Si hay algo que domina el poeta cántabro Alberto Santamaría son los títulos de sus libros, siempre originales o, cuando menos, curiosos. Son una pista fiable para comprender con quién nos la estamos jugando. El último, publicado por la exquisita El Gaviero (que dirige Pedro J. Miguel, padre de Luna Miguel, novia de Antonio J. Rodríguez), se titula Interior metafísico con galletas y, de nuevo las sorpresas, está tomado de una cita del mismísimo José María Pemán (al que cuesta no poner el "don" delante).
Tampoco es frecuente que un libro de poemas, largo o breve, lleve prólogo y éste lo tiene, firmado por Rosa Benéitez: parafraseando a Nietzsche, "Ellos, los metafísicos". Unas palabras, por cierto, que orientan en parte al lector, aunque la obra vaya, como debe ser, a su aire.
"Ingenieros de lo particular" los denomina Benéitez. Uno de ellos, Santamaría. Con ser muy suyo y poseer una voz propia, pertenece a una hornada de jóvenes poetas cansados de viejas guerras líricas perdidas que se toman muy en serio, a pesar de lo que algunos crean, su noble oficio. Siguiendo a uno de sus maestros (de qué poeta no), W. Stevens, lo suyo es la imaginación que no se opone a la realidad "sino que, por el contrario, la refuerza cuando la presión es tan fuerte que escapa a nuestros medios habituales de comprensión". "A partir de un firme hartazgo de lo convencional, sigue explicando Benéitez, se articula, en este libro, un discurso del imprevisto (...) que consigue desautomatizar los recorridos sobre lo real, gracias a la imaginación".
Con todo, que nadie se alarme, "no estamos frente a un metafísico al uso" sino ante alguien que pretende con su poesía "rebajar la metafísica".
Para ello, AS tiene muy en cuenta al W. C. Williams de Paterson: "no hay ideas sino en las cosas", algo que me recuerda, por cierto, a otro poeta no tan joven (con perdón), cántabro también y órfico (otra manera de ser metafísico a la española), Lorenzo Oliván, que tan presente ha tenido siempre, según creo, esa máxima.
"No se trata de describir sino de escribir", concluye, a modo de poética, la prologuista.
Poesía, la de Santamaría, para leer, en estos tiempos veloces, muy despacio. Hija de su tiempo: si algo es la modernidad en poesía, debe ser aproximadamente esto. Poesía con sustancia para una época de nonadas -poetisos y poetisas- que escriben (un decir) para los premios o la fama. Poesía, en fin, propia de alguien que, más allá de su profesión profesoral, ha ensayado con solvencia y conoce bien de lo que habla.
Lo dije una vez y lo he repetido, seguro, otras: en pocas ocasiones ha tenido uno tan claro que tenía delante a un poeta como cuando escuchó por primera vez los versos del jovencísimo Alberto Santamaría en una nave del pueblecito salmantino de Morille. Aquella intuición quedó hace mucho confirmada. A este metafísico libro remito.
Tampoco es frecuente que un libro de poemas, largo o breve, lleve prólogo y éste lo tiene, firmado por Rosa Benéitez: parafraseando a Nietzsche, "Ellos, los metafísicos". Unas palabras, por cierto, que orientan en parte al lector, aunque la obra vaya, como debe ser, a su aire.
"Ingenieros de lo particular" los denomina Benéitez. Uno de ellos, Santamaría. Con ser muy suyo y poseer una voz propia, pertenece a una hornada de jóvenes poetas cansados de viejas guerras líricas perdidas que se toman muy en serio, a pesar de lo que algunos crean, su noble oficio. Siguiendo a uno de sus maestros (de qué poeta no), W. Stevens, lo suyo es la imaginación que no se opone a la realidad "sino que, por el contrario, la refuerza cuando la presión es tan fuerte que escapa a nuestros medios habituales de comprensión". "A partir de un firme hartazgo de lo convencional, sigue explicando Benéitez, se articula, en este libro, un discurso del imprevisto (...) que consigue desautomatizar los recorridos sobre lo real, gracias a la imaginación".
Con todo, que nadie se alarme, "no estamos frente a un metafísico al uso" sino ante alguien que pretende con su poesía "rebajar la metafísica".
Para ello, AS tiene muy en cuenta al W. C. Williams de Paterson: "no hay ideas sino en las cosas", algo que me recuerda, por cierto, a otro poeta no tan joven (con perdón), cántabro también y órfico (otra manera de ser metafísico a la española), Lorenzo Oliván, que tan presente ha tenido siempre, según creo, esa máxima.
"No se trata de describir sino de escribir", concluye, a modo de poética, la prologuista.
Poesía, la de Santamaría, para leer, en estos tiempos veloces, muy despacio. Hija de su tiempo: si algo es la modernidad en poesía, debe ser aproximadamente esto. Poesía con sustancia para una época de nonadas -poetisos y poetisas- que escriben (un decir) para los premios o la fama. Poesía, en fin, propia de alguien que, más allá de su profesión profesoral, ha ensayado con solvencia y conoce bien de lo que habla.
Lo dije una vez y lo he repetido, seguro, otras: en pocas ocasiones ha tenido uno tan claro que tenía delante a un poeta como cuando escuchó por primera vez los versos del jovencísimo Alberto Santamaría en una nave del pueblecito salmantino de Morille. Aquella intuición quedó hace mucho confirmada. A este metafísico libro remito.