12.4.16

Don Amadeo

EFE
A más de uno le resultará extraño que hable aquí de un obispo. Y además bien. Del que hasta hoy lo era de Plasencia, Amadeo Rodríguez Magro, y desde ahora de la diócesis de Jaén.
Se le recibió cordialmente (por paisano, más que nada) y ha cumplido con creces aquellas expectativas que su llegada despertó. Paco Muñoz, que colaboró con él cuando éste era consejero de Cultura y aquél el interlocutor de la Iglesia extremeña para asuntos artísticos y patrimoniales, fue uno de los primeros en advertirme del acierto. Y sí, don Amadeo es un hombre culto, lector, elegante, discreto y, por cercano, hasta simpático. Alguien que trabajó, como oportunamente recuerda la revista Vida Nueva, al lado de don Antonio Montero, entonces arzobispo de Mérida-Badajoz. En esta última ciudad, en el restaurante Azcona, coincidí una vez con él (venía de la romería de su pueblo: San Jorge de Alor) y de ese hecho sencillo deduzco que también sabe comer.
Entiendo, como casi todos por aquí, creyentes o no, que ha hecho las cosas bien en estos trece años y que se ha ocupado de lo importante (como era su obligación, dirán otros). De los asuntos eclesiásticos, es lógico (ha salvado Yuste de la orfandad monástica, pongo por caso), pero también de los sociales (un hecho capital en estos tiempos de miseria) e incluso de los culturales (en la mejor tradición del episcopologio clásico placentino, como recordaba el alcalde Fernando Pizarro).
Se le va a echar de menos. Aquí y en el resto de la región. Lo digo porque siempre fue un gran valedor de la causa perdida (hasta el presente) de Guadalupe e imagino que se va con la pena de no haber conseguido aún que deje de formar parte del Arzobispado de Toledo.
Sé que mi hermano, sacerdote incardinado en esta diócesis, le echará también de menos. Y mi madre, por supuesto. Uno tendrá que resignarse a no saludarlo cuando nos cruzábamos en nuestros respectivos paseos a la orilla del río.
No comprendo, en fin, el porqué de estos cambios cuando no hay motivo aparente y todo funciona como es debido. Y para ir a una diócesis no mucho mayor que ésta. En fin, los designios del Vaticano suelen ser inescrutables.
Hasta siempre, don Amadeo, y que la vida en su nuevo destino le sea tan llevadera como aquí.