30.3.23

Fernando Carrillo lee "Extremamour"

«Amigas y amigos. Sostiene el poeta Álvaro Valverde en el texto que cierra este libro que os traigo hoy, “Extremamour” (Editora Regional de Extremadura 2022), que “la fotografía y la poesía son artes cercanas, pues “ambas se basan en la mirada” y no podemos estar más de acuerdo en ello, sobre todo tras la lectura de esta singular y bella obra que, con tanto acierto y cuidado en el diseño, ha publicado la Editora Regional.
Curiosamente esta obra, que no nació como libro, parte de la iniciativa de Jorge Cañete -tal y como explica en el prólogo-, diseñador suizo de origen español, que propicia el encuentro entre el poeta y el fotógrafo Patrice Schreyer. Así la poesía y fotografía de ambos se unen, confluyen, y se materializan en una primera exposición que el diseñador montó en su galería de Grandson (Suiza) -que también se ha visto en Trujillo- y ahora, hasta finales de abril, en Plasencia: una muy buena oportunidad para los miles de visitantes que se acercan a la capital cacereña para visitar la floración de los cerezos del Valle del Jerte, nuestro particular “hanami”.
Fotografías realizadas en diversos parajes, pueblos y ciudades extremeñas, lugares, instantes que dejan un cierto rastro de melancolía, imágenes que te llevan a la contemplación y a la reflexión, que invitan a adentrarse en ellas. Acompañadas cada una con un dístico -poema de dos versos- en los que el poeta se deja llevar por el sentimiento que le provoca la imagen, digamos que como una suerte de "a vuelapluma", o “impromptu” como explica. Así pues, a la belleza de la imagen, de la fotografía de Patrice Scheyer, se le añade belleza de la poesía de Álvaro Valverde. Confluyen.
A pesar de que en el índice se recogen los lugares donde fueron realizadas las imágenes y cada una de ellas viene acompañada por sus coordenadas GPS, el conjunto logra que uno se abandone, se adentre y camine por las fotografías y lea los poemas sin un orden premeditado, como una suerte de flâneur, donde uno encuentra aquello que nos invitan ambos autores y queda reflejado en uno de los dísticos: “La libertad podría parecerse / a ese vuelo absoluto de las aves”.
Excelente obra esta "Extremamour"». 
Publicado en Facebook.

29.3.23

Encuentro virtual


Esta presentación se desarrolla en el marco de las actividades paralelas de la Escuela de Letras de Extremadura.
Son encuentros virtuales con escritores y escritoras extremeños -explican en su página web- en los que hace repaso de su obra y se leen algunos de sus textos, además de profundizar en el proceso creador, en sus lecturas y en todo lo que tiene que ver con el taller del autor, desde las notas iniciales al libro impreso. Todos ellos están abiertos al público en general.
Lo impulsan AUPEX y la Consejería de Cultura, Turismo y Deportes de la Junta de Extremadura. 
Colaboran: Plan de Fomento de la Lectura y la Asociación de Escritores Extremeños. 
También puedes etiquetarnos @up_aupex, @EditoraEx, @JuntaEx_Cultura, @Pfomentolectura (twiter), @aupex (facebook), @uupp.aupex (instagram) o usar el hashtag: #escueladeletrasdeextremadura
El enlace para las personas que quieran asistir como espectadoras desde Zoom es el siguiente:
Y en directo desde Facebook del Plan de Fomento de la Lectura: https://www.facebook.com/Plandefomentodelalecturadeextremadura

28.3.23

Fernando Sanmartín lee "Sobre el azar..."


VALVERDE Y MATEOS VAN A LO ESENCIAL
 
Hay escritores con los que mantengo una extraña fidelidad. Y nunca me defraudan. De ser tenistas andarían, seguro, en buenos puestos del Grand Slam. Porque un poema también puede colocarse en la red o en el fondo de la pista. ¿Que asimilo a un escritor con un jugador de tenis? ¿Por qué no? 
Acaban de publicarse dos libros, muy distintos entre sí, de dos poetas a los que leo siempre, donde no encuentro tufo de hornillo ni versos impostados. Son libros que hacen cumbre, se alejan de la contaminación y de los purés espesos y no contienen experimentalismos ni brebaje de chamán.
 
La memoria de Valverde
El primero de ellos es ‘Sobre el azar del mapa’, de Álvaro Valverde (Plasencia, 1959), autor sólido y para quien lo vivido configura desde hace tiempo el espejo de su escritura, ese espacio donde la verdad evita los laberintos. Lo dijo y lo escribió: «Mi tema es la memoria». Así lo define en ‘A debida distancia’. Pero el viaje, los lugares cotidianos o que visita, están siempre en sus libros, como sucede en ‘Mecánica terrestre’ («aquella mañana de domingo en Estoril»), en ‘Desde fuera’ («la luz mortecina en Rotterdam») o en ‘Más allá, Tánger’.
Si tuviéramos que definir en pocas palabras lo que hay en estas páginas, diríamos que se trata de los textos que un viajero escribe. La primera parte, con cincuenta poemas, constituyen el ‘Cuaderno de Sofía’. Y Valverde nos habla de la ciudad («A vista de pájaro, / la ciudad es un mapa/ cubierto por la nieve»), de los aleros y las losas precarias, de las calles angostas que no son avenidas, del frío como «expresión de la pureza», de «estatuas de hombres admirables o de simples tiranos», del monasterio de Rila (‘Lejos del mundo,/estás en el mundo’) y de una foto de sir Patrick Leigh Fermor. Aparece lo visible y lo que hay más allá de la apariencia.
Los cincuenta poemas podrían ser uno solo, con la atmósfera y sencillez que traslada al lector, con unos versos desnudos que tienen el abrigo necesario de la hondura, que transmiten la intimidad de lo que se ha contemplado; poesía grande que refleja, además, varios parámetros que no se omiten y la confesión de que «lleva uno a otra ciudad/ su ciudad dentro».
La segunda parte del libro la componen otros veinte poemas articulados para configurar el ‘Cuaderno suizo’. Y aquí la escritura busca de nuevo la luz en el fragmento, las descripciones de la naturaleza urbana, el escenario y sus rasgos, si bien crecen las referencias literarias, homenaje evidente, entre otros, a Jorge Luis Borges, José Ángel Valente y María Zambrano. Y de este cuaderno suizo recuerdo que ese viaje tuvo reflejo narrado en el blog que su autor mantiene desde hace años. Y el contraste entre los poemas y las entradas en ese blog evidencian, como decía José Hierro, que la poesía sirve para contar aquello que no puede contarse de otra forma.

