25.4.11

El romanticismo suicida de Trapiello

He llegado a la conclusión de que uno no lee los tomos de los diarios de Trapiello sino que se los bebe. Apenas sensitivo, el último, por ahora, de su Salón de pasos perdidos, me ha durado tres días escasos. Es verdad que es más delgado que su hermano mayor, Troppo vero, y que casi todos los inmediatamente anteriores, pero... Deber ser cosa, me digo, del "romanticismo suicida", que no sólo afecta a quien escribe esa novela en marcha, sino también a quien la lee. Con una carta venida del futuro empieza esta entrega, la correspondiente a 2003. En ella, un crítico, que además es -o era- amigo, conmina a Trapiello a abandonar de una vez el proyecto. Tras el trastorno inicial, se ve que, por razonado y razonable que aquel hombre fuera, caso, lo que se dice caso, no le hizo. Y eso que ganamos los lectores que año a año, y van..., cumplimos con este sano rito laico. En mi caso, con un lápiz para subrayar todo lo destacable y para ir despejando las iniciales que encuentre por el camino. Ya allí, comenzamos el año en Madrid y no, como es habitual, en Las Viñas. Después, todo, o casi, vuelve a su ser. Digo "casi" porque ese fue el año que T. ganó el Nadal y medio libro, que podría haberse titulado Viajes por España o Mis viajes por el Corte Inglés ("nunca hubiese sospechado uno que había tantos"), transcurre de ciudad en ciudad promocionando la obra. Bilbao, Vigo, Santiago de Compostela, Burgos, Santander, Granada (y el carmen de La Victoria), Barcelona (con Sant Jordi incluido, fiesta CAS por excelencia), Cáceres (donde la concejala de cultura le pregunta si ha visitado alguna vez Extremadura), Madrid (y el encuentro con "la Juani"), etc.
Por lo demás, no faltan las alusiones a amigos -Bonet (que le presenta en una exposición al príncipe de España), Borrás, M. Millanes, C. Pujol, García Martín (sus amigos descubren que tiene corazón), Jiménez Lozano, Brines (con quien visita, en la antequerana y mítica Casería del Conde, a Muñoz Rojas, uno de los pasajes más hermosos del libro y de toda la serie), Delibes (otro momento memorable: su conversación en el piso vallisoletano del escritor), Ferlosio- y a enemigos -Alberti (otra exposición), Lorca (y familia), Tàpies, Gamoneda, Valle, Prada, Conte, etc. Por una vez, no aparece Valente, y ya es raro. Vamos, que se le echa de menos en esas páginas. Sí aparece, cómo no, su propia familia, centro y razón de ser, o eso me parece, de la vida de Trapiello que no deja de hablar, aquí o allá, de M., su mujer, y de sus hijos, R. y G., que ahora tienen cara gracias al álbum de su recién inaugurada página web. Aparecen también su madre y sus hermanos, su cuñada... Téngase en cuenta que en 2003 se rodó para Esta es mi tierra, el programa de RTVE, el capítulo Algunas travesías: Manzaneda, Las Viñas, Madrid, del que Trapiello es protagonista y que, por cierto, uno ha visto por primera vez hace unas pocas semanas. Y ya que de familia hablamos, no se puede obviar el relato de la muerte de Mora, su perra mastina, o las charlas con Manuel, el lagarero, puro ejemplo de extremeño cabal.
Como no se puede olvidar la bronca con Gallardón en la madrileña Feria de libros viejos y de ocasión o con el sobrino de Lorca o, en fin, con los vecinos de la Sierra de los Lagares a costa de una agropecuaria gavia.
No faltan otros viajes significativos: uno breve a Lisboa, otro largo a París, el de Ronda (con Rilke a pie de tajo). Ni las visitas al Prado para decepcionarse con Veermer y complacerse con Tiziano. Ni las habituales al Rastro y las librerías de viejo, tanto las de Madrid como las de cualquier sitio. Divertidísimo resulta, pongo por caso, el "entremés" de la subasta del manuscrito de Poeta en Nueva York con el inevitable sobrinísimo lorquiano al fondo.
Entre lo más destacable, señalaría el retrato afectuoso que hace T. de poeta jerezano José Mateos en su primer viaje a Madrid.
No decepciona, al revés, Apenas sensitivo, por lo que uno no puede dar la razón al crítico (del que creo saber el nombre, aunque por discreción lo calle) que escribió a Las Viñas para que T. abandonara una obra que, según él, ya estaba cumplida. Puede que para otros lo esté. No para mí, para uno, que espera la entrega anual con la misma o mayor expectación que la primera vez, cuando el 31 de octubre de 1990 llegó a sus manos El gato encerrado, que ahora se reedita con el formato que adoptó la colección a partir de La cosa en sí.