Hilario Barrero la recepción de este libro, Errata de Fe, del poeta y profesor universitario Carlos Roberto Gómez Beras, que nació en 1959 en República Dominicana, pero que vive desde pequeño en Puerto Rico, donde "(re)nació" en 1964. Está publicado en Isla Negra Editores, sello que él mismo fundó en 1993.
Es autor de Viaje a la noche, Mapa al corazón del hombre y La paloma de la plusvalía y otros poemas para empedernidos (que reúne La paloma de la plusvalía, Poesía sin palabras y Animal de sombras). Aún recoge todo lo anterior, escrito entre 1989 y 1992. Llega ahora el citado Errata de fe que agrupa sus libros desde 2012: Heridas como labiosOcho estudios incompletos, Las cosas que perdimos en el fuego y Fe de erratas
Pronto se da uno cuenta de que estamos ante un poeta, digamos, verdadero, alguien que escribe una poesía llena de gracia y, en general, amorosa. De estirpe nerudiana, su voz se abre paso con solvencia y deja por el camino poemas tan logrados como "Errata de fe", "A man and a woman", "Inventario", "Yeats", la serie Ocho estudios incompletos ("pero el amor es vacilante, incómodo e imperfecto"), "El regalo", "Tres consejos para la soledad", "La caída" ("Hoy sé que estoy muriendo", donde, como en "Error", juega con la borgeana enumeración caótica, un recurso que domina y le gusta), etc.
En Fe de errata agrupa un puñado de composiciones que giran en torno a la poesía. Así, "Al lector" ("Lector, acércate, ensayemos a equivocarnos"), "Fe de errata", "La poesía" ("cuando Dios se despierte sudado / de un sueño donde él muere / ese sueño es la poesía"), "Arte poética" (I y II) o el excelente "El escritor y el autor".
"La poesía es la fe", leemos, algo que no desmiente cuanto transmiten los genuinos versos de este libro de libros. 

Inventario

Hoy, como mendigo entre retazos,
He rescatado del ático clausurado algunas cosas:
El licor destilado en cada suspiro que alargabas
Los ocasos cuando convertías nuestros silencios en panes
Las vocales de tu nombre donde se mecían mis deseos
Tu mirada que me reconocía entre el opio de la nostalgia.
Hoy, ha sido un gran día para la muerte.
Mañana, resignado, esperaré la vida y su venganza.

28.9.16

Los cuentinos de Puche

Me ha encantado Fuerza menor, de Javier Puche (Málaga, 1974), publicado por La Isla de Siltolá en su colección Nouvelle. Con las debidas reticencias (era un escritor desconocido para mí, la narrativa breve...), me lo llevé a la piscina un mediodía de principios de septiembre y, una vez abierto, lo leí, sin agobios, del tirón. Por suerte, ya había remitido la ola de calor y en la tumbona, debajo de la sombrilla, se estaba a gusto. 
Al terminar, con una sonrisa en la boca, comprendí mejor que Bonilla lo haya miniprologado. No sé si es posible que los microcuentistas, Chesterton mediante, puedan ingresar al Reino de la Historia de la Literatura, pero este puñado de cuentos breves y microrrelatos bien merece pasar a la humilde historia personal de las lecturas que uno ha abordado, con mejor y peor fortuna, a lo largo de su vida.
La ironía y el humor alientan estas historias entre ácidas y divertidas donde se abre paso la inteligencia sin que por eso sintamos, al contrario, que hayan sido escritas por un listo, un ocurrente o un pedante. Lo trágico se alía en estos relatos con lo cómico, sí, y son el resultado de una sabia mezcla de vida y literatura, dos asuntos inseparables si quien escribe es, ante todo, un lector.
A la hora de expresar mis preferencias, podría citar casi todos los cuentinos. Me quedo con "Mantis", "Planeta Tierra, año 3012", "El pacto", "Error burocrático", "Movimientos migratorios", "Obstinación", "El esfuerzo", "Negligencia". Y con muchos de los que componen "Seísmos (Cuentos de seis palabras)", donde el chiste a veces aflora. En "Hombre-bala busca mujer-cañón" o "Entre caníbales, está prohibida la felación". "Ronronea el diccionario ante el poeta", dice otro. O: "Fantasea el inmortal con su autopsia". Termina muy bien: "Érase una vez un colorín colorado".
En el blog La nave de los locos, de Fernando Valls, encontrará el lector más seísmos.
Copio aquí, para terminar, una suerte de elocuente micropoética de Puche: "A veces la fuerza reside en lo pequeño, en la región más discreta y marginal del mundo sensible, alojada en ínfimas criaturas que apenas reclaman nuestra atención. No en Goliat, sino en David, cuya mano lanzó la piedra mínima que hizo caer al gigante. Tampoco en el acorazado Potemkin, sino en el imperceptible caracol que baja muy despacio por el tronco de un árbol en llamas. Frente al poder insolente de lo hercúleo, vibra la fuerza menor de lo humilde, que este libro exalta con levedad". Pues eso.

27.9.16

300 poemas de la dinastía Tang

Ya hablamos aquí de otra antología del profesor Guojian Chen: Poesía china (S. XI a. C.-Siglo XX), publicada por Cátedra en su colección Letras Universales al igual que ésta que nos llega ahora: Trescientos poemas de la dinastía Tang. Estamos, no me cabe duda, ante un acontecimiento poético de suma importancia. Porque China es "un país de poesía", donde ésta apareció "mil años antes que Homero" (en el siglo XI a. de C.). 3.100 años nos contemplan. Lo dijo el sinólogo inglés Robert Payne: "(Los chinos) han escrito más poesía que todas las demás naciones de la tierra juntas". También porque la poesía de la dinastía Tang representa su edad de oro (que duró 289 años), donde encontramos a poetas de categoría universal como Li Bai (antes Li Po), Du Fu o Wang Wei, la trinidad lírica china por excelencia. En fin, porque el editor de la obra es un erudito (ganas me dan de decir un sabio) que explica a la perfección y con todo lujo de detalles lo relativo al periodo, a sus poetas (biografía y analiza a los más importantes: el trío mencionado y Bai Juyi), a la historia que sustenta a los emperadores Tang, así como todo lo que se refiere a las técnicas de escritura (rima, ritmo, poesías de estilo moderno y de estilo antiguo, imágenes y metáforas...).
Cuatro son las etapas de esa poesía: la inicial, la de apogeo, la central y la final. Todas son explicadas con el rigor ya señalado por el traductor Chen. Su introducción, con todo, es amena. En realidad todo lo que tiene que ver con esta dinastía tiene mucho de novelesco y por eso está narrado de forma entretenida. 
Por poner algunos ejemplos, entonces progresaron la ciencia y la técnica (la pólvora y la imprenta -la xilografía- nacieron en esos años), se impulsaron las artes o se fundó la Academia de Letras, aunque lo que sigue brillando, por encima del resto, sea la poesía, versos que ningún niño chino desconoce. No en vano la administración del imperio estuvo ligada durante siglos al estudio y conocimiento de la poesía, sin la cual nadie podía aspirar a puesto alguno de relevancia. 
La temática es muy variada. Apegada a la existencia de cualquiera. Hay exaltación de la naturaleza y descripción del paisaje. Se canta la vida retirada, la fugacidad del tiempo, la nostalgia, el amor, la vida en la frontera (Chen recalca que estos poetas fueron "viajeros de toda la vida"), el destierro, el vino...
Sus poemas suelen ser cortos y el conjunto de lo escrito en la dinastía Tang "la máxima cumbre de la poesía china". Se puede decir, leemos, que esta antología "es el Quijote poético de China". Con eso...
La tarea de Guojian Chen es digna de elogio. A pesar de las ingentes dificultades, que cualquiera comprende (la traducción de poesía es un problema en sí misma), lo que el lector tiene delante es un montón de poemas en español que alcanzan la importancia de las obras maestras. Más de quinientas cincuenta páginas abarca un asequible volumen del que debemos señalar otra bondad: el breve prólogo que le ha puesto Carlos Martínez Shaw, de la Real Academia de la Historia. Ningún amante de la poesía puede perderse esta joya.

Un cuestionario

El escritor Fran Rodríguez Criado me propuso este verano contestar a un cuestionario literario que, una vez enviado, publica en el blog Grandes Libros. Gracias. 

