Como título es anodino. Como libro, no. Me refiero a la novela (un decir, volvemos a la incongruencia de los géneros) que acaba de publicar Marcos Giralt Torrente en Anagrama. Reacio como es uno a leer libros atravesados por la muerte -del hijo, del padre-, he leído éste del tirón; a ratos, lo confieso, con lágrimas en los ojos. Me leía a mí mismo. La muerte del mío, quiero decir. ¿No es eso la literatura? Al fondo, Juan Giralt, sí, el padre de Marcos Giralt, nieto de Torrente Ballester. Conocí al novelista madrileño hace unos meses en Jaén. Era jurado del premio del mismo nombre. Él del de novela, uno del de poesía. Nos presentaron. Durante la cena, estuvimos en esquinas distintas de la mesa. Cada jurado a lo suyo. Me fijé en él, claro. En aquellas horas, merodeamos por el hall del hotel. Perdimos, cada cual a lo suyo, por allí el tiempo. Coincidimos en la barra del bar. Leímos los periódicos locales que estaban encima de las mesas. Nos sentamos en los mismos sofás. Esos pocos momentos, con todo, me han ayudado a entender mejor su libro. Porque habla, sobre todo, de él y uno sabe, siquiera un poco, cómo camina, cómo mira, cómo habla, algún gesto... Suficiente.
Ayer publicó Rosa Montero en Babelia un reportaje sobre Tiempo de vida que da buena cuenta del libro. Ayer también, en Salamanca, celebramos en familia las bodas de plata de mi hermano, el cura. No fueron lo mismo con la memoria aún fresca de esa lectura. La ausencia de mi padre pesó de otra manera. ¿No es eso la literatura? ¿No es eso la vida?
Ayer publicó Rosa Montero en Babelia un reportaje sobre Tiempo de vida que da buena cuenta del libro. Ayer también, en Salamanca, celebramos en familia las bodas de plata de mi hermano, el cura. No fueron lo mismo con la memoria aún fresca de esa lectura. La ausencia de mi padre pesó de otra manera. ¿No es eso la literatura? ¿No es eso la vida?