11.5.12

Carta de Badajoz (con Ángel)

Este iba a ser un viaje difícil. Lo sabía. La última vez que vi a Ángel Campos Pámpano fue en esa ciudad, en el que fuera mi último acto público como director de la Editora, con motivo de la entrega de los premios Extremadura a la Creación. Cuando acabó el acto, pasamos al vino de honor. (Ya no hay ni premios ni vinos.) Estuvimos muy poco rato. Siempre odié esos saraos donde nunca supe moverme (no como otros) y Ángel no estaba muy católico (un decir). Salimos juntos y, por aquello de los detalles, me llevó en su coche hasta el mío, aparcado relativamente lejos. Al entrar en el suyo, tan desordenado como de costumbre, casi me siento encima de unas pastillas. Pregunté. El estómago, respondió. No volvimos a vernos. A uno le destituyeron y él no dejó de llamarme. Hasta que fui yo quién se interesó por él. Luego... 
No había vuelto a pisar Badajoz. ¿Para qué? Quiero decir que no hubo ocasión, como hoy. La excusa: presentar su antología Cercano a lo que importa (Diputación de Salamanca). Ha sido en la residencia Hernán Cortés. El salón estaba lleno. O casi. A Pámpano se le quería. Se le sigue queriendo, mejor. 
Ha abierto Paco Muñoz, el anfitrión, y ha seguido Miguel Ángel Lama, autor del prólogo y de la bibliografía. Luego me ha tocado a mí. Empecé recordando lo que suele contar Ibarra cada poco, eso de que no le gusta que se lea. Va por Rajoy, sobre todo. Si se sabe de lo que se va a hablar... Por eso no llevaba nada escrito. Apenas unas notas. Sé muy bien qué es lo que tengo que decir sobre Ángel Campos. Sobraban papeles. Eso ha permitido que la cosa fluyera de otro modo, más natural acaso, pero también que olvidara, por ejemplo, hacer alusión a su faceta de editor (con Manuel "Cerebro" González y Pedro Almoril, sus socios de Libros del Oeste, en la sala) o que hiciera mención a que no fue un poeta de premios quizás porque su mejor premio fue tener un editor como Manuel Borrás (o los pre-textos). No creo que haya quedado mucho más en el tintero. De lo que sí he dicho hablaré, tal vez, otro día.
Ha cerrado, de la forma brillante que él gasta, Tomás Sánchez Santiago, amigo de juventud y ya para siempre de Angelito, que ha destacado, entre otras iluminaciones, lo próximo que el poeta extremeño de San Vicente de Alcántara estuvo del decir, por aquello del título de Eugénio de Andrade, tan parecido al de esta antología. Ese decir que es, al cabo, lo que importa.
Un par de piezas al piano de Felipe Hernández y unos poemas de ÁCP leídos por la poeta Irene Sánchez Carrón han servido de colofón al intenso, emocionante acto.
No voy a citar a quién he abrazado o saludado para no caer en otro error: el de olvidar a alguien. Han sido muchos amigos, sin duda. Que no le ven a uno mal, por cierto, lo que a los hipocondríacos nos tranquiliza. Sin tomar ni siquiera una caña, en eso no he cambiado, he salido pitando para Plasencia. Mañana (ya hoy) trabajo. Y ya ven la hora que es.