Suelo reservar algunos libros para leerlos en la playa. Bueno, en el apartamento o en la piscina, que uno es incapaz de leer, como tantos, entre arenas. Este año, por ejemplo, tenía las memorias de James Salter, Quemar los días (Salamandra) con una primera parte excelente (donde relata su vida de piloto: de aeródromo en aeródromo, de ciudad en ciudad, de guerra en guerra) y una segunda decepcionante. Me ha sorprendido, eso sí, cómo está escrito, con un lenguaje sencillo (algo muy "norteamericano" dicen) pero lleno de precisión. Muy sugerente en su aparente poquedad, vamos.
También había reservado Nuestro amor es como Bizancio (DeBolsillo), una extensa y asequible antología de Henrik Nordbrandt (en traducción Francisco Uriz) que me ha encantado. Tenía razón Julián Rodríguez al recomendármela. Ya se lo he agradecido. Lo que me extraña es el escaso eco que la obra del poeta danés ha tenido en España. No recuerdo ni una sola reseña del libro, ni en su edición anterior (supongo que en Lumen) ni en ésta. Misterios de la poesía. O de la crítica de poesía, mejor.
Seguí con los penetrantes ensayos sobre Eliot y Auden (que cada vez me cae mejor) escritos y reunidos por Jordi Doce en La ciudad consciente (Vaso Roto).
En Xanadú (donde, entre tanta y tanta tienda, se abre paso, milagrosamente, una sucursal de La Casa del Libro) compré Novela familiar. El universo privado del escritor (Páginas de espuma), de Blas Matamoro, una especie de enciclopedia sobre las vidas de una multitud de autores. Sus microbiografías revelan los problemas y las penas que pasaron la inmensa mayoría por culpa de padres, madres, hermanos, tíos y demás familia. Aunque Matamoro (por argentino) dice en el prólogo que ha "intentado eludir el psicologismo", este defecto aflora, me temo, más de la cuenta. Lo mejor, la idea general de la obra y las páginas dedicadas a algunos escritores (Vargas Llosa, pongo por caso). Lo peor, la manía (no encuentro otro término menos psicologista) de adjudicar a casi todos los escritores algún tipo de homosexualidad, ya sea explícita, latente, ignorada, predecible, sospechada, presunta, etc, etc, etc. Otro tanto cabe decir de las escritoras, lesbianas en su mayor parte.
Para terminar con el capítulo de "libros apartados", di buena cuenta de la reciente edición de la poesía completa de José Emilio Pacheco, Tarde o temprano (Tusquets), cuyos últimos libros desconocía y que, con las previsibles e inevitables caídas (poemas prosaicos o de circunstancia), sigue y seguirá siendo una de las voces imprescindibles de la poesía en español.
A estas lecturas se unieron otras. Así, de un práctico viaje a Bahía Sur (donde hay una librería de El Corte Inglés cuya sección de poesía mengua año a año) me traje un libro que busqué infructuosamente el pasado julio en Madrid: El reino blanco (Visor), de Luis Alberto de Cuenca. Para empezar, sigue costándome leer los libros de la cara colección Palabra de Honor. Prefiero la otra. La negra, la de siempre. La pasta dura, el papel magnífico, la tipografía lujosa... todo parece interponerse, ay, entre los poemas y yo. Rústico que es uno. Bromas al margen, en esta nueva entrega del poeta madrileño hay poemas memorables, a la altura de lo mejor de su ya reconocida y celebrada obra, pero también otros (los menos, el libro quizás peque de extenso) que no creo que pasen a la antología ideal del brillante autor de La caja de plata.
De Cádiz, en fin, me traje la penúltima entrega de mi admirado Leonardo Sciascia, que se me escapó en diciembre, El teatro de la memoria (Tusquets), tan sorprendente y bien tramada como todas las suyas. Ya estoy deseando leer la anunciada (también para fin de año) El caso Moro.
También había reservado Nuestro amor es como Bizancio (DeBolsillo), una extensa y asequible antología de Henrik Nordbrandt (en traducción Francisco Uriz) que me ha encantado. Tenía razón Julián Rodríguez al recomendármela. Ya se lo he agradecido. Lo que me extraña es el escaso eco que la obra del poeta danés ha tenido en España. No recuerdo ni una sola reseña del libro, ni en su edición anterior (supongo que en Lumen) ni en ésta. Misterios de la poesía. O de la crítica de poesía, mejor.
Seguí con los penetrantes ensayos sobre Eliot y Auden (que cada vez me cae mejor) escritos y reunidos por Jordi Doce en La ciudad consciente (Vaso Roto).
En Xanadú (donde, entre tanta y tanta tienda, se abre paso, milagrosamente, una sucursal de La Casa del Libro) compré Novela familiar. El universo privado del escritor (Páginas de espuma), de Blas Matamoro, una especie de enciclopedia sobre las vidas de una multitud de autores. Sus microbiografías revelan los problemas y las penas que pasaron la inmensa mayoría por culpa de padres, madres, hermanos, tíos y demás familia. Aunque Matamoro (por argentino) dice en el prólogo que ha "intentado eludir el psicologismo", este defecto aflora, me temo, más de la cuenta. Lo mejor, la idea general de la obra y las páginas dedicadas a algunos escritores (Vargas Llosa, pongo por caso). Lo peor, la manía (no encuentro otro término menos psicologista) de adjudicar a casi todos los escritores algún tipo de homosexualidad, ya sea explícita, latente, ignorada, predecible, sospechada, presunta, etc, etc, etc. Otro tanto cabe decir de las escritoras, lesbianas en su mayor parte.
Para terminar con el capítulo de "libros apartados", di buena cuenta de la reciente edición de la poesía completa de José Emilio Pacheco, Tarde o temprano (Tusquets), cuyos últimos libros desconocía y que, con las previsibles e inevitables caídas (poemas prosaicos o de circunstancia), sigue y seguirá siendo una de las voces imprescindibles de la poesía en español.
A estas lecturas se unieron otras. Así, de un práctico viaje a Bahía Sur (donde hay una librería de El Corte Inglés cuya sección de poesía mengua año a año) me traje un libro que busqué infructuosamente el pasado julio en Madrid: El reino blanco (Visor), de Luis Alberto de Cuenca. Para empezar, sigue costándome leer los libros de la cara colección Palabra de Honor. Prefiero la otra. La negra, la de siempre. La pasta dura, el papel magnífico, la tipografía lujosa... todo parece interponerse, ay, entre los poemas y yo. Rústico que es uno. Bromas al margen, en esta nueva entrega del poeta madrileño hay poemas memorables, a la altura de lo mejor de su ya reconocida y celebrada obra, pero también otros (los menos, el libro quizás peque de extenso) que no creo que pasen a la antología ideal del brillante autor de La caja de plata.
De Cádiz, en fin, me traje la penúltima entrega de mi admirado Leonardo Sciascia, que se me escapó en diciembre, El teatro de la memoria (Tusquets), tan sorprendente y bien tramada como todas las suyas. Ya estoy deseando leer la anunciada (también para fin de año) El caso Moro.