La clarividencia de Mateos
José Mateos (Jerez de la Frontera, 1963), impulsor de inolvidables proyectos como los ‘Cuadernos de la Moderna’ o codirector de la revista ‘Nadie parecía’, es autor de libros en los que siempre ha mantenido que la realidad, los sucesos de la vida, cobran «plena significación mediante la escritura del poema». No puede extrañarnos, por ello, que en ‘La hora del lobo’, donde hay textos titula dos ‘Habitación 472’ o ‘En una servilleta de hospital’, nos diga que existe «un lugar donde la muerte acaba». Esto nos lleva a recordar que en uno de sus primeros libros, ‘Días en claro’ (Pre textos, 1995), afirmaba que nunca estás solo porque «la muerte te acompaña».
Hay aquí una treintena de poemas que golpean por su clarividencia, con dos partes muy diferenciadas
que se agrupan con los títulos de ‘Dentro’ y ‘Fuera’, reflejo de la enfermedad y del viaje que existe para escapar de ella, con palabras que respiran por sí solas, con una armonía que muestra el horizonte íntimo y la voz confesional y limpia de José Mateos, merodeando cerca Montaigne, Cicerón y Epicuro, sin temor a la afirmación de «Ya sé que a veces lo que canto es triste». Libro lleno de hondura, infrecuente, de afirmaciones sobre el alma, de cómo es la noche o esos instantes donde la vida se convierte en un eco.

José Mateos y Álvaro Valverde no hacen poesía ‘after shave’. Jamás sucederá. Conocen lo esencial y lo reflejan. Leerlos, ocurre siempre, resulta enriquecedor. 

NOTA: Esta reseña se publicado en Heraldo de Aragón.
 

27.3.23

Fermín Herrero lee "Sobre el azar..."

Pese a su cita anual durante tantos inviernos y al hecho de que yazga en la isla de los muertos, Brodsky nunca se consideró veneciano, como, creo, el esteta Paul Morand. Tal vez un título de este último, 'Venecias', le sugiriera a Álvaro Valverde, poeta fundamental de nuestro tiempo, uno suyo: 'Plasencias', en torno a su ciudad natal. Entre esto y su novela 'Las murallas del mundo' se labró fama de escritor sedentario, si bien luego ha publicado, por caso, las prosas 'Lejos de aquí', con una incursión por tierras de Flandes o un libro de poemas situado en Tánger. En su última entrega, de una sencillez honda y emotiva, 'Sobre el azar del mapa', un paso más en la consolidación de una obra cardinal de la lírica contemporánea, recrea también el tópico clásico del 'homo viator', que conduce, como señala la cita inicial de Marta Rebón, al 'homo scribens'. «Tan lejos de casa», dice un verso en un poema que remite, como el título del volumen, a su primera incursión lírica: 'Territorio'. Su poética ha tendido siempre, en el hilo temporal, a la espacialización.

El libro está dividido en dos partes. La más larga, medio centenar de poemas, muchos breves, bastante minimalistas, uno en prosa, es su visión, casi de continuo bajo la nieve o la lluvia, de la capital de Bulgaria, «que lleva el nombre/de la sabiduría», tanto de su geografía física (bulevares, fachadas, mercadillos, tranvías, parques, estatuas, iglesias ortodoxas, murales, grafitis y pintadas…) recorrida por las huellas de la Historia a la que ha sobrevivido (prehistóricas, tracias, romanas, bizantinas, rusas, fascistas, hasta el horror de la arquitectura comunista de las periferias, una mezquita otomana o una sinagoga sefardita) como de su geografía humana: sofiotas desconfiados, de miradas huidizas, pobres con sus «bolsas de plástico»… Una Sofía, aunque la imagine pletórica de primavera en un poema, invernal, de una belleza melancólica («es la melancolía/el verdadero genio del lugar»), ajada, decadente, neblinosa, desconchada, mustia, deslucida, grisácea, en suma. Lo que no quita, muy al contrario, para que le atraiga y nos la haga atractiva, por ser tan auténtica, lo contrario de un parque temático, y porque «el frío es la expresión/de la pureza./Lo que es limpio/trasluce por el hielo», como reza uno de los poemas sucintos. El poeta sabe encontrar la hermosura en la desolación.

El apartado final, 'Cuaderno suizo' (en 'Lejos de aquí' se narraba un viaje rápido a un barrio de Lucerna), se divide en dos paradas, Grandson, cuyo origen es «un pequeño pueblo/fundado en el medievo/a la orilla de un lago», donde Valverde nos regala estampas contemplativas fruto de una estancia tranquila, y 'Ginebra', centrada sobre todo en poemas de escritores relacionados por vida u obra con la ciudad. Tras una meditación inicial mientras observa el caudaloso Ródano, en contraste con su Jerte guardián, dedica versos a Costafreda, Valente, Aquilino Duque, Gimferrer, Ramos Sucre, María Zambrano y especialmente a Borges, a quien ya se había encomendado en la sección anterior.

NOTA: Este texto del poeta y crítico Fermín Herrero forma parte del artículo "Por lugares ajenos: tres títulos literarios para viajar por Venecia, Ginebra y Sofia", donde reseña, además del mío, dos libros más: Marca de agua, de Joseph Brodsky, y Goethe y Beethoven, de Romain Rolland. Se ha publicado en la sección Un ángulo me basta de La sombra del ciprés, suplemento de cultura de El Norte de Castilla

La fotografía, "Góndolas por los canales de Venecia", es de Alberto Pizzoli e ilustra el citado artículo en el periódico. 

26.3.23

Carta de Plasencia


El pasado viernes 24 de marzo, mientras se daba el pregón de la Semana Santa en la catedral, se celebraba una feria medieval en las calles atestadas de turistas en busca del cerezo en flor, terminaba un maratón en la plaza, unos cuantos valientes inaugurábamos la edición placentina de Extremamour. Sin presencia de autoridades (la concejala de Cultura pasó a disculparse) y delante de un selecto grupo de personas, ya digo, lo suficientemente numeroso, en cantidad y calidad (cinco suizos entre ellos, además de algunos artistas de fuste), como para que los organizadores del acto (nunca oirán en mi boca la odiosa palabra "evento") nos sintiéramos honrados y satisfechos. Gracias.
Por lo demás, todo fue tan breve como intenso. Tomó primero la palabra el comisario de la muestra, el diseñador y galerista ginebrino Jorge Cañete, gestor de La Galerie Philosophique de Grandson (en Suiza, cuya embajada también apoyaba la exposición), que narró las peripecias que nos llevaron al prestigioso fotógrafo Patrice Schreyer (a quien echamos la otra noche de menos) y a mí, por iniciativa del recién citado Cañete, a materializar su idea con imágenes y versos; después, Luis Sáez, director de la Editora Regional, que habló de Extremamour, el libro; y, por fin, intervine para señalar todo lo que esta aventura ha aportado a mi vida, que no es poco (la amistad, ante todo), y para leer unos cuántos dísticos. Eso fue todo. Suficiente. Lo importante es que las fotografías de esa Extremadura distinta, a la que se refirió Sáez, nunca antes vista así, pueden contemplarse en la Sala Hebraica de Las Claras hasta el 23 de abril. Ah, y en cualquier librería, a un módico precio, puede adquirirse el libro. La edición, añado sin vergüenza, es ejemplar. Razón de más para tenerla. 











