Le costó a uno acercarse a Villanueva de la Serena. Qué pronto se acostumbra uno a lo bueno; a no tener que coger el coche cada día, por ejemplo. La amistad, que tan malas pasadas me ha jugado y sobre la que tantas dudas tengo, se impuso finalmente. El motivo de sobra lo justificaba. Se presentaba La vibración del hielo, el tomo del diario de Jordi Doce correspondiente a 1998. Forma parte de sus "años ingleses", los que pasara como lector de español en Sheffield y Oxford. Lo ha publicado Littera que, poco a poco, va reuniendo un catálogo interesante, con un criterio universal y abierto, nada extremeñista ni patriotero. En lugar de soltar una parrafada, preferí conversar con Jordi a partir de mis impresiones de lector. Vamos, que quien habló fue él, protagonista indiscutible de la noche. El público que llenaba el salón de actos de la Casa de Cultura villanovense disfrutó con los comentarios del autor y, como alguien destacó, más aún por el tono de voz y la dicción del poeta gijonés, y eso que, como no pocos de los presentes, las gargantas ya se resienten por culpa de los primeros atisbos del otoño.
Fue un placer saludar a viejos amigos como Juan Ricardo Montaña, Antonio Reseco (el editor), Simón Viola... Eso sí, el placer mayor está en leer las páginas de ese diario, un libro que es vida redoblada, vida más intensa, mejor vida (Doce opina que el escritor es "la versión afinada o mejorada del individuo"). La que queda escrita y, por tanto, tarda más en irse o ya ni siquiera se va nunca. Tal vez porque "al escribir apartamos la vista de la muerte".
Fue un placer saludar a viejos amigos como Juan Ricardo Montaña, Antonio Reseco (el editor), Simón Viola... Eso sí, el placer mayor está en leer las páginas de ese diario, un libro que es vida redoblada, vida más intensa, mejor vida (Doce opina que el escritor es "la versión afinada o mejorada del individuo"). La que queda escrita y, por tanto, tarda más en irse o ya ni siquiera se va nunca. Tal vez porque "al escribir apartamos la vista de la muerte".