La Isla de Siltolá vuelve a sorprender a sus lectores con la incorporación a su catálogo de otro nombre señero de la poesía española actual, Antonio Moreno.
En la coqueta colección Levante, se publica En otra casa, un libro de prosa diarística, como Mundo menor o El laberinto y el sueño, entregas anteriores de una manera de decir muy cercana a la poesía, cuando no poesía escrita en prosa.
En la "Entrada", AM nos explica que si tuviera que resumir su contenido diría: "Trata sobre la brevedad". Algo, por lo demás, que alude de nuevo a la poesía y a la intensidad que ésta lleva aparejada siempre que de verdad lo es.
Pues que de poesía se trata, insisto, y de un diario, AM consigue "generar un tiempo distinto" donde lo que pasa ni lo hace porque sí ni se olvida sin más.
La "otra casa" del título es precisamente la de papel ("esta otra casa de papel") en la que se condensa lo que ocurre. Tras recordar los sucesivos domicilios en los que ha vivido, comenta: "en ninguna he vivido tantos años como los que llevo reuniéndome con un idioma y un papel".
Ya que lo menciono, conviene resaltar la importancia de las casas (de ladrillo) en la obra de AM. De las que habitó de niño y de las que recorrió de adulto, con parada y fonda en la última (por ahora), la de la calle Asilo, que no es mal nombre para ese refugio trascendental en cualquier vida, sobre todo para los que somos familiares, caseros u hogareños.
En estas "notas de adondequiera", encontramos, ante todo, asombro. El "soliloquio" de alguien que, mientras vagabundea hacia cualquier lugar -en coche, a pie o en bicicleta-, observa cuanto le rodea con la perplejidad del que descubre en una pared, una azotea, un cuarto, una ventana o una escalera motivos para la reflexión, la serenidad y la alegría. Mejor aún si lo que le rodea es naturaleza, campo, y, ya allí, árboles, plantas, caminos o pájaros. Todo es misterio, parece decirse y decirnos.
Alguien que ama el silencio y "las palabras que van a él o vienen de él", que funda en él todo cuanto escribe (porque allí "acontece"), lo que no obsta para que haga suyas las de la conocida frase bíblica: "una palabra tuya bastará para sanarme". Sobre este asunto hay una anotación clave: "(Palabras, silencio)": "En el Arte -no importa qué arte- están los verbalistas y están los intuitivos".
En otra casa también encontramos viajes: una estancia en Lucca (la ciudad italinana que a uno siempre le lleva al poema de Ungaretti) o un recorrido por la cuenca del río Torío, con su maestro Trapiello al fondo; retratos, como el que hace de un compañero muerto: Vicente Guinea Viguri; una crítica a la sibilina filosofía alemana, con Sloterdijk como pretexto; elogios del diccionario y de los amores platónicos, tan periódicos como las mudanzas; "la música de los faros" y la música en general, que tampoco desdeña el silencio.
AM, ante las dudas de para quién o por qué escribimos, confiesa: "sigo una voz que es un bien"; algo que enlaza con su búsqueda de "una razón compasiva", que tan nítidamente se escucha cuando habla, al principio del libro, de su cuñada y de la enfermedad que le impidió llegar a tener en sus manos este libro y de la consiguiente prisa que se cruzó, por una vez, en el camino de la quietud y la serenidad, tan sustanciales a la poética de Moreno.
En el precioso epílogo, dedicado a su madre, se cierra el círculo y uno comprueba que, no por breve, este libro lo es menos. Quiero decir, por seguir con su metáfora, que esa "danza íntima y aérea", "ese soplo vital que calladamente hablaba para sí" del hombre que practicaba chi kung en el puerto de Alicante, ya es para el lector también "parte de sí" y que uno pude afirmar que ha habitado, por unas horas al menos, "en otra casa" de la que, intuye, ya nunca podrá irse del todo. O a la que volverá como quien regresa a un lugar donde fue feliz.
En la coqueta colección Levante, se publica En otra casa, un libro de prosa diarística, como Mundo menor o El laberinto y el sueño, entregas anteriores de una manera de decir muy cercana a la poesía, cuando no poesía escrita en prosa.
En la "Entrada", AM nos explica que si tuviera que resumir su contenido diría: "Trata sobre la brevedad". Algo, por lo demás, que alude de nuevo a la poesía y a la intensidad que ésta lleva aparejada siempre que de verdad lo es.
Pues que de poesía se trata, insisto, y de un diario, AM consigue "generar un tiempo distinto" donde lo que pasa ni lo hace porque sí ni se olvida sin más.
La "otra casa" del título es precisamente la de papel ("esta otra casa de papel") en la que se condensa lo que ocurre. Tras recordar los sucesivos domicilios en los que ha vivido, comenta: "en ninguna he vivido tantos años como los que llevo reuniéndome con un idioma y un papel".
Ya que lo menciono, conviene resaltar la importancia de las casas (de ladrillo) en la obra de AM. De las que habitó de niño y de las que recorrió de adulto, con parada y fonda en la última (por ahora), la de la calle Asilo, que no es mal nombre para ese refugio trascendental en cualquier vida, sobre todo para los que somos familiares, caseros u hogareños.
En estas "notas de adondequiera", encontramos, ante todo, asombro. El "soliloquio" de alguien que, mientras vagabundea hacia cualquier lugar -en coche, a pie o en bicicleta-, observa cuanto le rodea con la perplejidad del que descubre en una pared, una azotea, un cuarto, una ventana o una escalera motivos para la reflexión, la serenidad y la alegría. Mejor aún si lo que le rodea es naturaleza, campo, y, ya allí, árboles, plantas, caminos o pájaros. Todo es misterio, parece decirse y decirnos.
Alguien que ama el silencio y "las palabras que van a él o vienen de él", que funda en él todo cuanto escribe (porque allí "acontece"), lo que no obsta para que haga suyas las de la conocida frase bíblica: "una palabra tuya bastará para sanarme". Sobre este asunto hay una anotación clave: "(Palabras, silencio)": "En el Arte -no importa qué arte- están los verbalistas y están los intuitivos".
En otra casa también encontramos viajes: una estancia en Lucca (la ciudad italinana que a uno siempre le lleva al poema de Ungaretti) o un recorrido por la cuenca del río Torío, con su maestro Trapiello al fondo; retratos, como el que hace de un compañero muerto: Vicente Guinea Viguri; una crítica a la sibilina filosofía alemana, con Sloterdijk como pretexto; elogios del diccionario y de los amores platónicos, tan periódicos como las mudanzas; "la música de los faros" y la música en general, que tampoco desdeña el silencio.
AM, ante las dudas de para quién o por qué escribimos, confiesa: "sigo una voz que es un bien"; algo que enlaza con su búsqueda de "una razón compasiva", que tan nítidamente se escucha cuando habla, al principio del libro, de su cuñada y de la enfermedad que le impidió llegar a tener en sus manos este libro y de la consiguiente prisa que se cruzó, por una vez, en el camino de la quietud y la serenidad, tan sustanciales a la poética de Moreno.
En el precioso epílogo, dedicado a su madre, se cierra el círculo y uno comprueba que, no por breve, este libro lo es menos. Quiero decir, por seguir con su metáfora, que esa "danza íntima y aérea", "ese soplo vital que calladamente hablaba para sí" del hombre que practicaba chi kung en el puerto de Alicante, ya es para el lector también "parte de sí" y que uno pude afirmar que ha habitado, por unas horas al menos, "en otra casa" de la que, intuye, ya nunca podrá irse del todo. O a la que volverá como quien regresa a un lugar donde fue feliz.