El jueves pasado presentamos en Almendralejo, en el marco de su Feria del Libro, los libros ganadores de los premios "Carolina Coronado" de narrativa y "José de Espronceda" de poesía, premios que contra viento y marea, sin servirse de la excusa perfecta: la de la crisis, convoca el Ayuntamiento de esa ciudad. De Miami vino Camilo Pino y de Venecia, Antonio Portela, lo que le da un aire cosmopolita muy sugerente.
Del libro de este último, Dogos, habló uno. En nombre propio, sí, pero en mi condición de miembro del jurado (junto a Ada Salas, Santiago Castelo, Antonio Sáez, José Antonio Zambrano, Carlos Marzal y Manuel Borrás) de ese premio ejemplar por tantas cosas. Que en esta ocasión lo ganara un poeta joven, y no un cazapremios, con un libro sólido, lo que verdad importa, me parecen motivos suficientes para estar contento.
Dogos, en preciosa edición de Pre-Textos, inspirado en canciones de David Bowie, participa al mismo tiempo de lo clásico y lo moderno, de suerte que Portela podría hacer suyo el conocido verso de J. V. Foix: “M’exalta el nou i m’enamora el vell”. La clasicidad aporta todo lo que la tradición, tan desdeñada por jóvenes poco avisados, puede traer a la poesía. La modernidad, bien entendida, el inevitable aire de estos tiempos. Al fondo, la vieja sabiduría mediterránea (“son pocos los dones necesarios”; “Le bastan las adelfas y el romero / lo simple y lo innombrable”); el paganismo; lo nocturno y lo solar (de nuevo las dualidades); el estoicismo, sí, pero también Epicuro; el culto y celebración del cuerpo (la virilidad, la gimnasia, el deporte…); lo elegíaco y lo hímnico, etc.
Ya allí, otra curiosa mezcla, por decirlo de alguna manera, la que une al norte y al sur, entendiendo por tal otras dos culturas que no son sino partes de las anteriormente señaladas: la anglosajona (el inglés aparece cada poco en citas, nombres y versos) y la andaluza. Cuidado, al decir “andaluza” no pretendo sino situar esta poesía en otra de sus coordenadas para mí definitorias: la de la rica tradición de la lírica de Andalucía que, en el caso de Portela (que nació en Aljaraque, Huelva, en 1978), se centra en la cordobesa, de larguísimo recorrido en la historia, y que en estos últimos años está dando nombres y libros importantes (los dos últimos premios Loewe, pongo por caso, son cordobeses; Cosmopoética se ha convertido en uno de los festivales poéticos más genuinos de Europa y en el mejor de España, etc.). Su poesía entronca, concretamente, con la del famoso Grupo Cántico y, allí, con la de su más acreditado representante: Pablo García Baena. No en vano uno de los poemas del libro, el “II. D. J.”, tiene el siguiente epígrafe: “MMS enviado a Pablo García Baena”. En uno de los versos dice: “Ni Vicente ni Julio negarían”; vamos, los también poetas vinculados a Cántico Vicente Núñez y Julio Aumente. Pero, ¿en eso me baso para afirmar esa analogía? No, por supuesto. Esa correspondencia es de índole literaria y se justifica en el uso de un lenguaje de clara estirpe barroca. Estos poemas no le tienen miedo a las palabras de uso poco común, brillantes o lujosas, a la sintaxis retorcida (tan latina, la propia del hipérbaton) que nos retrotrae a veces hasta otro cordobés universal, Góngora. En Cántico que es donde quizá más y mejor se aprecie el espíritu barroco de la modernidad al que remite, deliberadamente, la poesía de Portela. Recojo, a modo de ejemplo, esta reflexión de García Baena sobre su propia poética que explica, creo que con la debida elocuencia, lo que quiero decir: “El ahondamiento en la búsqueda de la palabra justa, a veces desusada pero siempre precisa, el intimismo llevado como experiencia hacia un paganismo carnal que puede retroceder ante el acompasado gregoriano de la penitencia, la recuperación de la imagen y la metáfora, tan desdeñadas por los secos poetas escurialenses de la época. Nada de esto era nuevo pero sí ponía sobre el humilde mantel de hule de los racionamientos el poder deslumbrante de Góngora, el erotismo decadente de los modernistas, el ritmo sugestivo y caudaloso de la Generación del 27. Desoyendo a Ortega los poetas de Cántico hicieron una poesía expresamente impura e intensamente humana, visual, una plenitud armónica de intelecto y sentidos”.