Antonio Ortega lee "Sobre el azar del mapa"


UN MUNDO ENTERO

Por Antonio Ortega
 
Como señala Álvaro Valverde (Plasencia, 1959) en la nota final de este libro, su título proviene de un alejandrino de Territorio (1985) —el primero de más de una docena de sus libros— que define el lugar sobre el que se levanta su escritura: «Trazar itinerarios sobre el azar del mapa». En las sucesivas «travesías» de su obra, coloca el mapa como la imagen del viaje de su vida, como si lo extendiera antes de embarcarse en él y ese mapa fuera su único viaje, y el poema fuera entonces el plano geográfico de ese itinerario. Ahora «el azar ha querido» que tomen sentido otros versos de esa inicial entrega: «Se hizo la distancia / para amar lo recóndito». Desde esa distancia de lugar y de tiempo nace «el anuncio / de una nueva existencia», pues, como este libro nos recuerda, «no basta con soñar lo que es posible».
Esa posibilidad vino de la mano de los dos viajes que integran Sobre el azar del mapa: ‘Cuaderno de Sofía’ y ‘Cuaderno suizo’, de momentos y vivencias capaces «de resistir indemne(s) / en el fondo sin fin / de la huidiza memoria». Cuadernos que ni son un diario ni un registro in situ, anotaciones en tiempo real, sino que son las herramientas de la memoria las que, desde el recuerdo, han elaborado el discurso narrativo y descriptivo de los «fragmentos / de este plano simbólico / que sostiene en sí mismo / una humilde verdad». Ambos han sido escritos en la serenidad e intimidad del «ritmo metódico / que tan bien se acompasa / al diario vivir», ya en ese «lugar / donde cualquier distancia se ha abolido», con un lenguaje sobrio y ajeno a los imperativos de la inmediatez y sus exigencias.
Entre el azar y la voluntad, lejos de la contingencia y buscando orden y sentido, cuando sí «consuela imaginarlo en la distancia», Álvaro Valverde mira a través de las sucesivas ventanas que se abren a lo vivido, encadenadas y yuxtapuestas sobre el plano de corte de la interioridad, desde una mirada hecha espacio único y real. Un decir rítmico y natural que sabe que, aun «Lejos del mundo, / estamos en el mundo».

NOTA: Esta reseña se ha publicado en Babelia, suplemento de cultura del diario El País. 
La fotografía es de M. Ángeles Álvarez Sánchez. 

25.3.23

En Babelia de El País

 

















Antonio Ortega lee Sobre el azar del mapa

24.3.23

Medrano lee "Sobre el azar del mapa"

En la poesía de Álvaro Valverde, el entorno donde el poeta vive es una referencia de identidad y de reconocimiento de la vida en la que este espacio tan presente y definido en su obra ocupa un papel central que ha ido configurando, consciente, como un eje, la noción de lugar. Su ciudad natal, Plasencia, de provincias, pero a su vez privilegiada por su patrimonio e historia, y afortunada además por el medio natural que la rodea, es su marco elegido desde siempre para vivir y desde donde ha proyectado su escritura, con clara referencia a sus coordenadas y límites. Su correlato espacial en alguien definido por la fidelidad a este medio y por su voluntad de no abandonar su lugar de origen, son los viajes queridos o inesperados, a veces a considerable distancia que surgen. Y esta es la materia de este libro considerado por el propio autor como la suma de dos cuadernos de viaje. El de Sofía en 2018, para visitar a su hijo que cursaba un Erasmus, y otro más breve en 2022 a Suiza, con motivo de la exposición Extremamour donde sus dísticos acompañaban a las fotografías de Patrice Schreyer, que han dado lugar a otro reciente bello libro de poemas e imágenes. 
 
Para nada es una novedad este reflejo de otras ciudades visitadas por el autor, en general escritas una vez vuelto a casa. El precedente en libro es Más allá, Tánger, trazado de seguido en corto tiempo al volver de una estancia para reencontrar la ciudad donde vivió su infancia y juventud con su familia, Yolanda, su mujer, y por tanto poblada de referencias personales y afectivas sentidas como propias en el relato de los próximos. Y en los demás libros de Álvaro, muchos otros enclaves -de los que hacer el inventario sería interesante y extenso- ocupan apartados y poemas: el sur, de la costa de Cádiz, frecuente en tantos veraneos, ciudades europeas, españolas, del vecino Portugal, así como no pocos singulares parajes de Extremadura poseedores de la misma atracción y raigambre que reconocemos en otras geografías a distancia. Más también, esos otros viajes entrevistos en los poemas referidos a sus escritores leídos a través de cuya obra el autor se ha desplazado a otras latitudes y vivencias distintas a la suya.
 
En esta entrega, volvemos a esa modalidad del testimonio de lo que se ha incorporado “desde fuera” a su escenario vital al recorrerlos. Importa señalar también la forma elegida. Aparentemente conversacional, directa, ajena al ornamento literario, con la apariencia de la no mucha elaboración, al hilo de una captación rápida, con la voluntad de sostener lo lírico desde los recursos más sencillos y hasta pobres, bordeando o arriesgándose en alguna ocasión a lo que algunos lectores llamarían prosaísmo. Encontramos términos poco transitados por la tradición poética como parque temático o microbús o un Zara, por ejemplo. Y el libro discurre en secuencias de una extensión pocas veces extensa, a veces fragmentaria, como un apunte o un esbozo rápido sin más espacio que el de acoger una sensación o una idea así más realzada, sin acumularse entre otras como sucede en poemas de un aliento más amplio. La unidad de expresión no es el poema mismo sino la sucesión en conjunto de ellos. Por eso, los poemas van aquí sin título y numerados para ser recibidos como una parte continua de un todo, y ser leídos por tanto como secuencias yuxtapuestas de una serie y no cada uno como un texto independiente cuya concepción hubiera llevado a una elaboración distinta, de un calado y profundidad cuyo dominio conocemos por los anteriores libros de Álvaro, si excluimos el de Tánger, que es otro libro de viaje al que ahora se une este.
 
