27.5.13

El Mal de la Muralla

La editorial ruteña Ánfora Nova publica en su Serie Ensayo El Mal de la Muralla, de Jesús García Calderón. La obra lleva por subtítulo Epístola sentimental sobre el aprecio de algunos habitantes de Lugo por sus murallas
Vayan por delante un par de consideraciones. La primera, que el actual Fiscal Superior de Andalucía estuvo destinado en la amurallada ciudad gallega, como Fiscal Jefe, entre 1995 y 2001. La segunda, que esa referencia a Lugo y a su muralla, con ser del todo exacta, no acota el territorio sobre el que se establece este ensayo, de proyección universal y largo alcance. 
Epístola porque responde a otra, que le envió en su día el filósofo y teólogo Xosé Alvilares Moure, autor de Dignidade e indignidade da política (Epístola moral a un fiscal amigo)
"La mirada del forastero" se titula, por otra parte, el prólogo de otro amigo lugués, Jorge de Vivero, compañero de tertulia y de programa radiofónico en Radio Lugo-SER, donde se atisba, si no se le conoce (y al revés), la imponente personalidad de GC. Por eso, y por su capacidad intelectual, ha podido componer este interesante, hondo discurso sobre un Mal que suele aquejar a los habitantes de las pequeñas ciudades provinciales cargadas de historia y de monumentos. "¿Y qué es El mal de la Muralla?", se pregunta De Vivero. "Muchas cosas en pocas páginas (...) A bote pronto, yo lo calificaría de ensayo lírico. Un ensayo de psicología colectiva, de urbanismo, hasta de literatura".
Un ensayo que empieza por colocar en su sitio a "los ambiguos", esos dañinos elementos que pululan, siniestros, por la periferia (y no solo), emboscados en las sombras que proyectan las murallas. Para eso recurre a Aulo Gelio: "la verdad es hija de su tiempo". Personas completamente distintas de aquellas a las que dedica su refexión, capaces de sobrevivir con dignidad en un medio, a veces, tan hostil.
Cree GC que hay dos Españas: la del Atlántico y la del Mediterráneo. Por eso él, natural de Badajoz y andaluz por estudios y tareas profesionales, se siente también de Lugo, una ciudad, conviene resaltarlo, del Norte, más que un punto cardinal, como bien sabía su admirado Philip Larkin. Como buen lector, echa mano de El desierto de los tártaros, la memorable novela de Buzzati, de la famosa fortaleza Bastiani, para explicar, siquiera en primera instancia, lo que es el Mal de la Muralla y, al hacerlo, nos ofrece un ensayo dentro de otro y lo hace con la pasión del que se entusiasma con lo que esas páginas de estirpe kafkiana logran transmitir a propósito de la vida encerrada y amenazante del teniente Giovanni Drogo, que parafraseando a Satie, puede ser el nombre de cualquiera. Y al lado de Buzzati, un lugués: Luis Pimentel, poeta, paseante incansable y circular dentro de esas murallas que son símbolo y fe de las vidas al margen. De los que se quedan. En "una pequeña patria". De los que permanecen anclados a esos "ágiles barcos de piedra". "Un signo de distinción", quizá. De quien se hace "diferente y cabal". En recintos murados, tierra adentro. 
A las ciudades históricas ha dedicado GC no pocos estudios. No en vano es, como jurista, uno de los más acreditados expertos internacionales en la defensa del Patrimonio Histórico. De su expolio y degradación, sí, pero también de lo que se conserva y rescata. Algo que podemos relacionar con la idea de Europa, un concepto insoslayable: lo europeo, que aparece con frecuencia en este ensayo.
Y ya en la concéntrica Lugo: el adarve, ese camino situado en lo alto de una muralla por el que los lucenses pasean, piensan, observan... Y al fondo, el río, el Miño, ese complemento ideal de cualquier lugar habitable. Y arriba, el "cielo encapotado", casi siempre. Y todo para mirar, más que nada, al interior, que es donde suele dirigirse quien padece el Mal. Porque "la muralla romana invita al recogimiento". 
Alude GC a la "poliorcética de las ambiciones", "un arte que no procura la defensa del espacio físico que ocupamos, sino la defensa del espacio moral que habita el alma ante el combate incorregible del tiempo". 
Y evoca a Eliot, su epitafio, el verso de East Cocker: "En mi principio está mi fin..." Hablamos de "geografías interiores". Porque la "ciudad nos explica". 
Llevan algunos allí "la vida de otro modo", que diría Ángel Campos Pámpano, y son más libres, tal vez más independientes. Como el citado Pimentel ("poeta amurallado", según Villena). O Ánxel Fole, otro de Lugo. "Hombre da vila", dijo éste de aquél. Gente sujeta a un paisaje que aúna el campo y la ciudad. Para los que la muralla es "verdadera condición espiritual", "compromiso moral". Un cobijo: siquiera ese refugio. Pero que no pierden de vista un verso del autor de Barco sin luces: "cuando hablo de mi ciudad hablo del mundo". Donde lo exterior es reflejo de lo interior. Que ven las cosas, a pesar de su Mal (o por eso), con perspectiva y distancia. Mal de la Muralla que es Mal de la frontera en Badajoz o Mal de la Alhambra en Granada. O, dice uno, Mal de Murania aquí. Y al escribir "aquí", queremos decir en ciudades donde la "centralidad" lo es todo. Su esencia. Ciudades que, a lo más, tuvieron un ensanche camino de la nueva estación, cuando la llegada del ferrocarril. 
El caso de Lugo, el que centra este ensayo plural, es paradigmático en cuanto a la corrupción inherente a esos sitios cerrados. El caciquismo en concreto. Y aunque GC se mantiene, por su condición de fiscal, al margen de la política, no sería difícil poner apellidos a esa lacra de tan penosa actualidad, pero tan antigua. Quien sufre el Mal "sabe mirar la suciedad moral de la corrupción mejor que los demás", afirma el autor, y hace mención a la "lucha solitaria", a pequeños grupos de "íntimos" que luchan contra ella. 
Ya se dijo, y se ha repetido, que no es sólo Lugo y su muralla romana. Es también Ciudadela, en Menorca, o las localidades antes citadas. De las que huir o escaparse. O en las que permanecer. "Lo importante es el camino que se recorre y no el destino que buscamos". Con "serena lentitud" y "dignidad". 
Sostiene JGC que Lugo es el último "lugar remoto" de Europa. Ahora lo es menos. También para uno, que paseó la ciudad con él una lejana tarde de primavera, y que ha leído el libro de poemas que dedicó a aquella indeleble estancia: Un lugar en el Norte. He leído esta nueva obra, que nos confirma el potencial de GC como diarista o cultivador del ensayo de rostro humano (o humanista), desde el íntimo convencimiento de que era un libro escrito para uno, lo que no deja de ser el colmo de la felicidad en literatura. Cuando sentimos eso... Escrito para mí y para todos aquellos que se reconocen en los síntomas de ese melancólico Mal. Un libro, y termino, donde su autor tanto ha dejado de sí mismo.