No es la primera vez que traigo a estas páginas a Louise Glück. Hoy vuelve porque acaba de llegar a las librerías Averno, el cuarto libro suyo que se publica en España. De la mano sabia de Pre-Textos y en versión de los poetas Abraham Gragera López (que ya tradujo Ararat) y Ruth Miguel Franco.
Confieso que no me entusiasma la mitología y lo mitológico y en Averno la clave está en un mito griego: el de Perséfone, ‘la que lleva la muerte’, hija de Zeus y Deméter (‘la madre’), raptada por Hades (‘el invisible’). Eso no empaña la categórica presencia de un conjunto de admirables poemas que aúnan, como es característico en la reconocida poeta norteamericana, la hondura y la claridad, la pasión y el sosiego, la realidad y el sueño, el cuerpo y el alma, la vida y la muerte. Poemas donde la memoria bucea en el mar del olvido de donde emerge la niña que fue y la infancia que tuvo. Madres e hijas. La errante Perséfone.
Me bastó para rendirme de nuevo a la evidencia de la indudable altura poética de Glück con leer el primer poema del libro:
Confieso que no me entusiasma la mitología y lo mitológico y en Averno la clave está en un mito griego: el de Perséfone, ‘la que lleva la muerte’, hija de Zeus y Deméter (‘la madre’), raptada por Hades (‘el invisible’). Eso no empaña la categórica presencia de un conjunto de admirables poemas que aúnan, como es característico en la reconocida poeta norteamericana, la hondura y la claridad, la pasión y el sosiego, la realidad y el sueño, el cuerpo y el alma, la vida y la muerte. Poemas donde la memoria bucea en el mar del olvido de donde emerge la niña que fue y la infancia que tuvo. Madres e hijas. La errante Perséfone.
Me bastó para rendirme de nuevo a la evidencia de la indudable altura poética de Glück con leer el primer poema del libro:
LAS MIGRACIONES NOCTURNAS
Este es el momento en que de nuevo ves
las bayas rojas de la ceniza del monte
y en el cielo oscuro
las migraciones nocturnas de los pájaros.
Me entristece pensar
que los muertos no van a verlas:
esas cosas de las que dependemos
desaparecen.
¿Qué hará entonces el alma para consolarse?
Me digo que quizá no necesite
ya esos placeres;
quizá sencillamente no ser baste
por duro que resulte imaginarlo.