Cambio de rumbo para volver del colegio a casa y me encuentro con la calle Adamaditas; en realidad, un callejón sin salida con un nombre llamativo. Enfrente, una tienda de productos naturales que fue un bar al que uno iba de crío a comprarse bocadillos en los recreos. Más arriba, la plazuela de Carreteros, donde he recordado las aceitunas de la señora Longina. Al lado, la casa del practicante, don Paco, y el recuerdo de aquella tarde en que tuvo que ponerle unas grapas en el muslo a mi hermano Fernando. Se había cortado un rato antes con una viga mientras jugaba conmigo en la calle. Subiendo, las traseras de lo que fuera el patio de mi colegio, San Calixto, y las ventanas y balcones de la UNED, entonces del Manicomio de Plasencia. Y la Academia, también dependiente del colegio, donde uno estudió 1º y 2º de bachillerato. Los viernes por la tarde asistí allí a algunas reuniones de los "tarsicios", más que nada para recoger y soltar libritos con vidas de mártires y santos. Luego... Hay que ver lo que da de sí la memoria en poco rato. A costa de un pequeño rodeo.