23.8.10

Desde fuera

Al revés que mi admirado Jorge Riechmann, uno sigue leyendo El País, sobre todo en verano. De ahí que no me hayan pasado desapercibidos dos artículos publicados en Babelia y que se refieren a Extremadura. Leídos con la debida calma, los dos son muy duros con sendas joyas de la corona de nuestra marchita política cultural. El primero, de Ángela Molina, titulado "Ruidoso silencio" (y subtitulado "El Museo Helga de Alvear en Cáceres, un proyecto a medias"), critica, además del retraso en la conclusión del proyecto arquitectónico definitivo (que achaca, creo que por error, al ayuntamiento de la ciudad), el planteamiento de la primera exposición que alberga: Márgenes de silencio, comisariada por José María Viñuela.
El segundo, del crítico Marcos Ordóñez, "Sin Paco León no hay Lisístrata", da cuenta de la obra representada en el Festival de Mérida (que nunca sé cómo se llama exactamente) y que con gran aparato periodístico ha sido calificada en los medios regionales, tan propensos a esa algarabía, como la más vista de todos los tiempos (de ese festival, claro). Uno, poco aficionado, que de teatro (a pesar de educarse sentimentalmente en el televisivo Estudio 1) sabe menos de lo deseable, colige que, muchos años después, el desnortado festival ha errado el tiro. ¿O acaso se mide ahora la categoría teatral de una obra  -y, por ende, de la programación de un festival- por el número de espectadores que tiene? Eso vale, mal que le pese a Eduardo Lago, para los best sellers. No hace falta ser muy espabilado para comprender que aquí, con esta Lisístrata, lo que de verdad cuenta no es el texto, ni la puesta en escena ni nada relacionado con la obra en sí, sino un actor gracioso y con talento para la provocación y el chiste que, de paso,  se encuentra  con la complicidad de un público entregado que está más con Aída que con Aristófanes. Un público, cabe añadir, poco "teatral", del mismo modo que entre quienes suelen leer los grandes éxitos literarios "del momento" no  abundan, en rigor, los buenos lectores. O mejor, los lectores a secas. El televisivo efecto share ha sido demoledor. De ahí que en esto, como en la literatura barata, el número sea lo único que importe.
Yo que el enterao le daba a esto un par de vueltas.