No sé porqué sabe uno que ha leído un libro decisivo en su vida, pero lo sabe. Es lo que me ha pasado con En la ciudad sumergida, de José Carlos Llop. Al terminar su lectura -apasionada, apasionante- lo he dejado escrito en la página final, tras la nota y los agradecimientos. Con el mismo lápiz con el que ido subrayando no poco entre sus páginas. Sí, creo que es un libro excelente, aunque el adjetivo pueda parecer excesivo y contradiga, en consecuencia, un sobrio modo de ser tan pertinente como palmesano. Después de todo, no soy un crítico, sólo un lector. Lo vine a decir aquí cuando apenas había empezado a leerlo, hace unos días. Quiero decir que no me cabe duda de que este juicio de valor es del todo subjetivo. Es lo que me parece a mí, nada más. Quizá, me digo, porque es el libro que a uno le hubiera gustado escribir. O que necesitaba leer. O, qué sé yo, porque derrocha literatura a raudales. Y mucho más. Tal vez porque, entre otras cosas, vuelve una y otra vez sobre una pregunta que me ha venido obsesionando desde hace demasiado: ¿ir o quedarse? ¿Permanecer en la ciudad natal o marcharse? En lo que a este asunto respecta, la clave, según Llop, está en asumir la ciudad como destino, del mismo modo que uno acepta el de escritor. No digamos, por recordar a Jaime Gil, el de poeta. Él lo hizo. Y bien que se nota.