El metro también se adecúa a esa elementalidad expresiva que aquí se pretende. El heptasílabo predomina en tiradas ágiles donde enlaza con otros metros menores e impares y da la mano también a endecasílabos con los que con facilidad fluye, y en su brevedad transmite un ritmo amable a lo que se cuenta con aprecio. Es en los poemas más cortos donde más de una vez el poeta nos deja caer sus impresiones más intensas, pese a su apariencia de levedad engañosa, bien sea un destello de la ciudad significativo, caso del poema 32 y otros, o una confesión íntima con la desnudez del poema 48. Y en endecasílabos discurren poemas algo más discursivos o distinguibles por el deleite de la serenidad.
 
El Cuaderno de Sofía ocupa 50 de los poemas del libro. Estamos ante una capital europea sin el “prestigio” de otras, invernal, visitada bajo nieve y nieblas y la grisura de una luz que no tiene los matices meridionales nuestros, una ciudad “ajada”, “deslucida”, con signos de “abandono”, “tristeza”, de hasta “desolación” y “miseria”, con "miradas que rehúyen la virtud del encuentro" y vidas aparentemente vacías y difíciles, donde se sobrevive a la destrucción y la pobreza de las pasadas guerras y la dictadura comunista que ha dejado la “fealdad” de su impersonal arquitectura. Experiencia y lugar que, al llevar al poeta a "mirar más allá" para encontrar el sentido de las cosas, esta le llega en primer lugar desde la naturaleza -y sus elementos- donde “el frío” es “la pureza” y las montañas cercanas cuya “sombra tutelar” (...) “nos ampara”. 
 
Hay un momento en que la lectura cuesta porque es densa la relación de lo que se cuenta y esa vibración exterior impregna aun sin quererlo las palabras. En cambio el poeta halla en esta tierra el reposo y la paz de “un paraje del que cuesta marchar”. Al hablarnos de ella se nos advierte que “Toda vieja ciudad guarda un secreto. También esta”. Y en su descripción nos lo va a ir desgranando. En la desolación, en el invierno, en los lugares de retiro cercanos como algún monasterio, en las sinagogas, mezquitas y templos ortodoxos, en los paseos por las calles y rincones en apariencia descuidados, en los aromas de los mercados y en la humanidad con que se trata a los animales hay un relato de lo íntimo de esa vida con la que sintoniza que le merece la mayor consideración y así nos lo transmite. Sin grandezas, como todo lo que ha pretendido este cuaderno, haciendo de lo cotidiano y anónimo un lugar, aunque querido, que nos deja intranquilos al apelarnos. Poemas como el 44 simbolizan la imagen global de lo visitado y que ha marcado al autor y por él a nosotros. Es por eso que la amenaza de esa nieve al derretirse -”caen / restos sucios de hielo / que se parten aún más / sobre la acera”- haga que “por momentos, / la vida se asemeja / a lo que ocurre.” El poeta, atraído por lo que ve, sin embargo no se vería capaz de vivir por siempre en este sitio. Aunque sí, de esta ciudad inesperada, se lleva su brillo “matizado” tras el cual ha encontrado “una humilde verdad”.
 
El otro cuaderno, el suizo, nos deja un sabor más sereno. Se disfruta, “la luz va dorando las cosas” , la realidad no es lejana a los sueños. Estamos en un país para nada precario. Surge de un viaje feliz a una exposición en Grandson, en la que sabemos que se celebra que “personas de sitios diferentes” se encuentren “en un lugar donde cualquier distancia se ha abolido”. Sin reparos se nos dice: “todo es armonioso”, y está luego el encuentro con una ciudad, Ginebra, deseada y llena de referencias literarias que acompañaban al poeta lector desde mucho antes. Felices como el recuerdo de Borges y del ejemplar con su autográfo de El oro de los tigres. Pasamos de la sensación anterior de “intemperie” y “penuria” al esplendor que puede contemplarse “sereno y en silencio”. Lo que no quita que la mirada del poeta se fije en algún jardín descuidado, y no por eso carente de encanto, en las ventanas cerradas que le inquietan por la vida escondida tras de ellas, o el recuerdo de autores que sufrieron y no pudieron evitar el suicidio que les sobrepasó en esta ciudad como José Antonio Ramos Sucre o Alfonso Costafreda.
 
Y como toda escritura es rica y amplia, y sin que una lectura haya de ser una tarea exhaustiva, hay, entre líneas, otros detalles para la complicidad con el lector, como la atención a los ríos -el Perlovska en Sofía; en Ginebra, el Ródano- cuyos diferentes caudales nos remiten a las aguas del Jerte que aparecían, al contemplarlas y también como poética, en El cuarto del siroco.
 
Todo autor sólido no escribe por casualidad sus obras. Este libro incorpora señales o claves que lo identifican. Así se nos dice un axioma que nos recuerda aquel otro de que nada es ajeno a ningún hombre: “Lejos del mundo, / estamos en el mundo”. Y esa otra evidencia sostenida desde su primer libro: “que se hizo la distancia / para amar lo recóndito”. La perspectiva, el punto de relación y la medida con los demás y las cosas es otro de los ejes vitales y literarios de quien nombró uno de sus libros A debida distancia.
 
Nos relacionamos con lo que resuena en nosotros y termina siendo parte de nuestro recorrido y a veces llega a definirnos o a servirnos de espejo y reconocimiento. Es la lección de estos lugares. Por esto mismo, me refiero a un afortunado detalle. Lo que sabemos por experiencia que es una garantía se vuelve parte fiel de nosotros. Es lo que hacemos los lectores con los autores que seguimos de antiguo. Y es lo que sucede con la cubierta de Sobre el azar del mapa -título que ya estaba escrito en un verso cuarenta años antes-, iluminada por una exquisita ilustración de Salvador Retama, que vuelve a dejar una certera imagen de entrada a los libros de Álvaro antes de leerlos. Esta vez, ese trazo de apariencia casi inconclusa y como si se deshiciera de esa catedral bizantina en boceto, nos anticipa la sensación que nos queda de ese invierno búlgaro y de la melancolía del autor al recordar lo vivido. Porque al cabo de un tiempo todo lo que fue nuestro se convierte en distancia. Y al revivirlo nos queda este reflejo que a su vez se diluye: “Silencio y soledad vendrán conmigo”. Sin duda, la captada y la interior del poeta, la necesaria para contemplar cualquier sitio.
 
 
Sobre el azar del mapa
Álvaro Valverde
Nuevos textos sagrados, 318
Tusquets, febrero de 2022
 
NOTA: Esta reseña se publicó en el blog isla de lápices

23.3.23

Aviso para navegantes

Que nunca ha de tornar
Luis Suñén
Trotta, Madrid, 2023. 76 páginas.
 
