Según el diccionario de la Real
Academia, magníficat es “cántico que, según el Evangelio de San Lucas, dirigió
al Señor la Virgen María en la visitación a su prima Santa Isabel, y que se
reza o canta al final de las vísperas”. Dentro de la tradición cristiana, se situaría en el ámbito de los himnos o los salmos de
acción de gracias. Juan Pablo II dijo en una homilía en la ciudad mexicana de
Puebla que “el Magnificat es
espejo del alma de María. (…) Es el cántico que anuncia el nuevo Evangelio de
Cristo; es el preludio del Sermón de la Montaña.” Pues bien, en el segundo
aniversario de la muerte de Carlos Pujol (1936-2012), la palentina Cálamo
publica su segunda obra poética póstuma, que lleva precisamente ese título: Magníficat.
No es la primera vez que Pujol
desvela sus creencias religiosas. Su último libro en vida se titulaba El corazón de Dios. Con todo, que nadie
espere una obra sólo para creyentes ni sujeta a otras reglas que no sean las de
la poesía, tan abiertas y liberales ellas. Pujol las conocía bien. Si por algo
se caracteriza este puñado de poemas sin título es por su perfección formal,
por el impecable ritmo y la sabiduría métrica que los gobierna con el fin de
alcanzar una naturalidad asombrosa, impropia, aunque parezca paradójico, de ese
virtuosismo. Su música callada se pone al servicio de una voz, la de la Virgen,
que habla, con absoluta naturalidad también, de lo que le pasa. De Nazaret
(“una aldea sin historia”), o de la huida de Egipto, de la visita de los Reyes
Magos (“se fueron murmurando entre sus barbas / palabras de un lenguaje
cabalístico”), de cuando asiste con su hijo a las bodas de Caná o recibe la
visita del ángel.
Esa sencillez, cabe añadir, no
deja de lado a la ironía, signo de inteligencia, pero además de humanidad. Del
“largo aprendizaje de lo humano / que es difícil y cuesta sufrimiento” dan
cuenta estos versos, algo que tiene que ver con Jesús, Jose´(“se deja ver tan
poco”) y María, aquí personas terrenales, y, por añadidura, con el poeta que
los escribió, suponemos, al final de su vida.
Una mujer terrenal, digamos. De
ahí la cita elegida para abrir el volumen, de Villon, de su “Ballade pour prier Notre Dame”:
“Dame du ciel, régente terrienne”.
En uno de los poemas menciona distintos nombres que se le han dado y al
final concluye: “aunque María a secas no está mal, / Una escueta manera de
llamarme.” En otro se refiere a un cuadro de Mategna donde aparece su rostro
“arañado por arrugas” y a la “belleza de la vejez”. Lo dijo Hopkins, del que
traduce: “María Inmaculada, una mujer”.
No faltan poemas que podrían
pasar –que son- oraciones. Como el que empieza “Sobre todo me ocupo / de los
desesperados”. “Nuesta Señora de los Buenos Libros” termina: “escribir y leer,
quiere decirnos, / pueden ser oraciones”.
Estamos ante un libro intempestivo que contiene más poesía moral que religiosa. “Gente de mal vivir / que juega a la política / como si fuera la ruleta rusa”, leemos. Que rebosa, y eso es lo que importa, poesía por sus cuatro costados. Que tiene mucho de misterio, revelación y escucha. En el poema que lo cierra habla también la Virgen. De un niño de postguerra que, dice, “ahora ha escrito para mí estos versos”.
Nota: Esta reseña se publicó en ABC Cultural el día 18 de abril de 2014.
Estamos ante un libro intempestivo que contiene más poesía moral que religiosa. “Gente de mal vivir / que juega a la política / como si fuera la ruleta rusa”, leemos. Que rebosa, y eso es lo que importa, poesía por sus cuatro costados. Que tiene mucho de misterio, revelación y escucha. En el poema que lo cierra habla también la Virgen. De un niño de postguerra que, dice, “ahora ha escrito para mí estos versos”.
Nota: Esta reseña se publicó en ABC Cultural el día 18 de abril de 2014.