Un libro de Álvaro Valverde es
siempre una buena noticia, pero una antología seria, razonada y concienzuda de
su obra poética lo es todavía más; sobre todo porque ya iba siendo necesaria.
Es muy curioso (por no decir, poco comprensible) que uno de los nombres
imprescindibles en el actual panorama poético en español, con una obra sólida y
bien armada que se acerca a la decena de títulos, con una trayectoria
envidiable de más de veinticinco años, no contase todavía con una recopilación
que recogiese los incontestables hitos que esta andadura ha ido posando en su
devenir. El mismo autor, en jugosa nota final, se refiere con enjundia y
sinceridad al asunto y a él debo remitirme; a mí me queda dar albricias a este
libro ineludible si se quiere entender cómo ha ido evolucionando la poética de
un autor, como digo, de referencia.
No sé si fueron los hados, pero el
día que tuve acceso a este Un centro fugitivo coincidió con la
presentación en Badajoz de la excelente antología que M. Á. Lama y Tomás
Sánchez Santiago han realizado de la obra del llorado Ángel Campos, un poeta,
como todo el mundo sabe, más que estrechamente vinculado a quien protagoniza
hoy estas líneas. El mismo Álvaro Valverde, en una arrebatada y emocional
intervención en este mismo evento, subrayó pormenores de esa amistad y
relacionó singladuras de ambos poetas que, cómo son las cosas, vuelven a
coincidir ahora que se editan enjundiosas calas de sus respectivos itinerarios.
No quiero dejar el acto citado, porque, en él, realizó Sánchez Santiago una
emocionante reflexión acerca del papel del editor de una obra; digamos, antes
que nada, que Valverde ha confiado la suya (con el olfato e intuición que le
caracteriza) a Jordi Doce, poeta e investigador del que ya teníamos noticia cumplida
en esta tierra donde alguno de sus libros y traducciones han aparecido por
primera vez, y sobre parecerme ajustada y más que razonable, le imputo, además,
la reflexión de Sánchez Santiago a la que me refería, en el sentido de indagar
en los criterios que le habrán llevado a decidir por qué tales y tales poemas
en detrimento de otros. No le envidio la tarea, sinceramente; siendo los libros
de Valverde compactos edificios donde prácticamente cada palabra está pesada y
medida (pese a la aparente facilidad de su discurso cálido) y cada poema se ubica
en un lugar incuestionable hace falta valor para separar esas estructuras y
lograr, como creo que Doce ha conseguido, que el resultado pueda leerse como un
“continuum” que, para cualquier no iniciado, se erige en una puerta cómoda que
franquear y así poder adentrarse en el vivencial y reflexivo discurso del poeta
placentino.
Como no podía ser de otra manera
todos sus libros están representados, en mayor o menor medida (salvo el ya
lejano Territorio, del que sólo aparece el conocido poema dedicado a T.
S. Eliot), lo que da idea de la ponderación con que el tiempo ha tratado la
evolución poética de nuestro autor. Buena parte de las antologías al uso hacen
preponderar la carga en un determinado título, lo que descompensa la totalidad
del esfuerzo del escritor. Aquí no; el número de poemas recogidos es similar,
lo que sugiere una valoración unánime de los diferentes jalones de nuestro
autor. Es difícil que un lector, por más avezado que se considere en la obra de
Valverde, eche de menos alguno en particular; puede que sí, eso va en gustos,
claro, pero la selección de Doce me parece tan cuidada que pido perdón por tener
que definirla con el manoseado tópico del “si no están todos los que son, son,
desde luego, todos los que están”.
En el preclaro e iluminador prólogo
que sirve de pórtico a esta cuidada antología encontrará el lector un lúcido y
sostenido panorama de las claves poéticas de Valverde, que el mismo autor ya ha
dado a conocer en otras piezas. No es extraño. Si Doce insiste en la faceta de
lector del poeta como esqueleto que sostiene su quehacer poético, no nos
extraña que el propio autor pueda convertirse (pese a negarlo) en el mejor
lector de sí mismo. Valverde es hoy un nombre ineludible, sobre todo en el
apasionante campo de la poesía meditativa e intelectual, ejercicio que sólo
está al alcance de los más dotados. Tras la lectura de estos mesurados versos,
descubrimos que el poeta es, en definitiva, una voz que busca situarse en el
mundo, que camina por él en un tránsito irremediable, queriendo fijar aquello
que irreparablemente huye. Pero, a la par, esa voz ahonda inquisitivamente en
su interior buscando la difícil comunión de lo de dentro y lo de fuera. Y
Valverde, con cautela, sin estridencias, en ese particular tono de
“conversación en voz baja” que usa en su dicción, nos va descubriendo una
realidad tan familiar que acaba resultando ser la nuestra, la propia de cada
uno, que, gozosa, descubre al fin las palabras exactas que buscaba para su
expresión: las que desgrana este sosegado discurso de sabiduría poética plena.
ENRIQUE GARCÍA FUENTES
Álvaro
Valverde, Un centro fugitivo. Antología poética (1985-2010). Edición de
Jordi Doce. Sevilla, La Isla de Siltolá, col. “Arrecifes”, 2012.
Esta reseña se publicó en el suplemento Trazos, del diario HOY, el día 19 de mayo de 2012.