15.3.09

Domingo

Hemos estado esta mañana en el mercadillo de Ahigal y luego hemos comido en una terraza al sol. En Aldeanueva del Camino, enfrente de Valdeamor (así se titulaba mi primer libro, uno que yo mismo imprimí con la máquina de escribir, que encuaderné más que rústicamente y del que sólo existe un ejemplar en la estantería de Yolanda, a quien le estaba dedicado) y del Pinajarro. Ha sucedido algo divertido. O no, según se mire. Estábamos sentados fuera, esperando una mesa en el comedor (que no hemos llegado a usar). Había otra desocupada, al fondo. Ha llegado una pareja y se ha sentado. De pronto el camarero ha desplegado dos sombrillas enormes para dejar en sombra otra mesa que estaba a nuestro lado, en primera línea. Han salido del restaurante dos señoras mayores que no querían aparentarlo y han empezado a protestar. Al parecer esperaban dentro a que la mesa de atrás estuviera desalojada. Nadie las habían avisado a tiempo y... Pero ellas querían aquella mesa precisamente y no la que les preparaba, como digo, el camarero. Han increpado a la pareja. Varias veces. Les han afeado que no preguntaran si estaba libre y ellos se han limitado a contestar que la vieron vacía y la ocuparon sin más. Sin mediar palabras, las señoras han decidido marcharse. Eso sí, a poca distancia volvieron a las mismas. De pronto, una de ellas ha dicho: "¿Tendrían que haber preguntado al maître!". El camarero, en voz baja, ha comentado: "Sí, al sumiller". Ese momento ya nos ha hecho perder a todos los papeles. Mientras nosotros nos reíamos con forzada discreción, los de otra mesa, parejas jóvenes con niños pequeños, han respondido con desahogo a las mujeres. Que si vaya modales, que si qué humos... Ellas, cada vez más lejos, les han llamado paletos. Los de la pandilla del pueblo, ya lanzados, les han llamado loros y otras lindezas. Desde la otra mesa, alguien comentó: "¡Ni que fuera la Duquesa de Alba!". "No, le respondió otra, ¿no te has dado cuenta de que era Marujita Díaz?". El resto de la comida no han dejado de hacerse comentarios acerca del asunto. Los que salían, le llamaban al camarero maître. O le pedían una mesa libre. Y más risas. Nos hemos prometido volver.