Sí, de todo eso, y más, participan los poemas de Antonio Portela. Alguien que, según Javier Rodríguez Marcos, "pensionado" como él en la Academia de España en Roma, “entre la discoteca y la biblioteca, se alimenta de (…) las obras completas del citado Pablo García Baena”. Con todo, si tuviera que destacar un solo aspecto de entre los que acabo de citar, subrayaría el del vitalismo, otra de las claves de Dogos. “Bebe, baila, vive”, se lee, a modo de lema, en el poema “Edward the lion”. A pesar de esporádicas caídas en el pesimismo y la melancolía (como la del poema dedicado al suicidio de un amigo), lo normal es la exaltación de la vida y, donde más intensa ésta resulta: en el verano. Léase a este respecto el hermoso poema “Mirad a mis amigos (En la terraza de verano en Esse Bar)” que termina: “Mirad a mis amigos. / Ellos son el verano. Son la vida”.
"Un escritor vive para escribir y un poeta vive para vivir", ha dejado dicho Portela.
No faltan, en fin, como en cualquier poética de ahora, lo fragmentario ni la ironía o el humor. Ni otros maestros, como, a mi modo de leer, Jaime Gil de Biedma (en “Vendimos el mundo”), Cesare Pavese (“Vendrá la vida y tomará mis ojos”), el mencionado Luis Antonio de Villena o, aunque parezca raro en este contexto, el salmantino Aníbal Núñez, siquiera sea por su particular uso de la sintaxis. U otros más recientes, como Juan Antonio González Iglesias, a quien está dedicado, con un sencillo "Para Juan", el libro.
Estas son, en fin, algunas de mis anotaciones de lectura sobre Dogos. No es fácil; mejor, es imposible, contar un libro de poemas como se describe el argumento de una novela, aclaré en Almendralejo, después de escuchar la magnífica presentación que hizo mi amigo José Luis Bernal de Valle Zamuro, la excelente novela ganadora, ópera prima de un publicista venezolano exiliado en Miami. Por narrativo que éste sea, añadí. Ahí el lector, crítico o no, lo tiene bastante más difícil. Cada poema tiene su afán. Intenté ofrecer, eso sí, algunas pistas. En todo caso, sé que cualquiera que se acerque a ese libro saldrá compensado. Felicité por ello a su autor y me felicité a mí mismo como afortunado lector de este puñado de poemas a los que uno vuelve una y otra vez como quien regresa a un lugar donde fue feliz.
Fue también un placer el reencuentro fugaz con viejos amigos: José Antonio Zambrano e Isabel (con nuevo libro sobre la historia de la educación de esa ciudad), la bibliotecaria Maite (alma del premio), la concejala Piedad, el alcalde Ramírez o Carmen Fernández Daza que tuvo a bien llevarme un ejemplar de su última, voluminosa obra: La familia de Carolina Coronado. Los primeros años en la vida de una escritora. Eso por no hablar del ya citado Bernal, que, como recordó la máxima autoridad de ese pueblo de vinos, pertenece, además, a la misma cosecha que uno: la del 59.
Del libro de este último, Dogos, habló uno. En nombre propio, sí, pero en mi condición de miembro del jurado (junto a Ada Salas, Santiago Castelo, Antonio Sáez, José Antonio Zambrano, Carlos Marzal y Manuel Borrás) de ese premio ejemplar por tantas cosas. Que en esta ocasión lo ganara un poeta joven, y no un cazapremios, con un libro sólido, lo que verdad importa, me parecen motivos suficientes para estar contento.
Dogos, en preciosa edición de Pre-Textos, inspirado en canciones de David Bowie, participa al mismo tiempo de lo clásico y lo moderno, de suerte que Portela podría hacer suyo el conocido verso de J. V. Foix: “M’exalta el nou i m’enamora el vell”. La clasicidad aporta todo lo que la tradición, tan desdeñada por jóvenes poco avisados, puede traer a la poesía. La modernidad, bien entendida, el inevitable aire de estos tiempos. Al fondo, la vieja sabiduría mediterránea (“son pocos los dones necesarios”; “Le bastan las adelfas y el romero / lo simple y lo innombrable”); el paganismo; lo nocturno y lo solar (de nuevo las dualidades); el estoicismo, sí, pero también Epicuro; el culto y celebración del cuerpo (la virilidad, la gimnasia, el deporte…); lo elegíaco y lo hímnico, etc.
