"Leer poesía es una experiencia táctil; también acústica, y plástica, no
sólo visual. Por eso en ella importa tanto lo que ahora tanto se
descuida: la tipografía, la tinta, la disposición de cada palabra y cada
verso en el blanco de la página. La poesía se toca y entra por los
ojos. Aunque casi siempre la lea uno en silencio, incluso cuando no está
medida ni rimada, uno escucha la poesía. Uno la escucha, calladamente
en la página, dicha por una voz que no se sabe si es la del poeta o la
de uno mismo. Uno lee en voz alta el poema o se lo dice de memoria y esa
voz no es del todo la suya, como no es y no es del pianista la música
que no existiría si él no la tocara. Quizás uno toca el poema al leerlo,
incluso cuando lo hace en silencio, en el sentido en que el intérprete
toca la partitura. Y ahora que lo pienso, qué raro que en español se
diga tocar un instrumento. Como si bastara el hecho simple del tacto
para que se revele la música: tocar el piano; ese momento en que el
músico posa las manos sobre el teclado, antes de que empiece el sonido."
(...)
"La calidad sensorial del libro ya es una anticipación de los poemas que
contiene, el aldabonazo único de alerta de una campana zen, con su
resonancia que dura y se va extinguiendo poco a poco en el silencio
posterior."
Antonio Muñoz Molina, "Caminos de Eduardo Mitre". Babelia. El País, 24 de noviembre de 2012.