Suñén (Madrid, 1951), editor, crítico literario y musical, es autor de los libros de poesía El lugar del aire, Mundo y sí, El ojo de Dios, Vida de poeta, Volver y cantar y Noroeste. En El que oye llover reunió su obra poética hasta 2007 y el inédito Las manchas de la Luna.
No ha podido elegir mejor el título para esta nueva entrega, formada por canciones (barcarolas incluidas) y poemas. Tomado del “Retrato” machadiano. Desde su retiro en la costa gallega (tan presente aquí), el poeta intenta detener el tiempo a la espera de que “vea al noroeste / Llegar la nave / Que nunca ha de tornar”. La muerte sobrevuela: “En el fondo de la ría, / Que es la muerte”. Eso sí, estas meditaciones se fundan en el diario vivir y están construidas a partir de sucesos cotidianos (“En el bosque”, “Un punto”), lejos de cualquier afán de solemnidad. Por eso la ironía menudea. Y la inteligencia. Y el humor. En “Canción a buenas horas” o “Canción del pasajero poco aprensivo”, por ejemplo. Como el amor, en “Canción del que se cree elegido” o “Mal hecho”. Mejor “Haber amado mucho y mal / Que poco y con usura”.
Muy logrados me parecen “Canción del vecino que espía”, “La noche de San Lorenzo”, “Ernesto Cardenal entra en el Cielo” (“Torres de Dios, Poetas, bendecid al señor”), “La que ya hace bastante”, “Oda a la previsión”… Y algunos muy breves, tal “Canción del perplejo” o “Fin del verano”.
He subrayado versos como “Mucho más terrible que el olvido / Es la memoria”; “Feliz quien ve pasar la vida / Y se complace en ella”; “Pasará tu vida como pasa el día”; “La extrañeza se alimenta de sí misma”; “Tu vida / Es tu libro”; o “Sé digno y no pidas consuelo”. “Viajero es un adjetivo inestable”, dice con el estadounidense Carl Phillips. Dan el tono del conjunto, según creo.
Los veinticuatro poemas que componen “Viaje de invierno” (sobre otros de Wilhelm Müller) colman el sentido del libro. Tienen don. 

NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL

Pasión irlandesa

Suite irlandesa
Antonio Rivero Taravillo
Fundación José Manuel Lara, Sevilla, 2023. 224 páginas. 
 
Rivero Taravillo (Melilla, 1963), que fue librero y es gestor cultural y crítico, posee una bibliografía apabullante. Libros de viaje, aforismos y ensayo, novelas, biografías (de Cernuda y Cirlot), traducciones, etc. Ha publicado también numerosos de poesía; los últimos, Sextante (1982-1998) y Los hilos rotos.
Su pasión por Irlanda y el mundo celta está en la base de su proceso creativo. Además del inglés, conoce el gaélico. Suyas son las antologías Antiguos poemas irlandeses y Canciones gaélicas.
Esta suite, que, como tal, integra “movimientos muy variados, basados en una misma tonalidad”, reúne sus versos irlandeses, tanto publicados como inéditos, y da buena cuenta de ese fervor por La verde Erín. Lo explica muy bien este “irlandés de corazón” en un texto final donde inserta notas y aclaraciones pertinentes.
Se abre con “Dublín”, un largo poema con aires de diario compuesto por treinta y seis fragmentos, que da la justa medida del ambicioso proyecto. Ahí, como en el resto del volumen, los mitos, la historia, la arqueología, la literatura, la música y el arte de aquel país. Incluso lo extraño: fantasmas y hadas. Ahí, Dublín y el campo, lugares (la colina de Tara y las de Wicklow) y paisajes, personajes y leyendas. Y la religión, los pubs (“beber es algo serio”), la lluvia, los juegos y el IRA. Y los poetas: Amergin, Pearse, Heaney…
Hiberniae, la segunda parte, agrupa poemas muy variados, temática y formalmente. Sobre la resistencia de “la antigua lengua”, con referencia a Steiner; héroes mitológicos, como Cú Chulainn; la música melancólica, evocadora del arpa; sitios como Carrickferges, Ben Bulben, el cinematográfico Innisfrie, Clare (“todos tus condados lindan con mi alma”) y la Biblioteca Nacional; la Guiness; las genealogías, etc. Al terrorismo dedica “The Troubles”.
Cierra el conjunto “La reina Maeve”, espléndido broche para este rapto de fascinación irlandesa.

NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL.

22.3.23

"Extremamour" aterriza en Plasencia

 
En efecto, el próximo viernes, pasado mañana, a las 20:00 horas en la Sala Hebraica de Las Claras se inaugura la tercera edición de Extremamour, después de las ediciones anteriores de Grandson y Trujillo. La muestra cuenta con el apoyo del Excmo. Ayuntamiento de Plasencia y la Embajada de Suiza en España. Pero no sólo eso. Aprovecharemos la feliz circunstancia para presentar Extremamour, el libro, con fotografías de Schreyer y los versos que inspiraron sus imágenes. El director de la Editora Regional de Extremadura, Luis Sáez, será el encargado de hacerlo. Antes, abrirá el acto el comisario, Jorge Cañete, y uno, para terminar, se limitará a decir unas pocas palabras sobre lo que ha supuesto esta apasionante aventura y a leer algunos dísticos. Ojalá puedas acompañarnos.  

19.3.23

Donde dije digo...

Acabo de caer en la cuenta. Releía Alzado de la ruina, el extraordinario libro de mi admirado Aníbal Núñez, y en el poema "Del regreso del bosque" lo he encontrado. Un susto. Me refiero al alejandrino "trazar itinerarios sobre el azar del mapa" del que toma el título mi último libro. Sí, el que me atribuí  porque estaba en mi ópera prima Territorio y que no escribí yo. Había olvidado por completo ese ejercicio de juvenil intertextualidad, de buena fe lo confieso, y, al reparar en ello, me apresuro a contarlo. Con perplejidad. Algo aturdido aún. De haberlo recordado o sabido, qué fácil habría resultado señalar su verdadera autoría, su procedencia, y presumir, de paso, de poeta. De gran poeta. De un maestro. Me alegro de haber hecho, sin pretenderlo, un homenaje a Aníbal.
Se explica el préstamo si tenemos en cuenta que el libro del salmantino se publicó en 1983 en Hiperión y que lo leí de inmediato, justo cuando estaba escribiendo aquellos versos primerizos. Bien está. El error no tiene remedio a efectos bibliográficos, digamos, pero lo más honrado, según creo, era explicarlo cuanto antes. Desfaceré el entuerto en las presentaciones futuras (no deja de ser una curiosa anécdota) y siempre que sea menester. Lo de Porque olvido, ya se ve, no era por nada. 

17.3.23

En ZENDA

 

La revista publica cinco poemas de Sobre el azar del mapa. Gracias. 

