Este artículo se publicó ayer, Día de esta Comunidad, en el diario HOY, dentro de un suplemento especial 'Extremadura, horizonte 2020', coordinado por Juan Domingo Fernández, subdirector del periódico. Quince fuimos los convocados: José Antonio Monago, JDF, Antonio Sáenz de Miera,
Julián Mora Aliseda, Ricardo Hernández Mogollón, Eduardo Naranjo, Jesús
Moreno Ramos, Ángel Juanes Peces, Esteban Cortijo, Antonio J. Campesino,
José J. Barriga Bravo, Víctor Chamorro, ÁV, Eugenio
Fuentes y Juan José Viola. Al parecer, las reflexiones sobre el
panorama venidero continuarán.
De temeraria cabe calificar la idea que han tenido en este periódico de abordar el posible horizonte de Extremadura allá por 2020. Sí, sólo ocho años nos separan de esa cifra redonda, pero en esta penosa encrucijada que vivimos, en medio de estos tiempos inciertos, turbulentos y difíciles en los que todo se tambalea, donde lo mismo te anuncian el fin del mundo que la desaparición de las autonomías, cuando nadie parece saber qué pasa y, menos aún, hacia dónde vamos, la osadía de vislumbrar el futuro de esta sociedad líquida es una operación a todas luces descabellada.
De temeraria cabe calificar la idea que han tenido en este periódico de abordar el posible horizonte de Extremadura allá por 2020. Sí, sólo ocho años nos separan de esa cifra redonda, pero en esta penosa encrucijada que vivimos, en medio de estos tiempos inciertos, turbulentos y difíciles en los que todo se tambalea, donde lo mismo te anuncian el fin del mundo que la desaparición de las autonomías, cuando nadie parece saber qué pasa y, menos aún, hacia dónde vamos, la osadía de vislumbrar el futuro de esta sociedad líquida es una operación a todas luces descabellada.
Se atribuía a los poetas la capacidad de
adivinar el porvenir. “Esa sencilla anticipación de lo real, lo que en otro tiempo
se llamó profecía”, en palabras de Juan Antonio González Iglesias, tuvo su
momento álgido con el Romanticismo, ese movimiento que tanto distorsionó la
imagen del escritor como ser susceptible de empresas formidables, dignas del
genio. Poeta o no, sé que mis limitaciones son las del hombre corriente, las de
un ser mortal y normal como cualquiera. Además, por carácter –que, recordó
Cernuda, es destino–, siempre he abominado del futuro. “Porque el futuro es
nunca, o fue sin darnos cuenta”, escribió uno a los veintipocos. Lo de hacer
planes nunca ha sido lo mío, de ahí que esta tarea, aceptada con imprudente
premeditación, se me antoje harto complicada. Si uno fuera economista…
A principio de los ochenta, recién estrenados
democracia y Estatuto, esto era un erial. Vivíamos en medio de un flagrante atraso
secular que la ausencia de bibliotecas y de otras infraestructuras no hacía
sino empeorar. A algunos nos pareció necesario dejar a ratos los confortables
escritorios y bajar a la calle para contribuir a que esa lamentable situación
cambiara. De ese pasado venimos. Y para hablar de futuro la referencia a lo
sucedido es insoslayable. Lo mismo que al presente. Por previsibles que nos
pongamos. Quiero decir que nada de lo que ocurra en los próximos años dejará de
tener relación con lo acontecido en los anteriores. El tiempo es lineal y
sucesivo. Por eso conviene recordar que para que ese desolador y paupérrimo
panorama cultural cambiara se tomaron medidas y se abordaron proyectos y que
eso se hizo conjuntamente entre quienes tenían el poder de decisión, los
políticos, y quienes eran capaces de generar propuestas, los creadores: escritores,
músicos y artistas.
Es verdad que la dependencia de lo público en
Extremadura es proverbial. La propia de un pueblo pobre que ha carecido a lo
largo de su historia de casi todo, iniciativas y mecenas privados incluidos.