26.9.16

Perejaume dixit

Un frame del vídeo Rondó, 2016
"Digamos que la mía fue y sigue siendo una formación esencialmente local, muy cercana al mundo inmediato. Cualquier palmo de mundo tiene el mismo valor y ninguno es igual al vecino. Sin jerarquía territorial alguna, he tratado de habitar y generar lugar, cuanto más cercano mejor, explicar ese lugar, explicarme a través de ese lugar..." Perejaume: "El arte implica resistencia". El Cultural.

25.9.16

Poemas ilustrados de Ada Salas

Ada Salas, cacereña del 65, cuyo nombre no falta en ninguna de las antologías de poesía femenina contemporánea que se han editado últimamente (ni en las otras, cabe añadir) publica en La Oficina Diez Mandamientos. Como ocurrió con Ashes to ashes (que apareció en la colección Vincapervinca de la Editora Regional de Extremadura en 2010), es un libro escrito en colaboración con la obra gráfica de Jesús Placencia (Melilla, 1964). En este libro fueron los dibujos (inspirados en los Cuatro Cuartetos de Eliot) los que tiraron de los poemas y aquí también están escritos "a partir de" una serie que Placencia expuso en 2013. Lo que importa, más allá del interés que susciten esas obras (de las que forman parte las palabras), es que estamos ante poemas genuinos. Por lo que significan en sí mismos y porque remiten indefectiblemente a la poética de su autora, de sobras conocida y celebrada. Poesía limpia, certera, cortante, seca (pero que logra emocionar y ser comprendida), precisa, sobria, sugerente, silenciosa... Los títulos de los poemas remiten a los de los dibujos escritos: "Vivir", "Estar atento", "Respirar", "Callar y obrar" (que me ha gustado especialmente), "Seguir"... Para los fieles lectores de Ada Salas esta es una ocasión de volver a leer sus versos, que no se prodigan. Para los demás, una perfecta ocasión para introducirse en su singular poesía. Ni unos ni otros se verán decepcionados. 

"Confiar"

24.9.16

Después de leer "Patria"

El País/Mordzinski
Terminé Patria. La he leído despacio y, por una vez, sin el lápiz en la mano. No quería que nada, ni siquiera los subrayados, interrumpiera esa lectura. Despaciosa. Disfrutante (que diría el narrador). Como confesó el periodista Calleja en la SER, no quería que se acabara. Al mismo tiempo, me apetecía saber cómo seguía. Y cómo terminaba. Ya lo sé. Y el final es perfecto. He leído por ahí (la repercusión en los medios de la novela es sorprendente) que lo primero que Aramburu ideó fue el final. Que lo demás, digamos, lo ha escrito para llegar ahí.
Esto no es una reseña. No soy crítico de narrativa. Ni siquiera un lector debidamente informado. De poesía si acaso. Y por algunas rendijas, ya que lo menciono, se cuela la poesía. Inevitable. Y no porque uno de los personajes (o dos) dé en poeta.
Me ha cautivado el lenguaje. Este hombre, ya lo sabemos, posee un estilo. Unido aquí a un inconfundible tono. Al narrador uno le ha puesto su voz. He dejado que sea él quien me cuente, en voz baja, esta historia de historias de la Historia. La del País Vasco. La de España. Y de Europa y del mundo. De lo local, sí, a lo universal, como hace siempre la gran literatura. Ésta lo es. Lo dijo con acierto Mainer, comparando Patria con varias obras maestras.
Aunque naciera allí, parece mentira que alguien que vive en Alemania hace tantos años y cuya lengua habitual es el alemán pueda captar tan bien, y con tanta naturalidad (por eso me referí a su escritura sobria) la manera de hablar de los vascos. Con sus giros, su peculiar uso de los tiempos verbales. Y con sus contadas palabras y expresiones en euskera.
Más allá, las frases inacabadas, los neologismos, el uso del "conque" o de barras para expresar distintos conceptos para una misma situación. Lo oral (el relato está lleno de diálogos) está conseguido. De manera natural (insisto), o eso parece. Me gusta la flexibilidad y riqueza logradas en el uso del español. A pesar de lo dicho anteriormente. O por eso mismo, como Aramburu ha explicado. Por no estar rodeado de personas que hablan español ha logrado verlo desde fuera, objetivarlo, algo difícil de conseguir para un escritor que vive en su propio país. 
Otra sorpresa: la estructura. Perfectamente calculada. Se ve de pasada, en el vídeo promocional de Tusquets, cómo elaboraba los esquemas de las partes del libro. 125 capítulos (de la misma dimensión, aproximadamente, y con título, que a uno, embobado con la trama, le han servido de poco), más de seiscientas páginas y, sin embargo, con qué difícil sencillez ensambla la peripecia; qué maestría al hilvanar, mediante cruces y saltos temporales, lo que se cuenta. ¡Y cuánto se cuenta! Qué de asuntos se narran en este novelón con hechuras de clásico. La familia, el terrorismo (a pesar de que esta sea mucho más que una novela sobre ETA), la bondad y la maldad, el rencor, la enfermedad, la religión (por la nefasta influencia de la Iglesia y sus curas en ese conflicto, poniendo -como Miren- una vela a los asesinos y otra a San Ignacio) la homosexualidad, la amistad (¡cuánta rima!) ... Como resultado, una vida de vidas. De la suya, la de Fernando, hay mucho también, lejos de ser ésta una novela autobiográfica. No en rigor o al uso. Pero, pongo por caso, las páginas que dedica a la estancia de Nerea en Zaragoza y su viaje fallido a tierras germánicas tal vez no resulten ajenas a su experiencia personal.
Los personajes, por lo demás, están muy bien perfilados. Son distintos entre sí, identificables por sí mismos, y se expresan (y los vemos) de forma diferente. No siempre ocurre en las novelas. Mi preferido es el retraído Xabier, el hijo de la protagonista, Bittori, y de la víctima, el Txato. El hermano de la citada Nerea.
En el capítulo 109, "Si a la brasa le da el viento", en un juego de transparencia metaliteraria, se nos explica el porqué de la novela. Alguien, un escritor, da las claves de la suya, que son en realidad las de ésta. Vayan a la página 551, por ejemplo.
Esta es una novela necesaria. Lograda. Rica en matices y en detalles (la labor de documentación ha sido exhaustiva, aunque no se note), dura, política (qué no lo es, en ese noble sentido que la palabra, a pesar de los pesares, tiene), como corresponde a un periodo histórico de la trascendencia del que hemos vivido. Sí, "hemos". Los vascos sobre todo. Ahí seguimos. Mañana se verá. Por eso esta novela es tan importante. Una patria, diría uno. Donde he vivido intensamente durante un par de semanas y de donde es difícil que me vaya. Como un personaje más. Gracias.

23.9.16

Un diario lírico

Alejandro López Andrada, que acaba de ganar el premio Jaén de novela, es uno de esos poetas, abundan en España, que viven retirados en la oscura provincia, con una obra ya hecha y reconocida con no pocos premios; alguien al que no le faltan elogios (de Llamazares, de Colinas), aunque luego, como les pasa a otros poetas de similares características, se le niegue el pan y la sal del presunto canon y su nombre no esté en los manuales ni en las antologías. 
En esta ocasión, el de Villanueva del Duque (1957) publica en la colección "Contemporáneos" de la editorial Berenice, sin el respaldo de ningún galardón, un diario "atípico y cordial", dicen, que ha titulado, sin ambages, Entre zarzas y asfalto. Y en efecto, de un diario se trata, con entradas breves que no dejan de ser poemas en prosa o como quiera que eso se llame. Anotaciones que acaso nazcan de la improvisación del momento, de la perplejidad y del asombro del hombre que está atento a lo que le ha pasado y le pasa, pero que están trabajadas en el taller para ser ofrecidas como las piezas literarias que en rigor son. 
En un momento trascendental de su vida, una vez abandonado su pueblo natal para vivir en Córdoba, López Andrada sigue con un pie en sus amados Pedroches, fuente y razón de toda su obra, tanto poética como narrativa, y otro en la capital provincial, una ciudad llena de belleza y de historia. Y de recuerdos, claro, y de nuevas realidades y visiones, que son las que le inspiran algunas entradas del libro. 
De nuevo la ciudad (el "asfalto") y el campo (las "zarzas"), esa vieja dicotomía que en este país ha venido marcando, sin porqué, la diferencia entre modernidad y lo contrario, como si no fuera moderno situar unos versos en la naturaleza. 
En el campo del Valle de los Pedroches, por ejemplo, donde está la familia de nuestro autor y sus vivencias más genuinas. Allí, padres, tíos, amigos... Y en cualquier parte, sus obsesiones, las que todo escritor arrastra irremediablemente. Por eso sus lectores reconocemos su mundo, presente siempre en su obra; un signo, se me antoja, de honradez y de coherencia. 
A veces, la sencillez de los sentimientos, la humildad de las visiones o la evocación de los recuerdos se trasladan, por contraste, con un lenguaje de elevado tono lírico. Es una cuestión de estilo, y, por tanto, un recurso legítimo, aunque uno prefiera la baja intensidad de lo natural en lugar de lo excesivamente literario o edulcorado, digamos. 
La melancolía es aquí ley. Todo está teñido de una atmósfera elegíaca, un tanto desesperanzada y pesimista, que se corresponde con la encrucijada a que antes aludí. Estamos, en suma, ante un libro que aporta un ladrillo más a esa bonita casa, habitable por literaria, que con tesón viene construyendo, en el profundo Sur, Alejandro López Andrada. ¡Salud y larga vida!

