10.5.11

Escuela... de madres (y padres)

Antes de ponerme a escribir esto, no puedo por menos que pensar en Jiménez Lozano, en sus críticas -acertadas, me temo- al sistema educativo y a la educación en más de una página de los diarios que comenté aquí hace poco. Tampoco me olvido de Ferlosio, puede que en otro extremo (y, por eso, tan cerca de él), cuando hablaba de la casi siempre innecesaria intervención de los padres (y madres, of course) en la vida escolar de sus hijos. Pero vayamos a los hechos. Ayer, a la entrada de clase, se dirigió a mí una  señora que decía ser la madre del alumno al que "castigué" el pasado viernes en el recreo. Mencionó su nombre, que a uno le sonó bien extraño. Antes de que prosiguiera con su diferida versión de los hechos, me adelanté y fue uno quien pasó a relatar lo sucedido. No sé si ya a la defensiva.  La experiencia... Lo recordaba perfectamente. Estaba allí, de guardia, paseando con un compañero, cuando vi subido en un murete que separa dos partes del patio, a una altura de unos dos metros, a un alumno de los mayores. Ahora sé que de 5º. El chaval corría de una parte a otra del referido muro. Se reía (deduje, pues, que estaba jugando), y, aunque se agarraba a veces de la barandilla, el peligro de caer era mucho. Y, para colmo, de espaldas. Me fui hacia él gritando (se imaginan el ruido ambiente: cientos de críos chillando) y cuanto más me desgañitaba, peor; más correteaba y menos caso hacía. En un momento, cuando ya estaba a su lado, saltó. Casi encima de mí, por cierto. Le reprendí la actitud, le pregunté si sabía lo que hacía y le conminé a que se quedara quieto en una de las columnas del porche, lugar habitual de las sanciones mañaneras. Allí estuvo cinco minutos, los que faltaban para que se acabara el recreo. En ningún momento dejé de tener presente que en ese mismo recinto, hace unos años, se cayó de una altura parecida un niño del colegio y, tras serias complicaciones de lo que en principio parecía algo sin importancia, no ha vuelto a ser el que era, aquejado de serios problemas físicos y mentales a consecuencia del golpe. Hasta aquí mi sucinto relato. Pues bien, a la madre le faltó tiempo para reprocharme esa conducta. Alegó que su hijo no tenía la culpa, que eran unas niñas de su clase las que le acosaban y querían pegarle y que por eso huía. Riendo y disfrutando, eso sí, a la vista de lo que uno vio. Después de darle mil vueltas a lo mismo, que si era inocente, que si las compañeras, etc. sin reconocer en ningún momento que pude salvar a su hijo de una caída  innecesaria o evitar un probable accidente, concluyó: pase lo del castigo, sin porqué, pero que le insultara... Sí, al parecer, cosa que dudo, craso error, le llamé "bobo". Terminé la conversación diciéndole que hablaría con su tutor (lo que ya he hecho) y que sentía, cómo no, haber ofendido tan gravemente a su hijo. En fin, lección aprendida. Nunca es tarde. Y eso que lleva uno treinta años en esto. Ya sé lo que tengo que hacer cuando algo así se repita. Con este alumno al menos. Sí, porque a lo mejor otra madre (u otro padre) me agradece algún día que me interese por la salud de su hijo. O por su educación y eso.