25.9.10

Debilidad

Siente uno debilidad por los poetas y novelistas por antonomasia; por los que se autoproclaman genios incomprendidos en su negra provincia sin Flaubert; por los independientes que, eso sí, publican sus libros gracias a las subvenciones públicas de ayuntamientos, diputaciones y autonomías con las que, por supuesto, nada tienen que ver; por los que dicen que los premios están dados, pero se presentan a ellos y los ganan; por los que atacan y critican a las instituciones -la Junta o la Universidad, pongo por caso- para luego solicitarles becas, ayudas y otras prebendas (computables incluso en el currículo) y disfrutar, al tiempo, de su inocente hospitalidad; por los que critican las capillitas, aunque ejerzan de santones en su propia peña lírica, o al presunto stablisment literario, aunque nada les gustaría más que formar parte de él; por los que parecen seniles pero en realidad son patéticos; por los que se sirven de sus cargos, y no de sus libros, para hacer carrera; por los que van de poetas por la vida y el disfraz les delata; por los que dejan que otros pidan para ellos honores que saben de sobra que no se merecen; por los que confunden una mentira con su verdad; también por los que les invitan a explayarse en las páginas de los periódicos y por los que, cómplices, les jalean desde semejante rencor. Siente uno, en fin, debilidad por esos seres entrañables que nos recuerdan nuestro lado oscuro. Ese, ay, que nunca deberíamos enseñar. Por estética.
Dichoso el que pueda hacer suyos los versos del poeta marroquí Abdellatif Laabi:  
La única cosa
de la que puedo enorgullecerme
es de no haberme quejado nunca
y de no haber reivindicado nada 
para mí mismo. 
(Traducción de Laura Casielles, para la revista Clarín)