Gente
sencilla que instruye a seres inocentes.
Que enseñan
a leer
entre líneas los secretos del mundo.
A
escribir las palabras que serán esenciales.
A
calcular con números la medida de todo.
A
recodar aquello que jamás hemos visto.
A
dibujar los mapas que conforman la Tierra.
A
entrar en los misterios que explican lo que somos.
A
expresar con el cuerpo la armonía existente.
A
apreciar los sonidos de la vida hecha música.
A
suplir las carencias que soportan algunos.
A
hablar en otra lengua para ser extranjeros.
Bienaventurados
los maestros
porque
educan a niños que serán ciudadanos.
Sí,
bienaventurados los maestros.
Los que
siguen al pie del cañón
-porque
algo de batalla tiene esto-
y, más
aún, los que se han jubilado,
felices,
quién lo duda, por el deber cumplido.
Pocos
trabajos más gustosos,
que diría
Juan Ramón.
¡Bienaventurados
los maestros!
(Escribí estas líneas animado por mi compañero Ricardo, responsable de elaborar un documento gráfico con motivo de la jubilación de cinco maestros de nuestro colegio. Fue una comida memorable. Llena de emociones encontradas.)