Es raro el día en que no sé da uno de bruces con un impostor, un figurón o cualquier personajillo semejante. No suele ser, por suerte, cara a cara. Tampoco tiene por qué ser uno nuevo. Más bien suele ocurrir lo contrario: estos tipos se repiten más que la morcilla. Abres el periódico y ¡zas! Estás viendo la tele y... O leyendo un libro. O navegando por internet. O... Duele más cuando encima conoces al sicofante. No digamos si, para colmo, el individuo (hombre o mujer, no quiero parecer machista) va de crítico o de escritor. O, ¡uf!, de poeta. Ya se sabe que en el mundillo de la poesía los fatuos abundan hasta la náusea. De fantoches hablaba uno aquí atrás. Alguien, sin mencionar nombres (estos no se andan con chiquitas), acude de nuevo a lo que uno -como cualquiera- ya ha recurrido otras veces: al cuento del emperador que va desnudo. Sí, pretenden tomarnos por imbéciles. Una pena, porque a nadie le gusta que le tomen por tal. Y menos uno de esos don nadie.