7.1.12

La imprenta y Málaga

Hace poco, en una conversación con mi paisano Javier Pérez Walias, apareció el nombre de un viejo conocido, Rafael Inglada, entre otras cosas, poeta, tipógrafo, investigador e impresor malagueño que por entonces me tenía anonadado por su reciente edición de Gerardo Diego en ABC. Al hilo de mis palabras, Javier sacó a relucir otro trabajo suyo que uno desconocía y me prometió un ejemplar. ¡Y menudo ejemplar! Recogí en Óptica Vegas málaga, 1901-2000: un siglo de creación impresa (así, con minúsculas), publicado en 2009 por el Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga (CEDMA). Centro Cultural Generación del 27. 500 páginas mayúsculas dedicadas a la cordial relación entre la imprenta y Málaga; un estudio al que Inglada dedicó ocho años de arduo trabajo (el prólogo está fechado entre 2000 y 2008) y toda una vida de pasión por los libros, las plaquettes, las revistas y todo tipo, ya se dijo, de creaciones impresas que hacen de la Ciudad del Paraíso, como la denominó Vicente Aleixandre, un hito en lo que a la edición en España, y en español, se refiere. No descubro, bien lo sé, nada nuevo, pero sólo al ir pasando las páginas de esta monumental obra se da uno cuenta del verdadero alcance de esa proeza. Y casi siempre es la pobre poesía la protagonista, lo que hace aún más meritoria la hazaña.
Lejos de haber leído todos los textos que componen el libro (donde colaboran otros escritores, profesores y estudiosos), sí puedo subrayar "Breve autobiografía editorial", donde el propio Inglada, al dar cuenta de su vocación, explica a las claras de dónde esta titánica tarea.
La Imprenta Sur, JRJ, el 27 en pleno, Prados y Altolaguirre, Canales y Muñoz Rojas, Fernández-Canivell, Rafael León, Caffarena, Amado y Litoral, así como los mil proyectos (editoriales, revistas, etc.) tanto públicos (de la Diputación Provincial, el Ateneo, la Universidad, el Ayuntamiento...) como privados (la lista es interminable) hacen de Málaga algo único.
Se acerca uno temeroso al imponente Índice onomástico y se busca entre tantos y tantos nombres de letraheridos con la sospecha, casi convencimiento, de que no figurar en él demuestre lo poco que uno vale poéticamente hablando. Mencionado siquiera una vez (y por algo que había olvidado), vuelve uno confortado a lo que importa: la hermosa memoria de un puñado de malagueños, amantes de los libros, que se figuraron el Paraíso bajo la especie de una imprenta.