Por fin he podido leer Canción en blanco, de Álvaro García, flamante premio Loewe en su vigesimocuarta edición.
Se trata de un solo y extenso poema de amor que vendría a cerrar un ciclo que, según ÁG, "completara el tríptico de la plenitud, de la reconstrucción poética que me diera esperanza en el mundo y les diera un poco de esperanza a todos los que leyeran o, mejor, escucharan el poema".
Sólido en su estructura (Octavio Paz pensaba que sólo el poema extenso permitía, en rigor, un ejercicio de composición), se caracteriza por su singularidad, fuerza y ambición. Nada más lejos del entretenimiento o del espectáculo que esto. Y de las prisas y otras zarandajas antilíricas. Siquiera sea "por eso de la búsqueda perruna de la totalidad", como comenta con ironía el malagueño. Algo que explica muy bien el poeta en la entrevista enlazada más arriba. Con esas reflexiones, propias de alguien que ya demostró sobradamente su capacidad de instrospección poética en su libro Poesía sin estatua, y el poema en sí, de una elocuencia deslumbrante, poco cabe añadir. Sólo me queda volver a leerlo, pero esta vez en voz alta.
Se trata de un solo y extenso poema de amor que vendría a cerrar un ciclo que, según ÁG, "completara el tríptico de la plenitud, de la reconstrucción poética que me diera esperanza en el mundo y les diera un poco de esperanza a todos los que leyeran o, mejor, escucharan el poema".
Sólido en su estructura (Octavio Paz pensaba que sólo el poema extenso permitía, en rigor, un ejercicio de composición), se caracteriza por su singularidad, fuerza y ambición. Nada más lejos del entretenimiento o del espectáculo que esto. Y de las prisas y otras zarandajas antilíricas. Siquiera sea "por eso de la búsqueda perruna de la totalidad", como comenta con ironía el malagueño. Algo que explica muy bien el poeta en la entrevista enlazada más arriba. Con esas reflexiones, propias de alguien que ya demostró sobradamente su capacidad de instrospección poética en su libro Poesía sin estatua, y el poema en sí, de una elocuencia deslumbrante, poco cabe añadir. Sólo me queda volver a leerlo, pero esta vez en voz alta.