16.3.23

"Sobre el azar del mapa" en la Cadena SER

Benjamín Prado tuvo el detalle de recomendar en el programa La Ventana de la Cadena SER la lectura de Sobre el azar del mapa y eligió el poema que fue leído. Puede escucharse aquí. En el minuto 43, aproximadamente, por si alguien no tiene paciencia. 

Carta de Medellín


Aunque parezca una boutade, no sé qué impresiona más, si el Teatro Romano de Medellín apostado en la ladera que corona un imponente castillo medieval o la inmensa llanura que se extiende a sus pies (media provincia de Badajoz, la de las Vegas), a espaldas, digamos, del escenario. Nunca había estado allí, y bien que me pesa. Me avergüenza incluso. Está a un paso de Mérida. Y a otro de Don Benito. No deja uno nunca de sorprenderse por la belleza de esta tierra. Sí conocía el lugar: el puente sobre el Guadiana, que vi un mes de febrero de hace diez años desde el mirador del restaurante donde comí con Manuel Simón Viola. 
Me llevó a esas ruinas antiguas, perfectamente conservadas, la invitación a un acto del Festival FILE (Festival Internacional de Literatura en Español), que dirige el periodista de El País y escritor Jesús Ruiz Mantilla, organiza La Fábrica y patrocina, en esta ocasión, la Junta de Extremadura. Velada poética lo denominaron. En realidad fue una conversación a tres bandas que llevó con mano sabia y una solvencia llamativa el también periodista, aunque de El Mundo, y poeta Antonio Lucas y en la que participó Marta San Miguel, periodista de El Diario Montañés, que acaba de publicar su primera novela, Antes del salto, con gran éxito de crítica. 
Entre el público, Virginia Aizkorbe (coordinadora del Plan de Fomento de la Lectura), Luis Sáez (director de la Editora Regional), Alberto Anaut (director de La Fábrica) y Juan Ricardo Montaña, artista, poeta...
Hablamos de muchas cosas (que se escucharon, por cierto, muy bien debido a la acústica del lugar y a la eficiente megafonía). De lo que puede la verdad (recordando a Keats) frente a las noticias falsas, que ahora (y siempre) tanto imperan; de lo que el lenguaje poético (hecho de concisión, claridad, precisión, etc.) y su bendito don de síntesis pueden aportar al periodismo; del poder y el valor de la palabra; de la soledad del poeta y de su deseable independencia, otra lección fundamental para el periodista; de los poetas doblados de colaboradores de periódicos, o viceversa (Lucas mencionó a Umbral y a Vicent); de la ausencia de poesía en los medios si lo comparamos con otras épocas (primeras décadas del XX, por ejemplo); de la exigencia a la hora de escribir, poco importa si un poema o una columna; de la honestidad y del plano moral de ambos mundos; de la presencia sutil de la poesía en las crónicas de lo cotidiano, las más apegadas a la vida normal y corriente, etc. Ideas que se entremezclaron con divertidas anécdotas relativas al oficio. Sucesos que tuvieron lugar en animadas salas de redacción donde "el poeta" siempre es mencionado bajo sospecha. 
Aunque mencioné el texto de Claudio Magris (gracias, Jordi) sobre Karl Kraus, "poeta de la finis Austriae", reacio a leer la prensa porque, según él, estaba llena de mentiras, no evoqué estos versos suyos: "En el principio era la prensa, y después apareció el mundo". 
No faltó, en fin, la poesía. La que uno considera genuina y no esa cosa angélica y etérea que al parecer abunda en todas partes. Me refiero a la escrita con palabras que forman versos que componen poemas que acaban en un libro, y eso que Marta San Miguel optó por leer una de sus columnas, para demostrar, precisamente, que los géneros no son compartimentos estancos y que poesía y periodismo pueden ser vasos comunicantes. 
Amén de un par propios (elegidos en función de lo que tratábamos), leí "Don Cogito lee el periódico", del poeta polaco Zbigniew Herbert. 
Quiero subrayar la impecable organización del acto (y del Festival en su conjunto, según creo). Gracias, Esther, y al resto de personas implicadas. 
Tras un rato de charla, saludos y despedidas, a la carretera de nuevo. Otro viaje exprés. Otra bonita experiencia que me apetecía contar. 



8.3.23

La Extremadura seca

Así se titula el texto que se publica en el blog Entre viñas y castaños, que coordina David Matías para la Fundación Ortega Muñoz. Puede leerse aquí

Ilustra esta nota el óleo "Tierras. 1967", de Godofredo Ortega Muñoz.

7.3.23

Jordi Doce lee "Sobre el azar del mapa"


la intimidad del extranjero

Por Jordi Doce

Desde al menos la publicación de Mecánica terrestre en 2002, toda la escritura de Álvaro Valverde (Plasencia, 1959) ha sido un largo viaje hacia el aquí y ahora de lo real, de la vivencia. Lejos queda lo que cabría llamar la "poesía de ficción" de sus comienzos, la misma que hizo pensar a Octavio Paz que detrás de aquellos poemas "se escondía una novela, un argumento novelesco".
El joven poeta urdía ficciones sacadas de los libros y del arte para enriquecer un afán de vida que no se cumplía del todo en la vida misma; el medido y austero culturalismo de esos primeros textos tenía mucho de ejercicio compensatorio y también de fundación de un mundo, de cabo lanzado al muelle del futuro. La sintaxis misma de los poemas -divagatoria, entre barroca y sonámbula, "ensayando círculos", según la expresión que Valverde tomó de Joan Vinyoli- replicaba en el plano formal ese merodeo tenaz por vidas y paisajes que el autor hacía suyos para fundirlos o enlazarlos con la propia biografía.
La voz de Valverde no ha cambiado apenas, pero sí el acento, su manera de decir: más seca y declarativa, más precisa, propia de quien se considera -ahora que la vida es suficiente- un testigo. O como corresponde a un cuaderno de viaje. Porque no otra cosa son los dos conjuntos que integran este nuevo libro, Sobre el azar del mapa: álbumes que surgieron al calor del viaje y que tratan de captar la atmósfera del lugar, su genio, con trazos rápidos y detallistas.
El primero, Cuaderno de Sofía, es también el más extenso: cincuenta poemas que giran sobre "el misterio de esta ajada ciudad" que exhibe las cicatrices de su historia en el confín oriental de Europa. El segundo, Cuaderno suizo, es más breve pero no menos sugestivo: veinte poemas divididos en dos partes (Grandson y Ginebra) que encarnan a su vez dos formas de mirar: en el primer caso, el ojo paisajista del pintor o el fotógrafo; en el segundo, la capacidad del buen lector para dialogar con sus maestros y predecesores.
Valverde siempre ha sido un poeta fascinado por los nombres: de lugares, de ciudades, de poetas y creadores. Y ahora más que nunca. En Cuaderno de Sofía lo escuchamos paladear casi los nombres de iglesias y calles, de los topónimos que encuentra a su paso (las montañas de Vitosha, el jardín Knyazheska, la mezquita Banya Bashi, etc.), pero también de escritores y viajeros (en especial el gran Paddy Leigh Fermor) que lo han precedido en el intento.
Es envidiable su don para trufar los poemas de datos y detalles sin que el efecto general se resienta. El verso suele ser breve y tender a la pincelada veloz, impresionista. El conjunto funciona por acumulación, con la lenta perseverancia del que vuelve una y otra vez sobre el puzle y añade otra pieza: el frío, la nieve, el abandono ("entre ruinas se avanza en estas calles"), la belleza precaria y deslucida de una ciudad que vio mejores tiempos, la presencia de Oriente, el peso de una historia que pertenece a "los supervivientes"...
Cuaderno suizo transita por las mismas coordenadas: extrañeza y misterio, exotismo y familiaridad. El poema baraja los lugares y la ciudad ajena se convierte por unos instantes en la propia, como en un sueño. La comuna de Grandson es un símbolo de paz y armonía y su intimidad recóndita sabe prestarse a los juegos de la imaginación: "Añoro ahora el paseo que no di/ por la orilla del lago Nêuchatel".
Por el contrario, Ginebra es un palimpsesto por donde se pasean, en rápida sucesión, escritores admirados: Ramos Sucre, Borges, Zambrano, Gimferrer y Aquilino Duque, Valente y Costafreda: "Proyecciones de mujeres y hombres/ que vuelven de las nieblas del pasado [...] aún se escuchan sus voces quebradizas;/ frágiles pero firmes contra el tiempo".
El resultado es una poesía a la que no dejamos de volver porque es hospitalaria y se deja habitar; una poesía que nos habla en tono de confidencia de eso que pasa ante nosotros y a menudo no percibimos, real como la vida misma.