22.9.16

Julio

Con suma discreción, Julio Pérez González deja la gerencia de la Universidad Popular de Plasencia. Por "razones personales", según comentan. Demasiado sigilo, diría uno, aunque esa actitud le cuadre al protagonista, hombre de acreditada modestia. Vuelve a su plaza de funcionario municipal y abandona también sus tareas en la gestión cultural del Ayuntamiento. Juan Ramón Santos se queda ahora solo. 
Supongo que en esta decisión han pesado muchas cosas y no una sola. Trabajar cansa, dijo Pavese. Sobre todo, si como hace al caso, la tarea es desbordante, y en ese centro cultural y educativo se realizaban y se realizan un montón de actividades capaces de agotar a cualquiera. Además, bregar con políticos suma incomodidades al asunto. Luego está la crisis, que no ceja. En Plasencia, con lo de las dichosas huertas de la Isla (donde, por cierto, cualquier día de estos acaba uno trabajando), vamos para rato. En todo caso, o precisamente por eso, me extraña que en la rueda de prensa donde se dio a conocer el programa del nuevo curso y se presentó a la nueva directora (que colaboraba con él) no se reconociera como es debido (que lo mismo sí, la prensa recoge lo que le parece oportuno) la labor de Julio. Ahí o en cualquier sitio. A buen seguro se hará. O no. Sabemos con qué generosidad agradecen las autoridades, y perdón por la generalización, los servicios prestados. Otro argumento a favor del descrédito de la clase política. Poco importa en qué escala. Sé de lo que hablo.
Quede constancia al menos aquí de ese hecho. Julio Pérez ha sido un director solvente y deja la UP en el excelente lugar que acaso imaginaron sus fundadores a principios de siglo; el actual alcalde al frente. Gracias. Muchas gracias, amigo. Ojalá te sea leve esta nueva etapa profesional. Por aburridos que resulten los expedientes del Departamento de Intervención. Hay vida después de la jornada laboral. Ahora sí. 

21.9.16

Steiner conversa

No puedo evitar acordarme de mi añorado Félix Romeo cada vez que leo a Steiner. Solía afearme que elogiara sus libros. Después de mucho tiempo sin tener en las manos ninguno de los suyos (que Siruela ha seguido publicando con una lealtad digna de encomio), he disfrutado del último aparecido en España: Un largo sábado. Conversaciones con Laure Adler. En traducción de Julio Baquero Cruz.
Quienes frecuentan este rincón saben cuánto me gustan los libros de entrevistas o, mejor, de conversaciones, un arte al que este viejo y sabio judío tantas horas le ha dedicado. En esta ocasión con Adler, la prestigiosa periodista francesa. No digamos si uno de los que hablan es un tipo de la categoría intelectual y moral de Sir George. Un niño que nació con brazo deforme al que una frase de su madre, "una gran dama vienesa", le cambió la vida. Cuando le dijo: "¡Tienes una suerte increíble! Te librarás del servicio militar". El resto de sus días ha aplicado lo que denomina "la metafísica del esfuerzo", y no le ha ido nada mal. Sus padres, su infancia, la condición indeleble de judío errante (no creyente), su mujer (y la mujer, un asunto espinoso: Adler le acusa de machista), sus hijos (dos fenómenos, sin duda) copan no pocas páginas de estas entretenidas conversaciones. Para el lector habitual de Steiner, sí, nada nuevo. A uno, con todo, cuando leo sus inquietantes sentencias (lápiz en mano) y escucho sus agudas reflexiones, siempre me parece que es por primera vez. Su lucidez puede que no deslumbre -o sólo a ratos-, pero justifican, o eso me parece, la existencia de la inteligencia y del verdadero sentido común.
Pudo ser jugador de ajedrez y se arrepiente de lo haber apostado por la creación. En las composiciones que escribió en su juventud vio versos, comenta, pero no poemas: "El enemigo total de la poesía es el verso".
La música, el lenguaje (que "lo permite todo"), el judaísmo (el capítulo que le dedican es impresionante, empezando por sus reflexiones sobre la noción de lugar: "El hombre es un animal territorial" y terminando con sus visiones sobre el cristianismo y el islam), la poliglotía, la traducción, el silencio (que tanto me ha recordado a la última novela de Hidalgo Bayal),el psicoanálisis y Freud, las humanidades, la filosofía (y, en el centro, Heidegger), el libro y la lectura, Estados Unidos y Europa ("Es un milagro que todavía exista la civilización europea"), Celan y Valéry, el suicidio (“algo totalmente lógico”) y la eutanasia, la muerte ("No aprendemos a vivir", afirma, pero “creo que nos preparamos para nuestra propia muerte”) son algunos de los asuntos que trata con Adler. También, y eso me ha interesado especialmente, la crítica. Al respecto dice: "La primera frase de mi primer libro era la siguiente: «Una buena crítica es un agradecimiento»".
"La entrega debe ser total", aclara. No puede haber medias tintas. Él lo ha demostrado. Por eso se respeta tanto su palabra.
El título del libro, en fin, remite a una frase de Presencias reales: "Vivimos en un largo sábado", el que, en la simbología bíblica, está entre el viernes de la muerte de Cristo y el domingo de su resurrección. Nosotros estamos en "la incertidumbre del sábado en el que no sucede nada, en el que nada se mueve". "Ese sábado de lo desconocido, de la espera sin garantías, es el sábado de nuestra historia".

