Casi un mes sin anotar nada aquí. Este año he llegado a las vacaciones al límite. Regreso, con todo, de aquella manera. Como todos. Mañana, con el consiguiente madrugón y el viaje y el trabajo, despejado del todo, seguro.
Está uno todavía en Conil, como si dijera. Mejor que nunca nos ha parecido aquello este año. Y ya son yendo y viniendo de ese rincón del Sur. Y ni levante siquiera. Ese viento es una leyenda (que, por cierto, uno ha vivido, y cómo). Esta quincena ha soplado día y medio. En fin, no cambiamos un par de semanas allí por nada. Estamos deseando volver.
No, en Plasencia no sopla el fresco poniente ni se lee igual que en la terraza del apartamento, viendo, al levantar la vista de una página, el cielo de Conil. Esa suma perfecta de nítido azul y blanco cegador, el de las sucesivas azoteas que coronan sus casas en forma de cubo.
Más allá, Tánger.
Está uno todavía en Conil, como si dijera. Mejor que nunca nos ha parecido aquello este año. Y ya son yendo y viniendo de ese rincón del Sur. Y ni levante siquiera. Ese viento es una leyenda (que, por cierto, uno ha vivido, y cómo). Esta quincena ha soplado día y medio. En fin, no cambiamos un par de semanas allí por nada. Estamos deseando volver.
No, en Plasencia no sopla el fresco poniente ni se lee igual que en la terraza del apartamento, viendo, al levantar la vista de una página, el cielo de Conil. Esa suma perfecta de nítido azul y blanco cegador, el de las sucesivas azoteas que coronan sus casas en forma de cubo.
Más allá, Tánger.