Gorka Legarcegi. El País |
Le cuesta a uno trabajo llamar a este hombre Enrique, tutearlo, por mucho que añada el apellido de inmediato, como si de una sola palabra se tratara. Y no porque sea altivo o afectado, al revés, o no te ofrezca de entrada esa confianza, sino por respeto, mucho más que una mera cuestión de diferencia de edad. Respeto, esa es la clave, según creo, para definir a secas a este empresario de vida azarosa, como todas, y mucho de novelesca que, como le decía Siles -uno de testigo-, merecería ser contada por largo y, claro, por escrito. A tenor de lo que ha venido narrando estos días en reportajes y entrevistas, aquí y allá, no le falta talento. Dar forma a esas memorias sería harina de otro costal y para eso tendría también la ayuda de muchos. Sí, porque muchos son los amigos escritores, en su mayor parte poetas, que ha logrado hacer a lo largo de estos últimos años, los 25 de andadura de la Fundación Loewe y, en consecuencia, los del Premio de Poesía que lleva el nombre de la marca de esa casa vinculada a la excelencia y al lujo; esos "25 años de aciertos poéticos", según Winston Manrique Sabogal. Extraño matrimonio, le ponía en el inmenso libro de firmas habilitado para la ocasión, el de la pobreza esencial de la poesía y el elegante lujo de Loewe. Él lo ha logrado y uno no puede por menos que asentir y reconocer que la tarea, ganada a pulso (por mucha naturalidad que él le ponga a todo), demuestra a las claras que, como dijo en el Instituto Cervantes, "la poesía no es un lujo sino algo de primera necesidad". Más, como puntualizó Víctor García de la Concha al hablar entre latines del premio y su mecenas, en estos "tiempos de miseria" donde pierde sentido la pregunta retórica de Hölderlin. Lo decía muy bien en su brillante análisis de situación, "Catacumbas con alfombra roja" -sutil, certero- el periodista (y poeta) Javier Rodríguez Marcos a través, él también, de un par de preguntas retóricas:"¿Y qué escritor no quiere ser bendecido por un clásico al que ha leído?", "¿Y qué habitante de las catacumbas no quiere ver por un día el mundo desde una pasarela?". Sí, con todas las salvedades y matices que queramos, la "nómina" del Loewe "contiene tal cantidad de aciertos que es difícil
encontrar tantos nombres incontestables fuera de un manual de
literatura." Por eso es un honor formar parte, poco importa en condición de qué, de ese selecto club que, a los hechos me remito, goza de un grado de complicidad y compañerismo que, a buen seguro, también es fruto del delicado y tenaz trabajo de Enrique Loewe y su equipo; Carla Fernández-Shaw, entre otros. Un grupo, conviene recalcarlo, plural, algo que se notó, y mucho, en la hora larga de lectura de casi todos los ganadores. Por eso no ocurrió lo que uno temía: que ese recital ocasionara víctimas por sobredosis lírica. Ni siquiera Felipe Benítez, sentado a mi vera, tuvo que salir a fumar un cigarro, y eso que tenía estudiado el plan de fuga.
Ningún poema llegó a decepcionarme, que no es poco. La complicidad es otra historia y uno se encuentra tan cerca de según qué poemas como lejos de según que otros, así de sencillo. No es cuestión de entrar en detalles; no obstante, por destacar algo, me gustó que Vicente Gallego recitara su poema de memoria (fue el único), sonó de otro modo, y de las lecturas, todas las demás, la de José María Álvarez brilló por el tono, tan adecuado al de su poética.
Puede que Francisco Brines sea mayor y eso se note en su movilidad, no sólo les pasa a los reyes. Su cabeza, sin embargo, está lúcida. Sin una sola nota, desplegó en unos minutos una memorable lección de poesía (por eso es un maestro) en la que hizo hincapié en la importancia del lector, que es quien realmente escribe, al leerlo, el poema. Como poetas, vino a decir, estamos limitados, hacemos lo que podemos con las palabras, por mucha voluntad que pongamos. Como lectores, en cambio, somos seres abiertos a la infinidad de la poesía, sin más cortapisas que las que nos impongamos a nosotros mismos. Inmensos, por usar un término juanramoniano. Terminó afirmando que los miembros de los sucesivos jurados del Loewe han sido, ante todo, excelentes lectores y de ahí esa lista de libros, que no de nombres, que justifican esta lujosa empresa.
Algunos echamos de menos la mención a dos poetas que fueron Premio Loewe y, por desgracia, está muertos: César Simón y Miguel Ángel Velasco.
En fin, larga vida al premio, ahora que don Enrique cede el testigo a su hija Sheila. Ella ya está en ello. Al parecer va a internacionalizarse aún más (el grupo LVMH se ha dado cuenta de que el invento funciona) e incorpora a su jurado a Clara Janés y Soledad Puértolas. No, no abundan las mujeres en el palmarés. En cualquier caso, pase lo que pase, un puñado de libros da cuenta -o la dará- de que la aventura de Loewe ha merecido la pena. O, mejor, el lujo.
Ningún poema llegó a decepcionarme, que no es poco. La complicidad es otra historia y uno se encuentra tan cerca de según qué poemas como lejos de según que otros, así de sencillo. No es cuestión de entrar en detalles; no obstante, por destacar algo, me gustó que Vicente Gallego recitara su poema de memoria (fue el único), sonó de otro modo, y de las lecturas, todas las demás, la de José María Álvarez brilló por el tono, tan adecuado al de su poética.
Puede que Francisco Brines sea mayor y eso se note en su movilidad, no sólo les pasa a los reyes. Su cabeza, sin embargo, está lúcida. Sin una sola nota, desplegó en unos minutos una memorable lección de poesía (por eso es un maestro) en la que hizo hincapié en la importancia del lector, que es quien realmente escribe, al leerlo, el poema. Como poetas, vino a decir, estamos limitados, hacemos lo que podemos con las palabras, por mucha voluntad que pongamos. Como lectores, en cambio, somos seres abiertos a la infinidad de la poesía, sin más cortapisas que las que nos impongamos a nosotros mismos. Inmensos, por usar un término juanramoniano. Terminó afirmando que los miembros de los sucesivos jurados del Loewe han sido, ante todo, excelentes lectores y de ahí esa lista de libros, que no de nombres, que justifican esta lujosa empresa.
Algunos echamos de menos la mención a dos poetas que fueron Premio Loewe y, por desgracia, está muertos: César Simón y Miguel Ángel Velasco.
En fin, larga vida al premio, ahora que don Enrique cede el testigo a su hija Sheila. Ella ya está en ello. Al parecer va a internacionalizarse aún más (el grupo LVMH se ha dado cuenta de que el invento funciona) e incorpora a su jurado a Clara Janés y Soledad Puértolas. No, no abundan las mujeres en el palmarés. En cualquier caso, pase lo que pase, un puñado de libros da cuenta -o la dará- de que la aventura de Loewe ha merecido la pena. O, mejor, el lujo.
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