Es el título de una singular, original antología que firman al alimón los poetas Antonio Moreno y Josep Maria Asencio para Pre-Textos.
Vida callada reúne poemas, por decirlo pronto, sobre el silencio. O sobre la experiencia del silencio, un clásico motivo moderno de la poesía, sobre todo a partir del Simbolismo.
Me gustaría poder resumir o glosar el prólogo (o ensayo) que ha escrito Moreno donde justifica, y de qué magistral manera, los propósitos de la muestra, pero me siento incapaz. Es tan cabal y está todo tan bien dicho... Se cita a Pablo d'Ors y a unas palabras que pone en boca de Charles de Foucauld en su novela El olvido de sí y que podrían resumirse en que sin soledad y silencio ningún ser humano puede tener vida interior. Eso y el cincuenta aniversario del IES "La Asunción" de Elche (donde enseña Asencio) están en el origen de la antología que "se basaría -en palabras de éste- en la celebración del silencio o de la iluminación de aquellos instantes que sólo una mirada traspasada por la luz y por el silencio mismo puede captar en profundidad".
"La poesía es amiga del silencio", por paradójico que parezca. "Es más -añade Moreno-, lo necesita como un árbol depende de la lluvia".
Los cincuenta poemas incluidos pertenecen a poetas españoles nacidos entre 1904 y 1977. Uno por cabeza, salvo en tres casos: Claudio Rodríguez, Antonio Colinas y César Simón, que aportan dos.
Están dispuestos en las páginas sin hacer alusión a su autoría, "como si fueran el libro de un solo autor", un dato que aparece en una tabla al final. Y así leído, casi lo parece. De un autor lo suficientemente dúctil como para permitirse diferentes variaciones tonales, claro está. El experimento funciona. Algo que debe atribuirse en buena medida al acierto de quien seleccionó, sin salir de la biblioteca de su casa, los versos de Vida callada.
De uno, por ejemplo, han elegido "Una visión" (pg. 23), un poema de Desde fuera:
los paisajes que han ido conformando
el rostro que ahora tienes.
Tus ojos que reflejan la mirada
de ese valle perdido donde el tiempo
se ha ido remansando hasta tal punto
que a veces hasta dudas de que pase.
Tus oídos que guardan el susurro
de las ramas mecidas por el viento
y del bronco rodar de las gargantas
cuando bajan crecidas en invierno.
Proyecta tu nariz el dulce olfato
de las secas higueras de septiembre
y el áspero perfume del estiércol
y las bestias que pastan en los prados.
Tu boca es el sabor (sin sabor, dicen)
del agua herrumbrosa de las fuentes
y de moras silvestres y cerezas
maduras a la luz de los veranos.
Las arrugas que cruzan por tu cara
son las líneas del mapa de tu vida.
Señalan los caminos que has seguido
por todas las esquinas de la tierra.
Son las marcas dejadas por los años
que pasaste escondido en este sitio.
Los unos y las otras se han cruzado
exactamente aquí.
Para, contempla:
este espejo revela al fin tu máscara.
el rostro que ahora tienes.
Tus ojos que reflejan la mirada
de ese valle perdido donde el tiempo
se ha ido remansando hasta tal punto
que a veces hasta dudas de que pase.
Tus oídos que guardan el susurro
de las ramas mecidas por el viento
y del bronco rodar de las gargantas
cuando bajan crecidas en invierno.
Proyecta tu nariz el dulce olfato
de las secas higueras de septiembre
y el áspero perfume del estiércol
y las bestias que pastan en los prados.
Tu boca es el sabor (sin sabor, dicen)
del agua herrumbrosa de las fuentes
y de moras silvestres y cerezas
maduras a la luz de los veranos.
Las arrugas que cruzan por tu cara
son las líneas del mapa de tu vida.
Señalan los caminos que has seguido
por todas las esquinas de la tierra.
Son las marcas dejadas por los años
que pasaste escondido en este sitio.
Los unos y las otras se han cruzado
exactamente aquí.
Para, contempla:
este espejo revela al fin tu máscara.