La vida, ya se sabe, es una sucesión de sorpresas. El otro día me traje de casa de mi madre una fotografía de 1935. En ella se ve a dos maestros posando con un grupo de niños. Al pie, tumbado literalmente en el suelo, mi padre. Aunque nació en 1929, tenía todavía cinco años. Era primavera en Jaraíz de la Vera, su pueblo natal, donde está tomada la imagen. Lo llamativo de la escena no es nada de lo narrado hasta ahora. El interés radica en comprobar que uno de los maestros es don Severiano Núñez, natural de Barrado, republicano, al que asesinaron unos meses después.
No he podido por menos que acordarme de Manuel Rivas y La lengua de las mariposas.
Nunca escuché a mi padre alusión alguna sobre ese hombre. Nunca dejó de inculcarme su vocación frustrada: la de maestro de escuela. La de uno, si así puede decirse.
Esta fotografía abre una puerta más al misterio de la vida. Y de las vidas de otros. De la mía, de la de mi padre.
No he podido por menos que acordarme de Manuel Rivas y La lengua de las mariposas.
Nunca escuché a mi padre alusión alguna sobre ese hombre. Nunca dejó de inculcarme su vocación frustrada: la de maestro de escuela. La de uno, si así puede decirse.
Esta fotografía abre una puerta más al misterio de la vida. Y de las vidas de otros. De la mía, de la de mi padre.