19.9.16

Bernal, en la Extremeña

HOY/Armando Méndez
La Real Academia de Extremadura de las Letras y las Artes es una joven institución de alma un tanto vetusta que goza de un discreto prestigio dentro de la región, así como de un absoluto desconocimiento, me temo, por ahí fuera.
Creada con nobles objetivos (es la única de su clase a la que el emérito rey Juan Carlos distinguió con el título de Real) y mimada en lo político tanto por los hunos como por los hotros, cuenta entre sus miembros con personas dignísimas a las que uno, faltaría más, respeta y, en algún caso, hasta admira. Hombres, la mayoría, y alguna mujer, cosa rara hasta ahora, como ha ocurrido en todas y cada una de las instituciones de este país. Personas como las señaladas con nombres y apellidos en la entrada que dediqué en este blog a la toma de posesión como realacadémica de una de esas mujeres a las que acabo de aludir: Pureza Canelo. Ésas y más. Nombres que prestigian, cómo no, a esta docta casa que dirigió con sabia mano durante muchos años nuestro añorado Santiago Castelo. No faltan, como en todas partes, personajes cuya escasa altura de miras en lo artístico o en lo literario dio, da y dará para poco o casi nada en materia de arte y de literatura. Por sus obras... En este sentido, daría para mucho el capítulo de las ausencias (de vivos y de otros que murieron) y de las presencias, pero este no es el lugar ni el momento para tan enojosa disquisición. Sí, llama la atención, pongo por caso, que Félix Grande (nacido de milagro en Mérida) llegara a la Academia poco menos que en in articulo mortisO que haya tenido que esperar tanto para hacerlo la autora de Oeste. Su ingreso marca, sin duda, un antes y un después y uno intuye que, más pronto que tarde, hay cosas que van a cambiar. De hecho ya han cambiado. Por eso la llegada de José Luis Bernal Salgado (Cáceres, 1959), que viene a ocupar, precisamente, la vacante del autor de Blanco spirituals, es tan significativa. Se unen en él dos valiosas condiciones: la de profesor universitario (discípulo dilecto de Juan Manuel Rozas y decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Extremadura) y la de poeta. En lo que respecta a la primera, tiene, además, la categoría de acreditado investigador. De la obra de algunos vates del 27, por ejemplo, como Gerardo Diego, del que acaso sea el máximo especialista y del que acaba de publicar La poesía de Gerardo Diego: un estudio bibliográfico (libro del que daremos cuenta muy pronto aquí). Con un ensayo sobre el dieguino Manual de espumas había conseguido en 2007 el prestigioso 'Premio Internacional Gerardo Diego de Investigación Poética'. De Luis Cernuda antologó poemas para la colección Adonais.
En lo referente a la segunda, su poesía, que ha vivido en los márgenes por culpa de la primera y absorbente dedicación, siempre le ha parecido a uno digna de elogio; algo que justifica de sobra su último libro: Tratado de ignorancia. Más si tenemos en cuenta el elevado nivel que ha alcanzado la lírica escrita por extremeños en el periodo de entresiglos (del que no da fe el batiburrillo que contiene el apartado "Creación" de la web académica).
Quiero, en fin, añadir una virtud más: Bernal es una excelente persona (educado, y se nota, en la ética franciscana) y, no me duelen prendas decirlo, uno de los amigos más leales que he tenido desde hace más de treinta años, cuando nos conocimos.
El crédito de instituciones ilustradas como la Real Academia de Extremadura viene dado por la suma de prestigios de quienes la componen; derivado de los cuadros que han pintado, la música que han compuesto, las investigaciones que han llevado a cabo o los libros que han escrito. Ni más ni menos. Por eso me alegra tanto la excelente designación de José Luis Bernal Salgado. La Extremeña gana. Como diría Castelo, que imaginó este momento: ¡espléndido!

Efémera

Una de las colecciones de la editorial Takara se llama Wasabi, como el condimento picante japonés y el programa de libros de Sánchez Drago. Es un proyecto que dirige la escritora gaditana Rosario Troncoso (directora de la revista El Ático de los Gatos, que ya va por su número 6) y sus libros se tiran en ediciones limitadas y numeradas.
El primer título es Efémera, del narrador, crítico, traductor y poeta José Manuel Benítez Ariza (Cádiz, 1963). En él ha reunido "pavesas de un diario", como titula su prólogo, es decir, aforismos y otras breverías entresacadas de su blog, "en barbecho", Columna de humo, o, como él dice, "una especie de destilado de ese diario" que lo mismo incluye un poema que un microrrelato. ¿Y de que tratan esos "aerolitos", que diría su paisano Carlos Edmundo de Ory? Pues de la enfermedad y la salud; de la soledad y la vida amistosa, social y literaria; del insomnio y los sueños; del silencio y la conversación; de la depresión y la melancolía (y, por eso, del sol y de la lluvia); del campo y del mar; de la desnudez y los gatos; de leer y de escribir...
Hay mucha poesía entre líneas y hasta versos, ya se dijo. Y la mezcla de eso y de otras cosas: "El viento en el campo viene de más lejos".
Son las anotaciones, entre íntimas y privadas, de un hombre que observa cuanto sucede y pasa. Cotidianamente, cabe precisar. 
El lector curioso que no quiera adquirir este precioso ejemplar de papel, él se lo pierde, podrá darse un garbeo por el mencionado blog donde encontrará algunas de las joyas que aquí se muestran.
Uno, en fin, añadiría este título a la bibliografía poética de su autor. No creo que deba estar en otra carpeta. 

18.9.16

La poesía de Antonio Lucas

En Fuera de sitio reúne Antonio Lucas (Madrid, 1973), periodista cultural del diario El Mundo, la poesía escrita y publicada entre 1995 y 2015. Veinte años y cinco libros en un volumen de Visor. El prólogo es de otro poeta, de la generación anterior a la suya, Felipe Benítez Reyes, con una poética, a mi modo de ver, muy distinta a la de Lucas. Eso no obsta para que, como acreditado lector, acierte en el análisis. En este párrafo se resume bien lo que el poeta de Rota viene a decir allí: “La madurez de Antonio Lucas nos ha traído un poeta seguro de sí, pero arriesgado. Un poeta que domina con maestría los recursos que lo caracterizan desde sus inicios, pero que a la vez no se conforma con ese dominio y asume, como un deber estético, no sólo la búsqueda sino también la osadía. En cualquier poema suyo hay un rasgo de gran audacia, una resolución estilística que desconcierta y deslumbra. Su imaginación verbal le pide un vuelo alto y continuo, y él se lo concede”. ¿Y antes de la "madurez"? Casi lo mismo. Basta con leer Antes del mundo (1996), su ópera prima, accésit del premio Adonais, con su arriesgada tipografía centrada; con su avalancha de palabras e imágenes procedentes de sus amados poetas franceses (Rimbaud, Baudelaire, Mallarmé, Nerval, Breton, Perse, Bonnefoy...) y otros españoles, también de cabecera, como Juan Ramón Jiménez, Salinas o Lorca (el de Poeta en Nueva York), y en español, como Neruda, señalado por Benítez Reyes; con la fijación de lugares simbólicos como Lisboa y su Barrio del Chiado. 
En Lucernario (1999, Premio Ojo Crítico), Lucas se atempera un poco. Siquiera en apariencia. En lo formal, digamos. No cesa, sin embargo, la pasión lingüística, el desbordante uso de las palabras, sujetas a una imaginación sorprendente; ni las referencias a sus maestros (de estirpe surrealista y nerudiana). Llegan otros, como Aragon o Whitman, que tampoco podía faltar en esta poesía celebratoria y jovial. Ni falta el cosmopolitismo (Londres, París, Venecia). Ni la música (en su poesía completa encontramos a Leonard Cohen, Chet Baker, Billie Holiday, Lou Reed...). Ni los poemas largos, como "Amor y muerte (Elegía)" o "Azohía". Aquí, como en todos sus versos, la vitalidad, sí, y el exceso. 
En Las máscaras (2004) cita a Pessoa y a Dostoievski. "Viajo lentamente hacia el invierno de mí mismo", leemos al comienzo de "Tiempo de fondo", un poema central en su obra. "Himno" nos trae a otros poetas de su línea: los románticos. A Hölderlin, Novalis, Keats... Y al visionario Blake. O a otros raros, como Trakl o Michaux. Si nombro a tanto poeta no es por subrayar su condición de lector onmívoro o una veta o sesgo culturalista (los Novísimos estén aquí muy presentes: Gimferrer, Villena, el primer Carnero...), sino para indicar por dónde transcurre su poética y qué puede encontrar en estas páginas quien no haya leído aún a Lucas. Dime a quien lees... Y por seguir, siempre Rimbaud y, entre los nuestros, Caballero Bonald, el último, el más transgresor. No quita que además se mencione a Eliot. El de La tierra baldía, of course. Por lo demás, ¿cómo hacer alusión a los poemas? Tan enigmáticos, tan particulares. Ajenos a lo narrativo y, por tanto, a esa tendencia tan mayoritaria como anglosajona de la poesía española de las últimas generaciones. 
Con Los mundos contrarios (2009) ganó el Ciudad de Melilla y desembarcó en Visor. El barroco y Góngora, otro que tal. Los poemas en prosa. Lautréamont y Pound. Y César Vallejo, otro puntal de esta manera de decir. Allí, los encuentros imaginarios de Keats y Reed, de Lorca y Ashbery. Y la pintura, otra pasión confesa de este crítico de arte y entrevistador de pintores y escultores. Velázquez, Schiele...
Tuve ocasión de reseñar Los desengaños (2014), premio Loewe, para ABC Cultural y luego publiqué aquí la reseña. Un preciso paso adelante que lo ha afianzado como poeta fundamental del panorama.
Tres poemas inéditos, en perfecta línea de continuidad con lo anterior, nuevas variaciones en torno a una poética a la que Lucas se ha mantenido fiel, cierran este volumen. Entre ellos el emotivo "Hospital".
Benítez Reyes afirma en el mencionado prólogo: "Esta es, en suma, la historia escrita, pensada y sentida, de un poeta que sabe decir lo que quiere decir como nadie lo ha dicho, y de ahí su grandeza, y de ahí su poderosa exclusividad". No se puede decir mejor.

