La insomne. Antología esencial 1987-2012 se titula el último libro de Jesús Aguado, que nació "casi en Sevilla" en 1961. Lo publica la mexicana Fondo de Cultura Económica, que cumple estos días sus primeros cincuenta años en España.
La selección y el prólogo corren a cargo de otro poeta, José Ángel Cilleruelo. Ha elegido bien. "Vidas y poéticas de Jesús Aguado" es una certera y concienzuda aproximación a la poesía compleja y múltiple del andaluz que comienza así: «“No conozco a ningún poeta que lo sea tanto como Jesús Aguado, quiero decir que lo sea tan constantemente. Ha hecho de su propia vida un acto continuamente poético”. Desde que en 2008 Juan Bonilla escribiera estas palabras, cualquier aproximación al autor objeto de esta antología ha de empezar citándolas». También las menciona Vicente Luis Mora en El fugitivo. Poesía reunida: 1984-2010 (Vaso Roto, 2011) y uno ahora. Precisamente Bonilla fue el responsable de otra antología de Aguado: Mendigo (Antología poética 1985-2007) (Renacimiento, 2008).
Aguado, Cilleruelo y Bonilla pertenecen a la misma generación poética, del de los 80, la de los "poetas españoles de la democracia" (Prieto de Paula), una promoción de la que uno se siente orgulloso de formar parte. Por obras y poetas tan singulares como Aguado, uno de sus miembros más genuinos, "en el epicentro", que se separó pronto, como está mandado y explica muy bien el prologuista, del grupo nuclear y la correspondiente tendencia dominante para volar en solitario hacia su propia obra. A veces lejos, como a Benarés, en la India, donde ha vivido largas temporadas en distintos periodos.
Sí, una obra escrita "contra el "realismo costumbrista" que dominó durante años el panorama, al margen de la renovada polémica entre comunicación y conocimiento. Centrada en "una de las paradojas fundacionales de la poesía actual": "Solo se puede profundizar en el yo sintiéndose cada vez más otro". Y ahí "el fugitivo", más que como título, como emblema. De la alteridad. Alguien que busca "el afuera", tanto en lo personal como en lo formal. Y un único "tema transversal": "el amor o su ausencia". Como tema y como lenguaje. El "dios único" de la poesía, la filosofía y la religión.
Un alter ego de Aguado sitúa su poesía en el mejor lugar. Se trata de Vikram Babu, poeta hindú del siglo XVII, cestero de Benarés, cuyos versos apócrifos señalan acaso mejor que otros "el arte de la fuga" hacia la esencialidad expresiva, el amor y el conocimiento.
Uno va leyendo y encuentra plasticidad, imaginación, variedad, frescura... Eso que tiene de genuino la poesía (vuelvo a traer esa peligrosa palabra en homenaje a E. Bishop) cuando de veras lo es.
Uno se topa también con lo paradójico, una manera de pensar: "Lo que existe parece que no existe". Con la filosofía, oriental sobre todo, aunque tocada por el decisivo encuentro de Aguado con María Zambrano, de quien llegó a ser amigo.
La antología se cierra con un epílogo del autor: "Poeta es el que no duerme". "No un mago sino un testigo fiel, tenaz, minucioso, informado, insobornable". "La poesía siempre me ha quitado el sueño."
Aguado es un fugitivo que se ha escapado de todas las prisiones, como cualquier poeta que se precie: la de la Historia, la del Yo, la del Sentido, la de la Ideología...
Está en contra de los poetas que siempre escriben el mismo libro (él ha hecho todo lo contrario, sí, pero su voz no deja de apreciarse como suya, me temo que sin remedio, desde el primer al último verso). Desconfía, en fin, de la Poesía y se niega a tener una poética. Porque, concluye, "el buen poeta es un hábil fugitivo".