12.7.10

Los diarios de Uriarte

Me había refugiado, como otras mañanas, en la cafetería del hotel Alfonso VIII para leer. No es mal sitio. Fresco y tranquilo, como las casas de antes. Acababa de recoger en la librería los Diarios (1999-2003), de Iñaki Uriarte (Pepitas de Calabaza). Frené en la página 63 porque veía que lo terminaba allí mismo.
Una vez completada la lectura (en pequeñas dosis, me ha durado tres días), no sabría cómo calificarlos. Me temo que con cualquier palabra que utilizara podría incurrir en ese pecado de elogio que a Uriarte (y a todo ser sensato) tanto le fastidia.
Si no tuviera mi colección completa de la revista Clarín metida en cajas, buscaría la entrevista con él que allí publicaron. Lo recuerdo, más que nada, porque se hizo en Benidorm. Sí, a la escueta presentación de la solapa: "Iñaki Uriarte nació en Nueva York (1946), es de San Sebastián y vive en Bilbao", puede que le falte: "y pasa temporadas en Benidorm". En esa ciudad, que a uno se le antoja inhabitable, Uriarte lee, escribe y, con perdón, es feliz. Uno, que la atravesó -o eso cree recordar- en el 600 de su padre cuando chico para nunca volver, va a tener que reconsiderar la manía que le tiene a sus extraños rascacielos, sus playas abarrotadas y a tanta gente mayor bailando.
Este no es un libro, por lo demás, que pueda o deba contarse. Escrito, dice Uriarte, "como si hablara solo", no me extraña que haya sido elogiado, ahora sí, por Vila-Matas o García Martín.
No deja títere con cabeza, es verdad, pero con el necesario sentido del humor, con la ironía precisa, en la mejor tradición de moralistas y pensadores que en el mundo han sido, y no, claro, en la de la innumerable secta de jeremíacos que la mala literatura ha propiciado. Por eso cita tanto a Borges (su autor favorito), a Montaigne, a Ferlosio... Aquí, sobre todo, hay vida: el autorretrato de un tipo que ha sabido, y sabe, vivirla.
Qué bien viene que alguien, Iñaki Uriarte por ejemplo, te diga cara a cara, frente a frente, verdades como puños que, sin embargo, parecen expresadas por primera vez. Y que lo haga, ya digo, con esa contundencia que sólo es capaz de ofrecer la mejor literatura. Sin acritud, claro. A sabiendas, como él mismo dice, de que tiene el don de "criticar sin que se lo tomen a mal". Lo que ha hecho durante años en El Correo.
Deja uno el libro cerca porque sabe que volverá a  visitarlo. Más pronto que tarde. Esta ópera prima de Uriarte confirma quizá esa sospecha suya de que "la gente siempre ha esperado algo importante de mí". Este libro, pongo por caso. A mí me vale. Iñaki Uriarte ya no es, por fin, una "promesa".