El sábado, en el Succo, se nos acercó un hombre todavía joven y, dirigiéndoseme a mí, dijo: ¿don Álvaro Valverde? Sí, respondí. La cara... No le reconozco, ¿usted?, vine a decirle. Me dio su nombre y apellidos, que tampoco me sonaban, y añadió que fue alumno mío en el Seminario Menor. Nuestro, precisó mirando a Y., porque también ella dio clases allí unos meses por la baja maternal de una compañera. De eso hace treinta años. Comentó anécdotas, recordó nombres, mencionó mi Mini amarillo... Para calibrar el tiempo que había pasado, le comenté que daba clase al hijo de un antiguo compañero suyo. Luego, cómo no, hizo alusión a la famosa entrevista del Hoy. (¿Cómo puede haberla leído tanta gente?) Fue entonces cuando le pregunté a qué se dedicaba y, yendo otra vez al mismo sitio -esa amable conversación con Juan Domingo Fernández-, dijo que a algo que no me gustaba nada: "soy político". Alcalde de un pequeño pueblo de Badajoz, para ser exactos ¿De qué partido?, volví a preguntar. Del PP, respondió sonriente. Sonreí también. Se licenció en Derecho y, tras unos años en Madrid, volvió a su tierra. Está también en la Diputación. Fue cuando Y. y yo citamos algunos nombres de amigos que militan en su partido -Fernando, Antonio-. Había vuelto a Plasencia para comer (al parecer es aficionado a la gastronomía). Al pronto, tipo dicharachero, simpático, sensato y razonable, sentenció que en su época de estudiante, a principios de los ochenta, sólo había un par de restaurantes en Plasencia donde ir a comer con la familia cuando venían de visita: el Km. 4 y el Florida 2. Cerrado hace años el primero, es lógico que estuviera en el comedor del local del hijo del dueño del segundo, otro David, aunque éste en aquel entonces no habría nacido. El rato se fue en evocaciones, en forzar la memoria con resultados desiguales. Me contó que hace unos años estuvo a punto de acercarse a Navalvillar de Pela donde uno leía poemas. Los dos citamos a Fulgencio Parralejo. Al despedirse (no sé qué estarían pensando quienes le esperaban dentro tras su ya larga ausencia), le dio tiempo a decirme que uno estaba mejor que cuando le daba clases, más joven y con mejor aspecto. Agradecí el cumplido con tono resignado. Se ve que la tristeza y seriedad que vestía a los veinte no me favorecían gran cosa. Eso y que este hombre no parece guardarme rencor. Por suerte, me suele pasar con los antiguos alumnos.