Estos últimos días del verano tardío he estado releyendo poemas de Tomás Sánchez Santiago, de su antología Cómo parar setenta pájaros. El libro se ha presentado en Valladolid y con ese motivo Amelia Gamoneda ha dicho que «Tomás Sánchez Santiago construye una poética que podríamos llamar de lo precario». Perfecto. Uno también lo ve (o lo lee) así: todo es fragilidad en ese mundo que el de Zamora traslada al lector. Hay sutileza. Y acercanza. Esto (una palabra que ha rescatado del baúl del diccionario perdido Fernando Valls) abunda. Hay que conocer a Tomás para comprenderlo del todo, por más que baste y sobre con leer sus versos, casi siempre al borde del precipicio, como todos nosotros.
Según las crónicas, Gamoneda afirmó que «Tomás es altamente representativo del valor de lo local y de lo provinciano en este mundo de globalidades. En él, el germen del valor de lo local está en la poética de lo precario y de la retracción. En esa poética 'negativa' que él maneja hacia la reversibilidad y la paradoja». Y uno no puede por menos que felicitarse por ese análisis lúcido y sensato y más aún, con permiso de Amelia, porque exista esa poesía que uno, cualquiera, puede leer para vivir.
Según las crónicas, Gamoneda afirmó que «Tomás es altamente representativo del valor de lo local y de lo provinciano en este mundo de globalidades. En él, el germen del valor de lo local está en la poética de lo precario y de la retracción. En esa poética 'negativa' que él maneja hacia la reversibilidad y la paradoja». Y uno no puede por menos que felicitarse por ese análisis lúcido y sensato y más aún, con permiso de Amelia, porque exista esa poesía que uno, cualquiera, puede leer para vivir.