Mucho se habló aquí atrás sobre el affaire Marías: su renuncia al Premio Nacional de Narrativa. Uno mismo se pronunció al respecto. A favor del autor de Todas las almas. El sábado, en la librería, alguien llamó mi atención acerca de un artículo del afamado novelista sobre otro escritor de fuste: Eduardo Mendoza. Está en el penúltimo número de la revista sevillana Mercurio, dedicado monográficamente al barcelonés. Termina así: "No consigo olvidar que hace mucho, quizá tras la aparición de La ciudad de los prodigios,
me dijo un día: 'Estoy harto de ser, o de que se me considere, el
primero de la clase'. No puedo evitar pensar que a eso, a dejar de
serlo, se ha aplicado desde entonces, sin demasiado afán por otra parte.
Lo que ya roza el milagro es que ha logrado no parecerlo, mientras sin
embargo continuaba siéndolo. Los únicos que en realidad no se han dado cuenta de que seguía siéndolo
son quienes otorgan premios oficiales o institucionales: ni el
Cervantes, que merecería desde hace lustros, ni el Príncipe de Asturias,
ni el llamado Premio de las Letras o sub-Cervantes, ni siquiera el
Nacional de Narrativa que se concede año tras año a la supuesta mejor
novela del anterior. Nunca se ha juzgado que ninguna de las suyas fuera
digna de ese galardón, que ha recibido hasta el último mono. Bueno,
miento: no lo obtuvieron jamás Juan Benet, ni Jaime Gil de Biedma en
poesía, ni Juan García Hortelano… Prueba de que Mendoza pertenece a esa
estirpe, la de los mejores. Razón de más para que se lo deteste, por
tanto. No es así, sino al revés. Un insondable misterio. Un endemoniado
enredo. Pasará a los anales."
Nos preguntamos, ¿es coherente pedir para otros un premio al que tú renunciarías en el hipotético caso de que te lo dieran? ¿En qué quedamos? Sí, esto está escrito antes de que esa eventualidad se diera. Y se dio.