Luzmaría
Jiménez Faro
Madrid,
Torremozas, 2016. 282 páginas.
En plena moda de la poesía femenina, cuando se publican antologías para reparar injusticias históricas, resulta pertinente recordar que Luzmaría Jiménez Faro (Madrid, 1937-2015) fundó en 1982 Torremozas, una editorial centrada en las mujeres. Con el número 300 de la colección de poesía aparecen sus poemas reunidos, publicados entre 1978 y 2011, cuatro años antes de su muerte. Llevan un emotivo prólogo de Javier Lostalé donde recalca la posición de la antóloga y ensayista a favor de la igualdad, así como la “tan necesaria como justa” edición de este libro cuyo lenguaje es “bello, transparente y sensorial”. También alude a dos planos: “el de la realidad y el trascendente” (como confesó ella misma), a la “divinización de lo humano” (Carmen Conde dixit) o a la presencia del amor y de la música (el bolero, sobre todo).
Su primer libro, Por un cálido sendero, estaba escrito a
medias con su marido, Antonio Porpetta y lo menciono porque su presencia es
fundamental en esta poesía donde el amor, ya se dijo, es un asunto cardinal
sobre el que gira, o eso me parece, todo lo demás. Ya vemos en esos primeros
poemas su vocación clásica, la composición de sonetos y el uso de metros
tradicionales, una práctica que no abandonó, si bien sus últimas obras son
menos encorsetadas, poéticas y
previsibles.
La intimidad, la casa, la
familia son elementos clave de Cuarto de
estar: ceniceros, visillos, floreros, relojes, sillones, plantas… Y libros:
“Dejadme sola aquí, / sola en mi casa, / casa que he amurallado / con mis
libros”.
En Sé que vivo el amor se hace carne, siempre desde el simbolismo o la
sugerencia. Ahí canta una mujer enamorada, su voz más auténtica: “Yo soy la
amada, amante, soy la amada: /la que en silencio mira. / La que espera. / La
que teje sus sueños con tu vida”. Algo que se aprecia aún mejor en Letanía doméstica para mujeres enamoradas,
un libro entre hímnico y místico, y
en Bolero, prosas memorialísticas:
“Fuimos la generación del bolero”, donde homenajea además a un puñado de poetas
amigos.
Amados ángeles es, sí, lo angélico y Mujer con alcuza, lo social. Corimbo clausura esta poesía vitalista de
una mujer apasionada que, contra Safo, se atrevió a mover la arena.
Fermín
Herrero
Hiperión.
Madrid, 2016. 60 páginas.
El
título y la ilustración de la cubierta del nuevo libro de Fermín Herrero
(Ausejo de la Sierra, Soria, 1963) son elocuentes. La sencillez y la humildad
bien entendidas, a las que hacen referencia las citas de Jung e Ingres que
abren el volumen, son los pilares de una poética reconocida, por los premios y
por la crítica, y reconocible, por su absoluta coherencia, que se ha ido
ahondando y esclareciéndose libro a libro. Tal vez por eso en el primer poema leemos:
"La poesía / es la conciencia". "No tiene complacencia". "La
bondad / se ve, no necesita / verborrea". Es justo lo que aquí falta. La
sobriedad es ley. El lenguaje, como el paisaje de su tierra: áspero y
despoblado, seco, esencial, resistente. El tono, sentencioso. La expresión, austera:
"Cuanto más simple, más hondura". Un lenguaje que juega con la
sintaxis a favor del sentido. Que maneja con solvencia el encabalgamiento. Que
logra el ritmo que exige su música callada, la de sus amados místicos, a los
que cita explícitamente.
La
poesía "es una enfermedad / que afecta a los más débiles / de la
especie", escribe el machadiano Herrero, aunque parezca todo lo contrario.
Sí,
"que todo es regalado, acuérdate". Que "Vivimos de milagro y eso
es suficiente". De ahí la celebración, el himno frente a la elegía:
"Únicamente hay luz / en el canto".
Y al
fondo, el paisaje soriano, la naturaleza ("refugio contra el mundo")
y el campo, que no son lo mismo. Y el asombro de ver y contemplar cuanto
sucede. Por eso los poemas tienen algo de anotaciones de un hipotético cuaderno
de bitácora (terrestre) que llevara un observador del mundo. De un mundo, por
cierto, que desaparece. Herrero es un testigo. No evoca desde la memoria lo que
dice. Lo tiene delante de los ojos. Ahora. Sigue ahí, no ha huido: "Así
que estoy aún". "Estoy. Aún estoy", leemos.
Lo suyo
es el asombro. La perplejidad del que mira sin regodearse en metafísicas. En
soledumbre, aunque eventualmente aparezca acompañado, Herrero se expone al
cierzo, la nieve, el hielo... Al frío, que es cualidad de ese mundo centrado en
la armonía y en el equilibrio. Un estado de serenidad que viene de antiguo (y
que él nombra, a veces, con populares palabras de antaño), heredado por él y
que al cabo transmite a quien lee mediante una voz que es todo menos
impostada.
Nota: Las reseñas de estos libros de Luzmaría Jiménez Faro y Fermín Herrero se publicaron en El Cultural el pasado viernes, 17 de febrero.