Ya allí, otra curiosa mezcla, por decirlo de alguna manera, la que une al norte y al sur, entendiendo por tal otras dos culturas que no son sino partes de las anteriormente señaladas: la anglosajona (el inglés aparece cada poco en citas, nombres y versos) y la andaluza. Cuidado, al decir “andaluza” no pretendo sino situar esta poesía en otra de sus coordenadas para mí definitorias: la de la rica tradición de la lírica de Andalucía que, en el caso de Portela (que nació en Aljaraque, Huelva, en 1978), se centra en la cordobesa, de larguísimo recorrido en la historia, y que en estos últimos años está dando nombres y libros importantes (los dos últimos premios Loewe, pongo por caso, son cordobeses; Cosmopoética se ha convertido en uno de los festivales poéticos más genuinos de Europa y en el mejor de España, etc.). Su poesía entronca, concretamente, con la del famoso Grupo Cántico y, allí, con la de su más acreditado representante: Pablo García Baena. No en vano uno de los poemas del libro, el “II. D. J.”, tiene el siguiente epígrafe: “MMS enviado a Pablo García Baena”. En uno de los versos dice: “Ni Vicente ni Julio negarían”; vamos, los también poetas vinculados a Cántico Vicente Núñez y Julio Aumente. Pero, ¿en eso me baso para afirmar esa analogía? No, por supuesto. Esa correspondencia es de índole literaria y se justifica en el uso de un lenguaje de clara estirpe barroca. Estos poemas no le tienen miedo a las palabras de uso poco común, brillantes o lujosas, a la sintaxis retorcida (tan latina, la propia del hipérbaton) que nos retrotrae a veces hasta otro cordobés universal, Góngora. En Cántico que es donde quizá más y mejor se aprecie el espíritu barroco de la modernidad al que remite, deliberadamente, la poesía de Portela. Recojo, a modo de ejemplo, esta reflexión de García Baena sobre su propia poética que explica, creo que con la debida elocuencia, lo que quiero decir: “El ahondamiento en la búsqueda de la palabra justa, a veces desusada pero siempre precisa, el intimismo llevado como experiencia hacia un paganismo carnal que puede retroceder ante el acompasado gregoriano de la penitencia, la recuperación de la imagen y la metáfora, tan desdeñadas por los secos poetas escurialenses de la época. Nada de esto era nuevo pero sí ponía sobre el humilde mantel de hule de los racionamientos el poder deslumbrante de Góngora, el erotismo decadente de los modernistas, el ritmo sugestivo y caudaloso de la Generación del 27. Desoyendo a Ortega los poetas de Cántico hicieron una poesía expresamente impura e intensamente humana, visual, una plenitud armónica de intelecto y sentidos”.
Sí, de todo eso, y más, participan los poemas de Antonio Portela. Alguien que, según Javier Rodríguez Marcos, "pensionado" como él en la Academia de España en Roma, “entre la discoteca y la biblioteca, se alimenta de (…) las obras completas del citado Pablo García Baena”. Con todo, si tuviera que destacar un solo aspecto de entre los que acabo de citar, subrayaría el del vitalismo, otra de las claves de Dogos. “Bebe, baila, vive”, se lee, a modo de lema, en el poema “Edward the lion”. A pesar de esporádicas caídas en el pesimismo y la melancolía (como la del poema dedicado al suicidio de un amigo), lo normal es la exaltación de la vida y, donde más intensa ésta resulta: en el verano. Léase a este respecto el hermoso poema “Mirad a mis amigos (En la terraza de verano en Esse Bar)” que termina: “Mirad a mis amigos. / Ellos son el verano. Son la vida”.
"Un escritor vive para escribir y un poeta vive para vivir", ha dejado dicho Portela.
No faltan, en fin, como en cualquier poética de ahora, lo fragmentario ni la ironía o el humor. Ni otros maestros, como, a mi modo de leer, Jaime Gil de Biedma (en “Vendimos el mundo”), Cesare Pavese (“Vendrá la vida y tomará mis ojos”), el mencionado Luis Antonio de Villena o, aunque parezca raro en este contexto, el salmantino Aníbal Núñez, siquiera sea por su particular uso de la sintaxis. U otros más recientes, como Juan Antonio González Iglesias, a quien está dedicado, con un sencillo "Para Juan", el libro.
Estas son, en fin, algunas de mis anotaciones de lectura sobre Dogos. No es fácil; mejor, es imposible, contar un libro de poemas como se describe el argumento de una novela, aclaré en Almendralejo, después de escuchar la magnífica presentación que hizo mi amigo José Luis Bernal de Valle Zamuro, la excelente novela ganadora, ópera prima de un publicista venezolano exiliado en Miami. Por narrativo que éste sea, añadí. Ahí el lector, crítico o no, lo tiene bastante más difícil. Cada poema tiene su afán. Intenté ofrecer, eso sí, algunas pistas. En todo caso, sé que cualquiera que se acerque a ese libro saldrá compensado. Felicité por ello a su autor y me felicité a mí mismo como afortunado lector de este puñado de poemas a los que uno vuelve una y otra vez como quien regresa a un lugar donde fue feliz.
Fue también un placer el reencuentro fugaz con viejos amigos: José Antonio Zambrano e Isabel (con nuevo libro sobre la historia de la educación de esa ciudad), la bibliotecaria Maite (alma del premio), la concejala Piedad, el alcalde Ramírez o Carmen Fernández Daza que tuvo a bien llevarme un ejemplar de su última, voluminosa obra: La familia de Carolina Coronado. Los primeros años en la vida de una escritora. Eso por no hablar del ya citado Bernal, que, como recordó la máxima autoridad de ese pueblo de vinos, pertenece, además, a la misma cosecha que uno: la del 59.