¡Qué buena idea la de publicar este libro! La mezcla, atendiendo al título, ha sido perfecta. Un sagaz editor, Javier Sánchez Menéndez (de La Isla de Siltolá); un buen tipógrafo, como Abel Feu; el director de la colección Urbi et Orbi, Juan Bonilla ("incansable paseante de la calle latinoamericana de los libros"); el autor del prólogo (otro exquisito cocktail en sí mismo), Juan Manuel Bonet, y la traductora y responsable de las exhaustivas notas, Marie-Christine del Castillo.
Luis Aranha, su autor, fue un muchacho de São Paulo, nacido en 1901 (como mi abuela Feliciana), que escribió Cocktails a principio de los años veinte del siglo pasado, aunque la obrita se publicó por primera vez sesenta años después, en 1984 (con cubierta del propio Aranha), tres antes de su muerte. Está considerada una de las obras de referencia del modernismo brasileño, o lo que es lo mismo, de las vanguardias de aquel país americano (y, por extensión, de toda América). Esto y mucho más -abruma y deleita la erudición de este hombre- es lo que cuenta Bonet con todo lujo de detalles; lo que, siquiera por un momento, me ha hecho envidiar la vida de quienes, como él (y hay pocos así, que conste), se dedican a la pesquisa de libros, a la búsqueda de versos y autores perdidos, entre los polvorientos anaqueles de las estanterías de las librerías de viejo. ¡Apasionantes esas primeras páginas de Cocktails! ¡Una novela!
Formado en los Maristas, Aranha, "poeta sin casi biografía", dice Bonet, terminó Derecho a los veintipocos y se dedicó el resto de su vida a la diplomacia, que, como ya he dicho más de una vez, no deja de ser una rama de la literatura por aquellas lejanas tierras de ultramar. Eso quiere también decir que dejó la poesía para siempre y, sin explicación aparente, esos sugerentes sueños que alcanzó a plasmar, y de qué forma, en los veintiséis poemas de su único libro.
Formado en los Maristas, Aranha, "poeta sin casi biografía", dice Bonet, terminó Derecho a los veintipocos y se dedicó el resto de su vida a la diplomacia, que, como ya he dicho más de una vez, no deja de ser una rama de la literatura por aquellas lejanas tierras de ultramar. Eso quiere también decir que dejó la poesía para siempre y, sin explicación aparente, esos sugerentes sueños que alcanzó a plasmar, y de qué forma, en los veintiséis poemas de su único libro.
Ni que decir tiene que las versiones de M-C del Castillo hacen posible degustar esos sabrosos cocktails como si fueran, digamos, de Chicote, y demuestran sobradamente que en poesía todo lleva demasiado tiempo inventado, por mucho que algunos se las den ahora de modernos, lo que no deja de ser, casi siempre, una trasnochada impostura. El futurismo y otros istmos son, sí, experimentos de otro siglo que, por suerte, no necesariamente han envejecido mal. Para muestra, este delicioso cocktail.