Cuando Nuria Azancot, para su sección Rara avis, me preguntó hace unos meses cuál era el último libro que había comprado, mencioné de inmediato el Leopardi de Pietro Citati. Publicado por Acantilado en loable traducción de Juan Díaz de Atauri, es el perfecto ejemplo del tipo de obras que le gustaba editar a Jaume Vallcorba, fundador de ese sello modélico, muerto a destiempo el pasado 23 de agosto; "una tragedia humana y una tragedia cultural", como bien ha dicho su amigo Rafael Argullol.
Para uno, ha sido un placer leerlo, poco a poco, a lo largo del mes de agosto; en días, por cierto, de una intensidad y una delicadeza de lo más leopardianas.
Para uno, ha sido un placer leerlo, poco a poco, a lo largo del mes de agosto; en días, por cierto, de una intensidad y una delicadeza de lo más leopardianas.
El viejo Citati (Florencia, 1930), que ya se había ocupado, entre otros, de Goethe, Tolstói y Kafka, no se limita a escribir una biografía del italiano, nuestro primer poeta moderno, "es decir, sentimental y melancólico" -ajeno, eso sí, a los tiempos y lugares de la modernidad y enemigo del progreso-, y construye con paciencia, erudición, numerosas lecturas y no poca sabiduría un análisis -un ensayo en toda regla, un alarde de ejercicio filológico y de comparatismo lector- que alcanza a la torturada y trágica vida del tímido preso de Recanati que vivió enfermo ("se había acostumbrado a vivir en la enfermedad como en una patria, dice Citati), en "una desesperación plácida", y, además, a su obra, tanto en verso como en prosa (distintas, tal vez por ese carácter "bipolar" de su pensamiento que el ensayista señala). Para ello tiene la ayuda insustituible del Zibaldone, "(algo así como 'miscelánea'), una especie de diarios, personales e intelectuales, de 4.200 páginas", en palabras de Andrés Trapiello, una obra aún sin traducir al completo en España.
Ya que lo menciono, animo a quien quiera hacerse una idea anticipada y cabal del volumen (528 páginas) a que se pase por las numerosas reseñas que han celebrado su recepción en España: las de Siles (en ABC), Colinas (en El Cultural), Toni Montesinos (en La Razón) o la citada de Trapiello en Babelia, un leopardiano de pro, como Colinas, que, por cierto, es traductor de su poesía y autor de la biografía Hacia el infinito naufragio (Tusquets, 1988) y, con anterioridad, de Leopardi (Júcar, 1974).
Tras dar buena cuenta de estas quinientas páginas, uno llega a la conclusión de que Citati nos habla de Leopardi (y de su obra) como sólo puede hacerlo alguien que lo conoce íntimamente. Quiero decir como si lo hubiera tratado o fuera su amigo, igual que Ranieri o Giordani.
Si a alguien, en rigor, se le puede aplicar la rarísima condición de genio, es al autor de "El infinito", uno de los poemas esencial de la poesía universal. Este hombre sistemático creía, sin embargo, que no había escrito una obra sino apenas hilvanado un puñado de ensayos. "Para Leopardi -comenta el estudioso florentino- leer era ya escribir y escribir era una forma de lectura". Ante todo, encerrado desde pequeño en la biblioteca de su padre Monaldo, su verdadero lugar, fue un fervoroso y capacitadísimo lector. No en vano amaba la soledad y el silencio ("conversar es inútil").
Confieso que si algo me ha interesado de manera especial, cosa difícil de delimitar, es la relación del poeta con su ciudad natal, Recanati. Ese problema, que uno ha hecho siempre suyo, queda muy bien expresado en el siguiente pasaje: "Casi se puede decir que de lo único que escribe es de Recanati; con la vista detenida en su tierra natal, como si no pudiera moverse de ella, o con la vista puesta, desde lejos, en el centro terrible de su existencia. Todo lo que escribía vivía en el centro y lejos del centro. En torno a Recanati, inmóvil, suscitaba un vastísimo juego de distancias temporales, de reflejos, de analogías, de ilusiones indefinidas. Siempre estaba allí y en otros sitios; en lo próximo y en lo lejano; en lo finito y en lo infinito, moviéndose rápidamente entre todos los sitios que había descubierto y todos los puntos de vista que había creado a lo largo de su vida."
Ya que lo menciono, animo a quien quiera hacerse una idea anticipada y cabal del volumen (528 páginas) a que se pase por las numerosas reseñas que han celebrado su recepción en España: las de Siles (en ABC), Colinas (en El Cultural), Toni Montesinos (en La Razón) o la citada de Trapiello en Babelia, un leopardiano de pro, como Colinas, que, por cierto, es traductor de su poesía y autor de la biografía Hacia el infinito naufragio (Tusquets, 1988) y, con anterioridad, de Leopardi (Júcar, 1974).
Tras dar buena cuenta de estas quinientas páginas, uno llega a la conclusión de que Citati nos habla de Leopardi (y de su obra) como sólo puede hacerlo alguien que lo conoce íntimamente. Quiero decir como si lo hubiera tratado o fuera su amigo, igual que Ranieri o Giordani.
Si a alguien, en rigor, se le puede aplicar la rarísima condición de genio, es al autor de "El infinito", uno de los poemas esencial de la poesía universal. Este hombre sistemático creía, sin embargo, que no había escrito una obra sino apenas hilvanado un puñado de ensayos. "Para Leopardi -comenta el estudioso florentino- leer era ya escribir y escribir era una forma de lectura". Ante todo, encerrado desde pequeño en la biblioteca de su padre Monaldo, su verdadero lugar, fue un fervoroso y capacitadísimo lector. No en vano amaba la soledad y el silencio ("conversar es inútil").
Confieso que si algo me ha interesado de manera especial, cosa difícil de delimitar, es la relación del poeta con su ciudad natal, Recanati. Ese problema, que uno ha hecho siempre suyo, queda muy bien expresado en el siguiente pasaje: "Casi se puede decir que de lo único que escribe es de Recanati; con la vista detenida en su tierra natal, como si no pudiera moverse de ella, o con la vista puesta, desde lejos, en el centro terrible de su existencia. Todo lo que escribía vivía en el centro y lejos del centro. En torno a Recanati, inmóvil, suscitaba un vastísimo juego de distancias temporales, de reflejos, de analogías, de ilusiones indefinidas. Siempre estaba allí y en otros sitios; en lo próximo y en lo lejano; en lo finito y en lo infinito, moviéndose rápidamente entre todos los sitios que había descubierto y todos los puntos de vista que había creado a lo largo de su vida."
Tras la demorada y placentera lectura de este libro, uno confirma su condición de partidario del poeta memorioso y soñador que tanto elogió a los pájaros y que se identificó con uno: el "pájaro solitario". Citati consigue, por añadidura, que uno quiera volver sobre sus poemas, sus prosas y sus pensamientos. Es una suerte, en fin, que a su obra en español, amplia y bien tratada gracias a espléndidos traductores (Unamuno, Alcalá Galiano, Fernando Maristany, José Luis Estelrich, Romero Martínez -recién rescatada por Renacimiento-, Nieves Muñiz, Eloy Sánchez Rosillo...) y no menos generosos editores, se una este estudio que le da un aire nuevo, hondo y diferente a las palabras y a los hechos de este clásico de nuestro tiempo.