Una vez más, Cumbreño, que a uno se le antoja apellido de torero, llegó a Plasencia y abrió La Puerta de Tannhäuser, que no es una plaza literaria cualquiera. Estuvo muy bien acompañado. Para ayudarle en la lidia de sus dos últimos libros: Made in China (Luna de Poniente / De la Luna Libros) y La temperatura de las palabras (Álogos / La Isla de Siltolá), echó mano del placentino Víctor Peña Dacosta, aunque no lo parezca, todavía poeta inédito. Supongo que todos se han fijado en las caras graves y circunspectas que adoptan los escritores y quienes les acompañan en las presentaciones de libros, que dan como resultado fotografías de carácter dramático. Pues bien, VPD tiene el talento de lograr todo lo contrario: que una sonrisa permanente, con ataques puntuales de risa y hasta de carcajada, ilumine el rostro de los presentes, lo que hace todo mucho más llevadero. Sí, porque esa ceremonia tiene su aquél, que no siempre agrada. Uno, que a las ocho y media de la tarde (ahora noche cerrada) está ya cenado y casi dormido, tuvo que hacer un gran esfuerzo para salir de casa, con el frío que hace, y bajar hasta la calle Zapatería, esquina Arenillas, en busca, ay, de la poesía perdida. Luego, claro, el paseo mereció la pena, porque Peña estuvo ágil, lúcido, ocurrente y divertido y Cumbreño a la altura de sus obras, de las que, por cierto, ya se habló aquí.
Tras el análisis del primero, leyó el segundo. Poemas y fragmentos de una y otra que no dejaron de ser líneas de ese mismo libro, plural y ajeno a un determinado género, que el cacereño viene escribiendo desde hace años. Y publicando, claro. A buen ritmo (según los cálculos de Peña, a una media de 0,8 libros al año), sin desmayo, compaginando esa tarea insomne con la edición de libros, donde la media se multiplica hasta extremos paradójicos tratándose de una empresa liliputiense.
Ninguna celebración mejor, se dijo uno, para el Día de las Librerías. Y eso debieron pensar también otros. Como Chose, que vino con él (y sin niños); mi compañero José Luis Carrión, casado con una tía del poeta; Manolo, padre del presentador (y no sé si apoderado, que bien podría, siendo el salmantino) y, cómo no, los anfitriones, Cristina y Álvaro. El resto de la sala estaba lleno, pero de gente joven y de mediana edad que uno, solitario empedernido, en su mayor parte desconoce. No creo que se aburrieran.
Subí contento, calle del Rey arriba, y aproveché para tomar el fresco, que son muchos los meses de calor que se sufren en este pueblo. Al pasar, no sé si por lo extraño del sitio y de la hora, noté la Plaza de lo más animada.
Ya en casa, ojeé los libros de Chirinos, Santamaría y Pimentel que el Cumbreño editor me había regalado. Tan generoso, sí, y tan buena gente como el poeta.
Ya en casa, ojeé los libros de Chirinos, Santamaría y Pimentel que el Cumbreño editor me había regalado. Tan generoso, sí, y tan buena gente como el poeta.