A Marina Perezagua (1978), a su ópera prima, Criaturas abisales, llegó uno gracias al poeta Juan Carlos Marset. La
acogida que tuvo ese primer libro fue muy buena. Algunos lectores
descubrimos a una narradora nueva y una narrativa entre sorprendente e
inquietante, adjetivos que se repiten al intentar calificar lo que
escribe; hasta ahora, relatos.
Enrique Murillo y su independiente Libros del Lince vuelven a apostar por ella y ve la luz, como anunciamos aquí atrás, Leche.
Precisamente hoy, a las 19:00 horas, se presenta en el Instituto
Cervantes de Nueva York, ciudad donde Perezagua reside. Acompañarán a la
autora los escritores Álvaro Enrigue y Elvira Lindo.
La
edición, vaya esto por delante, es tan exquisita, un auténtico lujo,
como el contenido: catorce relatos de una intensidad llamativa. Pero
cuidado, por su calidad. Que nadie entienda que estamos ante una
literatura epatante o pirotécnica; superficial, en suma. Todo lo
contrario. La escritura de MP es contenida, muy precisa, compleja (no
complicada), cargada de referencias y lecturas, que pone el acento no
tanto en el lenguaje, barroquizándolo u oscureciéndolo, sino en lo que
cuenta. Su estilo es de una discreción natural, por mucho que las
historias sean casi siempre perturbadoras. Sobre todo por sus finales. "Desconcertante", dice de
ella Ray Loriga, el prologuista.
No
cometeré el error de desvelar los argumentos de ese puñado de
narraciones. Sí puedo copiar unas pocas líneas de la nota de prensa: "Toma
su título del testimonio de una superviviente de la masacre de Nanking,
como contrapartida a la historia principal, que se desarrolla en
Hiroshima a través de la voz de una mujer intersexual. El trauma
biológico acompaña al trauma atómico en la era contemporánea, con un
lirismo y elegancia en las formas que ayuda a la digestion de temas
sociales amargos". No está mal traído el comentario. En efecto, dos
relatos japoneses (el primero, casi una nouvelle) sirven para abrir y cerrar el volumen, algo que
da cierta idea de unidad al conjunto; una unidad que, a pesar de la
independencia de cada una de las entrega que lo componen, el libro inevitablemente tiene. No sólo por la manera de escribir de MP, un tono y una voz, sino por una serie de características comunes que, como digo, dan un aire de familia a la colección. Así, la atmósfera futurista y la presencia constante de la medicina (la enfermedad es un leitmotiv
del libro, así como la muerte), la ciencia (a veces, incluso, la
ciencia ficción), la técnica... Otra, la sexualidad y el sexo:
descarnado, primitivo, erótico, sensual, emocionante, sutil... animal. Y
ya que lo cito, otra variable: la animalidad, diríamos. Hay muchos animales en Leche. Y alguna bestia. La ilustración de la cubierta -otro lujo-, ese impactante
cuadro de Walton Ford, es más que elocuente en este sentido y redunda en lo importante
que es elegir esos motivos que no dejan de ser la puerta de entrada a
los libros. Su primera línea.
Los
sueños, lo onírico, es marca también de la casa. No tanto porque los
personajes sueñen cuanto porque al lector le parezca estar soñando.
A ratos, uno tiene la sensación de estar dentro de un cómic. O de una película. O, por qué no, de una pesadilla.
Más
allá, lo que Perezagua no puede negar es su inmensa capacidad imaginativa. Su
imaginación me parece portentosa. Será, no sé, que uno es muy poco fantasioso, en su sentido más profundo, pero, vuelvo a Loriga, reconozco que me desconciertan estas tramas. Tanto como algunas frases ("el aburrimiento es un caballo marrón hacia la muerte"), que cortan como si de un bisturí o de una katana se tratara.
Le encataría a uno desentrañar cada relato. Contarlos, si pudiera o supiera, con la misma emoción con que se cuenta un secreto. O una historia que suponemos memorable. O terrible. No, nadie puede salir indemne del fascinante mundo de Marina Perezagua, una escritora, o eso creo, imprescindible.