FUERA DE SITIO

Imagina que el tiempo sólo es lo que amas:
unas pocas palabras, unos seres exactos,
unas horas muy lisas, una playa (quizá)
donde el daño no acecha.

Imagina la vida como no lo es ahora,
no quiero decir como algo perfecto,
sino un resplandor, cierto abril de muy lejos,
un tributo al azar sin otro destino
que el confín fugitivo de un eco sin rostro.
Y después cualquier cosa.

Con qué precisión va la edad hilvanando el espino.
Y qué extraña la urgencia de ir en pie hasta la ola,
celebrar lentamente que aniquile mi huella,
mi escritura de hombre, mi certeza de surco,
ser la alta misión de lo que nunca concluye
como no cierra el mar su recado en la orilla.

Pero no es estar quieto la razón ni la meta,
sino un querer más pequeño, una conquista más clara:
ver la vida llegar de su noche a tu noche
en un cuerpo ajeno,
pronunciar su silencio,
abrazar su alambrada,
desear su vacío,
delirar sin camino, sin mapa, sin fuego,
hasta el tiempo sin tiempo
del país que no haremos.

17.9.16

Echevarría dixit

"He leído Interrupciones en paralelo a la segunda entrega de los extraordinarios diarios de Ricardo Piglia, Los años felices (Anagrama). En ellos encuentro repetida una fórmula que ya otras veces había oído en boca de Piglia, y que vendría al pelo como epígrafe para el libro de Matías: “¿Y si yo fuera el tema de mi colección de ensayos sobre literatura? La crítica como autobiografía”.
Puede que, en definitiva, y a despecho de lo que uno se proponga, se trate siempre de eso. Que en eso resida la clave y el verdadero interés de la crítica en cuanto género, no sé". Ignacio Echevarría, "Las interrupciones de Matías". El Cultural.
El libro al que se refiere es Interrupciones. Diario de lecturas (Hueders), del escritor chileno Matías Rivas.

16.9.16

El lector Bonilla

Biblioteca en llamas era el título de un blog que Juan Bonilla (Xerez, 1966) mantuvo abierto entre 2012 y 2015 en el diario El Mundo y ahora el de un libro, publicado por Renacimiento en su colección Los cuatro vientos, que rescata parte de lo allí publicado, con ligeras variaciones, y algunos textos de diversa procedencia que vieron la luz en revistas como Clarín o Cuadernos Hispanoamericanos, todos relacionados con los libros y la lectura, de ahí que pensara en titular el volumen Andarse por las tramas. Su espíritu se puede resumir con estas palabras que figuraban en la cabecera de aquel blog: "Contra la dictadura de la mesa de novedades y contra el grito de los escaparates, esta Biblioteca se propone rescatar de las llamas del presente, obras y autores de los que apenas se habla porque no son, no están de actualidad".
Uno, que había leído no pocos de los artículos que lo componen, sabía de antemano que iba a disfrutar mucho con este libro. Así ha sido. Se puede decir que lo he paladeado. Entre baño y baño en la piscina, que es, ya lo he dicho alguna vez, un sitio ideal para según qué empeños. 
En la primera parte, "Lecturas", Bonilla ha reunido lo más sesudo, digamos, de la obra. Es donde su condición de crítico literario queda del todo patente. Destacaría las referidas a Ruano, a Falange y literatura de Mainer (del que también comenta su Historia mínima de la Literatura Española), así como a la obra de poetas como Julio Mariscal, Gloria Fuertes y Ted Hughes (a propósito de su impresionante Carta de cumpleaños) y de composiciones poéticas como el haiku (en español). 
En "Gente que ya no está" se ocupa de distintos muertos que unas veces echamos de menos (como los editores Ana Santos -de El Gaviero- y Jaume Vallcorba -de Sirmio y Acantilado-) y otras no tanto, como a la familia Panero. Aprovecha para volver sobre una de sus pasiones confesas: la de bibliófilo. De primera ediciones de la "Vanguardia Latinoamericana", "el nombre de una rara enfermedad que padezco desde hace años". Por eso viaja a Bogotá, en busca de Álvaro Castillo y de San Librario.
Mención aparte merece la narración de cómo publicó su primer libro, El que apaga la luz, título que dijo haber tomado de Somerset Maugham; una cita, confiesa, apócrifa. Tan falsa como la presunta identidad de Matilde Urbach, la dama del famoso poema de Borges, un dato que figura en las notas de algunas ediciones de la poesía borgeana y que, a buen seguro, habría divertido al escritor argentino. La impostura como una de las bellas artes. 
Tal vez la parte más genuina del libro sea "Opina que algo queda" o, cuando menos, en la que uno ve al Bonilla más agudo y fresco, el tipo capaz de, aun hablando con toda seriedad y con conocimiento de causa (este hombre es un lector consumado con criterio), hacerte reír; aunque, en general, estos textos muevan a la sonrisa, que es más difícil. El humor es carta de naturaleza en su escritura y la mejor manera de quitarle cualquier atisbo de solemnidad a lo que acaso mereciera tenerla. El aburrimiento, una imposibilidad. Si por algo se caracteriza Bonilla es por su enseñar (u opinar) deleitando. Su amenidad es de ley.  Y su desparpajo. Con los juegos de palabras es un maestro.
En esta sección habla de genealogías literarias (que cada cual puede escoger), de listas de libros, de blogueros avant la lettre (como Eugenio D'Ors), de la crítica (negativa e ideológica, que da para lúcidas reflexiones que uno ha subrayado profusamente), del premio Cervantes, del futuro de los escritores, de la feliz experiencia del premio de la Bienal de Novela Vargas Llosa (y lo mejor del galardón: la reseña elogiosa del Nobel peruano sobre su libro), de la responsabilidad de los lectores (uno de sus textos más recientes) o, en fin, de la imposible ordenación de una biblioteca casera. 
El epílogo lo ocupa "La velocidad correcta", un intenso relato real donde Bonilla narra la búsqueda de una casa para vivir con su pareja, su definitiva localización y lo que vino después: mudanza, reformas... Todo a la correcta velocidad, de ahí el título, del "poquito a poco". "Era nuestro sitio", afirma feliz cuando evoca las estancias y su piscina. Y a su gato Explorer, su inmortal higuera y su precioso naranjo.
¿Lo peor del libro? Dejémoslo en un par de erratas (en las páginas 143 y 260) que no consiguen afear este largo ejercicio de inteligencia crítica. 
¿Lo mejor? Sin duda, una aparente obviedad que no lo es: lo bien escrito que está. Ya nos advierte que "la crítica literaria sí debe ser literatura", a diferencia de la de arquitectura, por ejemplo, que no es arquitectura. "Porque el de crítico es un oficio -afirma con razón-, si es que lo es, que se defiende sólo y exclusivamente en el acto de criticar, es decir, en los textos donde se formula una crítica".
Destaco además esa mezcla de vida y literatura que el de Xerez, ahora en las afueras de Sevilla, traslada a cuanto escribe con una naturalidad pasmosa. "La crítica como autobiografía", que Piglia.

15.9.16

Millás dixit

"El lector, como el escritor, nace del conflicto. Sin conflicto no hay escritura ni lectura. Leemos y escribimos porque algo no funciona entre el mundo y nosotros. El conflicto no desaparece al leer o al escribir, pero se atenúa de manera notable. Decía Blanchot que la página del libro (del libro literario, quiero decir, de la novela, del poema, del buen ensayo) tiene dos caras; en una se mira el escritor y en la otra el lector, aunque los dos buscan lo mismo: un espejo que les devuelva de sí y de la realidad una imagen menos fragmentada que aquella que sufren a diario. Tanto el uno como el otro, tanto el escritor como el lector, son bichos raros, personas difíciles que sufren desacuerdos graves con lo que les rodea. Y esos dos bichos raros se encuentran ahí, en el libro, que es también un lugar oscuro, un callejón, diríamos, allí es donde se encuentran". Juan José Millás, "A mí, de adolescente, me prohibieron las novelas". El País

14.9.16

En El Cultural


Rafael Cadenas
Pre-Textos, Valencia, 2016. 84 páginas. 

