18.9.13

Madzirov

Pre-Textos publica Lo que dijimos nos persigue, libro del poeta macedonio Nikola Madzirov (Strumica, 1973) en una conseguida traducción (hablo de lo que leo en español, claro) de Yolanda Castaño y Marija Petrovska. En el pertinente prólogo, "Música silenciosa", otro poeta, Josep M. Rodríguez nos da algunas claves acerca de Madzirov y de su poesía. Por ejemplo, que su apellido, palabra de origen árabe, en consonancia con los azares vitales de sus antepasados, significa nómada, persona sin hogar; que es un poeta reconocido internacionalmente, aunque, por edad, con poca obra todavía (Encerrados en la ciudad, galardonado como mejor libro debutante de Macedonia, En alguna parte de ninguna parte, Premio Aco Karamanov, y Piedra trasladada, Premio Hubert Burda para poesía de Europa del Este y Premio Hermanos Miladinov, el más prestigioso de su país); que sus versos están en relación con la rica tradición de poetas del citado Este europeo (Zagajewski, uno de ellos, compara sus poemas con "cuadros expresionistas"); y que lo más importante para él "es el silencio" (por eso Rodríguez denomina a sus poemas como "universos de música silenciosa"). Citando a Cocteau, concluye: "El poeta no inventa, sólo escucha".
Leí el libro del tirón en una cafetería salmantina de la Rúa una luminosa mañana de finales de julio y sólo interrumpí la lectura para mirar por la ventana (y descansar de tanta intensidad con la visión de más belleza) y para escribir un sms a mi amigo Basilio Sánchez con el fin de transmitirle sobre la marcha mi deslumbramiento. Por poemas como éste:

EL QUE ESCRIBE

Tú escribes. De las cosas que ya existen.
Pero ellos dicen que estás inventando.

Te callas. Igual que una red lanzada
por pescadores furtivos. Como un ángel
que sabe lo que la noche traerá.

Y viajas. Olvidas,
para poder regresar.

Escribes, y no quieres recordar
la piedra, el mar, tampoco a los creyentes
que duermen con las manos separadas.

O como este otro:

HE VISTO SUEÑOS

Yo he visto sueños que nadie recuerda
y llantos en tumbas equivocadas.
He visto abrazos en un avión que cae
y calles de arterias todas abiertas.
Yo vi volcanes más dormidos aún
que raíces de un árbol genealógico,
y vi también a un niño que no teme la lluvia.
Pero a mí no me vio nadie.
A mí nadie me vio.