Fotografía / archivo ccch |
Le cuesta a uno entender el afán de la derecha (madrileña, sobre todo) por emporcar el prestigio de los profesores y maestros de la enseñanza pública. Una labor tenaz y concienzuda a favor, claro está, de la enseñanza privada y concertada. Y del adoctrinamiento. Y del negocio.
Apenas unos días después de que la encuesta del CIS calificara la docencia como la segunda profesión mejor valorada por los españoles, han vuelto a la carga. Esta vez a propósito de unas pruebas de oposiciones que vendría a demostrar, una vez calificadas, la infame categoría de los aspirantes a enseñar a sus hijos, por más que los dirigentes de ese partido y la mayor parte de sus militantes no lleven a los suyos a un centro público. ¡Bah, funcionarios! Le recuerda a uno esa expresión tan castiza (lo mismo da para la pintura que para cualquier otro empeño artístico o no) de "eso lo hago yo". Y mejor, por supuesto. Dar clase, por ejemplo.
Hasta Juan Manuel de Prada lo reconoce en XLSemanal : "No entraremos aquí a juzgar las razones por las que se han divulgado datos tan oprobiosos. Puesto que vivimos en una sociedad enferma, en la que el rifirrafe ideológico es el pan nuestro de cada día, no me extrañaría que su intención no fuese otra sino justificar ante la opinión pública los recortes de la escuela pública, perjudicando así las reivindicaciones profesionales de los maestros, y la consideración que a los buenos y heroicos maestros debe tributarse".
A la educación se refiere también, desde otra vertiente, Antonio Muñoz Molina en su último artículo de El País. El final es excelente. Hablar de este asunto, ya se ve, imprescindible.
Hasta Juan Manuel de Prada lo reconoce en XLSemanal : "No entraremos aquí a juzgar las razones por las que se han divulgado datos tan oprobiosos. Puesto que vivimos en una sociedad enferma, en la que el rifirrafe ideológico es el pan nuestro de cada día, no me extrañaría que su intención no fuese otra sino justificar ante la opinión pública los recortes de la escuela pública, perjudicando así las reivindicaciones profesionales de los maestros, y la consideración que a los buenos y heroicos maestros debe tributarse".
A la educación se refiere también, desde otra vertiente, Antonio Muñoz Molina en su último artículo de El País. El final es excelente. Hablar de este asunto, ya se ve, imprescindible.
La caída en los gastos de personal ha ocasionado que este curso haya habido 62.000 profesores interinos menos, justo cuando aumentaba la población escolar. Si a eso le unimos la drástica bajada de las partidas a colegios e institutos, ¿a quién le extraña que la enseñanza pública de este país se vaya a pique? Si no lo hace es, precisamente, por la profesionalidad de los denostados docentes, capaces de capear cualquier temporal a costa de profesionalidad, vocación y no poco entusiasmo. A pesar de las bajadas de sueldo y la consiguiente pérdida de valor adquisitivo.
Lo que da verdadero asco, insisto, es que día sí y día también las presuntas autoridades educativas, en un ejercicio de irresponsabilidad que raya lo insultante, se empeñen, en ensuciar el buen nombre de quienes tienen la suprema resposabilidad de educar (y de enseñar, sí) a los futuros ciudadanos españoles.
Alguno, en un alarde de desvergüenza digno de nota, ha llegado a decir que lo importante, en contra de lo voceado por culpa de la citada prueba, no es tanto haber aprobado una oposición como empatizar con el alumno y ser cercano a él. Sí, de acuerdo, pero ¿en qué quedamos? Antes, ahora y siempre, un maestro de Primaria o profesor de Secundaria que haya pasado una oposición estará más acreditado para enseñar que uno que no lo haya hecho, excepciones mediante. Y ello sin necesidad de poner en cuestión la capacidad de cuantos trabajan en la privada o concertada.
Aun siendo verdad aquello de que no humilla quien quiere, cuesta mucho no desazonarse ante tan persistentes y dañinos ataques. Tanto como ponerse cada día delante de nuestros alumnos -a los que les llegan, sin duda, esas milongas-, y, por añadidura, enfrente del escrutinio de sus padres y madres, no siempre dispuestos a razonar la verdad y a no dejarse llevar por esa maldita, terca propaganda. No será Wert quien nos defienda. Ni su inminente, nefasta ley. Eso sí, quienes trabajamos en la enseñanza pública seguiremos luchando a favor de la dignidad, que nadie lo dude. A los hechos me remito. Por eso quiero terminar esta ingenua pero indignada reflexión, que coincide con la vuelta a las aulas, con un caso de mi propia experiencia. Hace unos años, en 2009, formé parte de un tribunal de oposiciones y este próximo julio estaré (sin remedio) en otro. Pues bien, lo que encontré fue a gente joven muy preparada que, por desgracia, aspiraba a pocas plazas (este año, ni les cuento). Gente que da sopas con ondas a muchos mequetrefes de los que ahoran sacan pecho a falta de sentido común e inteligencia. Gente, ay, muy mal educada.