Poner palabras a las imágenes
Casi a la vez que este nuevo libro, se publica Extremamour, catálogo de la exposición homónima que acoge la obra del fotógrafo suizo Patrice Schreyer: un viaje sobrio y luminoso por el paisaje extremeño que rubrican los dísticos de Álvaro Valverde (la mayoría inéditos, pero también espigados de su extensa obra) en un diálogo feliz para el que parecían predestinados: "Hasta donde la vista alcance/ está mi reino".
 
NOTA: Esta reseña se ha publicado en LA LECTURA, suplemento cultural de EL MUNDO.
La fotografía que la ilustra es obra de Fernando Aramburu.

Carlos Alcorta lee "Sobre el azar del mapa"


La poesía hospitalaria de Álvaro Valverde
 
‘Sobre el azar del mapa’ confirma el compromiso del poeta placentino con la escritura limpia y clara, que no renuncia a la intensidad lírica y acoge generosamente al lector.
  
Toda la obra poética de Álvaro Valverde (Plasencia, 1959) está caracterizada, desde sus primeros libros, por la intensidad lírica. En sus poemas logra trasmitir ―de una manera persuasiva, pero sigilosamente, sin necesidad de recurrir a expresiones grandilocuentes, a periclitados verbalismos ni a quiebros formales― sensaciones, experiencias, incluso ideas ―me atrevería a decir― propias, pero que forman parte del acervo de las experiencias humanas compartidas casi de manera unánime por todos. Sus poemas proceden de la vida cotidiana; de las reflexiones que el contacto diario con la realidad provoca. Ese contacto se puede realizar desde la soledad de un cuarto de trabajo propio o, como es el caso, desde un territorio ajeno, extraño que proporcionan, por ejemplo, los viajes. En ellos, en general, la falta de lugares habituales de referencia despierta la necesidad de apropiación, y esta la llevamos a cabo a través del lenguaje.
Aunque el hecho de escribir un poema sea, inicialmente, algo que la propia mente no había previsto, es gracias a él como el viajero toma conciencia final de los detalles del viaje. Da la sensación de que el viaje se completa cuando se narran aquellos momentos, aquellas escenas, aquellas sensaciones, que probablemente hayan cambiado desde entonces nuestra manera de ver las cosas; nuestra forma de relacionarnos con el entorno. El poema, en mayor medida que las fotografías o los objetos de recuerdo, parece abrir una puerta de retorno al viaje mismo y al tiempo anterior a dicho viaje; un tiempo de ilusión tan intensa o más que el viaje en sí, como nos recuerda Jorge Luis Borges, y valga esta alusión para hacer mención a que el sabio bonaerense es el protagonista ―como luego veremos― de algunos poemas de Sobre el azar del mundo. El título proviene de unos versos del primer libro (Territoriode nuestro poeta, como él mismo aclara en Nota, de la cual extraemos estos datos, acaso irrelevantes para disfrutar de la serena factura de los poemas: «Escribí en Plasencia la primera versión de Cuaderno de Sofía [una de las dos secciones del libro] en apenas dos meses de 2018, tras una breve estancia en Sofía». Unas líneas más abajo nos informa, y esto sí que es relevante para nuestro propósito, de que escribió de memoria: «No tomé ―escribe― ninguna nota durante ese viaje de invierno (aunque fuera a finales de marzo) ni llevé ningún diario». Y es relevante porque el viajero se ha dedicado a viajar, a ver ―del «goce de la simple visión» escribe en un poema―, a recorrer la ciudad, a observar lo que para sus habitantes son paisajes rutinarios, con la mirada desnuda del extranjero: «El azar ha querido/ traerte hasta Sofía,/ una ciudad que nunca/ pensaste visitar./ Te asombra este viaje/ al otro mundo». Así ha podido darse de bruces con lo extraño y de esa extrañeza, de sus consecuencias, dan cuenta los poemas que han surgido algún tiempo después de manera espontánea, poemas breves, impresiones líricas ―en ocasiones también narrativas― que poseen la frescura y la intensidad del haiku: «A vista de pájaro/ la ciudad es un mapa/ cubierto por la nieve». La nieve, símbolo de pureza, tiene mucho protagonismo en estos versos. Nieve en las ramas de los árboles, «dibujadas de blanco», en las calles, donde «Cae la nieve/ con esa parsimonia que le es propia/ a ese tiempo feliz e intempestivo». Pero la nieve también oculta las ruinas, la miseria, el deterioro, la suciedad, acaso más visible cuando esta desaparece y deja al descubierto el rastro de la desolación.
Una gran parte de los poemas de este cuaderno reflejan breves impresiones, pero otros se aventuran en describir más detalladamente paisajes o monumentos, como el poema en prosa que narra la visita a «la pequeña iglesia medieval de Boyana». Nada más alejado, sin embargo, de una guía turística. La forma de integrarnos en la ciudad, de hacerla más vívida para quienes no la conocemos se consigue, paradójicamente, con economía de palabras, pero cada una de las leemos en estos poemas nos inspira una sensación de verdad casi milagrosa, por eso nos convencen y nos hacen sentir que, lejos de estar en la posición del espectador, somos también ese visitante invisible que pasea a la vez por las aceras y por las páginas de este libro. 
La segunda sección, Cuaderno suizo, tiene un origen distinto pero un similar procedimiento de escritura: «Hay memoria, tono fragmentario, inmediatez, noción de lugar…», dice Álvaro Valverde, y un mismo efecto, ese que hace al viajero ser otro después de finalizado el viaje: «Nace, sí, la jornada/ y con ella el anuncio/ de una nueva existencia». Grandson es la ciudad que da origen a unos primeros poemas: «Con qué parsimonia/ amanece en Grandson», escribe. Aquí, más que la nieve, el protagonismo lo ostenta la falta de luz («Una luz tamizada/ enciende las estancias/ que guardan en silencio/ obras de arte y muebles/ decantados con gusto»), su levedad, una levedad que invita al recogimiento: «¿Qué puede estar pasando tiempo adentro/ en las habitaciones de esta casa?// ¿Qué secretos esconden estos cuartos/ donde vive el misterio de la noche?», se pregunta. En los poemas de la segunda parte, «Ginebra», se homenajea a diferentes escritores que tuvieron alguna relación con la ciudad, como Borges, enterrado aquí, Ramos SucreJosé Ángel ValenteMaría ZambranoAlfonso Costafreda o Aquilino Duque. A partir de ahora, y pese a que la estancia ginebrina ha sido breve, habrá que considerar a Valverde un ilustre «habitante», una «una sombra más entre estas sombras/ que pasean las calles de Ginebra». Pocos libros podemos leer hoy en día que nos dejen una confortable sensación de complicidad, de gratitud como los poemas de Sobre el azar del mapa. La poesía de Álvaro Valverde nos acoge generosamente, sin pedir nada a cambio, nos hace amar un lugar que ha pasado a formar parte de su vida. Es la suya una poesía del todo habitable, mejor aún, hospitalaria y a nosotros sus lectores solo nos queda ser sus agradecidos huéspedes.
 
NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CUADERNO.

En Medellín

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4.3.23

Eugenio Bueno


Gracias a este emocionante poema, con Avilés al fondo, que José Luis García Martín ha publicado en su muro de Facebook, me he enterado de la muerte de Eugenio Bueno. Ningún apellido mejor y más pertinente para este maestro extremeño que, como tantos, vivió y trabajó fuera de su tierra. Maestro y poeta, cabe añadir, aunque casi secreto. 
Le conocimos Yolanda y yo en los ochenta del siglo pasado y con él y con su mujer, Eugenia, conversamos algunas tardes tórridas de agosto en su precioso pueblo. Cuántas ilusiones entonces y cuántos sueños. Poéticos, sobre todo. Nos carteamos durante años. Luego, nos fuimos distanciando -la vida y sus afanes- y nos perdimos la pista. Nunca, sin embargo, he olvidado su bondad y esas charlas que evoco. Descanse en paz. 

2.3.23

Túa Blesa lee "Sobre el azar del mapa"

 

LOS VERSOS DEL PEREGRINO
 
Sobre el azar del mapa: el mapa, la representación del territorio; Territorio, título en 1985 del primer libro de Álvaro Valverde (Plasencia, 1959) y de un verso de ese libro procede el título del actual, lo que señala la continuidad del trayecto poético; territorio, el espacio que se recorre, por el que se viaja; el viajero como presentación y condición del yo que habla y al que importa caracterizarlas: “El viajero, / que rehúye a conciencia / el papel de turista”. Una de las citas previas del libro, de Marta Rebón, no solo recuerda que un tópico clásico es el homo viator, sino que vincula al viajero con la necesidad de escribir y lo hace homo scribens. Ese es el personaje que habla.
Ese viajero da cuenta en esta colección de poemas, siempre sugerentes aun los más breves, siempre meditativos, de su peregrinaje por el mundo en dos cuadernos de viaje: a Sofía, el primero, y a Grandson y Ginebra el segundo.
En Desde fuera, libro de 2008 de Álvaro Valverde, se leía: “No somos sino aquello que miramos”, lo que hace que el sujeto se apodere de aquello que tiene a la vista, lo interiorice y en último término se identifique con ello. Pero el mirar del viajero no es un mirar común, sino que penetra en la historia que se acumula en aquello que ve y son bastantes los poemas que la rescatan. Ante lo que fue mezquita y hoy “una casa de barro” deteriorada lo que ve es que “De todas las edades / de la Historia, y aun de antes, / hay vestigios aquí” y los enumera.
No es erudición ni nada parecido este recuerdo de lo pasado, sino una manifestación de uno de los temas fundamentales de la poesía de Álvaro Valverde: el tiempo, su devenir, un devenir que es también el de quien habla, quien al fin se sabe efímero como lo fueron las civilizaciones, las gentes que habitaron los lugares, paisajes, edificios, etc. que contempla.
Si el ahora del viajero en una plaza, frente a una iglesia, etc. atrae la evocación de lo que fue, de lo desvanecido, nada distinto sucede con la redacción de los poemas. Como informa en el epílogo del primero de los cuadernos, “He escrito de memoria / Ni un verso tan siquiera / se concibió en Sofía”, con lo que de nuevo la memoria de la vivencia, la vivencia hecha memoria, es reflejo de ese ver lo ido en el momento actual.
Que al iniciar el “Cuaderno suizo” se lea “La distancia se hizo para amar lo recóndito”, que repite unos versos anteriores, corrobora lo dicho; y más, incluso lo no vivido se hace palabra: “Añoro ahora el paseo que no di / por la orilla del lago Nêuchatel. / Consuela imaginarlo en la distancia”.
El decisivo lugar que la naturaleza tiene en la poesía del poeta extremeño se abre paso: “Como en tantas / ciudades de Europa, / el bosque forma parte / de este sitio” o “Desde el hotel, / un árbol deshojado / sostiene su belleza”; naturaleza y cultura, presente esta en menciones de escritores, artistas y, cuando se trata de Ginebra comparecen Borges, su “humilde tumba”, María ZambranoAlfonso CostafredaAquilino Duque o se retoman versos de “Invocación en Ginebra” de Pere Gimferrer.
La escritura de Álvaro Valverde es en Sobre el azar del mapa, como lo es en el conjunto de su obra, clara, sus versos, rítmicos, hablan con naturalidad para decir el gozo de vivir, palabra hecha cántico pese al recordatorio de que el ahora está ya haciéndose pasado y la certeza de que un final ha sido ya escrito. Palabra de excelencia.
 
Nota: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL.