Me acerqué hasta Guijo de Granadilla para una reunión del Patronato de la Casa-Museo "José María Gabriel y Galán"; la más concurrida, que uno recuerde, de los últimos años. Con representación institucional y todo: de Junta y Diputación. (Me llamó la atención, por cierto, que la responsable del Plan de Fomento de la Lectura llegara en coche oficial y con chófer. Nunca disfrutó uno de tales privilegios en esa honrosa tarea, ni en ninguna. ¿No dijeron las nuevas autoridades regionales que esas prebendas se habían terminado, que eso era cosa del dispendio socialista?)
Paco, el nieto del poeta, sigue luchando a brazo partido por la memoria de Galán, un combate que comparte con otra pasión confesa: la recuperación de la obra de su hermano José Antonio. De uno y otro hay libros a la espera de que la Editora Regional vuelva a la vida. A la ordinaria, digo, no a esa latente en la que subsiste gracias al empeño y la profesionalidad de quienes allí trabajan. Rosa Lencero explicó que pronto habrá alguien al frente. Nadie preguntó más.
Los actos suelen coincidir en estos sitios pequeños, así que, ya en Plasencia, nos fuimos a escuchar la lectura de Joan Margarit, una de las dos sesiones programadas para este curso del Aula de Literatura, qué casualidad, "José Antonio Gabriel y Galán". No había mucha gente cuando llegamos a Santa Ana. Un rato después, los habituales, una inmensa minoría, ya estaban sentados a la espera de las palabras del poeta catalán y, antes, de la presentación de Juan Ramón Santos.
No deja de sorprenderme ver en Plasencia (en el mismo lugar donde uno hizo su Primera Comunión) a escritores de la importancia de Margarit. Por una noche, somos menos provincianos.
No conocía a Margarit personalmente, pero he leído casi todos sus libros, que es lo que importa. Como a otros, me extrañó que leyera con tanta intensidad sus poemas. O la mayor parte. Al fin y al cabo, su poesía es sobria y cotidiana, de línea clara, poco enfática y, en consecuencia, poco dada a la recitación, lo que no significa que carezca de emotividad. Por cierto, leyó sólo tres poemas en las dos lenguas que usa, catalán y castellano, suficiente para apreciar las diferencias entre ambas (y las dificultades de la traducción), así como la belleza de la suya materna. El mismo poema, dos distintos.
No hubo coloquio al final. Uno echó de menos, más que nunca, la intervención del preguntador por excelencia del Verdugo, donde empezó el Aula. A quién mejor que a un arquitecto se le puede preguntar si su poesía es vertical u horizontal.
Paco, el nieto del poeta, sigue luchando a brazo partido por la memoria de Galán, un combate que comparte con otra pasión confesa: la recuperación de la obra de su hermano José Antonio. De uno y otro hay libros a la espera de que la Editora Regional vuelva a la vida. A la ordinaria, digo, no a esa latente en la que subsiste gracias al empeño y la profesionalidad de quienes allí trabajan. Rosa Lencero explicó que pronto habrá alguien al frente. Nadie preguntó más.
Los actos suelen coincidir en estos sitios pequeños, así que, ya en Plasencia, nos fuimos a escuchar la lectura de Joan Margarit, una de las dos sesiones programadas para este curso del Aula de Literatura, qué casualidad, "José Antonio Gabriel y Galán". No había mucha gente cuando llegamos a Santa Ana. Un rato después, los habituales, una inmensa minoría, ya estaban sentados a la espera de las palabras del poeta catalán y, antes, de la presentación de Juan Ramón Santos.
No deja de sorprenderme ver en Plasencia (en el mismo lugar donde uno hizo su Primera Comunión) a escritores de la importancia de Margarit. Por una noche, somos menos provincianos.
No conocía a Margarit personalmente, pero he leído casi todos sus libros, que es lo que importa. Como a otros, me extrañó que leyera con tanta intensidad sus poemas. O la mayor parte. Al fin y al cabo, su poesía es sobria y cotidiana, de línea clara, poco enfática y, en consecuencia, poco dada a la recitación, lo que no significa que carezca de emotividad. Por cierto, leyó sólo tres poemas en las dos lenguas que usa, catalán y castellano, suficiente para apreciar las diferencias entre ambas (y las dificultades de la traducción), así como la belleza de la suya materna. El mismo poema, dos distintos.
No hubo coloquio al final. Uno echó de menos, más que nunca, la intervención del preguntador por excelencia del Verdugo, donde empezó el Aula. A quién mejor que a un arquitecto se le puede preguntar si su poesía es vertical u horizontal.