A la poesía del venezolano Rafael Cadenas (Barquisimeto, 1930), premio FIL en 2009 y reciente ganador del Federico García Lorca, que incompresiblemente carece de galardones de sobra merecidos como el Reina Sofía, el Príncipe de Asturias o el mismísimo Cervantes, este lector llegó gracias a Obra entera. Poesía y Prosa (1958-1995), publicada aquí por la editorial Pre-Textos (con prólogo de Darío Jaramillo Agudelo) y en México por el Fondo de Cultura Económica. Antes, leímos sus poemas en distintas antologías ultramarinas, donde nunca faltaba, y en la que editó Visor en 1999. Luego, tras un largo silencio, vio la luz Sobre abierto (2012), al que se suma ahora el libro que comentamos.
Continúa en la senda del anterior, de absoluto misterio y despojamiento, de “desaprendizaje”, y, junto a todos los demás, forma parte de una obra única, por unitaria y por diferente.
Se abre con el famoso haiku de Basho: “Un viejo estanque: / salta una rana, / ruido de agua”. “Uno no sabe por qué escribe lo que escribe, yo no sé qué ha sido para mí lo que la rana fue para Basho”, comentó Cadenas en una entrevista. Y en un verso: "No desdeñes nada. / La rana le dio a Basho / su mejor poema".
Esa recurrente rana vuelve y con ella su enigmático salto. La anécdota de cómo fue compuesto está detrás de unos versos escritos en su particular forma de “trípticos”, una estrofa cadeniana muy parecida al haiku. Con ella regresa, paradójicamente, el instante, el presente (“pues como sabe que nadie conoce el futuro / se ahínca en el ahora perenne”), lo inmediato, solo tiempo que en verdad conocemos, clave de ese famoso poema. Y las enseñanzas del Tao, una constante en la singular obra del autor de Intemperie. Y el amor al idioma, un asunto al que ha dedicado penetrantes ensayos, ejemplificado aquí en poemas como “Fidelidad” y “La deuda de las palabras”.
A Karl Kraus, referente de esa defensa a ultranza de la lengua, dedica uno de los poemas con nombre del conjunto. Con él, Dante (en Florencia), Anna Ajmatova (“la suplicante”), Spinoza, Kennedy, Lord Chandos o Hölderlin y más en concreto Zimmer, el carpintero que lo albergó (“alabado sea ese artesano”) cuando el poeta alemán, que a todos se dirigía como “su excelencia, majestad, / su señoría”,  enfermó. En defensa de la dignidad leemos allí: “Rehúso creer / que sea necesario estar demente / para tratar con esa misma / reverencia a cualquier ser humano”.
La ascesis y el desaprender, la ausencia de énfasis (“Porque cuando te avienes / a hablar / lo haces sin énfasis”), está en el ADN poético de Cadenas, que no deja de ser un poeta ático. Y la mirada (“Lo que salva de los escombros”), siempre “a la mira de lo que ocurre”, como estado de ánimo. “Recibe tu alrededor / como un amante”, leemos.
Cadenas ha escrito: “Me atrae la escritura cercana al diario”. Lo comprobamos en este libro de nuevo, donde los versos parecen surgir con la naturalidad de la anotación, cercana al habla.
Un poema extraordinario le perseguirá, como le ha atosigado el genial “Derrota”. Se trata de “A un querido emperador”, donde dice de Marco Aurelio: “Nunca usó el lenguaje para encubrir / la realidad o superponerla otra”. O: “Como estoico, era austero”.
En el poema final alude a “lo que escribí”, a “lo que hice” y a “lo que dejé de hacer”. En ese orden, “Me pertenece”, dice; “debo acogerlo”, añade; es “el reverso que me completa”, concluye.


Nota: Esta reseña de En torno a Basho y otros asuntos apareció publicada el pasado viernes en El Cultural.

13.9.16

De la educación

Hoy empieza aquí el nuevo curso escolar. Y la tarea. Vayan por delante estas dos breves reflexiones.
"Habla de escuchar a los niños. ¿No les hacemos demasiado caso?", le pregunta Anatxu Zabalbeascoa al psicopedagogo Francesco Tonucci para El País Semanal. Y el también dibujante, que firma sus viñetas bajo el seudónimo de Frato, responde: "No. Les prestamos atención como objetos de consumo. Escucharlos es desarrollar una relación de confianza. Tenemos que demostrarles que nos interesa lo que piensan, con los riesgos que comporta. Porque si les preguntamos banalmente lo que piensan, como son listos, nos dirán lo que creen que queremos oír. ¿Los maestros están infrapreparados? No necesitamos ni buenas ni nuevas leyes de enseñanza. Necesitamos buenos maestros. Si alguien puede cambiar la escuela es el maestro. En España tienen una ley de educación absurda, la ley Wert. Dice cosas que en el mundo académico no puede compartir nadie. Ya en el prólogo establece que el objetivo de la escuela es la competición, y eso hoy casi parece un chiste. ¿Cree que algún buen profesor ha cambiado su forma de trabajar porque lo haya dicho la ley?"
Por su parte, Pilar Galán -profesora de Secundaria y escritora- publicó el Día de Extremadura en el periódico del mismo nombre un artículo que también tiene su miga. Se titula "Patio de colegio" y empieza: "De educación, como de fútbol, sabemos todos. Si cada espectador de un partido tiene dentro al mejor seleccionador nacional, cada individuo es un potencial ministro de educación, que arreglaba esto en dos minutos y sin tonterías".
Que nos sea leve. 

12.9.16

Una paz europea

Antes de Una paz europea, Fruela Fernández (Langreo, 1982) había publicado dos libros de poemas: Círculos Folk, éste también en la valenciana Pre-Textos. Es traductor (Kavanagh, Kaschnitz, Kafka, Sanguineti) y ha editado el libro colectivo The Smiths: música, política y deseo
En el número tres de la revista Años diez, que además de un monográfico sobre la poesía española del siglo XXI es una suerte de mapa generacional de una de las promociones más interesantes del panorama, FF firmaba un breve texto titulado "Receptor" donde se puede leer: "La tradición es la paradoja". Más adelante justificaba "la proliferación de abuelos y abuelas en la literatura reciente" y luego aludía al "momento paradójico que me interesa": "Sólo en la pérdida de la tradición podemos asumirla como algo productivo, que cuestiona aquello que la supera: nuestro presente". Caía después en la cuenta de que "una cercanía excesiva entre poeta y comunidad limita la perspectiva crítica; un exceso de aislamiento impide la comunicación". Añade que sus dos último libros han querido ser "intentos por encontrar una comunidad. En ambos hay una presencia fuerte, casi violenta de la tradición -el castellano sometido a las tonalidades del asturiano, la expansión de los espacios y las memorias familiares-, pero de nuevo desde la paradoja: ni el poema es el espacio propio de esa tradición obrera y campesina que desaparece, ni el poeta podría retomarla, porque está desplazado y pertenece a una realidad distinta". El destinatario, pues, es otro, no ya la "comunidad de origen": ha descubierto al lector que buscaba, en la estela de lo dicho en su momento por Auden.
Si vuelvo sobre ese texto es porque creo que aporta claves de lectura fundamentales al libro que comentamos. No siempre acierta el poeta a explicar lo que pretende. En lo que está, mejor. No es el caso. Fechado entre 2013 y 2015 en su ciudad natal, Hull, Leeds y Newcastle (en cuya universidad trabaja), FF empieza con una elocuente cita del muy europeo Berger sobre las ciudades y sus posibles disfraces y ya en su primer poema, que no deja de ser el primer fragmento de un poema extenso (pero breve, en el sentido de que no estamos ante un libro voluminoso) dividido en partes numeradas del 1 al 15), aparece su silencioso abuelo.
Esa "comunidad", más de la memoria que de la realidad, es "la cuenca minera de Asturias" y tanto él como su abuelo traen, después de varias décadas, "ese valle a cuestas". Ya se dijo, la familia es protagonista y ahí están las voces de abuelas y madres para corroborarlo. A ese lugar, "porque no vivo en él puedo serle / amargo y leal", escribe. "Y no estoy en casa", precisa. Allí (o acá), la Guerra Civil, el destierro: "Pasamos años preparando el exilio". Y más abajo: "Esa fue la pobreza". Y la emigración (y la inmigración, su revés, con mención expresa a los sirios), otra forma de lo mismo. Y la política ("la muerte / es política"): "Ahora a la guerra de clases la llaman turismo, / la llaman movilidad". Y no falta "este suelo" y el ganado y los prados...
Todo está dicho en esta suerte de conversación con elegante laconismo, sin descripciones gratuitas, mediante logradas comparaciones ("bella como algo impropio", "como rapa de hooligan"), con ese sonoro silencio al que se acogía el mencionado abuelo. Por terrible y dura que sea la elegía de ese mundo que desaparece, la serenidad prima. La verdad se impone. Sin estridencias. Con un lenguaje, ya se anotó, que mezcla con gracia el castellano y el asturiano, presente en muchas palabras que recogemos con el debido fervor quienes amamos esas hermosas tierras del Norte y a quienes allí viven. Choca que una forma de decir tan moderna se acomode tan bien a eso que no deja de ser anacrónico. Tal vez porque la poesía es esencialmente intempestiva. 

