17.1.09

Carta de Santa Marta

Me resultaba raro conducir de nuevo por la A-66 camino del sur. Hacía cinco meses que no iba más allá de Cáceres. Ya en la carretera que une Almendralejo con Santa Marta de los Barros, recordaba nuestro primer y único viaje a ese pueblo ancho y blanco, como tantos de esa provincia. Cuando fuimos a enterrar a Fernando Pérez un caluroso mediodía de agosto. Él era otra vez la causa y la razón de mi regreso. Como dije aquí, se fallaba el primer premio de ensayo que lleva su nombre y que han organizado, con la colaboración de la Asociación de Escritores Extremeños, el ayuntamiento en un gesto político que le honra. En el jurado, que presidía su viejo amigo Castelo, la profesora Mercedes Pulido (otra vieja amiga de Cáceres), Ana Sánchez (del instituto de Santa Marta), Antonieta Benítez (del Servicio de Publicaciones de la Diputación de Badajoz), Paco Muñoz (amigo desde la infancia de Fernando), Javier Rodríguez Marcos (poeta y redactor de Cultura de El País), Antonio Sáez Delgado (profesor en Évora y poeta, presidente de la AEEX), Fernando Pérez Hernández (el hijo mayor de "nuestro" Fernando) y uno. Las deliberaciones fueron interesantes y muy pronto teníamos libro ganador y accésit. Supimos después que la autora del primero era Carmen Galán, de la Universidad de Extremadura (hermana, por cierto, de la escritora Pilar Galán), con una densa obra sobre lenguajes inventados en territorios utópicos, y que el otro también estaba escrito por un profesor de la Uex, Miguel Ángel Teijeiro, sobre el mecenazgo en la Extremadura del Siglo de Oro. Con ser esto importante, uno iba a Santa Marta también a otra cosa. A visitar, ante todo, la casa familiar de los Pérez González. La que ahora habitan, a temporadas, sus hijas e hijos con sus respectivas mujeres y maridos y, claro está, con los hijos de éstos. A pesar del frío de las casas grandes, fue muy cálido mi encuentro con Luis y con Celes, nada más llegar al pueblo, y con casi todos los demás después. Fue muy emocionante ver el despacho que ocupaba Fernando y que sirve de fondo a unas fotografías muy reproducidas donde, como dice nuestro amigo Antonio Franco, tiene un aire de sabio republicano de los años treinta. O recorrer el laberíntico doblado (o sobrado o cámara), lleno de cuartos y de estanterías con periódicos y revistas antiguas entre las que Celes, Paco Muñoz y él guardaban en los años duros del franquismo la propaganda subversiva. ¡Qué tiempos! Corrieron, en fin, las lágrimas por aquellos pasillos. Lágrimas de tristeza que, ay, lo eran también de alegría. En el acto literario celebrado en la Universidad Popular, la mujer de Fernando, Susi, estuvo magnífica (siempre en lucha contra la atenazante emoción) y, cómo no, Castelo, que aprovechó la ocasión para recitar el poema habanero que dedicara en su último libro al inolvidable director de la Editora. Dijo, de paso, algunas verdades que en su tronante voz sonaron aún más elocuentes. La noche terminó con una cena casi íntima con familiares, amigos y concejales. Después, otra vez la rara sensación de conducir de madrugada camino de casa. Como tantas otras veces, sí. De nuevo con un nudo en la garganta.