Sin entrar en consideraciones sobre la perversión o bondad de esa circunstancia,
la realidad ha sido y sigue siendo ésa, mal que nos pese. A pesar de esa
anómala dependencia, soy de los que defienden que ha sido mucho lo que ha germinado
de esa relación entre quienes tenían en su mano impulsar políticas culturales y
quienes estaban dispuestos a que esta región dejara de ser el yermo que era, algo
que conectaba con otras de nuestras tradicionales carencias. Fruto de esa
colaboración, ideas que procedían de la sociedad civil, pero que sólo podían
ser afrontadas, por su envergadura, desde la administración, vieron al fin la
luz. La de que en cada pueblo hubiera una biblioteca, por ejemplo. Pero esa
sensibilidad cultural que tuvo durante años el gobierno extremeño, parte
sustancial del ideario del leído presidente Ibarra, se quebró al llegar al
poder su sucesor, Fernández Vara. La elección de consejeras incompetentes hizo
el resto. De ese declive venimos, una decadencia que ha ido acrecentándose con
la llegada al gobierno del PP, que no se caracteriza por tener al frente a
personas cultas, por muchas lenguas que chapurreen. A pesar del intachable
perfil profesional de la actual consejera, la cultura se ha vuelto casi
invisible, perjudicada, cómo no, por la famosa crisis económica, excusa
perfecta para cualquier recorte, sobre todo en esta indefensa materia que bien
poco afecta, por cierto, a los presupuestos. Y todo por esa siniestra
concepción, tan de derechas, de la cultura como lujo, algo de lo que se puede
prescindir porque en nada afecta a lo que le es consustancial y necesario al
ser humano, que puede vivir perfectamente sin ella. De ahí el desinterés, la
desidia. Ah, y en caso de haberla, que sea, por supuesto, del espectáculo.
¿Y el futuro? Más racional que imaginativo,
más realista que utópico, más melancólico que optimista, a la vista de lo que
sucede y pasa, uno sospecha que no pinta bien. No hace falta ser profeta para
concluir que quien no siembra… Con proyectos como el de las Aulas Literarias –y
su importante impronta educativa–, los Talleres de Relato y Poesía y el ambicioso
Plan de Fomento de la Lectura –que puso en marcha, con la colaboración de la
Fundación Sánchez-Ruipérez, el primer Observatorio del Libro y la Lectura de
España, realizó campañas masivas de libros a un euro e impulsó los clubes de
lectura– reducidos a la mínima expresión (cuando no en trance de desaparecer);
tras la supresión de las Ayudas a la Edición y las Becas a la Creación, que
tanto estimularon a escritores y editores (tan escasos); con una Editora
Regional de Extremadura que subsiste a duras penas después de una trayectoria
ejemplar acreditada por su magnífico catálogo, ¿qué se puede esperar? Eso por
no hablar del MEIAC, la Filmoteca, el Festival de Teatro Clásico de Mérida, la
Orquesta de Extremadura (salvados ambos por la campana) o, en fin, la Fundación
Academia Europea de Yuste, emblemas de una forma de entender la cultura fundada
en la excelencia.
Entre las lamentables desapariciones, los
Premios Extremadura a la Creación. Con ellos se fue buena parte de nuestro
crédito literario y artístico, de nuestra proyección nacional e internacional
y, de paso, el premio de la crítica a las mejores obras del año creadas por autores
extremeños.
Hubo un tiempo en que sabíamos que las cosas
iban a mejor, que prosperábamos. Hoy sabemos que estamos mal y que, si nadie lo
remedia, iremos a peor. Es cierto que resulta imposible torcer la normalización consolidada. Por eso nunca
volveremos a ser la región anacrónica que fuimos, ajena a la hora del mundo, y
menos en la época de Internet, los blogs, las redes sociales y la
globalización. Por dejados que estemos, siempre habrá alguien que escriba un
poema, componga una canción o pinte un cuadro. La nuestra es una cultura
absuelta, parafraseando a Gonzalo Hidalgo Bayal. Con ayuda pública o sin ella. Ya
no podrá ser, como aventuraba Julián Rodríguez, un inmigrante nacido o criado
en Extremadura capaz de ofrecer una visión novedosa y distinta de esta tierra.
Por el contrario, un emigrante extremeño, ahora que la gente vuelve a
marcharse, podrá publicar su primer libro en Alemania o Estados Unidos. Es más,
a este paso, en 2020 estará agotada la antigua polémica entre los de dentro y los
de fuera: aquí quedaremos (o quedarán) dos o tres mientras el resto permanecerá
lejos; en especial los jóvenes, destinatarios naturales de esos planes truncados.
La fuga de cerebros (un decir) ya ha empezado. No sé, ya decía, lo que durarán
iniciativas, en parte cercenadas, como la de las Aulas Literarias, que proporcionaba
a los alumnos de secundaria y bachillerato la posibilidad de acercarse, en más
de un sentido, a las obras de los escritores vivos más importantes del país, allí
donde nunca llegan los programas de estudio.
Lo peor es que a falta de otras
potencialidades, carentes de otros recursos, la imagen de Extremadura, su
cualidad de marca, ganó prestigio y fundamento gracias al desarrollo cultural conseguido
estos años atrás. Por sus escritores, por sus pintores, por sus músicos. Ya no
éramos, ay, “los indios de la nación”.
Como cualquier optimista informado, no creo que estemos
en 2020 a punto de inaugurar otro periodo tan trascendente como el que vivimos
en torno al fin de siglo. O sí. Como diría la polaca Marta E. Cichocka, “el
futuro todavía es futuro”.
Álvaro Valverde