11.9.16

La canción del disidente

La última Feria del Libro de León, la trigésimo novena que se celebraba en esa vieja ciudad, fue pregonada por el poeta Tomás Sánchez Santiago. Me hace llegar, y no sabe cuánto se lo agradezco, la edición en papel de ese discurso, que él titula con un gran sentido de la oportunidad La canción del disidente. Lo publica Manual de Ultramarinos en "honesta edición precaria", dentro de su colección Papeles del Feriante. Fue pronunciado en el pomposo Salón de los Reyes del Ayuntamiento y todavía duran (y más que van a durar) los resquemores de las autoridades presentes en el acto.
A partir de un verso de Berceo, escrivir en tiniebra es un mester pesado, TSS afirma al empezar: "El escritor es el que se dedica a sacar agua de la oscuridad. Si es que la saca. Escribir es algo incierto que exige apartamiento y penumbra. Tengo siempre a punto una respuesta prefabricada para esa pregunta que habitualmente se hace: “¿Qué es un escritor?” Digo siempre –lo sigo diciendo porque creo en ello– que ante todo un escritor no es una figura social. No es alguien que deba intervenir en los jaleos públicos que iluminan –pero con luz de gas– el oleaje del mundo. No es hombre o mujer de tertulias, de concursos, de entrevistas atadas a la banalidad… El escritor es otra cosa: un medio monje, un medio ladrón, un medio mendigo. Eso creo. Escribe en una soledad conventual; entra a saco en palabras de otros para llevarse algo entre las uñas; se encuentra a menudo como un menesteroso, suplicando una palabra que llevarse a la boca para seguir comprendiendo un poco más al mundo". Tras asumir con orgullo el papel de pregonero y preguntarse por su significado y jugar con la palabra en distintos contextos, pasa a ejercer de tal no sin antes calificarse como "incómodo, crítico, lenguaraz". "No un incauto enredado en un discurso de circunstancias, tan pomposo como inocuo". Y ahí empieza el meollo de la cuestión, donde dice: "Este es un país de gestos y de ruido. Un país desde siempre sobreexcitado socialmente en espacios donde reinan la estridencia y el desconcierto: en bares y en cafés, en estadios, en plazas de toros, en reuniones de las comunidades de vecinos (de donde vendrá, sin duda, la tercera guerra mundial), en tertulias y debates de gallinero… Tener razón, para los españoles, siempre se ha identificado con la altisonancia". Sí, "este es un país de pregoneros. A la hora de actuar nos quedamos en eso: en una galería de gestos y en ese dominio bruto de la altisonancia. No sabemos vivir en otra alegría que no provenga del aturdimiento. 'Nosotros tan gesteros pero tan poco alegres', dice Claudio Rodríguez en un poema titulado precisamente así, 'Gestos'". Después cuestiona el término "feria" y propone una vuelta a los libros. A los de verdad. A los literarios. Y los defiende con tres poemas: "Cuanto puedas", de Cavafis; "El único beneficio", de Marcial; y "Peregrino", de Cernuda. "Esos son los verdaderos textos de autoayuda que todos necesitamos. No están en los manuales de los autores más vendidos (qué irónica verdad contiene, por cierto, esta expresión). Están en la memoria colectiva de la literatura. Son universales. Han llovido años sobre ellos pero no se han secado. Sus palabras mantienen todo el jugo. Trascienden el tiempo". Y sigue: "El territorio del lector es el de la libertad. No sé si lo he llegado a decir con claridad. Leer es un acto de amor. Y no hay nada más exento de reglas, de obligaciones, que el amor. Por eso, en un mundo en que nos asfixian los dictámenes, los avisos y las ortopedias mentales hay que considerar más que nunca al lector, en paralelo con el escritor, como un disidente". "Eso es leer: sentir otra llamada. Di-sentir". Y más adelante: "Por eso, el aliado natural del escritor es el lector, no es el erudito ni el crítico que pontifica y descubre las suturas de una novela o de un poema como si se sintiera por encima del prestidigitador por el mero hecho de descubrir el truco. Es entonces el momento en que el lector, el verdadero lector, el disidente, abandona ese territorio usurpado, alzado en nombre de un poder, de un propósito comercial o de la adquisición de un crédito. El único espacio en que cabe la alegría lectora –y volvamos al viejo Verne: “donde hay obligación no hay alegría”– es ese espacio de complicidad en la voluntad de salir del mundo agarrado a unas cuantas palabras luminosas. Frente a la tristeza de las militancias, la del lector es una elección plena de libertad en el jardín revuelto de unas páginas, de unos papeles que nos llevan a cualquier sitio menos a Panamá; de esas tramas de narraciones desasosegantes, bien distintas a las tramas que pudren la vida política de un país calcinado por la vergüenza. Frente a la cultura como comercialización, como superstición o como espectáculo, está la aventura radical de leer un libro desde esa disidencia para mostrar al mundo la luz oscura del descontento. Solo falta saber elegir libros. Una Feria podría ser una iniciativa responsable de respeto hacia las palabras y no la ocasión de vender bocadillos de humo. Vivimos rodeados de basura: programas basura, imágenes basura, comida basura, tiempo de la basura… También hay libros basura." Y termina: "Un aviso modesto, excesivo tal vez, para que la lengua de los políticos y la de los economistas –las lenguas que dominan el pulso del mundo– no apaguen con su falaz altisonancia el idioma natural de toda persona: el que le llega al corazón. Ellos no lo ocupan todo. Hay una legión de hombres y mujeres que se retuercen para no dejarse domesticar por completo. Son los lectores. Cuídenlos. A muchos de ellos se les reconocerá porque no se acercan a reductos donde vedettes, cocineros, gurús y doctores tratan de vender el crecepelo de sus productos. Ojalá que estos juicios algo airados hagan recapacitar en nuestra ciudad sobre la necesidad de recobrar antes de que sea demasiado tarde el resplandor y la dignidad de las palabras".
Gracias, Tomás.

(Nota: Porque todo está en Internet, en la página de Tam-Tam Press se puede leer íntegro el discurso. No es igual que en papel, pero...)

10.9.16

"Patria", de Fernando Aramburu

He suspendido la apasionante lectura de los diarios de Piglia para abordar la nueva novela de Fernando Aramburu: Patria (Tusquets Editores). No es para menos. Cuando cogí en las manos el sobre donde venía, supuse que dentro habría más de un libro. Me equivocaba. La novela tiene 648 páginas. Es un novelón, sí, en más de un sentido. Lo digo porque ya he empezado a leerla y no me extraña que esté concitando una favorable unanimidad crítica. En esa línea, la reseña entusiasta de Mainer.
Me gusta mucho la imagen de la cubierta. Aramburu ha explicado en el blog su porqué. Tirará de muchos lectores. 
Al fondo, ETA. En la forma, la admirable y minuciosa escritura del donostiarra (que aquí juega a ratos con las particularidades del habla local), aunque uno ha notado que acaso sea ésta la más sobria de las novelas del ambicioso estilista.
Enhorabuena/zorionak/glückwünsche. 

