Leí un breve comentario de Calvo Serraller, me picó la curiosidad y busqué noticias en internet. Mi sorpresa fue comprobar que la primera entrada de Google remitía... ¡al blog de Gonzalo! Sí, dos días sin entrar allí (la suya es un bitácora tranquila) y...
Un tiempo para callar (Elba, traducción y prólogo de Dolores Payás), de Patrick Leigh Fermor, era el objeto de mi búsqueda y el libro que él ya estaba leyendo. Uno hizo lo propio ayer, aprovechando el silencio de la mañana de Navidad en una casa donde todos dormían. Tres visitas a tres monasterios (Saint Wandrille y la Gran Trapa, en Francia, y los rocosos de Capadocia, donde empezó todo) y las reflexiones que esas estancias provocan en un viajero británico que busca tiempo, calma y silencio para escribir bastan para urdir una memorable obra que va resistiendo las reediciones como las piedras de esos lugares de la meditación y la clausura aguantan el implacable paso del tiempo, siquiera sea en forma de ruinas, cual los cenobios ingleses tras la Reforma.
Reconoce Fermor que esos sitios le "afectaron de modo profundo" y eso se nota cuando leemos sus apretadas páginas sobre la vida contemplativa. "Fuera de estos muros, le dijo el abad de Saint Wandrille, se hace un gran abuso de la palabra". De esta lección aprendida en ese periplo ejemplar puede haber surgido la decisión de escribir sólo lo justo. Así la escasa pero muy apreciada obra de este sir que fue espía durante la Segunda Guerra Mundial (haciéndose pasar por pastor) y que, por lo que cuenta Payás en su introducción, ha llevado una vida que es en sí misma un apasionante libro. Nonagenario, pero vivo, reside en una casa frente al mar, al sur de Grecia.
En uno de los prólogos (a la reedición del 82), Fermor menciona, entre otros, su paso por dos monasterios extremeños: Yuste y Guadalupe.
Un tiempo para callar (Elba, traducción y prólogo de Dolores Payás), de Patrick Leigh Fermor, era el objeto de mi búsqueda y el libro que él ya estaba leyendo. Uno hizo lo propio ayer, aprovechando el silencio de la mañana de Navidad en una casa donde todos dormían. Tres visitas a tres monasterios (Saint Wandrille y la Gran Trapa, en Francia, y los rocosos de Capadocia, donde empezó todo) y las reflexiones que esas estancias provocan en un viajero británico que busca tiempo, calma y silencio para escribir bastan para urdir una memorable obra que va resistiendo las reediciones como las piedras de esos lugares de la meditación y la clausura aguantan el implacable paso del tiempo, siquiera sea en forma de ruinas, cual los cenobios ingleses tras la Reforma.
Reconoce Fermor que esos sitios le "afectaron de modo profundo" y eso se nota cuando leemos sus apretadas páginas sobre la vida contemplativa. "Fuera de estos muros, le dijo el abad de Saint Wandrille, se hace un gran abuso de la palabra". De esta lección aprendida en ese periplo ejemplar puede haber surgido la decisión de escribir sólo lo justo. Así la escasa pero muy apreciada obra de este sir que fue espía durante la Segunda Guerra Mundial (haciéndose pasar por pastor) y que, por lo que cuenta Payás en su introducción, ha llevado una vida que es en sí misma un apasionante libro. Nonagenario, pero vivo, reside en una casa frente al mar, al sur de Grecia.
En uno de los prólogos (a la reedición del 82), Fermor menciona, entre otros, su paso por dos monasterios extremeños: Yuste y Guadalupe.