13.4.16

Vaquerizo y Arcas

Quienes me habitan es el quinto libro de Carlos Vaquerizo (Sevilla, 1978) y lo publica La Isla de Siltolá. Con el primero ganó el Adonais. Apenas iniciamos la lectura, nos encontramos con un lenguaje seco, en el mejor sentido, sentencioso. Con versos lapidarios, contundentes. Con poemas breves. Con la poesía de alguien, en fin, que parece saber lo que se hace. Basta con leer "Simón" o cualquiera de los poemas que componen la serie "Los seres de mis sueños": "Yo, que quise soñar, soy lo soñado". "El sueño es mi existir".
Encontramos algún golpe de ironía, en "El buscador de premios", por ejemplo, aunque ése no sea el tono. Más este otro: "De aquello que no hice me arrepiento. / Reniego de no ser lo que no he sido".
Excelente "El sueño de Pitágoras": "Todo habita en el número porque todo es el número". Y allí: "Somos una ecuación resuelta ya desde el principio".
Subrayo otro verso: "En una vida están todas las vidas". 
En el poema fragmentario "Noche intramuros" leemos: "Sé tu Dios. Crea el mundo y créate a ti mismo". Y de vueltas al sueño: "No somos más que un sueño envenenado". Y más símbolos: la noche, el mar. Y aún más allá, la muerte: "Porque somos caducos y siervos de la muerte". 
Poesía meditativa, sí, y silenciosa. Sin aspavientos. En "Cantos a Amalia", otra serie, la hija. Lo melancólico torna ahora festivo. Luego, "Travesía de hospital" y el triste, sereno final de "Epílogo": "Ya todo es un remedo de la muerte. / Siempre lo fue. Y espero su venida".

Alevosía es el cuarto libro que publica el aforista y director de Cuadernos del Vigía Miguel Ángel Arcas (Granada, 1956), que con el tercero, Llueve horizontal, ganó el año pasado el premio Ciudad de Córdoba. Dividido en dos partes, "Asesinaditos" y "Mala. Epigramas", con dos citas de Max Aub (del que es editor) y Thomas de Quincey, Arcas despliega un puñado de poemas llenos de humor (negro) y de ingenio en torno al asesinato, un asunto tan viejo como la humanidad al que él, sin embargo, logra dar otra vuelta de tuerca. Y en verso, que es más difícil. El ritmo es impecable y la sorpresa está garantizada, sobre todo en los finales. Distintos crímenes y sucesivos asesinos dan fe de que nuestra naturaleza es complicada.
No falta, claro, la ironía. Y menos el humor (y hasta el chiste, nunca de sal gorda). Ni el cinismo, siquiera sea literario. Se bordea, eso sí, lo políticamente correcto, más que nada porque más de uno alude a homicidios por violencia de género. Aunque para transgresiones, la segunda parte. Mala es el nombre de cualquiera. El desamor impera. A ella van dirigidos estos versos desazonados y desazonantes que rezuman dolor y melancolía.