9.9.16

Lerner dixit

Pascal Perich/El País
Debo ser uno de los pocos lectores que no celebró con entusiasmo la publicación de Saliendo de la estación de Atocha, la primera novela de Ben Lerner. Nos cuenta Eduardo Lago en El País que "el pasado mes de mayo, Lerner publicó un librito de exiguas dimensiones cuyo objeto es dilucidar el papel de la poesía en el conjunto de la cultura, sólo que lo hace desde una premisa insólita: la poesía despierta entre la gente un sentimiento de rencor. El título del ensayo, Hatred of poetry (El odio a la poesía), no admite dudas al respecto". Ya habíamos hecho alusión a él en este rincón, cuando Lerner comentó en una entrevista que lo estaba escribiendo.
Lago, que ha conversado con él sobre el libro, le pregunta: "¿No cree que el término “odio” es un poco exagerado? ¿De verdad cree que la gente odia la poesía?" Y el norteamericano responde: "Lo hago con intención de provocar. Mucha gente es totalmente indiferente a la poesía. Lo que pasa es que teniendo en cuenta el lugar marginal que ocupa la poesía en la cultura resulta chocante que provoque un rechazo tan vehemente en tanta gente, mucho mayor que otras manifestaciones artísticas, como la música experimental". Y sigue:
P. ¿A qué cree que se debe esto?
R. La poesía hace que la gente se sienta excluida; la perciben como una suerte de amenaza, de ahí que la reacción sea tan intensa y esté tan teñida de ansiedad. En el sentido que sea, siempre tiende a despertar emociones extremas.
P. La poesía es una forma primordial de expresión en la historia de los pueblos y las civilizaciones, desde la India hasta Grecia. Surge incluso antes que la aparición de la escritura. ¿Qué dice eso acerca de su poder?
R. Aunque hay algo de verdad en esto, pero la caracterización que acaba de hacer tiene mucho de ficción. Nos sentimos cómodos idealizando el pasado, evocando una edad de oro, cuando todos los objetos tenían valor y presencia poéticas, tras lo cual vino la caída. Creo que el odio a la poesía, la decepción que causa siempre el contacto real con el objeto que llamamos poema, se debe a que por detrás hay un sentimiento que nombra una huida trágica. La poesía es algo que todavía sigue vivo entre nosotros de muchas maneras, pero se ha distanciado de los humanos, está muy lejos de lo que una vez fue.
Les recomiento que sigan leyendo “La poesía es percibida como una amenaza”. Siquiera sea para discrepar.

8.9.16

Querido diario

Avelino Fierro (Chozas de Arriba, localidad del municipio de Chozas de Abajo, León, 1956) publica en Eolas el segundo tomo de sus diarios, Ciudad de sombraYa comentamos aquí su primera entrega, Una habitación en Europa. Esta segunda viene precedida de un prólogo de José Luis García Martín, descubridor de Fierro en su revista Clarín. Insiste en calificarlos como cartas (titula su introducción "Unas cartas de amor" y allí leemos: "son más bien epistolarios") y cifra su éxito (comparable, a su modo, al de otro diarista, Iñaki Uriarte) en dos palabras: "curiosidad, cordialidad". Nos explica que "todo le interesa" y que tiene "talento como escritor" ya que "ha leído a los mejores y ha aprendido de ellos". Termina recalcando su amor a la literatura, esto es "una de las formas mejores de amor a la vida".
Sus lectores sabemos que este hombre sólo escribe los viernes por la tarde (cuanto más dure el atardecer, mejor) y que publica su entrega semanal en Tam Tam Press (done sus aforismos pajareros Juan Carlos Pajares), en su sección "Querido diario". Esos escritos van ilustrados con dibujos que hace él mismo, los que enriquecen el libro de Eolas.
Los textos que componen esta nueva recopilación son de los años 2013 y 2014. Cada fragmento (o anotación o carta) corresponde, casi siempre, a un asunto. Fruto de esa curiosidad que mencionábamos. Suelen comenzar casi siempre en esa habitación propia con ventana. No faltan los paseos a solas por León, su "ciudad de sombra", hacia las afueras o por el centro, camino de ninguna parte o al encuentro de otros en bares o librerías. Sí, Fierro es un solitario con una intensa vida social. Tampoco faltan los viajes por la provincia (pueblos, montañas), a Madrid o, también cortos, por algunas ciudades europeas (los hijos, sus estudios). A Polonia, por ejemplo, o a Portugal. "Yo no soy muy viajero", escribe (aunque le inviten a participar en unas jornadas sobre el tema a instancias del crítico Nicolás Miñambres), en uno de los capítulos (34, 39) que dedica a ese asunto, donde no falta su inevitable dosis de ironía.
Además de él mismo, fuente principal de estos diarios (sus enfermedades, sus preocupaciones, sus pensamientos, el trabajo...), aparece su mujer, Mar (impecable correctora de pruebas, lo que no obsta para que un par de veces aparezca Eugénio de Andrade sin la tilde en su nombre), sus hijos (Javier y Marta, dedicatarios de la obra), su nieta Libertad, sus amigos (entre ellos, escritores como Llamazares, Manilla, Azúa, G. Martín, Manolo 'Cerebro'...), etc.
Con todo, son sus lecturas, su condición de letraherido, ese "leer sin sosiego", "porque la lectura es una fuente inagotable de placer", lo que colma el interés, o eso supongo, de los lectores de estas páginas escritas como lo haría un poeta, según Tranströmer (de quien lee su correspondencia con Bly): eliminando lo innecesario. Sí, la poesía aquí es fundamental, como en la vida de Fierro. No sólo se ocupa de libros de versos -es un lector ecléctico y completo-, pero estos sostienen su andamiaje intelectual y dan tono y carácter a estos diarios de un permanente aspirante a poeta. Y que nadie piense que se acerca a ella sólo desde el entendimiento, digamos; así, en el capítulo que dedica a las lecturas públicas de los poetas. "Dejadme con la homeopatía de la poesía", dice.
Cafés, tertulias, bares, amigos, música, paseos, cocina, hospitales, presentaciones... Como la de su primer libro, que centra otro capítulo.
Un balance del intenso 2014 y una extensa conversación con Eloísa Otero abrochan esta nueva entrega de los diarios (o cartas) de Fierro de la que uno sale con ganas de volver a entrar, con el deseo de que sigan llegando nuevos mensajes. Y eso parece: porque este hombre sigue puntual a sus citas de los viernes y publicando lo que escribe en Tam Tam Press. "La vida y sus detalles". Que siga. 

Fierro en su biblioteca. Autorretrato.

7.9.16

Kiosco

A un paso del Acueducto, la estatua del poeta Gabriel y Galán y la Fuente Rosa de San Antón, en un rincón del Parque de la Rana y al lado de la fuente que le da nombre (aunque no el oficial, que será el de la Cruz de los Caídos), en plena Avenidísima, había un kiosco de prensa. Desde que tengo memoria, siempre estuvo ahí. En su día, cuando uno era chico, le decíamos "el del Mocho". Un puesto similar al que tenía en la puerta del Sol la señora Felisa, también de golosinas. Cerró a mediados de agosto. Allí compraba uno los periódicos algunos sábados y todos los domingos y su amable dueña (gracias) me guardaba cada semana un ejemplar de El Cultural, algo nada sencillo en este pueblo. 
Me duele que se cierren los kioscos. Como las librerías. Al fin y al cabo, libros y periódicos con para uno partes de lo mismo: almacenes de cultura analógica. Después del de Aquilino (por donde pasaba cada día a por la prensa Bayal) y el de Manolo (en la plaza, acaso el más antiguo y conocido), le ha tocado el turno a éste. Pena, ya digo. Uno piensa en los kioscos de su vida, que han sido unos cuantos, y recuerda con nostalgia, a bote pronto, el que había al final de la Avenida de la Vera, donde compraba cada tarde de verano un polo a mi hijo al venir del baño en el molino; el del ambulatorio, donde otra mañana estival encontré por sorpresa Huesos de sepia, de Montale, un libro del que aprendí mucho y que me ha deparado ratos estupendos; los de la Plaza Mayor de Salamanca, puestos más que kioscos, asociados a los viajes a esa ciudad tan querida; el de la plaza de Mérida donde conseguía un ejemplar de La Vanguardia con el suplemento Cultura|s; y otros tantos que han ido desapareciendo de las calles de Plasencia. Mientras, el Ayuntamiento, dicen que para crear nuevos empleos, construía y sorteaba recientemente ocho nuevos kioscos; una iniciativa, salvo contadísimas excepciones, fracasada.
Por suerte, sigue habiendo locales donde comprar la prensa de papel. El de Charo, en la plaza, sin ir más lejos. Por cercanía, uno se traslada a Marina. Soy cliente habitual de esa educada pareja de sirios que lo mismo te venden una barra de pan que El País o El Mundo. Ahora, además, La Razón, para mi querida madre.